Por Carles Ramió. EsPúblico Blog. La actual crisis sanitaria, social, económica,
institucional y política auspiciada por el covid 19 es un buen ejemplo de los
retos contemporáneos a los que se enfrentan los estados, sus entramados
institucionales y los líderes políticos. La crisis del coronavirus ha supuesto
una prueba de estrés institucional a los gobiernos y a las administraciones
públicas de casi todo el planeta. Resaltamos tres vectores que guardan relación
con las enseñanzas de dos autores clásicos: Maquiavelo y de Hobbes.
El primer vector es que una crisis de salud pública solo
puede resolverse políticamente con solvencia si los líderes políticos buscan el
consejo de los técnicos, de los especialistas en la materia. El segundo vector
es que los líderes políticos requieren para afrontar esta crisis de los
atributos que Maquiavelo considera como imprescindibles para un Príncipe.
Destacamos tres de ellos: a) Sinceridad:
hay que reconocer en todo momento que esta crisis es inédita y cambiante. Qué
se está haciendo todo lo posible pero que los cambios de criterio en este caso
son inevitables. Jamás mentir ni ocultar datos.
Al contrario: si los datos son
alarmantes o lo pueden llegar a ser hay que facilitarlos y adelantarlos. La
ciudadanía lo va a perdonar todo en esta crisis, pero jamás van a absolver una
mentira o que se les oculte información. Por otra parte, reconocer todas las
equivocaciones y demostrar que se va aprendiendo sobre la marcha. Que realmente
se está implementando una gestión del conocimiento. Se está gestionando con
todas las posibilidades que ofrece el conocimiento «Siempre ha habido gestión del conocimiento en
el sector público con fundamento en los saberes de la época. La novedad ahora
consiste en que los conocimientos que se generan y emplean para la producción
de los bienes y servicios públicos son mediados tecnológicamente: se sustentan
en datos que se producen, acopian, reguardan, combinan y procesan mediante el
empleo de tecnologías digitales que constituyen la materia para elaborar
prospecciones de problemas sociales que son más precisas y empíricamente
fundadas. El objetivo último de la gestión del conocimiento es contribuir a
estrechar la brecha institucional entre lo que el gobierno hace y logra
empíricamente y lo que normativamente debería hacer y lograr. Las decisiones
públicas no pueden ser eficaces a menos que se sustenten en el conocimiento».
(Aguilar, 2020). b) Valentía:
las decisiones tienen que presentarse sin dudas y si hace falta decisiones
radicales hay que adoptarlas. Lo que no perdonará la ciudadanía son decisiones
timoratas o a medias. En este error ya hemos caído y no hay que volver a
reincidir. Sí hay que cerrar toda la actividad económica (salvo los servicios
básicos) hay que hacerlo sin más dilaciones. Nada es peor para desprestigiar el
liderazgo político que ir improvisando decisiones que los ciudadanos ya
anticipan. La sociedad no va a castigar las equivocaciones en las decisiones
políticas, sino que va a censurar la falta de contundencia de las mismas y, en
especial, la cobardía. Ser tachado de líder cobarde es el peor escenario para
un político en las actuales circunstancias. c) Lealtad: lealtad política al país,
a la sociedad y a las instituciones. En esta crisis no tiene sentido practicar
el politiqueo (totalmente legítimo en situaciones no extremas) sino que hay que
hacer política de alta intensidad.
Críticas cruzadas
No hay que entrar en la lógica de críticas
cruzadas entre partidos políticos o entre niveles administrativos. Los errores
van a ser inevitables, pero ahora no es momento de la crítica, sino de
aprendizaje, de mirar siempre hacia adelante para acertar mejor con la
siguiente decisión. Los líderes políticos que aprovechen la ocasión para
criticar a otros actores institucionales están perdidos y no van a gozar de
ninguna empatía social. Los que, en cambio, ejerzan la autocrítica y vayan
ganando consistencia en sus decisiones con el tiempo van a vindicarse como
auténticos líderes políticos.
Finalmente, un tercer vector guarda relación con el Leviatán de Hobbes y el
enésimo ejemplo de la renovación del delicado contrato social entre los
ciudadanos y el Estado. Los ciudadanos contemporáneos estábamos cada vez más
emancipados del control de unos Estados cada vez más respetuosos con la
libertad individual. La capacidad coercitiva del Estado solo era utilizada en
situaciones extremas en las que había bastante consenso social. La complejidad
sanitaria de la crisis del coronavirus ha hecho revivir un Estado omnipresente
en la vida de los ciudadanos limitando de una manera casi fundacional del Leviatán las libertades y
derechos de los ciudadanos y, además, gracias a la revolución tecnológica, al
potencial sometimiento digital de la sociedad a un control muy intenso por
parte del Estado. Ha vuelto, transitoriamente, el Estado hobberiano
aparentemente aceptado socialmente por la gravedad y sorpresa de una pandemia
sobrevenida. Después de la fase aguda de esta crisis habrá un intenso debate
sobre sí va a ser necesario cambiar las reglas del juego entre el Estado y los
individuos. Los ciudadanos han vuelto a ser súbditos (confinados sin libertad
de movimientos para sus actividades sociales y económicas) durante unos meses
en una situación distópica inimaginable hasta hace poco tiempo. Veremos cómo se
va a renovar en el futuro inmediato el pacto social sobre el papel del Estado
del mañana. Recordemos que el pacto social consiste en que el pueblo renuncia
parcialmente a su autonomía y libertad a favor de la protección proporcionada
por el Estado. Hay, en este sentido, dos posibles escenarios: uno de Estado
blando y otro de Estado duro. Un viejo debate que se ha vuelto a poner de moda
con la reciente aportación de los economistas Acemoglu y Robinson en su
obra “El pasillo estrecho”
(2019). Un Leviatán blando
que puede ser ausente o de papel o un Leviatán duro que puede ser
despótico. La solución que apuntan los autores es un Leviatán encadenado que debe
hacer complejos equilibrios en un pasillo estrecho para no traspasar por exceso
o por defecto las dos cercanas paredes. El pacto social consiste en canjear
libertad por seguridad. ¿Por cuál de los dos posibles escenarios nos vamos a
decantar? ¿por un Estado blando y o por un Estado duro? El pasillo estrecho de
Acemoglu y Robinson se ha apretado todavía más y, con ello, puesto en
entredicho al Estado encadenado.
En definitiva, para enfrentarnos con solvencia a estas
dinámicas de cambio hay que desempolvar a los autores clásicos y fundacionales
del poder y del Estado, como son Maquiavelo y Hobbes. Los dos autores que han
contribuido a diseñar el Estado moderno y en sus obras atesoran, también,
nuestras dudas y respuestas más urgentes y contemporáneas.
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