Por Rafael Jiménez Asensio.- Vozpopuli.com.- Quince académicos
y profesionales, especialistas en diferentes ámbitos del sector público, hemos
suscrito una Declaración que lleva por título Por un sector público capaz de liderar la recuperación.
Lo que aquí sigue es una escueta reflexión sobre alguna de las ideas-fuerza
allí recogidas, pero siempre desde las propias inquietudes de quien esto
escribe.
La Administración
Pública se ha puesto frente al espejo del escrutinio público en este duro
contexto de la crisis covid-19. No cabe duda de que ha sido sometida a un
fuerte estrés, al menos por lo que afecta a los denominados “servicios
esenciales”. La población ha podido, así, percibir la importancia de lo
público; pero también ha sido testigo privilegiado de sus insuficiencias. No han fallado tanto las personas como el sistema, que ha mostrado enormes debilidades.
Hemos elevado a determinados profesionales a la categoría de héroes, pero las
respuestas político-institucionales y administrativas han sido desiguales y, en
algunos casos, marcadamente deficientes. Quizás, casi sin percibirlo, ha
quedado una imagen colectiva de que lo público es enormemente importante. Y de
que, tal vez, no lo hemos cuidado suficientemente en los últimos años y
décadas.
También hay una
clara percepción de que a la crisis sanitaria
vendrá anudada una monumental crisis económica y social. De una
profundidad desconocida y con una longitud temporal aún por determinar. Esta
crisis triangular, si no se gestiona adecuadamente, puede derivar en una crisis
político-institucional, cuyas consecuencias podrían ser más devastadoras aún
para la convivencia en este país. Hay, por consiguiente, que invertir en lo público y
reformar el sistema institucional del que la Administración Pública es una
pieza determinante para que la política funcione de forma cabal y obtenga
resultados mínimamente eficiente. Los desafíos a los que se enfrentará el
sector público en los próximos años serán mayúsculos. Y de su tino o desatino
en la resolución de estos nudos dependerá el futuro de España. Lo afirmó hace
más de doscientos años Hamilton: No puede haber buen gobierno
donde no hay buena Administración. Algo tan básico, y siempre
tan olvidado.
"Antes y después,
sobre todo a partir de la crisis de 2008, hubo ajustes fiscales más que
reformas. Y desde 2015, la parálisis más absoluta. Nada se ha hecho. Y el
tiempo corre"
Sin embargo, las
reformas de la Administración Pública han estado completamente ausentes de la
agenda política española. Son complejas y sus réditos se transfieren tarde. La
política dominante, cortoplacista o inmediata, prefiere otros golpes de efecto.
Y la niebla o la ceguera estratégica no hace más que acumular los problemas,
sin resolverlos realmente. De hecho, se puede afirmar que desde 1978 sólo hubo
un intento mínimamente serio de reformar la Administración, emprendido
por el entonces ministro Jordi Sevilla,
cesado fulminantemente a mediados de 2007 sin explicación cabal alguna. Antes y
después, sobre todo a partir de la crisis de 2008, hubo ajustes fiscales más que reformas.
Y desde 2015, la parálisis más absoluta.
Nada se ha hecho. Y el tiempo corre. El mundo se acelera. Las transformaciones
del entorno son enormes. El desfase entre lo exterior y los muros envejecidos
del interior del sector público es cada vez mayor.
Debemos mirar
inteligentemente lo que están haciendo las democracias avanzadas que han sabido
superar con éxito contextos tan duros como el que nos tocará vivir
A todo ello se
añaden nuestro particular contexto como país, especialmente dañado por la
gestión de la crisis y por sus futuras secuelas. Sin instituciones fuertes y
eficientes afrontar ese complejo escenario se convertirá en un calvario. Por
ello, se necesita un sistema público que se sitúe en condiciones de liderar la
recuperación y ofrezca a este país un futuro esperanzador. Se trata de reforzar,
al máximo, las capacidades estatales (de
todos y cada uno de los poderes públicos: estatal, autonómicos y locales). Debemos mirar
inteligentemente lo que están haciendo las democracias avanzadas que han sabido
superar con éxito contextos tan duros como el que nos tocará vivir. Habrá que hacer ajustes, que nadie lo dude. Y
serán duros, muy duros. Pero si no vienen acompañados de
reformas profundas y valientes repetiremos los errores del pasado y caeremos en
un pozo del que nos costará mucho tiempo salir, con daños colaterales
incalculables. Nos jugamos mucho en el empeño.
