Durante muchas semanas, la COVID-19 convirtió a España e
Italia en el epicentro mundial de la pandemia. Los países del sur tenían un
escudo sanitario con agujeros.
Por Civio.- Cada día, cuando
el reloj marcaba las ocho de la tarde, miles de personas salían a aplaudir a
sus balcones en varios países europeos. Lo
hacían para reconocer el inmenso esfuerzo de los profesionales de la sanidad
que todavía hoy luchan por salvar la vida de miles de pacientes. Desde que
empezó la crisis, en Europa se han registrado más
de un millón y medio de casos de coronavirus. Y cerca de 174.000 personas han
fallecido por culpa de la COVID-19. “Han sido meses durísimos. Lo que se ha vivido en los centros
sanitarios ha sido espantoso”, recuerda María José García, portavoz de SATSE,
el principal sindicato español de enfermería. Ella, que trabaja en Madrid, ha
sido una de las miles de profesionales que han estado en primera línea contra
el virus. Su esfuerzo ha sido titánico, pese a no tener los medios adecuados
para hacerlo.
Hay, de hecho,
una línea invisible que divide a Europa. Antes de que el coronavirus golpease
al continente, los países nórdicos y centroeuropeos eran los que tenían equipos
sanitarios mejor preparados. Aunque el número de médicos y médicas por cada mil
habitantes era similar, la diferencia estaba en otro eslabón importantísimo en
la cadena: la enfermería.
Los países del norte y del centro de Europa tenían mucho más
personal de esa especialidad que los del sur. Según datos de Eurostat, Alemania contaba
con casi 13 profesionales por cada mil habitantes, cifras parecidas a las de
Luxemburgo (11,72), Bélgica (10,96), Suecia (10,90), Países Bajos (10,88) o Dinamarca
(9,95).
En el otro
extremo, Grecia era la región con menor número (3,31) por cada mil habitantes
en 2017. Según los datos de Eurostat, otros países del sur también presentaban
grandes agujeros en sus plantillas. España, con 5,74, e Italia, con 5,80
especialistas de enfermería por cada mil habitantes, se encontraban muy lejos
de las cifras de sus vecinos del norte. Durante los momentos más álgidos de la
pandemia, tanto España como Italia se convirtieron en el epicentro
de la crisis sanitaria. La emergencia
provocada por el coronavirus ha revelado, con más intensidad si cabe, una de
las debilidades históricas de sus sistemas sanitarios: la falta de personal de
enfermería. A menos profesionales, más pacientes a repartir, una sobrecarga
laboral que afecta a la salud de las personas tratadas, según sugiere un estudio
realizado en 300 hospitales de nueve países europeos.
Los datos de
Italia y España son todavía peores si comparamos la ratio entre
personal médico y de enfermería. En
líneas generales, los países nórdicos y centroeuropeos tienen una relación más
cercana a la media de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE): tres
profesionales de enfermería por cada uno de medicina. Por el contrario, Italia presentaba una ratio de 1,45, y en España,
la proporción era parecida, de 1,48. Esto se debe a que la dotación de personal
médico de ambos países es similar a la media europea, algo que no sucede en
enfermería, cuyas plantillas son mucho más reducidas en el sur. “Nuestro
sistema sanitario se focaliza más en curar que en cuidar a las personas o
prevenir la enfermedad”, explica Mar Rocha, portavoz del Colegio Oficial de Enfermería de
Madrid.
La situación
es todavía peor en los centros sociosanitarios. “Las residencias de personas dependientes,
no solo de mayores, siempre han tenido una ratio muy deficiente”, dice Mar
Rocha. “Si históricamente en el ámbito sanitario somos pocas enfermeras, en el
ámbito sociosanitario estamos prácticamente solas. Esta pandemia ha hecho
visible esa carencia en la atención sanitaria y ha causado estragos en los
residentes”, apunta. A fecha 10 de junio, cerca de 20.000 personas habían
fallecido con COVID-19 o con síntomas compatibles en las residencias españolas.
