(Varios autores, Nuevos tiempos para la función pública. Propuestas para atraer y desarrollar el talento en la Administración General del Estado, pendiente de publicación por el INAP, original cedido gentilmente por los autores, miembros del Cuerpo Superior de Administradores Civiles de la AGE).
Por Rafael Jiménez Asensio. Blog La Mirada Institucional.- El
BOE de 4 de noviembre publica el Real Decreto de reestructuración de los
departamentos ministeriales https://www.boe.es/boe/dias/2016/11/04/index.php?t=c.
Su alcance -como corresponde a este tipo de normas organizativas- es limitado,
pues solo alcanza a enumerar los departamentos que el Decreto de la Presidencia
del Gobierno crea, define genéricamente sus funciones y determina las
Secretarías de Estado asignadas a cada uno de ellos. De tan parca información,
no obstante, se pueden extraer algunas primeras constataciones e hipótesis por
lo que afecta a cómo quedan en la agenda política del nuevo gobierno los
asuntos concernientes a Administración y Función Pública. Veamos.
La
primera constatación es que vuelve “la Administración Territorial”, asignando
tal función al departamento de Presidencia, cuya titular ocupa a su vez la
Vicepresidencia del Gobierno. Una opción personal, pues juntar lo “interno”
(Presidencia) con lo “externo” (política territorial), no puede tener otra
explicación cabal que la confianza de quien preside hacia la persona titular de
la cartera, salvo que se le quiera dar una relevancia de primer orden a la
reforma del Estado que implique asimismo una reforma constitucional. Pero nada
de esto parece advertirse. El tema territorial es un asunto espinoso, sin duda,
por el denominado problema catalán y la desarticulación creciente del modelo
territorial de Estado, que camina a la deriva. Sin norte y sin brújula. También
sin capitán que dirija el barco en semejante temporal. Algo huele a podrido en
este tema. Y se está jugando con fuego o a la ruleta rusa desde hace tiempo.
Todo se sigue fiando, al menos de momento, a la Ley y los tribunales. Hacer
Política solo con el Derecho suele tener un recorrido limitado. Tal vez, los
miembros de los cuerpos de élite del Estado que han ejercido funciones
políticas y directivas hayan aprendido algo en estos últimos años de lo que es
la esencia de la política; pero lo tendrán que demostrar, pues hasta la fecha
el suspenso es sonoro.
La
segunda consiste en que, en línea con el mandato anterior, todo lo concerniente
a los gobiernos locales pierde todo tipo de relevancia institucional, muy en la
línea del frustrado ensayo de la LRSAL y del bajo relieve orgánico de los temas
locales en el anterior mandato. Todo apunta, como hipótesis, a que lo local se
diluirá en la Secretaría de Estado de Administración Territorial, cuya apretada
agenda e innumerables frentes acabará por devorar al débil (gobierno local) en
manos de los envenenados problemas “autonómicos”. Habrá que esperar el
desarrollo de la estructura y los futuros nombramientos, pero si se deja en
manos, una vez más, de la Abogacía del Estado los temas locales, mal futuro les
espera a nuestros ayuntamientos.
En
tercer lugar cabe señalar que “Administración Pública”, si por tal se entiende
una estructura con funciones de impulsar una reforma o procesos de innovación
en la organización de la Administración del Estado, ha desaparecido de la
escena. Ya estaba muy desdibujada en el mandato anterior, pues pese a conferir
tal ámbito al Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas, el liderazgo
de las medidas de (pretendida) reforma se impulsó desde la Vicepresidencia a
través de la CORA (Comisión de Reforma de las Administraciones Públicas). Una
estructura con fuerte carga de autocomplacencia que, fruto de un duro marco de
contexto fiscal, aparentemente ha cambiado muchas cosas y esencialmente nada.
Con lo cual la hipótesis más evidente es que la reforma de la Administración
Pública ya no está en la agenda política, salvo que Presidencia siga con el
empeño –de fuerte tufo corporativo y de magros resultados efectivos- de darle
una vuelta de tuerca más a la CORA.
