Por Carles Ramió. Blog EsPúblico.- En un futuro no muy lejano habrá un volumen importante de
empleados públicos con edad elevada trabajando en la Administración pública. El
incremento de la expectativa de vida y el desequilibrio demográfico europeo que
va a poner en riesgo la sostenibilidad del sistema de pensiones van a imponer
que las personas con más de 65 años sigan laborando. Esta dinámica de
gerontocracia laboral se va a producir tanto en el sector público como en el
privado. Pero seguramente va a iniciarse en el sector público y luego el ámbito
privado tenga que seguir su ejemplo. No puede perpetuarse por mucho más
tiempo un modelo laboral pensado para un tiempo pasado que ha quedado obsoleto.
Suele ponerse como ejemplo que el primer país que implantó un sistema de
pensiones (iniciativa de Bismarck en Alemania en 1889) fijó la edad de
jubilación a los 70 años cuando la esperanza media de vida de los hombres no
llegaba a los 40 años. Este contraste entre edad de jubilación y
esperanza de vida hizo financiable unas pensiones públicas, pensiones que sólo
iban dirigidas a las capas altas de la sociedad alemana, las únicas capaces de
poder alcanzar tal edad. Cuando se definió en España el modelo
laboral y el sistema de pensiones la gran mayoría de la masa laboral se
incorporaba como muy tarde a los 14 años. Se jubilaba a los 65, con una
media de unos 50 años como población activa, y su expectativa de vida no era
muy superior a los 70 años. El resultado de este modelo es que un ciudadano (en
aquel tiempo del género masculino) pasaba 50 años dentro del sistema laboral y
como mucho 20 como clase pasiva en sus fases de infancia, formación y de un
limitado periodo de descanso antes de su defunción. La situación actual es
radicalmente distinta ya que la incorporación efectiva de los jóvenes en el
trabajo es ahora como media a los 23 años y la expectativa de vida se
acerca a los 85 años. Al jubilarse a los 65 años (la media actual real es más
baja) implica que un ciudadano medio se acerca a los 20 años en su periodo como
jubilado. El resultado es que un ciudadano contemporáneo a lo largo de su
vida pasaría a estar en modo clase pasiva entre 40 y 45 años y como clase
activa unos 40 años como mucho (hay que tener en cuenta que la actual
inestabilidad en el trabajo suele implicar unos años en el desempleo entre
distintos empleos).
Los cambios en las expectativas de vida y en la
organización social (periodos más dilatados de formación, etc.) no sintonizan
con el planteamiento de un modelo en el que la jubilación universal se produzca
a los 65 años. Es un modelo obsoleto que hace insostenible económicamente el
sistema de pensiones y que es injusto con personas que a los 65 años no son ni
se sienten viejas.
Profesores eméritos
La Administración pública ya ha empezado a cambiar el
modelo clásico. Por ejemplo, los profesores de universidad se jubilan
actualmente a los 70 años, y no son excepcionales los casos en que se acogen al
recurso de ser eméritos y continúan trabajando hasta los 75 e incluso a los 80
años. Aunque la gran mayoría de los empleados públicos siguen jubilándose a los
65 años tienen la posibilidad, previa autorización de la Administración, de
jubilarse a los 70 años.
No es descabellado plantear que en un futuro no muy lejano los empleados públicos (y también una parte de los empleados privados) se jubilen a los 75 años. Se trata, al fin y al cabo, de adaptar la edad de jubilación a las expectativas de vida y a la necesidad de sentirse y ser activo en una etapa de la vida que todavía no es de vejez real.
No es descabellado plantear que en un futuro no muy lejano los empleados públicos (y también una parte de los empleados privados) se jubilen a los 75 años. Se trata, al fin y al cabo, de adaptar la edad de jubilación a las expectativas de vida y a la necesidad de sentirse y ser activo en una etapa de la vida que todavía no es de vejez real.