Diferentes datos para una misma realidad
Los datos
incluidos corresponden al personal sanitario en ejercicio, la categoría a la
que Eurostat define como los profesionales, tanto de medicina como
de enfermería, que “atienden
directamente a los pacientes”. No obstante, algunos países europeos, como
Francia, Portugal, Irlanda y Eslovaquia, no dan a conocer sus cifras en esta
categoría. Los datos que publican en sus informes nacionales corresponden con
la etiqueta de “profesionales en activo”, una categoría ligeramente distinta,
que incluye no solo a los activos, sino a todos los que tienen una licencia. En
este caso, aunque no sean directamente comparables, y por eso no aparecen en
nuestra tabla, Francia y Portugal presentaban
mejores datos relativos: en 2018, el sistema sanitario galo contaba con 10,48
profesionales de enfermería, mientras que la sanidad lusa tenía 7,2
especialistas por cada mil habitantes, cifras más elevadas que las de España e
Italia. Tampoco incluimos en el análisis de la ratio a Rumanía, República Checa
y Grecia por algunos problemas en sus cifras de personal médico o de
enfermería. Otros estados europeos presentan algunas peculiaridades en la forma
de contabilizar a su personal sanitario que se detallan en la metodología al
final del artículo.
“Hay una carencia
endémica de enfermeras”, subraya María José García, una opinión en la que
también coincide Barbara Mangiacavalli, presidenta de la Federación Nacional de Profesionales de Enfermería (FNOPI)
en Italia. Así lo ha puesto de manifiesto también el Tribunal de Cuentas de
su país: en un reciente informe, este órgano
señala que la progresiva reducción del gasto público en la sanidad italiana ha
supuesto la disminución del personal sanitario, especialmente acusada en el
caso de la enfermería. El país transalpino, según los datos de FNOPI, necesitaría
incorporar al menos entre 53.000 y 54.000 personas de este ámbito para alcanzar
al menos la media europea. En España, las necesidades oscilan entre las 88.000
y las 125.000 personas, de acuerdo con los datos que manejan las propias
especialistas entrevistadas. La Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico también ha destacado la carencia de
enfermeras en ambos países.
“Históricamente,
las enfermeras hemos tenido muy poca visibilidad”, comenta Mar Rocha. Y esa
reducida visibilidad, explica, “se traduce en falta de reconocimiento social”.
“La mayoría nos concibe como un personal a las órdenes de los médicos en
hospitales y en centros de salud, pero no es así”, coincide García. Como
explica Rocha, portavoz del colectivo madrileño de enfermería, este personal es
el que lidera “los cuidados a los pacientes” y el que está “en contacto directo
con ellos de manera continuada”. Además, su trabajo durante la crisis de la
COVID-19 también se ha multiplicado exponencialmente. “Más allá de la atención
sanitaria, nuestro rol fue no dejar nunca a ningún paciente solo”, sostiene Barbara Mangiacavalli.
Sanitarias al pie del cañón
Ello explica
también que la enfermería, como otros colectivos sanitarios, tuviera cifras de
contagio más altas que la población general. Ya a principios de abril, la
Organización Mundial de la Salud alertó de que el
10% de todos los contagios en la región europea correspondían a personal sanitario. Poco después, a finales de abril, el Centro
Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC, en inglés) destacó algunas
cifras reveladoras: el 20% de las personas con COVID-19 en España eran
profesionales sanitarios; el porcentaje en Italia se situaba en el 10%, aunque
en algunas de las zonas más afectadas, como Lombardía, esta proporción de
infectados rondaba también el 20%.
Además, a
diferencia de lo que ocurre en la población general, existe una
importante brecha de género en
los datos de personal
sanitario infectado. A principios de junio, según el Istituto Superiore di Sanità,
el 70% de las sanitarias italianas contagiados con COVID-19 eran mujeres. Los
datos registrados en España a finales de mayo mostraron
que el 76% de los contagios entre profesionales sanitarios se dieron en
mujeres, aunque el número de fallecidos era mayor en el caso de los hombres.
