"Lo importante es tener instituciones públicas de élite, que permitan formar otro tipo de élites basadas en las capacidades personales, y no en el privilegio heredado"
Por Antonio Cabrales. Nada es Gratis blog.- Hace unos días El Mundo reflejaba unos datos del SIUU sobre colocación y salarios de los egresados de las universidades españolas y me preguntaba la autora del artículo cómo es posible que las universidades públicas, que tienen en general mejores profesores salgan mal paradas. De hecho, esto es cierto, si miramos una titulación con salidas, digamos derecho. Por ejemplo, los egresados en esa titulación de la universidad pública con mayores salarios (y la mejor de todas en el ranking de El Mundo) tienen un salario menor que los de varias universidades privadas. Es decir, el efecto no es solamente de composición de titulaciones, aunque en el agregado eso también afecta. Mi respuesta fue que, en primer lugar, no todas las universidades públicas (o privadas) son iguales. El mercado distingue algo, porque si uno mira los salarios de egresados de las públicas, en general tienden a correlacionar bien con los rankings de prestigio por disciplina (QS, el propio de El Mundo). Pero aparte de esa capacidad, la literatura muestra que los contactos son importantes para encontrar trabajo y que las personas que pueden permitirse una universidad privada por lo general tienen mejores contactos.
Hoy quería hablarles de las implicaciones que pueda tener que esta tendencia dominante en términos laborales continúe, mirando lo que ha pasado en Estados Unidos. Comentaré un artículo de Chetty, Deming y Friedman que estudia justamente los efectos de las admisiones a universidades privadas americanas selectivas. En concreto, el estudio investiga la composición socioeconómica de los estudiantes en universidades privadas de élite y el impacto de la admisión en el éxito social futuro. Los autores analizan si estas instituciones contribuyen a la movilidad social o perpetúan los privilegios.
El estudio utiliza un conjunto de datos que vincula múltiples fuentes. Por un lado los datos administrativos del impuesto sobre la renta para conocer los ingresos familiares y los ingresos de los estudiantes después de la universidad. Por otro, datos de admisión de universidades privadas y públicas selectivas, incluyendo la puntuación de los exámenes estandarizados (SAT y ACT) que se utilizan para las decisiones de admisión y sirven como medida de las capacidades de los estudiantes antes de llegar a la universidad. Son datos de 2,4 millones de estudiantes y permiten a los autores analizar los patrones de solicitud, admisión y matriculación en universidades privadas de prestigio, a las que llaman Ivy-Plus (las Ivy League, más Stanford, MIT, Duke y la Universidad de Chicago) en comparación con universidades públicas de renombre.
Los autores se hacen varias preguntas importantes. Primero, a qué se debe la mayor representación de estudiantes de altos ingresos en las universidades de la Ivy-Plus. Además si asistir a una universidad de la Ivy-Plus tiene un efecto causal en el éxito a largo plazo. Finalmente, cómo influyen las políticas de admisión en la diversidad económica de estas instituciones.
La primera pregunta ya tiene una respuesta interesante, al descomponer el proceso de admisión universitaria en tres etapas. En solicitudes, observan que los hijos de familias con altos ingresos solicitan admisión con una tasa ligeramente mayor que los estudiantes de ingresos medios con resultados comparables en las pruebas. Por tanto, no es un factor muy importante. Por otro lado, el principal factor de desigualdad es que los estudiantes del 1% superior de renta tienen un 58% más de probabilidades de ser admitidos que los estudiantes de clase media con los mismos resultados en los exámenes estándar SAT/ACT. Por último, los estudiantes admitidos de familias con renta alta se matriculan con mayor frecuencia, especialmente a través de los “programas de admisión anticipada”, que benefician desproporcionadamente a los solicitantes con mayores recursos.
Dado que el factor esencial es la admisión, los autores desglosan los tres mecanismos principales que favorecen a los solicitantes con altos ingresos. El primero es que los solicitantes cuyos padres asistieron a la universidad tienen cinco veces más probabilidades de ser admitidos. Además, observan que los solicitantes de escuelas secundarias privadas reciben calificaciones significativamente más altas en actividades extracurriculares y de liderazgo, a pesar de tener credenciales académicas similares. Por último, los estudiantes admitidos por la rama atlética provienen de familias de mayores medios en su mayoría.
Algo muy interesante es que estos factores no se correlacionan con el éxito postuniversitario, mientras que los factores académicas (notas del SAT/ACT, media de la escuela secundaria) son los predictores más sólidos de ingresos a largo plazo y roles de liderazgo. Por tanto, las ventajas de extracurriculares dan facilidades de admisión que se relacionan poco con la eficiencia.
Una vez examinado esto, se pasa a evaluar el efecto causal de asistir a universidades Ivy-Plus. Para hacer esta evaluación los autores comparan a los estudiantes admitidos aleatoriamente a partir de listas de espera con los rechazados, garantizando que los grupos sean estadísticamente similares, salvo por su resultado de admisión. Este diseño aísla el efecto de asistir a una universidad de prestigio de la autoselección estudiantil. Los resultados son llamativos. Asistir a una universidad de prestigio aumenta en un 60% la probabilidad de alcanzar el 1% de renta más alta. Los estudiantes de universidades de prestigio tienen el doble de probabilidades de asistir a escuelas de posgrado de élite. Tienen el triple de probabilidades de trabajar en empresas prestigiosas (por ejemplo, bufetes de abogados, consultoras o fondos de inversión de primer nivel). El efecto se concentra en alcanzar puestos de élite, no en aumentar los ingresos promedio de todos los estudiantes.
Un dato importante es que otros estudios no observaban efectos grandes (o incluso no encontraban efecto alguno) de asistir a estas universidades (por ejemplo Dale y Krueger o Ge, Isaac y Miller o Mountjoy y Hickman). La razón es que las investigaciones previas se centraron en las rentas medias en lugar de en los resultados profesionales de excelencia. Lo que demuestran Chetty, Deming y Friedman es que las universidades de élite sirven como puertas de entrada a las élites de poder en lugar de simplemente aumentar los ingresos.
Los autores sugieren una serie de reformas para mejorar la inclusividad del sistema, como eliminar las preferencias por hijos de exalumnos y deportistas, o dar ligeras preferencias a estudiantes de bajos ingresos con alto rendimiento.
Pero para mí lo esencial es que piden emular a las instituciones públicas emblemáticas, que no muestran un sesgo de admisión similar hacia los estudiantes adinerados. Yo francamente no creo que las universidades privadas vayan a reformarse. Si hacen lo que hacen, es por un motivo concreto. Estos estudiantes adinerados proporcionan muchos ingresos y no van a renunciar a ellos. Por tanto, lo importante es tener instituciones públicas de élite, que permitan formar otro tipo de élites basadas en las capacidades personales, y no en el privilegio heredado. Vamos, barriendo para casa, la pública diferencia, el lema que adoptó mi universidad hace tiempo.
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