Por Hay Derecho web.- La publicación de la sentencia de los ERES nos obliga a
hacer algún comentario editorial, pues no por esperada resulta menos relevante.
El análisis de este tipo de acontecimientos debería implicar la distinción
entre el ser y el deber ser y también entre las dimensiones política, ética y
jurídica.
La triste realidad es que, mientras el análisis jurídico queda en
barbecho hasta el momento en que la sentencia pueda ser leída por quienes tenga
capacidad de interpretarla – y presumiendo siempre la calidad del trabajo
realizado por los jueces, en definitiva unos profesionales independientes- el
análisis político surge en tromba en los medios y en las redes, aunque con un
alcance limitado a dos perspectivas: la de quienes estiman que el fuerte
varapalo a un partido que esta sentencia implica debería tener las mismas
consecuencias políticas que el que tuvo la sentencia que afectó al otro
partido, y las de quienes estiman –los del partido hoy afectado- que la
sentencia se refiere a dirigentes políticos anteriores que se encuentran
espiritual, jurídica y políticamente a galaxias de distancia de los actuales,
por lo que huelgan los comentarios y, por supuesto, las consecuencias
políticas.
Lamentablemente, este tipo de análisis se agota en sí mismo
y solo produce la íntima satisfacción partidista de constatarse mejor que el
contrario político, después de sesudas y detalladas disquisiciones acerca de si
el montante del desfalco fue menor o mayor, si el superior jerárquico estuvo o
no enterado, si la corrupción era regional o nacional o si el político de turno
robó para sí o para el partido. Todos ellos, en definitiva, instrumentos
sicológicos para almibarar la situación, para distanciar psicológicamente, con
una importante dosis de fudge factor, una realidad ineludible: los
partidos políticos se corrompen y roban y, lo que es peor, parece que necesitan
hacerlo para subsistir en la coyuntura actual. Es más, ni siquiera esta inútil
e improductiva farsa sirve a corto plazo para conseguir objetivos políticos,
pues han de conjuntarse los astros para que la aparición de una sentencia como
esta o como la de Gürtel derribe un gobierno. Tristemente, la crítica política
se va a quedar en autosatisfacción sicológica de cortos vuelos para el
ciudadano y un penoso espectáculo de medios de comunicación y presuntos
intelectuales de parte que son capaces de blanquear lo inblanqueable, quizá por
un plato de lentejas, con más o menos compango, o casi peor, convencidos de lo
que dicen.
Análisis ético
Se echa, pues, de menos un análisis ético, de consecuencias
políticas. La discusión sobre los contactos entre Moral, Política y Derecho son
centenarios, y modestamente nos alineamos con quienes entienden que la
separación absoluta entre las tres disciplinas es peligrosa, si bien la
cuestión de cuál deba ser el contacto sea discutida. Pero lo que no parece de
recibo es que no produzca efecto moral alguno la constatación que los
principales partidos en el poder desde hace décadas tuvieran montados unos
sistemas de desvalijamiento de los fondos públicos que podríamos llamar
estructural, en el sentido de que forma parte del normal funcionamiento del
sistema. No esperamos que hubiera habido, de acuerdo con las antiguas
herramientas morales, examen de conciencia, dolor de los pecados, confesar los
pecados, propósito de la enmienda y cumplir la penitencia; pues quizá la
terminología se considere obsoleta y responde a principios religiosos y no
políticos; pero no habría sobrado un mínimo reconocimiento del mal realizado al
país, sea por los dirigentes actuales o por los antiguos, un rechazo ético de
las actuaciones y un firme propósito de cambio estructural para que no vuelva a
ocurrir. Es más, no solo no ha habido eso, sino que las actuaciones previas de
obstaculización a la justicia, retardo malicioso, negación de la realidad han
mostrado paladinamente su escaso arrepentimiento y previsible continuación en
la linea de actuación, si se pudiera.
Creemos, pues, que este análisis ético debería ser el
principal y conllevar las reformas estructurales que desde hace tiempo
venimos reclamando. Lo importante no es la maldad o bondad de determinados
políticos o ideologías, sino la constatación de que tales conductas obedecían a
incentivos del sistema que llevaban a que los partidos se financiaran de esa
manera, a que a consecuencia de ello invadieran todas las instituciones para
beneficio propio y de su clientela, a que la carrera política dependa de la
lealtad al jefe y no al ciudadano y a que se generaran caudillismos políticos
exentos de toda responsabilidad política. La caída del bipartidismo tuvo mucho
que ver con ello, pero no parece que tal batacazo haya supuesto una lección
aprendida y aprobada, sino que, por el contrario, hasta los nuevos partidos, que
enarbolaban la bandera de la regeneración, parecen haber sucumbido a las mieles
y comodidades del sistema.
Sin embargo, la salud de éste pasa, tanto en este asunto
como en la resolución de la incertidumbre política actual, en un gran
pacto político que se haga consciente de esos problemas estructurales y les
ponga remedio. En beneficio de todos.
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