Este dato contrasta con la proporción de mujeres afectadas por coronavirus
entre la población general, que
ronda el 56%. ¿A qué se debe esta diferencia? Las expertas apuntan a la
altísima presencia femenina en los colectivos sanitarios: de acuerdo con Eurostat, el 78%
del total son mujeres, algo que se ve especialmente en enfermería. “Es una profesión altamente feminizada
desde sus orígenes”, cuenta Rocha.
“Nunca he conocido un bombero que vaya a una casa en
llamas sin protección, pero los gobiernos les dijeron a las enfermeras que
fueran a las unidades COVID sin ningún tipo de protección y poniendo en riesgo
su vida” Paul De Raeve, secretario general de EFN
Para explicar la
alta tasa de contagios entre el personal sanitario, los responsables políticos
han ofrecido diversas razones. En España, por ejemplo, se ha achacado a la
mayor realización de pruebas diagnósticas en este colectivo, la mayor
exposición en el trabajo o el desconocimiento inicial del papel de las personas
sin síntomas en la transmisión del virus. Sin embargo, las autoridades obvian
el problema que, para las organizaciones, fue la razón de sus contagios: la
falta de equipos de protección individual.
“No somos héroes,
no llevamos capa ni tenemos superpoderes. Por eso tenemos los contagios que
tenemos”, critica María José García. Según un reciente estudio realizado en
España, durante las primeras semanas de la epidemia, el personal sanitario notó
sobre todo la falta de disponibilidad de mascarillas filtrantes para
protegerse, por ejemplo, tanto en los hospitales como en atención primaria.
“Nunca he conocido un bombero que vaya a una casa en llamas sin protección,
pero los gobiernos les dijeron a las enfermeras que fueran a las unidades COVID
sin ningún tipo de protección y poniendo en riesgo su vida. Es inaceptable”,
afirma Paul De Raeve,
secretario general de la Federación Europea de Asociaciones de Enfermería (EFN,
en inglés).
A fecha 29 de mayo, 51.482
profesionales sanitarios se habían contagiado de coronavirus en España. Algo
similar ocurrió en Italia. Según datos de FNOPI, unas 13.000 enfermeras
italianas se contagiaron del coronavirus, lo que supone casi la mitad de los
casi 30.000 profesionales sanitarios
infectados en este país. “Cuarenta murieron a
causa de la COVID-19 y esto a pesar de que la población de enfermeras es lo
suficientemente joven como para poder soportar mejor los efectos del virus”,
lamenta Barbara Mangiacavalli. Pero lo ocurrido con el coronavirus, según
critica De Raeve, no es algo novedoso.
Cuando en 2014 el
ébola llegó por primera vez a Europa, una sanitaria se contagió del
peligroso virus en un hospital madrileño. Ya por aquel entonces, la profesión
puso el foco en la necesidad de contar con equipos de protección
individual. “Nadie puso atención en
ello”, explica el portavoz. Para el Consejo Internacional de
Enfermería (ICN, en inglés), la
situación representa una “emergencia global”. A fecha 18 de mayo, según
la carta que dirigieron
a la Organización Mundial de la Salud, habían fallecido al menos 360 enfermeras
en todo el mundo por culpa del coronavirus. Sin embargo, muchos países, entre
ellos España, no desglosan los datos de sanitarios afectados por categorías
profesionales, lo que podría hacer que esta cifra fuera solo la punta del
iceberg. “Tenemos que cuidar a los que nos cuidan”, insiste De Raeve.
Concentración en el exterior de un hospital de Madrid |
María Álvarez del Vayo
La huella que no se ve
El impacto que ha
dejado el coronavirus en todo el mundo ha sido y seguirá siendo enorme. Pero en
el personal que trabaja en primera línea quizás la huella es todavía mayor. A
la enorme cantidad de trabajo acumulado, pronto se sumaron la sobrecarga
emocional y el sentimiento de
desprotección que sufrían. “Te vas con el miedo de contagiar a tu familia, de
convertirte en un elemento contagiador de la enfermedad”, dice María José
García.
“Cuando tienes
treinta años de experiencia profesional, se te ha muerto mucha gente a lo largo
de tu vida y te habitúas. Pero sabes afrontarlo porque lo haces de forma
puntual”, relata la enfermera. El problema es que la crisis del coronavirus se
convirtió de la noche a la mañana en una pesadilla difícil de asumir. Sus
pacientes fallecían de forma casi continua, en la mayoría de casos solos y
lejos de sus familias. “Estamos continuamente expuestas al dolor y a la
enfermedad de las personas, pero esta crisis se puede considerar un tsunami
emocional y psicológico”, describe
Rocha. De hecho, una investigación preliminar de
la Universidad Complutense de Madrid muestra cómo casi el 80% del personal
sanitario entrevistado tenía síntomas de ansiedad y el 51% padecía signos
relacionados con la depresión. Las fuentes consultadas por Civio hablan de
interminables horas de trabajo, de cientos de pacientes a los que atender, de
la urgencia de los cuidados y del angustioso número de fallecidos que veían día
a día. Y, pese al cansancio físico y mental, su compromiso era inequívoco: “No
dejar nunca a nadie solo”, insiste Mangiacavalli.
Para De Raeve,
esta voluntad habla del compromiso profesional de la enfermería, que en 2020
conmemora su año internacional. Pocos
imaginaron meses atrás que esta celebración se haría en medio de una pandemia
mundial, que, paradójicamente, ha reivindicado y visibilizado el valor de esta
profesión sanitaria. Sin embargo, la lucha contra el virus se ha hecho con una
elevada precariedad laboral,
según denuncian las fuentes consultadas: en España, con contratos en ocasiones
de días y semanas; en Italia, con salarios muy alejados del promedio europeo.
Según explica De Raeve, estas condiciones se dan pese a la elevada formación
académica del personal de los países del sur. En Portugal y España hay una
cualificación de alto nivel, por lo que tienen “plantillas buenas y sólidas y
eso es clave”, apunta. Pese a que los datos muestran que “Alemania tiene más
manos” en enfermería, su personal cuenta con una menor formación, alerta el
portavoz de la federación europea.
Estas diferencias
pueden explicar también por qué muchas de ellas hicieron años atrás las maletas
para trabajar en otras regiones. Según datos publicados en Reino Unido, casi el 6%
del personal de enfermería de su sistema nacional de salud procede de otros
países europeos, un total de de 19.325 individuos. De esos, más del 60% son
profesionales de Irlanda, Portugal, España e Italia. El sindicato SATSE señala
que, según estimaciones de hace años, más de 5.000 personas dedicadas a la
enfermería podrían haberse ido a trabajar a otras regiones, mientras que, en el
caso de Italia, FNOPI eleva este número hasta las 20.000. Ahora, los
profesionales sanitarios afrontan las próximas semanas con el miedo a los
rebrotes y al regreso del virus. “Volver sería mucho peor. Hay tal agotamiento
físico y mental que no se podría
dar la misma respuesta por mucho que se quisiera”, dice García.
Por ahora, la
enfermería sigue al pie del cañón, realizando sus labores habituales y, en
muchas regiones, encargándose además de la toma de muestras para
realizar pruebas o del rastreo
de contactos, cuenta Mar Rocha. Y,
mientras tanto, piden trabajar con más medios de protección, mejores
condiciones laborales y el apoyo de especialistas en psicología que puedan
ayudarles, a ellas y al resto de sanitarios, a recuperarse física y
emocionalmente de lo ocurrido. “Ya que hemos tenido esta situación tan
desgraciada, pedimos que no se olvide y que de ello consigamos sacar un sistema
sanitario fortalecido, que gire en torno a las necesidades de los pacientes”,
explica García. Y así conseguir que el reconocimiento unánime de las ocho de la
tarde convierta los aplausos en nuevos muros de contención frente a futuras
pandemias.
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