"El actual modelo de empleo público sí parece articularse sobre la base de una cierta obsolescencia programada, en cuanto prevé tan sólo un período útil de vida para el empleado, así que llegado un cierto punto, el propio sistema facilita la incorporación a una suerte de cementerio de elefantes.."
Por Concepción Campos blog.- No hace demasiado hablaba en un momento de esos que ahora
denominamos “networking” de la “obsolescencia programada de los empleados
públicos”, como consecuencia de las deficiencias del sistema de acceso al
empleo público y del inexistente campo de desarrollo profesional. Por ello,
tras leer las magníficas reflexiones de Carles Ramió en el editorial de El País Una
Administración pública obsoleta, me ha parecido interesante ponerlas por
escrito.
La primera cuestión sería preguntarnos ¿Qué es la
Obsolescencia programada?
Acudamos para ello a la Wikipedia según la cual la obsolescencia programada u obsolescencia planificada es
la determinación o programación del fin de la vida útil de un producto, de modo
que, tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la
empresa durante la fase de diseño de dicho producto, este se torne obsoleto, no
funcional, inútil o inservible por diversos procedimientos, por ejemplo por
falta de recambios, y haya que comprar otro nuevo que lo sustituya.
¿Podría ser esto aplicable a los empleados públicos? Es
decir, el actual diseño del sistema de acceso, entendámonos, de los procesos
selectivos, y el desempeño-tipo de la carrera profesional en el marco de la
administración pública ¿hace que los empleados públicos se vuelvan obsoletos,
no funcionales, inútiles o incluso inservibles?
En mi opinión, los problemas son varios y se reproducen a lo
largo de la vida del empleado público, conforme al siguiente itinerario:
1.- En el acceso
Se premia la actividad memorística por encima de cualquier
otra capacidad. A pesar de la evolución que ha experimentado la sociedad en los
últimos años, un simple vistazo a cualquier boletín oficial bastará para
observar que en los últimos 30, los procesos selectivos apenas han cambiado. En
el mejor de los casos, en las oposiciones se han introducido algunos temas
diferentes, pero siguen sin comprobarse las habilidades relacionales,
profesionales y, en su caso, directivas, sin adaptar los procesos al cambio que
ha llegado al modelo de administración, especialmente con el entorno
tecnológico. El concurso-oposición no presenta mejor diseño. La aprobación de
una masiva oferta de empleo público para 2017 aprobada por Real Decreto
702/2017, de 7 de julio, por el que se aprueba la oferta de empleo público para
el año 2017 , podría ser una magnífica oportunidad para asumir el
reto.
Hablamos con frecuencia de modernización e innovación en la
administración pública, la transformación digital se ha convertido en todo un
mantra, y este campo no sólo está absolutamente olvidado, sino que la gravedad
de este olvido es mayúscula por el papel clave que le corresponde. Difícilmente
tendremos innovación en la administración y administraciones innovadoras sin
empleados públicos innovadores. Seguimos basando este acceso en la capacidad
memorística de los aspirantes, a los que, en ocasiones, no se le conoce ni tan
siquiera el timbre de voz, pues pasean por sucesivas fases de un proceso
anacrónico, todas ellas escritas, lo que permitiría la entrada (me permito la
licencia en hipótesis), incluso, de auténticos “psicópatas”.
Sobre este tema ha escrito mucho y bien, recientemente,
Rafael Jiménez Asensio, en particular en Acceso
al empleo público: entradas “fáciles” y Oposiciones
(1) , ofreciendo una visión realista y muy acertada de la situación
descrita, y además, con una cita muy apropiada “Ingresado el funcionario
–sea por la puerta grande o por la puerta falsa- en la Administración, (…) el
rasgo común es siempre una sensación de alivio existencial: ya tiene resuelta
su vida para siempre” (Alejandro Nieto, La “nueva” organización del
desgobierno; Ariel, 1996, p. 139)
2.- En el desempeño
La fuerte y rígida estructura burocrática de la administración
beneficia a los resistentes, a los adoradores del status quoestablecido y
desanima a aquéllos que, dentro de su ámbito de actuación, pretenden introducir
mejoras en el servicio público. Y ya no digo innovar, sino tan sólo introducir
mejoras, cualquier cambio es sospechoso. Que llegan cargados de ilusión por
hacer bien, mejor las cosas, que se forman a lo largo de toda su vida
profesional, y se encuentran con muros muy difíciles de escalar, con una
organización numantina preparada a hacer desistir de su empeño al más valiente.
Por éso es muy importante conformar equipos, que permitan tejer redes de apoyo
frente a las dificultades.
Hace justo ahora 10 años parecía que algo iba a cambiar en
este sentido. Sin embargo, la novedosa técnica introducida por el EBEP y que ha
conservado el TREBEP de “evaluación del desempeño”, como procedimiento para
medir y valorar la conducta profesional y el rendimiento o logro de los
resultados, con posibles efectos en la carrera profesional horizontal, la
formación, la provisión de puestos de trabajo y en la percepción de las
retribuciones complementarias se ha quedado en un mero brindis al sol.
3.- En la promoción profesional
Pero es que una vez consumado el acceso, el proceso de
desarrollo de la carrera profesional es todavía peor. No hay promoción
profesional garantizada como tal. En muchos casos, depende de lo bien que uno
se sepa mover para disponer o no de posibilidades de promoción profesional,
exenta de garantías de ningún tipo y en el mejor de los casos vinculados a
conceptos tales como antigüedad o permanencia. Con todo el respeto a la
antigüedad, las sillas, las mesas y demás enseres del mobiliario también tienen
muchos años y no por ello promocionan.
Podríamos decir que se dan dos escenarios. El primero, de
una promoción absolutamente inexistente, de tal modo que allí donde te
“plantan” al llegar, te encuentran años después, cuando te jubilan, sin tan
siquiera regarte. El segundo, todavía peor, que mantiene el deficiente esquema
en el desarrollo del empleo público, que dependerá de la amplitud de los
contactos y la habilidad para manejarse en los pasillos. Las garantías de
permanencia e inmovilidad que caracterizan el modelo de empleo público no deben
transformarse en dificultades para contar, tener y retener al mejor personal al
servicio del mejor fin, el servicio público.
Es un problema, un serio problema que debería abordarse ya.
El diseño (o la ausencia de) de los procesos selectivos en el acceso al empleo
público peca de una inexistente actualización que lastra gravemente las
posibilidades de una administración moderna y eficaz, basada en los servicios
públicos de calidad y en los ciudadanos en el centro del tablero. Algo que el
sector privado cuida tanto, la captación de talento y la capacidad de generar y
transferir conocimiento no parece tener importancia allí donde los valores que
impregnan a la administración, y su esencia y finalidad en sí misma más lo
justifican. Pero esta ineficiencia se proyecta exponencialmente a lo largo de
la carrera profesional, devaluando magníficos activos con vocación de servicio
público, ilusión y compromiso en la mejora contínua, que, con suerte, se
incorporan a otra organización en la que sí se valoran estos extremos (la
retención del talento no parece una prioridad en muchos casos) y en el peor
escenario, se suman a la masa transeúnte.
De este modo, podemos decir que el actual modelo de empleo
público sí parece articularse sobre la base de una cierta obsolescencia
programada, en cuanto prevé tan sólo un período útil de vida para el empleado,
así que llegado un cierto punto, el propio sistema facilita la incorporación a
una suerte de cementerio de elefantes, a retiros espirituales desde los cuales
se cumple estrictamente (eso sí) con el horario, al igual que lo hace el
mobiliario, sin aportar ni generar más valor, que el realizar, en el mejor de
los casos, las tareas obligadas con la ley del mínimo esfuerzo. Un sistema
que no se diseña desde procedimientos y mecanismos que permitan el desarrollo
profesional y la mejora desde la movilidad, la agilidad y la flexibilidad que
requieren en muchos casos, las nuevas demandas ciudadanas de una administración
proactiva.
Aunque en el mercado la obsolescencia programada es una
técnica planificada, voluntaria y deliberada, por acción, el hecho de que en el
ámbito público lo sea por omisión, por no asumir el reto de afrontar la
remodelación que el empleo público, en sus distintas fases, requiera, es decir,
por omisión, ni lo justifica ni exime de responsabilidad a una
administración que está obligada a disponer de los mejores recursos, del mejor
capital humano, y de éso hay mucho, no los obliguemos a “caducar. No
somos yogures.
Pero para cerrar, en positivo, decir que pese dibujo
realizado, el sector público cuenta con magníficos empleados y empleadas, que
cada día, sin apelar al horario establecido, al estatus quo ganado ni a su
condición “funcionarial”, contribuyen mucho más allá de lo esperado, generando
valor público, pensando y repensando el modelo organizativo y de servicios,
para una Administración del SXXI. Que frente a cualquier generalización existen
múltiples excepciones, brillantes ejemplos que rompen la regla, y permiten un
halo de esperanza. Pero éso no significa que no deba actuarse sobre el modelo
descrito. Como dice Carles Ramió en su magnífica reflexión:
“No pueden encararse los retos del siglo XXI y su revolución
tecnológica con una organización basada en el siglo XIX”
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