Por Victor De Domingo Álvarez Hay Derecho blog.- El
clientelismo no es algo exclusivo de la política ni de la administración
pública. Es algo inherente a las relaciones humanas. Tendemos a favorecer a las
personas más cercanas, familiares, amigos, personas con intereses comunes a los
nuestros. Generalmente se espera obtener algo a cambio, incluso cuando esté
algo es indeterminado, incluso cuando es algo tan abstracto como la gratitud.
En política pasa igual. En los partidos ascienden no necesariamente los más
válidos sino quienes más favores han hecho a quien ostenta el poder. Es algo
moralmente cuestionable pero no siempre ilegal. Pero cuando el clientelismo se
paga con recursos públicos pasa a ser corrupción.
El clientelismo, la concesión de favores esperando que sean
devueltos, cuando se produce desde las instituciones lo hace usando los
recursos públicos, aquellos que pertenecen a todos los ciudadanos, para
sostener la red clientelar del partido político que le permita seguir ganando
elecciones y mantenerse en el poder. A cambio, este da beneficios a aquellos
que le apoyan, creando ciudadanos de primera y de segunda.
Esto se debe a la patrimonialización de las instituciones,
la confusión intencionada entre los intereses de quien ocupa el cargo y los de
la institución, que deja de servir a todos para servir a unos pocos.
El clientelismo como forma de corrupción es de sobra
conocido y condenado socialmente cuando se trata de mordidas a cambio de
contratos, y en este blog se ha hablado sobre el capitalismo de amiguetes que
tanto daño causa. Sin embargo hay otra forma de clientelismo corrupto, que
opera siguiendo los mismos mecanismos de favorecer a unos pocos con los
recursos de todos de forma ilegal a cambio de beneficios para quien controla
cierta institución, y esto se produce mediante prebendas en forma de cargos
públicos o subvenciones para aquellos que apoyen al partido que está en el
poder, proviniendo estos cargos y subvenciones de una institución cuyo fin es
defender el interés de todos los ciudadanos.
El mayor problema es que esta forma de corrupción ni recibe
tanta atención como lo pueden recibir las mordidas por contratos ni en muchos
casos es perseguible judicialmente, debido al amplio margen que tienen los
políticos para ciertos nombramientos o a la implicación de mecanismos
informales.
El daño del clientelismo político a la democracia
Cuando acceder a ciertos cargos depende de la cercanía de
una persona a determinado partido y no de sus méritos, esto implica que las
personas más capaces se queden fuera, y en su lugar ocupan el cargo gente
siempre menos válida.
El clientelismo es una relación que produce intercambios
constantes. No es siempre un contrato cerrado con un objeto determinado cuya
relación finaliza con su cumplimiento. En la mayoría de ocasiones, quien
realizó determinadas acciones en apoyo a un partido, mantiene esa relación al
obtener un rédito por parte de este, pues espera que la relación le siga aportando
beneficios. Así, quien ha ocupado una institución por su cercanía a un partido
a menudo usará está tanto como para devolver el favor como en espera de seguir
obteniendo beneficios del partido en el poder, que pueden ser mantenerse en el
cargo o seguir ascendiendo.
Como consecuencia lógica, las instituciones pierden su
independencia. Las instituciones pasan a servir a los intereses de un partido y
no a los de la sociedad a la que se debe. Y a consecuencia de esto, incluso a
veces de forma previa, la confusión entre las instituciones y el partido en el
poder hace que los ciudadanos que no comulgan con ese partido dejen de
sentirlas como suyas, perdiendo estas su legitimidad.
Algo interesante de observar son los efectos que provoca el
sistema clientelar de forma previa al acceso al cargo. Cuando el ascenso en
ciertas profesiones depende de tu cercanía al poder político, se crean
incentivos perversos iniciando una puja constante por ganarse el apoyo del
poder político, esperando obtener réditos futuros o inmediatos, ya a
nivel individual con un cargo o colectivo como ocurre con la concesión de
subvenciones en función del apoyo de determinado medio u organización al poder
político.