Transparencia y
rendición de cuentas
Tenemos una
Administración obsoleta, envejecida, inadaptada, necesitada de una
transformación urgente para afrontar los retos inmediatos (particularmente, a
la revolución tecnológica). Carecemos de niveles directivos profesionales a
diferencia de lo que ocurre en las democracias avanzadas y en nuestro entorno
inmediato (por ejemplo, Portugal).
Hay que despolitizar urgentemente la alta Administración y proveerla de
personas que acrediten previamente competencias profesionales directivas ante
órganos independientes de evaluación. Disponemos de un empleo público sobrecargado de
tejido adiposo, con poco músculo y escaso talento. Con perfiles
profesionales inadecuados a las exigencias del momento y menos aún del futuro.
Necesitamos reforzar la integridad, creer de verdad en la transparencia y
en la rendición de cuentas, así como desarrollar de modo efectivo la
digitalización. En fin, nuestras organizaciones públicas necesitan ser
repensadas en su conjunto. Y para ello debemos poner el foco en la innovación y
en la evaluación. Dos ámbitos también muy olvidados en el quehacer público.
Requeriremos
captar talento y retenerlo: internalizar la inteligencia y externalizar el
trámite (aunque la automatización creciente deje tales tareas reducidas a su
mínima expresión). Y para ello se tendrán que cambiar gradual e intensamente
los procedimientos de acceso al empleo público, marcados aún por una fuerte
impronta decimonónica con escaso o nulo valor predictivo.
El empleo público
se juega su futuro en cuatro retos y
otros tantos frentes. Los retos son las jubilaciones masivas, la renovación
generacional, la revolución tecnológica y el contexto de crisis fiscal de los
próximos años. Los frentes no son otros que reivindicar los valores públicos,
la planificación estratégica, el fortalecimiento del sistema de mérito y la
gestión de la diferencia. Quien aborde estos frentes y retos deberá luchar con
coraje, y no vale llamarse a engaño, contras cuatro tenazas que dificultan
cualquier proceso de cambio: la intensa politización de la alta Administración,
el corporativismo endogámico, un sindicalismo del sector público reactivo y
defensor a ultranza del statu quo, y un
Poder Judicial (necesitado también de profundas reformas) que no acompaña
habitualmente en tales procesos de transformación. Tenemos
un empleo público, por si no lo saben, anoréxico en valores y bulímico en
derechos. Muy diferente al sector privado, también en sus aspectos
retributivos, por no hablar de la estabilidad. Convendría comenzar a equiparar
ambos planos. O aproximarlos.
"Hay que dar
urgentemente señales a Europa y “a los mercados” de que vamos en serio, y no de
farol. El país se juega su futuro. Pero también la política y las instituciones"
No le den más
vueltas. Esa transformación inaplazable requiere como premisa hacer cocina
política de tres estrellas. Se requieren maestros del arte político. De los que
no abundan. Pero previamente se debe hacer un pacto político transversal que
integre la transformación de la Administración Pública dentro de las reformas institucionales que
debe promover inexcusablemente este país si quiere tener credibilidad europea e
internacional. Hay que dar urgentemente señales a Europa y “a los mercados” de
que vamos en serio, y no de farol. El país se juega su futuro. Pero también la
política y las instituciones. Si la política sigue sin comprender que su
esencia es la buena gestión (o “la acción”, como diría Hanna Arendt), y no tanto el
mensaje o la comunicación, nada avanzaremos.
España ha de
gestionar temas cruciales próximamente y, asimismo, recibirá innumerables
cantidades de ayudas o préstamos (que engordarán más aún nuestra abultada deuda
pública). Tales retos de gestión y transferencias financieras corren el riesgo
de fugarse por las deficientes cañerías de un sector público que está pidiendo
a gritos su transformación. Pongamos urgente remedio.
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