Por Carles Ramió.- Blog EsPúblico- Un vector clave para la futura
sostenibilidad económica de la Administración pública tiene relación con las
retribuciones de los empleados públicos que posee la tendencia natural a ser
más elevadas que las del sector privado por capturas de carácter corporativo y
sindical. Estas altas y, en muchos casos, excesivas retribuciones es un
fenómeno internacional. “En primer lugar, (las administraciones públicas)
deberán dejar de pagar en exceso a sus empleados” (Wallance: 2015: 200). En
este punto quiero destacar un relevante libro de 2008, The Warping of
Government Work de John D. Donahue de Harvard, en el que el autor hace un
análisis agregado entre el mercado laboral y el fenómeno de la externalización
en EE.UU.
En primer lugar, muestra como hay dos mercados laborales muy
distintos: el mercado laboral privado y el mercado laboral público. Las
diferencias entre ambos es que el mercado público retribuye mucho mejor que el
privado en los puestos más operativos e instrumentales de las organizaciones
públicas que son los que aportan menor valor añadido. En cambio, el mercado
laboral público retribuye por debajo del mercado privado a los puestos más
elevados de las organizaciones que son los que aportan valor público e
inteligencia institucional.
Anuncio de la conferencia que impartirá Carles Ramió el día 26 de abril |
La primera reflexión que hay que hacer
sobre este tema es que es imprescindible que las retribuciones de los empleados
públicas sean dignas y relativamente competitivas con respecto al mercado
laboral de carácter privado.
La segunda reflexión es que a pesar de que muchos
puestos de trabajo de carácter público van a automatizarse por la vía de la
robótica y de las tecnologías de la información, los servicios públicos siempre
van a reclamar un volumen muy elevado de mano de obra que ni las tecnologías de
la información ni la robótica pueden substituir. Siempre harán falta, por
ejemplo, una enorme cantidad de docentes, de médicos, de policías, personal
penitenciario, etc. “Para tocar un quinteto de cuerda de Mozart siempre será
necesario disponer de cinco músicos y de la misma cantidad de tiempo que se ha
necesitado siempre, aunque los sueldos de los músicos se haya disparado desde
finales del siglo XVIII”. Esta es una frase que hizo fortuna entre los
economistas en los años 60.
La tercera reflexión es que en los países
desarrollados hay una tendencia a que el personal con más bajo nivel en las
administraciones públicas posee unos salarios muy por encima del mercado
privado y con el personal de más alto nivel sucede justo lo contrario. El
resultado de esta situación es que muchas administraciones públicas poseen, en
general, unos costes excesivos en materia de personal pero, en paralelo y de
forma paradójica, se desprofesionalizan ya que los perfiles profesionales que
pueden aportar mayor valor añadido o bien descartan esta opción profesional o
si acceden a ella se marchan rápidamente al sector privado. Esta
asimetría se debe a que la lógica corporativa y la presión sindical suelen
concentrarse en las administraciones públicas en los puestos de más baja
categoría.
Hay que entender que las administraciones públicas y la dimensión
política que dirige sus acciones son muy vulnerables a la presión corporativa y
sindical. En esta punto es dónde se escapan unos costes excesivos en la
producción de servicios públicos que van a ser inasumibles en el futuro. Por
esta razón la mayoría de escenarios de futuro de la Administración pública las
contemplan como mucho más reducidas en materia de personal y no solo por el
impacto de la tecnología y de la robótica sino recurriendo a la externalización
hacia el sector privado motivado fundamentalmente para escapar de los elevados
costes laborales de buena parte del personal público. Da que pensar que este
factor sea tan determinante para que incentive por sí mismo un cambio tan
radical en el modelo de gestión y no elementos con más sustancia estratégica.
Pero con independencia del escenario de futuro que dibujemos habrá que atacar
todos estos frentes adoptando las siguientes medidas:
1.) Equiparar las
retribuciones públicas a las retribuciones privadas ya que no tiene sentido que
la Administración pública sea una enorme isla descontextualizada del mercado
laboral. Si la mayoría de las retribuciones en la actualidad son excesivamente
bajas hay que luchar pública y políticamente para que suban todas y no generar
dos tipos de mercados laborales asimétricos.
2) Suprimir los privilegios
laborales, en el caso que existan, vinculados a que los empleados públicos
disfruten de más días de vacaciones o de jornadas laborales más reducidas. El
argumento del punto anterior es igual de válido en esta segunda propuesta.
3)
Eliminar todas las rigideces garantistas en materia de función pública que
dificultan la buena gestión e imposibilitan en la práctica una fluida
disciplina laboral. A los empleados públicos se les debe exigir la misma
disciplina y nivel de rendimiento que a los empleados privados. Solo los
empleados públicos que ocupan puestos de autoridad y lo que mantienen contacto
con la dimensión política de la Administración pública deben estar blindados en
aquellos aspectos vinculados e evitar la discrecionalidad, la arbitrariedad, el
clientelismo y la corrupción de carácter político. Si bien es cierto que un
sistema de acceso meritocrático y competitivo para acceder a la Administración
pública debería ser recompensado hay que evitar las gratificaciones que atentan
directamente contra la eficacia y la eficiencia del sistema público. Al fin y
al cabo existe un tipo de compensación de un enorme valor laboral en el sistema
público: la garantía, salvo raras excepciones, de que un profesional que accede
meritocráticamente en el sistema público va a tener garantizado de forma
vitalicia su empleo si lo compensa con un rendimiento razonable. En el actual y
futuro mercado laboral, que se caracteriza por su elevadísima volatilidad, esta
garantía casi total de alcanzar un empleo de carácter vitalicio posee un muy
elevado atractivo y valor de mercado que hay que ponderar y saberlo utilizar
como moneda de cambio.
4) Hay que modificar las reglas o estrategias sindicales
en relación con la Administración pública. Aunque sea una propuesta
políticamente incorrecta es evidente que la legislación en esta materia no
puede ser la misma que en el mercado privado. Como se ha resaltado la
Administración pública es muy vulnerable a la presión corporativa y sindical y
hay que protegerla. No tiene sentido un marco legislativo en que se proteja por
la vía laboral y sindical a unos empleados públicos retribuidos de forma
razonable y con una vinculación vitalicia.
La legislación debe proteger a la
parte más débil, que es la Administración pública, que además la sufragan todos
los ciudadanos, está a su servicio y defiende el bien común y el interés
general. La propuesta consistiría en limitar la capacidad de presión de los
sindicatos restringiendo de forma drástica el derecho a la huelga e incluso la
prohibición de la actividad sindical en la Administración pública. En el caso
que un país logrará el milagro de cambiar la cultura sindical (con elevados
valores y responsabilidad pública) en las administraciones públicas entonces no
sería necesario tomar medidas tan drásticas.
En el fondo estas medidas lo que
proponen es alcanzar un nuevo pacto entre los empleados públicos y la
Administración pública para defender y proteger la viabilidad y sostenibilidad
del sistema público y abandonar las lógicas egoístas, individualistas e
insolidarias asociadas a las capturas de carácter corporativo y sindical.
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