Por Rafael Jiménez Asensio.- La Mirada Institucional blog.- Han sido varias en los últimos tiempos las entradas de este
Blog dedicadas a la revolución tecnológica y, en particular, a su posible
impacto sobre el sector público.
También lo han sido las reseñas de libros que,
desde distintas ópticas, se ocupan de las hipotéticas consecuencias que
acarreará la digitalización, la automatización y la inteligencia artificial
sobre el empleo y sobre otras cuestiones que afectan a la administración
pública y a la sociedad futura. Insistimos una vez más en este importante tema
tomando como excusa la publicación del sugerente libro El empleo del
futuro. Un análisis del impacto de las nuevas tecnologías en el mercado laboral,
cuyo autor es el profesor Manuel Alejando Hidalgo.
Vaya por delante que el libro no trata del empleo público.
Apenas si cita a las Administraciones Públicas, salvo en momentos puntuales. El
enfoque del trabajo es económico (por tanto no se adentra en otros enfoques del
problema que aborda, por ejemplo, la filosofía o la ética) y toma el mercado
laboral como objeto. Pero muchos de sus análisis pueden ser trasladados, con
los cambios que sean oportunos, al sector público. Frente a la dualidad de
enfoques pesimistas/optimistas en relación con este problema, el autor se
confiesa “moderadamente optimista” y hace gala de ello a lo largo del libro, si
bien identifica algunos riesgos que ese proceso conllevará si no se adoptan las
medidas pertinentes (precarización del empleo y afectaciones a la igualdad).
Sin duda nos encontramos en la puerta de una revolución
tecnológica que, como fue en su día la revolución industrial (de donde la obra
arranca magistralmente), comportará entrar en esa relación dialéctica
entre sustitución/complementariedad. La tesis del libro la adelanta el
autor en la página 64 de su obra. Así afirma: “No obstante, si bien el efecto
sobre la cantidad de empleo no debe preocuparnos en exceso, sí son relevantes
las consecuencias en otras variables de importancia extrema: la desigualdad y
la precarización”.
Automatización
Los procesos de automatización inicial e implantación
ulterior y gradual de “máquinas que piensan”, son imparables. Todo ello tendrá
consecuencias inevitables sobre los empleos, pues la Inteligencia Artificial
“ha llegado para quedarse”, aunque en su primer estadio (automatización) los
resultados son muy desiguales. Por ejemplo, según datos que se manejan en el
libro, "hay un 20 % de compañías que ya han adoptado estas tecnologías, un 40 %
que han comenzado a experimentar con ellas” y “otro 40 % que aún no está
experimentando ni implementando la IA”. Probablemente el sector público (con
contadas excepciones o áreas de actividad muy puntuales) se encuentra en este
furgón de cola.
En la primera ola de automatización la afectación de la
revolución tecnológica sobre el empleo se centrará en determinadas tareas
rutinarias o manuales. Pero, a nuestros efectos, lo realmente importante del
libro se halla en las consecuencias que tendrá “la segunda ola de
automatización”, donde ya no se descarta el impacto intenso sobre tareas de
contenido cognitivo tanto rutinarias como no rutinarias. Y el profesor Hidalgo
pone muchos ejemplos. Pero, por lo que afecta al sector público, conviene
resaltar que hay ámbitos como la sanidad y la educación donde los riesgos de
afectación son menores (pero no por ello menos importantes, sobre todo con
secuelas evidentes en muchas tareas).
Tipos de tareas
El aspecto clave de este recomendable libro se encuentra
cuando el autor diferencia nítidamente entre ocupaciones o empleos (puestos de
trabajo) y tareas. La distinción puesto de trabajo/tarea es primordial en el
sector público, pues no cabe duda que muchas tareas van a automatizarse y lo
que se trata de definir con carácter previo es “si éstas son realmente
importantes o relevantes dentro de un empleo”. Si en un determinado puesto de
trabajo se automatizan la totalidad o mayor parte de las tareas resulta obvio
que ese puesto ineludiblemente deberá ser amortizado, pues su contenido
funcional (o gran parte del mismo) se evaporará. El profesor de la Universidad
Pablo Olavide –siguiendo en este punto otros trabajos publicados sobre este
mismo objeto (Clasificación ISCO)- ordena las ocupaciones (lo que en el ámbito
público, salvando las distancias, denominaríamos como puestos de trabajo) por
intensidad de características en las tareas realizadas, en torno a cuatro ejes
de tareas: a) Rutinarias; b) Inteligencia; c) Fuerza física; y d) Habilidades
sociales.
