(José Luís L. Aranguren, Ética, Biblioteca Nueva, 2009, p.
292)
Por Rafael Jiménez Asensio.- La Mirada Institucional blog .- Una misión del Grupo de Estados contra la Corrupción
(GRECO), del Consejo de Europa, ha estado de visita en España para evaluar los
sistemas normativos y de integridad en la Administración del Estado.
Probablemente, les habrán invadido con referencias a leyes que regulan las
incompatibilidades, los conflictos de interés, la transparencia y otras
cuestiones por el estilo. Leyes que no falten. Otra cosa es que se apliquen o
que las huellas de su vigencia procedan en algún caso de tiempos remotos (como
la regulación de incompatibilidades en el empleo público, aprobada en 1984).
Pero no es de leyes de lo que quiero hablar en estos
momentos. Las leyes, como he dicho, abundan por doquier, más en un país en el
que gobernar a través de los Boletines Oficiales es algo que, al parecer,
seduce a nuestros políticos y les hace entrar en situación de éxtasis (más si
“legislan” a golpe de decreto-ley, pues el chute es instantáneo). Lo que aquí
quiero exponer girará, en cambio, en torno al segundo elemento de los
propuestos: la integridad. Más precisamente de los sistemas o marcos de
integridad en la Administración Pública. Como la visita del GRECO se centra en
la Administración del Estado lo propio es tratar de ella.
Pues bien, intuyo que el alcance de la misión habrá sido
breve en lo que a este último punto respecta, pues la integridad no ha formado
parte de la agenda política ni en los seis años del gobierno anterior ni en los
meses (aunque a algunos les parezca una eternidad) que lleva gobernando el
actual gabinete. Miento, el gobierno anterior si que abordó la ética en sus
medidas normativas, pero fue solo para “derogar” el Código de Buen Gobierno que
se aprobó en 2005 y que era aplicable a los altos cargos de la Administración
del Estado, operación de desguace que se hizo efectiva a través de la Ley
3/2015, de 30 de marzo, reguladora del estatuto del alto cargo. Curioso, cuando
menos, que una Ley se dedique a “derogar” acuerdos de un Gobierno sin valor
normativo. Habrá que revisar de nuevo nuestro sistema de fuentes del Derecho y
los principios que lo informan. Aparte todo, semejante acción fue un empeño
inútil, pues en verdad tal Código (como detalladamente estudió Manuel
Villoria: El marco de integridad institucional en España, Valencia, 2012)
nunca se había aplicado. Pero esa sorprendente derogación dice mucho de las
ansias de integridad institucional que alimentaban al gobierno saliente. El
entrante, que lo hizo con la bandera de castigar la corrupción (¿o ya nos hemos
olvidado?) no ha dedicado de momento ni un minuto de su tiempo a reparar el
destrozo hecho, ni a proponer nada nuevo. Esperamos pacientemente a que lo
haga.
La integridad, a la baja
La integridad, por tanto, no cotiza al alza en la
Administración del Estado. El Estatuto Básico del Empleado Público cometió la
torpeza de regular por Ley un Código de Conducta de empleados públicos, que
prácticamente ha estado en el olvido durante casi doce años sin que su reflejo
normativo se haya notado en nada en lo que afecta a la mejora del servicio
público bajo pautas de integridad. Apenas nadie sabe de su existencia, ni los
propios funcionarios. Es la transformación de la ética en cosmética, que diría
Adela Cortina. El Parlamento español aún está esperando que las cámaras
aprueben un Código de Conducta, algo que ya el GRECO ha recriminado en varias
ocasiones. El interés de nuestros representantes por estas cosas se aproxima a
cero: la vacante de la presidencia del Consejo de Transparencia y Buen Gobierno
lleva más de un año sin cubrirse. Nadie propone nada y nadie negocia nada. El
Poder Judicial aprobó a trancas y a barrancas unos “Principios de Ética
Judicial”, que dejó dormitar hasta que un informe del GRECO, una vez más, hizo
despertar a sus señorías tras un soberano tirón de orejas. Pero el promotor de
tal Código, el CGPJ, sigue sin aplicar su propia medicina. Paradojas de la vida
institucional española. De los órganos constitucionales, mejor no hablar. La
integridad institucional no está en su agenda ni se la espera. La CNMC sí que
aprobó en 2015 un Código de Conducta con un (incompleto) sistema de integridad.
Una isla en el un océano de desinterés por la prevención de prácticas
inadecuadas y de refuerzo de la cultura ética. Únicamente, en un reciente
documento promoviendo la Dirección Pública Profesional en la AGE (aunque con un
marcado sesgo corporativo), FEDECA ha propuesto la necesidad de aprobar un
Código de Conducta para los directivos públicos. Hasta ahora, predican en el
desierto.
Y, en esas estamos. Mientras los escándalos de corrupción se
multiplicaban y también mientras las malas prácticas se instalaban en el
funcionamiento de buena parte de las organizaciones públicas, nadie,
absolutamente nadie, apostaba desde la Administración General del Estado por construir
un sistema preventivo que ayudara a mejorar la infraestructura ética de
nuestras organizaciones públicas, así como a reforzar la confianza de los
ciudadanos en sus instituciones. Y, todo apunta, que así seguiremos, hasta que
un nuevo tirón de orejas (el enésimo a nuestro sistema institucional) del
futuro informe GRECO obligue a ponerse las pilas.
En todo caso, haré una confesión final: hace semanas recibí
una invitación para conversar este mes de enero con la misión citada por
espacio de 1 hora en la capital de España. Decliné la invitación básicamente
porque desplazarme desde Donosti a Madrid para exponer lo que no se había hecho
era suficiente con unos pocos minutos, y porque tal dispendio de tiempo en el
desplazamiento me causaba (también he de señalarlo) algunos trastornos
profesionales importantes. En realidad, de lo único que podía haber informado a
los miembros de esas misión, con un mínimo de conocimiento por mi parte, era
precisamente de los sistemas de integridad y de los códigos éticos o de conducta
que se habían puesto en marcha en algunas (todavía muy pocas) Comunidades
Autónomas y en ciertos gobiernos locales (con las experiencias vascas como
pioneras en ambos casos), pero el objeto de la entrevista era otro: la
Administración del Estado. Y sobre ella, poco más de lo que aquí he expuesto
podría haber dicho. Presumo que, tras el informe que emita el GRECO, irán
cambiando las cosas, también en la lucha preventiva contra la corrupción y la
construcción de marcos de integridad en la AGE. La pena es que siempre nos
movemos cuando nos empujan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario