En Extremadura hay 5 Palacios de Congresos (uno de ellos aún no terminado): 3 en la provincia de Badajoz y 2 en la de Cáceres.
Carlos Sebastián. Blog Hay Derecho.- En la encuesta Executive
Opinion Survey que el World Economic Forum hace a una muestra de ejecutivos
empresariales de gran número de países, los españoles califican con una
pésima nota el despilfarro del gasto público: está a la cola de su valoración
de 85 diferentes aspectos del entorno empresarial, junto a la confianza en los
políticos y las pesadas cargas que les impone la Administración. La
persistencia de esta opinión a lo largo de varios años, me hizo pensar
que podía tener una base ideológica, hasta que la entusiasta periodista Ana
Alonso, en sus intervenciones en el programa la Ventana de la SER, llamó mi
atención sobre la cantidad de casos de flagrante despilfarro que se producían
en inversiones realizadas por los tres niveles de las administraciones públicas
y me acercó, además, a la Web despilfarropublico.com.
Bien es verdad que algunos empresarios son beneficiarios de esa política
irresponsable y que, como apuntaremos luego, en algunos casos son corresponsables
de su ocurrencia, pero viendo esos datos sorprende menos la pésima nota
otorgada a ese aspecto del marco institucional.
Los detalles de los 142
casos que he obtenido de la citada Web, completada con los reportajes de Ana
Alonso, proporciona una imagen desoladora de como se ha malgastado el dinero
del contribuyente. De esas 142 inversiones, 110 no se terminaron o no se
utilizan. El resto son excesos injustificados que, además, en muchos casos,
generan gastos corrientes (piénsese en la Caja Mágica de Madrid o en muchos de
los aeropuertos que surgieron por doquier). El monto total de esas inversiones
superan los 35.000 millones de euros, que se reducirían a 19.000 millones si
excluyéramos las líneas 9 y 10 del metro de Barcelona, que alcanza los 16.000
millones, realizada por la Generalitat de Cataluña. Pero no vemos motivos para
realizar esta exclusión.
En junio 2002 Artur Mas
inauguró las obras de la línea 9 y 10 que iban a costar 2.000 millones de euros
y estarían en marcha en el 2007. Hoy, con una inversión total de más de 16.000
millones, las líneas están muy incompletas y no tienen viso de terminarse.
Quedan todavía 4
kilómetros por perforar y 16 estaciones por poner en
servicio, entre los cuales se encuentran el tramo central de la L9, que debería
transcurrir entre Zona Universitaria y La Sagrera.
Obras abandonadas
Precisamente, esta es la
zona que más demanda podría acoger, ya que cruza los barrios del norte de
Barcelona, donde viven aproximadamente 700.000 personas, pero sus obras parecen
definitivamente abandonadas.
Es muy notable el
despilfarro que se ha producido en torno al proyecto de extender el AVE. Sin
entrar en la lógica económica de una red muy extensa de alta velocidad, las
obras emprendidas han generado gastos que son auténticos despilfarros, por un
monto de casi 4.500 millones. Y no me refiero a obras que entrarían en la
calificación de “excesos”, como estaciones que apenas nadie usa, sino a
inversiones contrarias a cualquier análisis técnico riguroso, como los túneles
bajo Pajares que han sido abandonados por las graves filtraciones tras haber
enterrado 3.500 millones de euros. O tramos del AVE nunca terminados en las
provincias de Almería y de Málaga.
Es bien conocido el gusto
de los responsable políticos territoriales por los aeropuertos (Huesca,
Albacete, Ciudad Real, Castellón, Burgos, Logroño, Lleida, Corvera en Murcia),
que apenas han sido usados y que, en ocasiones, su escaso uso ha sido
incentivado con subvenciones a compañías aéreas – de forma que el contribuyente
paga dos veces el exceso. Los déficits corrientes que generan, como pone de
manifiesto que no es infrecuente que el número de empleados supere el número de
pasajeros, sería una tercera vía por el que los excesos podrían recaer sobre
los contribuyentes.
Autopistas, autovías y otras
infraestructuras para el tráfico rodado han dado lugar a enormes despilfarros,
consecuencia de la ausencia de una planificación racional. Ausencia que muchas
veces se explica por ser una respuesta precipitada e irresponsable a las
presiones de empresas constructoras. Van desde las autopistas radiales de
Madrid (y otras de peaje en Catilla La Mancha) que van a acabar incidiendo en
los presupuestos del Estado en unos 4.000 millones, a túneles no terminados
(como el de la A-68 en Zaragoza), o a tramos de autovía nunca usados (como la
AG-51 en Vigo). Sin olvidar los 83 millones de euros invertidos en Talavera de
la Reina en un puente –el segundo mayor de Europa, dicen- que ningún vehículo
ha transitado… porque era parte de una circunvalación que nunca se hizo.
