Manuel Pimentel. Blog EsPúblico. Todo se mueve, nada permanece. El vendaval digital que todo
lo sacude, zarandea, también, a nuestras instituciones, que se ven puestas en
cuestión en cuanto dejan de responder a las demandas de sus ciudadanos. La
Unión Europea, los estados nación, las comunidades autónomas, y, en menor
medida, también, los propios municipios, sufren los desajustes ocasionados por
una sociedad que evoluciona con mayor rapidez que las normas y los presupuestos
que las regulan. Pero, curiosamente, no todos los niveles institucionales
sufren de igual manera.
En estos tiempos azarosos en los que casi todo está en
entredicho, los municipios parecen gozar de cierta impunidad institucional,
siendo los mejores valorados, los más respetados y los menos puestos en
entredicho por sus ciudadanos.
Estamos a las puertas de grandes cambios de todo tipo -desde luego políticos e institucionales- y los municipios son las entidades
que con mayor solidez asientan su futuro. Podrá desaparecer la Unión Europea,
algunos de sus países miembros, las autonomías, pero los ayuntamientos
seguirían existiendo. Merece la pena que analicemos someramente estas
tendencias, porque nos ocuparán – y mucho – durante estos próximos años. En
general, los municipios españoles se han convertido en unos eficientes
prestadores de servicios públicos para sus ciudadanos, bien sea mediante
gestión directa o mediante gestión externalizada. Son percibidos como
instituciones gestoras, cercanas y amables.
Sus debates y decisiones se
encuentran pegadas a la realidad que viven sus ciudadanos, que las entienden
porque les afectan de lleno. No es frecuente – a diferencia de otras
instituciones – que los ayuntamientos se metan en grandes luchas ni contra el
estado, ni contra otras ciudades, por lo que su imagen suele ser constructiva y
conciliadora. Además, siempre han cumplido los marcos financieros y
presupuestarios aprobados por las leyes, sin haberse adentrado en polémicas
artificiales y estériles. De hecho, en la actualidad, son las instituciones más
saneadas presupuestariamente y, generalmente, las que mejor pagan.
Los municipios son instituciones naturales, que surgen de
manera casi espontánea. Vivimos en ciudades y sin sus servicios nuestra vida
resultaría, sencillamente, imposible. Es la institución más cercana, la que
percibimos cotidianamente y la primera que construimos desde la antigüedad. El
resto de instituciones superiores se muestran más alejadas y complejas, por lo
que, en estos tiempos de desconcierto y mudanza, sufrirán en mayor grado al
estar más expuestas al huracán que nos azotará de manera inmisericorde.
Sociedad digital
La sociedad digital exigirá nuevas instituciones para su
gobierno. Las que hasta ahora conocemos se demuestran insuficientes y aún lo
serán más en el futuro. Por ejemplo, ya vemos como los estados se muestran
incapaces de recaudar impuestos a las grandes multinacionales tecnológicas o de
gestionar con prudencia y humanidad los fenómenos migratorios. La revolución
tecnológica creará una nueva sociedad, nuevas formas de relacionarnos y las
instituciones tendrán que adaptarse a sus requerimientos globales. Por eso, con
alta probabilidad, nos veremos sometidos a fuertes crisis políticas, a la
espera de que seamos capaces de construir las instituciones adecuadas a la
nueva realidad, lo que, sin duda, nos llevará algún tiempo y muchos sobresaltos
por aquello de la prueba y error. A día de hoy ni siquiera alcanzamos a
imaginarlas, por lo que tendremos que estar abiertos a propuestas y a ideas
nuevas que nos permitan avanzar hacia fórmulas de mejor gobierno.
La propia Unión Europea, una institución nacida en la buena
dirección en estos tiempos en los que se hacen precisas instituciones más
grandes, globales y poderosas, experimenta en estos momentos una severa crisis.
El Brexit, el desafecto de sus ciudadanos, el avance de los populismos antieuropeos
o la crisis soterrada del euro, hacen que, en estos momentos, la Unión Europea
no ilusione a sus ciudadanos, tal y como pasara décadas atrás. Ha perdido
impulso y aparece atascada en sus ininteligibles afanes burocráticos. Sin
embargo, es una institución que se debería cuidar y mejorar, pues precisamos de
dimensión para poder abordar las cuestiones fundamentales del siglo en el que
nos toca vivir. Faltan ideas sobre la mesa que sean capaces de ilusionarnos de
nuevo, ojalá pronto seamos capaces, entre todos, de engendrarlas.