Pero la realidad que imponen los nuevos ciclos vitales
biológicos, intelectuales y personales no sintonizan necesariamente bien con
los ciclos laborales. El modelo laboral actual desgasta con el tiempo a buena
parte de la masa laboral. Hay que diferenciar la circunstancia de que una
persona a los 65 años es joven física e intelectualmente pero, en cambio, puede
ser vieja y obsoleta a nivel laboral. La vejez laboral suele ser ahora más
prematura que la vejez física. Hay dos elementos que explican la vejez laboral:
por una parte el desgaste físico e intelectual que generan la acumulación de
diferentes trabajos (o un mismo trabajo muy exigente como el de docente o
de enfermería) y, por otra parte, la dificultad de que a cierta edad un
trabajador sea permeable al reciclaje en unos ámbitos laborales y tecnológicos
con transformaciones constantes y rápidas.
El caso más evidente de desgaste laboral, que implica
cansancio y falta de motivación, es el del personal de enfermería que presta
sus servicios en un hospital en los servicios de urgencias o en unidades de
tratamiento de enfermedades graves. Algunas investigaciones demuestran que el
personal de enfermería difícilmente puede estar más de 15 años laborando en
puestos de trabajo de alta exigencia física y emocional. Después de este
periodo de tiempo son profesionales exhaustos (Síndrome de Burnout)
que hay que trasladar a puestos de trabajo de más baja intensidad (puestos
administrativos o en puestos de atención a la asistencia primaria). Otro
ejemplo, no tan extremo, es el del personal docente de primaria y secundaria,
que actualmente suele jubilarse a los 60 años. La labor docente implica también
un importante desgaste intelectual y físico que aconseja anticipar la jubilación.
Los dos ejemplos tienen un cierto carácter excepcional pero hay que decir que
sucede lo mismo, aunque con mayor dilatación temporal, en el resto de puestos
de trabajo. Se envejece antes a nivel laboral que a nivel físico. El
envejecimiento laboral viene determinado por el desgaste que genera una pérdida
de motivación. Es decir, la falta de motivación es el principal problema.
Edad y reciclaje profesional
Por otra parte, existe también el problema de que a
partir de determinada edad se es mucho menos permeable al reciclaje profesional.
Antes, las personas invertían un periodo de tiempo a la formación para luego ir
replicando lo aprendido, dentro de un espacio de confort, hasta la edad de
jubilación. Las tecnologías y la nueva organización del trabajo exigen
que la formación y el aprendizaje ya no sean una etapa de la vida sino que
deben estar presentes durante toda la existencia laboral. No parece que este
problema sea de carácter intelectual sino más bien de una cultura social
acostumbrada a incorporar una zona de confort durante los últimos años de vida
laboral. Que no es un problema intelectual lo demuestra el gran porcentaje de
personas con una elevada edad que se han reciclado para incorporarse con éxito
a la revolución digital. Una ciudadanía madura que ha abandonado su zona de
confort de no reciclarse motivada por no perderse la oportunidades y ventajas
del mundo digital. En cambio, en el mundo laboral suele ser habitual que los
trabajadores cuando vislumbran cerca la edad de su jubilación (unos diez o
quince años antes) bajen la intensidad en su lucha por el reciclaje constante y
se vayan abandonando hasta quedar totalmente obsoletos. Es un problema
psicológico y social de falta de motivación para continuar con sus esfuerzos y
no tanto de incapacidad intelectual.
Estos procesos de baja motivación vinculada al incremento
de edad física y laboral inciden en una baja productividad de las personas
mayores en el ámbito laboral. Por ejemplo, es una evidencia empírica que los
empleados públicos con más edad suelen frecuentar más las bajas por enfermedad
que los profesionales más jóvenes. «La variable edad es determinante en el
abordaje del absentismo para cualquier organización. Presenta, para puestos
técnicos, una relación directa entre edad y tasa de IT (Incapacidades
Transitorias), a mayor edad mayor tasa de IT. Por otro lado, cuando la variable
edad se asocia a sexo, el número de IT se incrementará en mayor medida a razón
de variables antecedentes y consecuentes de dicha conducta absentista como son,
la salud, las cargas familiares, el cuidado de la familia extensa en períodos
de crisis, etc.» (Pérez, 2016: 65).
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