Hola Función Pública
Pero,
si así fuera, algo no casa en el diseño estructural recientemente aprobado.
“Administración Pública” desaparece y de los restos del naufragio queda una
“Función Pública” huérfana bajo la imponente bota de Hacienda. En un marco de
contención fiscal, como el que aún nos espera, ya se sabe qué política de
función pública se avecina. Aunque se haya creado una Secretaría de Estado de
Función Pública (que sustituye a la de Administraciones Públicas, pero con
objeto mucho más limitado), difícilmente podrá impulsar reformas estructurales,
pues estas tocan de lleno a las de las “Administraciones Públicas” (tanto AGE
como Territoriales) y eso, por tanto, implicaría pisar el callo de la persona
titular del departamento de Presidencia y Administraciones Territoriales. También
será importante, aquí, qué personas sean nombradas para las estructuras
directivas, pero mucho me temo que con esa polémica disección entre
Administración y Función Pública cualquier proyecto de reforma chocará con los
celos personales y los laberintos corporativos.
En
fin, la miopía política es lo que tiene: cuartear la Administración Pública no
es ningún buen augurio. Los problemas territoriales son de una importancia
política innegable, pero como el actual Gobierno no cambie de política le
explotarán en las manos. Las vías paralelas por las que caminan el Gobierno
central y el Gobierno de la Generalitat cada día están más alejadas y ofrecen
menos esperanzas de encuentro. Pero siendo eso importante, más aun lo es que
las respectivas sociedades, sustrato de tales gobiernos, están asimismo cada
vez más alejadas. La sima, en estos caso, es auténtico precipicio. Si no lo
quieren ver, es que son ciegos.
Pero
estructuralmente hablando los problemas de las Administraciones Públicas no
acaban ahí, tampoco desde una perspectiva política. La Administración General
del Estado es una estructura vieja, carcomida en su nivel alto por un sistema
de spoils system de circuito cerrado dominado por cuerpos de élite y sus
peculiares batallas “de bandas rivales”, ajena a las políticas de Buena
Gobernanza que están imperando en las democracias avanzadas de nuestro entorno
(Integridad, Transparencia efectiva, Participación, Rendición de Cuentas,
etc.), y, en fin, con una función pública envejecida que no puede reponer sus efectivos
y captar talento por una política presupuestaria de cortos vuelos que sigue
considerando la congelación de las ofertas públicas de empleo como “un ahorro”
(algo así como “el chocolate del loro”), cuando son incapaces de comprender que
la función pública languidece, se muere como institución. Nadie la defiende.
Algunos altos funcionarios de la AGE comienzan a ver la aparente imperceptible
caída. Y lanzan algunas medidas. Están a punto de aparecer en el mercado
editorial. Pero, salvo eso, nada realmente se mueve en la función pública del
Estado. Ni hay dirección pública profesional, ni carrera profesional, ni
evaluación del desempeño, ni una política de integridad. Todo esta hueco, solo
hay vacío. Únicamente el INAP hizo un esfuerzo innegable estos últimos años por
introducir en el debate algunos temas. El autismo político ha sido la
respuesta.
Los
declives institucionales nunca son de un día para otro, siempre son graduales y
a veces imperceptibles, hasta que se constata realmente el hundimiento.
En nuestro caso, Administración y Función Pública llevan paulatinamente
hundiéndose (a pesar de la CORA) durante los últimos diez años. No hay política
de Estado en estos temas. El proceso comenzó a mediados de 2007. Y desde
entonces nadie, ni unos ni otros, se ha querido enterar de nada. Para la agenda
política del “nuevo” Gobierno estas cuestiones domésticas, al parecer, nada
importan. Es muy obvio que no han entendido nada: por mucho que se empeñen, sin
una buena organización administrativa y sin una función pública renovada,
adaptada a los tiempos, profesional y eficiente, es impensable hacer una buena
política. Cuestión elemental, que con frecuencia se olvida. Ya se irán dando cuenta.
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