Esto anula el papel de la sociedad civil como contrapeso al
poder político, pues no tiene ningún incentivo en ser independiente, por el
contrario, le interesa estar cerca de alguien que o bien ostente cierto poder o
bien tenga posibilidades reales de ostentarlo en un futuro cercano, pues de
esta cercanía dependen tus posibilidades de ascender en determinada carrera o
de obtener determinados beneficios. Con ello, la patrimonialización de las
instituciones se extiende como un cáncer que afecta a toda la sociedad y socava
su Democracia.
Polarización y clientelismo
Esta situación se ve favorecida por aquellos contextos de
polarización en los cuales la sociedad se mueve por dinámicas amigo/enemigo
donde el mejor partido no es el que mejor sirva a la sociedad sino el más
cercano por cuestiones identitarias. Bajo esa concepción de la política, las
instituciones son sólo el medio que usan los nuestros para mantenerse y acabar
con los otros. Aceptamos incluso el mal funcionamiento de las instituciones
como un precio a pagar por que gobiernen los nuestros.
El mayor y más doloroso ejemplo se encuentra en Cataluña,
donde una sociedad completamente dividida está gobernada por quienes usan las
instituciones contra la mitad de la ciudadanía. La dinámica de polarización a
nivel nacional avanza en el mismo sentido, donde cada vez las instituciones se
confunden más con el aparato orgánico del partido del Gobierno.
Sin necesidad de polarización, igual de preocupante es la
situación de aquellos territorios históricamente gobernados por un mismo
partido, donde la identificación entre administración pública y el partido
es tal que la mejor manera de lograr un puesto en la administración es
presentando las credenciales de partido.
Posibles soluciones
Todas estas situaciones parten del mismo problema, la
excesiva capacidad de los políticos de nombrar cargos de discreción política.
De ahí se deriva la pérdida de independencia de las instituciones y la
generación de incentivos perversos que penetra en toda la sociedad. Por
ello es necesario reducir esta discrecionalidad, determinando que el
acceso a ciertos cargos sea mediante concurso que tenga en cuenta los
méritos profesionales y no la cercanía partidista.
Ni es posible ni es objeto de esta entrada entrar en cada
caso, pero como ideas más relevantes, poder limitar los cargos de discreción
política al nivel de secretario de Estado podría ser un buen comienzo. A su
vez, la idea habitualmente defendida por Víctor Lapuente en relación con
sustituir los nombramientos de los alcaldes por un consejo directivo
independiente puede resultar interesante de estudiar para su posible adaptación
a nuestro sistema.
De este mismo autor, y aunque centrado en el clientelismo
también entre empresas y administración pública pero igualmente aplicable a
este caso, una reforma de las administraciones públicas reduciendo su
politización también es necesaria para acabar con el clientelismo.
Si decidimos mantener la elección política de determinados
cargos, requerir mayorías reforzadas que requieran la necesidad de un
mayor consenso puede ayudar a la independencia de quien resulte elegido, aunque
no necesariamente vaya a ocurrir así siempre.
Aquellos territorios que han sido gobernados en numerosas
legislaturas seguidas por un mismo partido, la fragmentación política puede dar
la oportunidad para la alternancia, especialmente a un mes de las
elecciones municipales y autonómicas. Esta permitiría eliminar ciertas
prácticas clientelares, renovar la administración pública y eliminar la idea de
que para ser parte de la administración necesitas comulgar con cierto partido.
Sin embargo, quizá lo más importante sea crear una
ciudadanía crítica, concienciada sobre los efectos negativos de la colonización
de las instituciones, entendiendo que usar para el beneficio propio las
instituciones que deben servir a todos es una forma más de corrupción. En la
consecución de unas instituciones dependientes y sociedad civil fuerte cuyo
ascenso dependa de sus méritos y no de su cercanía al poder político.
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