Los transportes urbanos
tienen, lógicamente, mucho atractivo para los municipios, pero en muchos casos
los proyectos emprendidos han sido un auténtico despilfarro. Además del citado
en Barcelona, hay seis de ellos, tres de tranvías y tres de metro, que han
supuesto una inversión conjunta de 557 millones que nunca han entrado en
funcionamiento, porque no se han terminado o porque, terminados, no han entrado
en uso. Eso sí, los 120 millones gastados en el tranvía de Jaén han permitido
ampliar el aparcamiento público, sobre las vías.
Obras de 1.000 MM de dudosa racionalidad
Otras grandes
infraestructuras, como el nuevo puerto de Coruña que lleva invertidos más de
1.000 millones de euros tienen dudosa racionalidad. Otras de mayor
justificación, como dos plantas desaladoras en Baleares y una en Torrevieja
(Alicante), que han costado en su conjunto 460 millones de euros no se usan por
deficiente diseño del proyecto o por no querer asumir el coste de la
electricidad necesaria para el funcionamiento de la planta.
Más de 50 proyectos
culturales, recreativos, y deportivos, cuya inversión en su conjunto supera los
2.400 millones de euros están, en el mejor de los casos, manifiestamente
infrautilizados, cuando no en estado de abandono. De hecho hay 22 de ellos que
no han sido terminados, entre los que sobresalen la Ciudad de la Cultura de
Galicia que supuso una inversión de 300 millones y la Ciudad del Medio Ambiente
de Soria que ocasionó un gasto de 93 millones para no terminar el proyecto y,
asómbrense, hacer un importante destrozo medioambiental. Y diez de ellos fueron
terminados pero no se usan, entre los que sobresale el Palacio de las Artes de
Valencia con una inversión de casi 500 millones. Entre los muchos que han
tenido algún uso pero representan un proyecto a todas luces excesivo,
sobresalen la Caja Mágica de Madrid y el Estadio Olímpico de la Cartuja en
Sevilla. Pero hay muchos más. En Extremadura hay 5 Palacios de Congresos (uno
de ellos aún no terminado): 3 en la provincia de Badajoz y 2 en la de Cáceres.
La imagen que proporciona
esta amplia muestra de casos es la de una gestión pública irresponsable, aunque
existan proyectos de inversión pública bien gestionados. En muchos casos la
mala gestión no es inocente. Corresponde a unos intereses concretos que han
operado para generar ese despilfarro. Fijándonos, por ejemplo, en el puente de
Talavera de La Reina, una empresa ganó un concurso, realizó esa obra que no
tiene ninguna utilidad y ganó su margen. La ley de Transparencia, bastante
cicatera en su planteamiento, no funciona ni en sus términos restrictivos y no
podemos acceder a la información sobre ese proceso administrativo, ni sobre
tantos otros. Pero merecería la pena poder hacerlo. Igualmente, ¿es simplemente
un descuido de mal gestor no tener los informes técnicos que hubieran desechado
la opción de esos túneles bajo Pajares que gastaron 3.500 millones de los
contribuyentes sin ninguna utilidad? De nuevo, una empresa fue adjudicataria de
esas obras y ganó su margen. Uno tiene la impresión de que no pocas obras
obedecen al interés de unas empresas en hacerlas, empresas que luego resultan
ser las adjudicatarias.
Evitar estos casos no
requiere establecer complejos requisitos ex ante. Esta vía ya se ha seguido con
el único resultado de aumentar la burocracia. Sería necesario avanzar en, al
menos, tres frentes: la programación de las inversiones públicas, con un
control cualificado e independiente en la definición de los proyectos
(quienes den el visto bueno deben ser profesionales cualificados que no
dependan del responsable del proyecto); una elevada transparencia en el proceso
de adjudicación de las obras, que podría ser supervisado ex post por una
autoridad independiente; y un mejor funcionamiento de la ley de Transparencia,
para que la sociedad civil pueda ejercer su control.
Revista de prensa. El Independiente.- Requisitos para que los policías locales puedan jubilarse a los 60 años
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