Los estados naciones también sufren desajustes, incapaces de
gobernar, en verdad, una realidad digital que los supera y que amenaza con
hacer saltar sus costuras. Los populismos de diverso tipo los vapulean aquí y
allá, impidiéndoles políticas estructurales de largo plazo. Vemos como los
países miembros son dirigidos por gobiernos débiles, al albur de complejas
coaliciones y de conflictos internos. Muy endeudados en su mayoría, son
contestados por sus ciudadanos. Los chalecos amarillos de Francia sería la
enésima muestra de ello. Las democracias nacionales tendrán que revisarse si
quieren continuar siendo un actor exitoso a largo plazo. Nadie garantiza ya que
lo que hasta ahora funcionó, siga sirviendo para el futuro incierto que se abre
ante nosotros.
Las Comunidades Autónomas están también en entredicho.
Nacieron al calor de la constitución del 78 que, con tan buena intención como
poco tino, entendió que era la mejor manera de resolver el secular problema
territorial jaleado por los diversos nacionalismos. Después de una serie de
idas y venidas entre autonomías del artículo 151 y del 143, al final terminó
aplicándose el criterio del “café con leche”, o sea autonomía casi igual para
todas las regiones. Desde entonces, ya lo sabemos, nada se ha arreglado. Y ahí
tenemos los sucesos de Cataluña como buena muestra de que para nada sirvieron
las buenas intenciones de los padres de la constitución. La dinámica política
tampoco ayudó. Los nacionalistas fueron forzando más y más cesiones, competencias
y presupuestos a un gobierno central siempre necesitado de sus apoyos para
gobernar. Al final, las autonomías, aún habiendo realizado una excelente tarea
en la prestación de múltiples servicios, se han convertido en pequeños estados,
con ribetes soberanistas, reivindicación permanente, egoísmo crónico, y
reiteración ineficiente de competencias y servicios. Como ciudadanos, a veces,
tenemos la impresión de que trabajamos para mantener el entramado autonómico en
vez de que las autonomías trabajen para nosotros. El fraccionamiento de la
sanidad, la educación o de la carrera de los funcionarios, por ejemplo, no
redundan en un mejor servicio a los ciudadanos, sino que, por el contrario, nos
complican la vida, con cartillas, legislaciones o licencias diferentes para
cada comunidad autónoma.
Garantizar la igualdad
Tampoco hemos conseguido mejorar la igualdad entre los
españoles, que resultan favorecidos o perjudicados fiscalmente en función de su
lugar de residencia. En estos momentos en los que deberíamos caminar hacia la
convergencia fiscal con toda Europa, nosotros la fraccionamos sin que
terminemos de vislumbrar las ventajas que estas desigualdades suponen para el
ciudadano de a pie.
Al final, el artefacto autonómico que creamos -a pesar de
algunos elementos positivos- no ha funcionado. Ni ha apaciguado a los
nacionalismos, ni ha hecho a los españoles más iguales entre sí, ni ha mejorado
la igualdad de oportunidades. Este entramado autonómico, pues, tarde o
temprano, tendrá que ser sometido a revisión y ya son muchas voces -y no sólo
las radicales de VOX- las que claman por racionalizar un artefacto que se nos
fue de las manos en gasto y se nos quedó corto en servicios y eficacia. La
descentralización es buena, los elementos diferenciales positivos, pero todo
ello debe servir para mejorar la calidad de vida y no para perjudicarla. Ya
veremos como vamos encauzando este debate fundamental, que exigirá de grandes
consensos, hoy por hoy, desgraciadamente, inimaginables.
Los vientos de la historia agitan nuestras instituciones,
que sufrirán bajo el huracán digital que se barrunta. Ninguna de ellas se verá
libre de tensiones y de cambios, pero las municipales serán las mejores
asentadas y preparadas para abordarlos. Pero que no se duerman, no vaya a ser
que el tornado de los tiempos también termine por arrastrarlas al lodazal del
desconcierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario