"La transparencia como fenómeno está vinculada a la digitalización"
“La pasión oscurece hasta la evidencia misma”
(Jeremy Bentham, Tratado de los sofismas políticos,
Leviatán, Buenos Aires, 2012, p. 147)
Por Rafael Jiménez Asensio. Blog la Mirada Institucional.- Cuando la tormenta política se advierte en el horizonte y
cuando, asimismo, en pleno fervor de la transparencia retornan viejos usos
propios de épocas pretéritas, conviene volver la mirada a los conceptos,
también a la Historia. Quizás sea oportuno recordar –aunque, como he dicho en
otro lugar, produzca algo de pudor tener que hacerlo- qué supuso la
publicidad para el avance paulatino de las sociedades democráticas
contemporáneas, también como antesala de la transparencia, ahora tan
aireada desde cualquier nivel de gobierno. La segunda sin la primera no existe,
mejor ni mentarla. A riesgo, si no, de incurrir en la mentira política, que al
final de esta entrada se trata.
Lo que aquí sigue es, en todo caso, un breve resumen (en
algunos pasajes retocado) de un capítulo que, con el mismo título, forma parte
integrante del libro Prevenir la corrupción. Integridad y Transparencia,
que aparecerá publicado a primeros de septiembre de 2017, coeditado por Los
Libros de la Catarata/Instituto Vasco de Administración Pública.
(…)
En las primeras revoluciones liberales la transparencia fue
una idea ausente. Sin embargo, no cabe duda que, tras la Revolución Francesa,
la publicidad de las sesiones parlamentarias representó un avance en términos
de transparencia, aunque diera pie a innumerables ejercicios de demagogia.
Edmund Burke criticó ácidamente esa publicidad, al calor de su frontal
enemistad intelectual hacia ese proceso revolucionario. Estas eran sus
palabras: “La Asamblea, órgano de estos clubs, representa la farsa de la
deliberación con tan poca decencia como libertad. Son como los cómicos que
representan ante un auditorio alborotado (…) Como han invertido el orden de
todas las cosas, el gallinero está en el patio de butacas”. A pesar de esa
agria censura, la publicidad de las sesiones, si bien de forma racionalizada,
se terminó imponiendo, pero no por ello se evitó ese debate durante mucho
tiempo. Fue una conquista del Estado Liberal.
Los revolucionarios franceses no se aproximaron siquiera a
esa idea todavía tan lejana de la transparencia. Pero, con la promulgación de
la Ley que preveía el artículo 8 de la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano, el principio de publicidad cerraba una larga etapa de oscurantismo y
arbitrariedad del poder, pero era algo todavía muy lejano a la noción de
transparencia.
El principio de publicidad echa raíces en el primer
liberalismo precisamente en el proceso de elaboración de la Ley. La
idea-fuerza, como bien expresó la profesora Paloma Biglino, es que “la ley,
para ser la expresión de la voluntad general, debe ser fruto de un proceso
público de elaboración, de forma que los miembros de la nación conozcan la
actuación de sus representantes”. Como concluye esta autora, “la publicidad de
la ley surge, por tanto, como uno de los pilares esenciales de la nueva forma
de Estado”. Publicidad en la elaboración, publicidad en la deliberación y
publicidad en la publicación. Los tres ejes del principio. No conviene
olvidarlo.
No obstante, en un cierto alarde de anticipación, los
revolucionarios franceses sí que pusieron el acento en la rendición de cuentas,
que resulta el anverso lógico de la idea de transparencia. El artículo 15 de la
Declaración de 1789 fue, en efecto, un reflejo de modernidad: “La sociedad
tiene el derecho de pedir cuentas de su administración a todo agente público”.
La rendición de cuentas hacía, así, tímido acto de presencia en la escena
pública.
Pero la lucha contra el Antiguo Régimen fue larga. Benjamin
Constant mostró, por ejemplo, su frontal rechazo de la arbitrariedad y sus
evidentes conexiones con las prácticas oscurantistas, frente a las cuales solo las
formas eran la verdadera garantía. Su cita es oportuna: “Lo que impide que
haya la arbitrariedad, es la observancia de las forma. Fuera de ellas todo es
oscuridad. Solo la formas son claras, solo a ellas puede apelar el oprimido”.
Caos desconocido
Todavía quedaba, sin embargo, mucho trecho para alcanzar la
publicidad de las actuaciones de la Administración. Una mente tan aguda como la
de Paine lo advirtió tempranamente al responder a Burke sobre el ataque de este
a la Revolución francesa: “Todo el mundo puede ver lo que hacen los
departamentos legislativo y judicial, pero con respecto a lo que se califica en
Europa del ejecutivo (…) se trata de un caos de cosas desconocidas”.
Los avances se produjeron, por tanto, sobre todo en el plano
normativo y también (más lentamente) en la garantías frente al poder arbitrario
y en el proceso judicial, especialmente penal. Se erradicaron las Lettres
de cachet (disposiciones normativas y resoluciones secretas). Y la
entronización de la Ley supuso también su necesario debate público y su
publicidad. El primer paso hacia la construcción del Estado de Derecho estaba
dado. Conforme describiera Hayek, un “atributo principal requerido por las
verdaderas leyes es que sean conocidas y ciertas”. La conclusión era obvia:
“Difícilmente puede exagerarse la importancia que la certeza de la ley tiene
para el funcionamiento suave y eficiente de la sociedad
libre”.
