La lealtad demostrada, la confianza e incluso la
adscripción ideológica o partidaria pasan a considerarse requisitos
principales para la elección de los nuevos dirigentes públicos. Parece mentira,
con lo difícil que resulta entrar en la Administración por abajo -las temidas oposiciones-, y lo fácil que resulta en cambio
entrar por arriba, eso sí, compartiendo solidariamente la suerte que corra
quien te nombró.
Si nos vamos a las empresas públicas o participadas, los
cambios también son la nota común y los requisitos que prevalecen, bastante
parecidos. Como ejemplo, hace unos días me comentaba un directivo de una de
ellas que su nuevo jefe les había transmitido la necesidad de "adaptar la
estrategia de la empresa al programa político del nuevo gobierno", así,
sin anestesia. Esta empresa opera en un mercado en competencia, que es lo que
debería marcar sus prioridades estratégicas según la lógica empresarial, aunque
supongo que estarán revisándolas para hacerlas compatibles con otro tipo de
propósitos.
Lo que ocurre con los nuevos planes e iniciativas en cada
ciclo es que son entusiastamente lanzados y frustrantemente paralizados poco
después
Las sustituciones periódicas, que ya se aceptan por nuestro
sistema como algo rutinario y natural, provocan arranques de caballo y
paradas de burro, que es lo que deben sentir muchos directivos, funcionarios y
profesionales que, aguas abajo, ven lo que ocurre con los nuevos planes e
iniciativas en cada ciclo, que son entusiastamente lanzados y
frustrantemente paralizados poco después. Enfocarse así en el largo plazo
es muy difícil, toda vez que los propósitos serán cuestionados por el nuevo
entrante por el simple hecho de haber sido ideados, formulados o impulsados por
quienes son leales a "los otros".
Lealtad vs capacidad
La lealtad ha de ponerse en relación con las capacidades.
Sea cual sea el tipo de organización, pública o privada, empresarial o
administrativa, a la hora de nombrar a una persona para una responsabilidad, el
hecho de limitarse al pequeño universo de candidatos de lealtad probada -tengan o no la cualificación necesaria-, es un ejercicio miope. La lealtad es
importante, por supuesto, al igual que la confianza y la buena fe, pero nunca
deben sustituir, sino complementar a los requisitos básicos de cualquier
decisión de nombramiento: las capacidades.
Sucumbir a la tentación de rodearse de conocidos y
leales que trabajen a favor de la causa, no debería pasar por alto una
valoración objetiva y profesional acerca de su verdadera adecuación al perfil
necesario, que es lo que le va a permitir tener éxito en el desempeño de sus
responsabilidades. En el dilema entre lealtad y capacidades, más frecuente de
lo que parece, las segundas no deberían estar supeditadas a la primera.
Por otro lado, la lealtad debería serlo hacia la estrategia
general fijada, hacia la organización en su conjunto y hacia el interés
general, no hacia una persona en concreto, y mucho menos como agradecimiento a
favores debidos. Debería haber otras formas de agradecer los servicios
prestados que designando a alguien para una responsabilidad para la que no
está capacitado, por mucho que forme parte de nuestra guardia pretoriana. Le
hacemos un flaco favor a él mismo, cuya incapacidad terminará por dejarle
en evidencia, y es un jarro de agua fría público y notorio para la organización
o el equipo al que se incorpora.
La lealtad es importante, claro, pero nunca debe sustituir
sino complementar a los requisitos básicos de cualquier nombramiento: las
capacidades
Además, hay otro aspecto que no debemos pasar por
alto. ¿Por qué ha de suponerse que la persona verdaderamente capacitada,
aunque no sea conocida por quien o quienes la eligen, no va a ser leal y
confiable? La lealtad y la confianza son atributos que se construyen y que
caracterizan a los buenos profesionales, que lo tienen asumido como parte
inherente a su responsabilidad y lo demuestran a lo largo de su trayectoria,
algo que puede y debe ser comprobable.
Ya son suficientemente difíciles y exigentes las posiciones
de liderazgo y gestión directiva como para relajar los requisitos que han de
cumplir quienes han de ejercerlas. Empeñarse en elegir a un pavo para que se
dedique a trepar es mucho más torpe que elegir a una ardilla.
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