De todo ello se concluye con facilidad, en primer lugar, que
los puestos de trabajo con mayores impactos de automatización son, en un primer
estadio, aquellos que desarrollen un alto contenido de tareas rutinarias y
manuales. Los menos afectados inicialmente serán aquellos en que las tareas
requieran dosis elevadas de inteligencia para ser desarrolladas y, asimismo,
donde se requieran habilidades sociales (comunicación, empatía, etc.). Al menos
en una primera fase, “sólo un porcentaje limitado de empleos estará en el corto
y medio plazo sujeto a la automatización”. Pero esta afirmación, por lo que
afecta a la Administración Pública ha de ser entendida en su correcto sentido:
determinados puestos de trabajo en los que una parte (mayor o menor) de las
tareas que se desempeñan se automatizarán, ello tendrá como impacto derivado la
reducción (también mayor o menor) del número de dotaciones de esos puestos de
trabajo.
La segunda conclusión parece también obvia. Como bien afirma
el autor, lo cierto es que la inmensa mayoría de los puestos de trabajo se
verán afectados por la automatización/IA, pues con mayor o menor intensidad
según los casos sus tareas (o buena parte de ellas) se transmutarán
necesariamente dentro del proceso dialéctico sustitución/complementariedad. Las
máquinas facilitarán determinadas tareas, pero asimismo a las personas se les
pedirá adaptabilidad permanente, aprendizaje continuo y valor añadido. Y ello
nos lleva derechamente al campo de las nuevas competencias que se deberán
exigir también a los profesionales del sector público. El autor lo expone
crudamente individualizando el problema: “Cualquiera que desee maximizar las
probabilidades de obtener un buen empleo en el futuro deberá fomentar las
habilidades que las máquinas no podrán ofrecer”. Y concluye: “Serán los
trabajadores menos educados los que tendrán mayor probabilidad de ser
sustituidos”; pues en la revolución tecnológica, como en cualquier otro proceso
de estas características, habrá ganadores y perdedores. Lo importante es no
situarse entre estos últimos, para lo cual la formación continua y la
adaptación permanente es la respuesta. De tal modo que las habilidades más
cotizadas en ese complejo escenario de revolución tecnológica serán, “la
originalidad, la fluidez de ideas, el razonamiento deductivo, la sensibilidad
al problema y el razonamiento deductivo”. Dicho en otros términos: las
habilidades más valoradas “serán aquellas relacionadas con las capacidades
cognitivas del ser humano, las que se sustentan en la inteligencia humana”.
Las AA.PP a la espera
En fin, no hace falta ser muy incisivos para observar con
preocupación que las Administraciones Públicas españolas están en estos
momentos muy distantes de captar siquiera cuál pueda ser el impacto que la
revolución tecnológica tendrá sobre sus estructuras organizativas y sobre sus
propias plantillas. De momento es un problema que no está en la agenda. Cuando
ni siquiera se ha hecho, salvo contadas excepciones, un estudio de prospectiva
sobre los impactos (ya inmediatos) que tendrán las jubilaciones en masa sobre
el relevo intergeneracional y la gestión del conocimiento en el sector público
en los próximos 10 años, la pregunta de cuáles serán los impactos que la revolución
tecnológica tendrá sobre el empleo público suena en el sector público, todavía
hoy, a ciencia ficción. Más grave, relacionado con lo anterior, es el
mantenimiento de sistemas selectivos absolutamente periclitados y obsoletos,
que no miden nada las (nuevas) competencias necesarias para hacer frente a una
revolución tecnológica que ya está llamando a la puerta, por mucho que la
Administración Pública tarde en abrirla o pretenda cerrarla de un portazo. Ni
siquiera así conseguirá eludir lo inevitable. Ningún trazado selectivo de los
que actualmente se realizan en el ámbito público da prioridad a la inteligencia
como factor diferencial, ni tampoco mide correctamente las habilidades blandas
(soft skills) como tampoco evalúa por lo común el pensamiento crítico. Y eso es
lo que demanda el futuro, aunque en nuestro caso sigamos siendo prisioneros del
pasado.
Este recomendable libro del profesor Hidalgo finaliza con
unas reflexiones enormemente válidas para ser trasladadas a nuestro ámbito
público. Parafraseando a Roosvelt, el autor nos traslada que “no debemos tener
miedo a lo que está por llegar, sino que debemos temer al miedo que nos
paraliza, aquel que nos lleva a no hacer nada". Tal como se expone al inicio de
este post, sobre todo debemos tener miedo a no hacer nada. Y este es mi temor y
el de otras muchas personas que se ocupan o preocupan de lo público; que por
enésima vez las Administraciones Públicas españolas sea incapaces e impotentes
de transformarse y adaptarse a los cambios espectacularmente acelerados que se
avecinan. Lo alarmante es que se apodere el miedo, la inacción o el eterno
aplazamiento en todos aquellos actores (políticos, directivos, funcionarios,
agentes sociales, etc.) que deben poner en marcha ese inevitable proceso de
transformación. No sería la primera vez, pero en este caso intuyo que, por el
alto contenido disruptivo que (en términos de Schumpeter) tendrá esta
revolución tecnológica, sería la última. La Administración Pública como
institución, aunque de momento nadie se dé por enterado, se juega todo su
futuro y credibilidad en ese empeño.
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