Las formas, en efecto, fueron un avance notable para limitar
el actuar despótico (e inescrutable) en el ejercicio del poder. Y lo siguen
siendo. Siempre se cita, en este contexto que sumariamente estamos
describiendo, la Ley sueca de 1766, que regulaba el acceso a la información
pública. Sin duda se trata de un precedente valioso, pero hay que situarlo en
su momento y en la sociedad de entonces. La transparencia como fenómeno está
vinculada a la digitalización. En el marco en el que se aprueba la ley sueca,
su recorrido se limitaba como es obvio al acceso a documentos escritos, y su
relación mucho más estrecha es con la publicidad de las normas y de la
actuación administrativa. No era exactamente hablando una Ley de transparencia.
Y lejos aún estaba de serlo. Pero, sin duda, abrió camino.
Control del poder
El control del ejercicio del poder en los primeros momentos
del Estado Liberal implicaba iniciar un proceso de dotar paulatinamente al
ciudadano de herramientas (una de ellas era, sin duda, el sufragio, en
principio reducido a un cuerpo electoral poco representativo) que habilitaban
para controlar al poder y, si se me permite la expresión, abrirle los ojos a
una realidad que no se le mostraba nunca a su alcance. Pero, en una sociedad en
gran parte analfabeta, el formalismo de esta idea era obvio: se garantizaba el
conocimiento de la norma a quienes eran propietarios o disponían de capacidades
acreditadas: el resto de la población quedaba fuera de sus impactos difusores,
al menos durante buena parte del período de construcción del Estado liberal.
Pero, en sí mismo, esos limitados instrumentos tenían un
potencial revolucionario que el propio Paine supo también advertir: “La mente,
al descubrir la verdad, actúa de la misma manera que actúa mediante el ojo al
descubrir los objetos: una vez que se ha visto cualquier objeto, es imposible
devolver la mente a la misma condición en la que estaba antes de verlo”. En eso
publicidad y transparencia se emparentan.
La entrada en acción de la democracia de masas abre un antes
y un después en este proceso. Las cuestiones del poder ya no solo interesan a
un número reducido de propietarios e ilustrados, sino que irrumpe un
conocimiento más amplio de lo que se hace en las instituciones. La ciudadanía
pierde el velo de la ignorancia: comienza a plantearse una exigencia mayor de
control del poder, siquiera sea en los períodos electorales donde se puede
premiar o castigar a quienes han llevado a cabo las riendas del gobierno
durante los últimos años. Lo dijo en términos muy precisos Bernard Manin: “Es
el rendimiento de cuentas lo que ha constituido desde el principio el
componente democrático de la representación. Y la representación actual aún
contiene ese momento supremo en el que el electorado somete a juicio las
acciones pasadas de los que están en el gobierno”.
La transparencia estaba aún lejos de aparecer en escena,
pero hubo diferentes testimonios de pensadores de principios del siglo XX que
la insertan de modo directo en el ejercicio de control del poder (entre ellos
las espléndidas reflexiones del filósofo Alain en su libro El ciudadano
contra los poderes). Una vez más el destierro de la ignorancia o el
desconocimiento (erradicar “el secreto”) se presuponía como el medio más eficaz
de controlar el poder, pero el salto cualitativo que se produce en la reflexión
es que existía una secuencia lógica entre publicidad y transparencia, y que
este hilo conductor no se puede romper, pues la segunda no puede existir sin la
primera. La democracia corre riesgo. Fue, sin duda, el primer paso en el
proceso que acabará entronizando la transparencia.
La verdad vs la publicidad
La transparencia, al igual que lo estaba de forma mucho más
incipiente y precaria la publicidad, está estrechamente ligada a la verdad. A
través de aquella buscamos saber lo que de verdad sucede en el ámbito de lo
público. Sin embargo, mentira y política han estado, por lo común,
entrelazadas. Siempre se han dado la mano, aunque no hay grandes contribuciones
doctrinales dedicadas a la mentira política ni a la necesidad de transparentar
tal actividad siempre y en todo caso. Quizás sobresalga por su evidente fuerza discursiva
un breve trabajo publicado por Alexandre Koyré en el contexto de la Alemania
nazi. En el prólogo a la edición española de este trabajo, Sánchez Pintado pone
de relieve la influencia que este opúsculo tuvo sobre la obra de Hanna Arendt,
en concreto sobre su opúsculo Verdad y Política.
Si bien la reflexión de Koyré está marcada por el contexto
totalitario sobre el que se proyecta, no por ello carece de elementos de
indudable interés en relación con el objeto de estas líneas. Su conclusión es
muy contundente: “En consecuencia, sostenemos que nunca se ha mentido tanto
como en la actualidad, ni se ha mentido de manera tan masiva y tan absoluta
como se hace hoy en día”. Este autor traslada asimismo el funcionamiento de las
sociedades secretas a la vida política, en cuanto que (en su esencia está)
“ocultar lo que se es y, para poder hacerlo, simular lo que no se es”, suelen
ser formas de actuar que se plasman con asiduidad en la propia actividad
política.
Viaje, por tanto, desde la publicidad a la transparencia que
no admite, por principio, ningún retorno. Volvamos a los conceptos y a la
Historia. Allí está todo, al menos lo que de momento conocemos. Quizás
aprendamos algo de todo ello, salvo que la pasión -como decía Bentham- nos
ciegue.
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