Otro post de interés: Analítica pública. Webs para oposiciones. Una
oportunidad de mejorar servicios públicos
Por Israel Pastor. EsPúblico blog.- Hace unos días tuve la ocasión de compartir
un rato en el curso
selectivo de los nuevos Ingenieros Industriales y los de Minas del Estado. En total 36 funcionarios en prácticas con una formación poco habitual
en muchos despachos burocráticos. “Solo” el 50% eran mujeres, lo que constituye
una anomalía estadística, en un acceso al empleo público dominado por un 70% de
ellas.
Si simplificamos
mucho, en la función pública superior se pueden distinguir los técnicos y los
directivos públicos. Quizás la diferencia
más importante entre ambas esferas es la visión estratégica. Los técnicos
conocen con mucho detalle el contenido del trabajo administrativo y sus
competencias profesionales, de altísimo nivel de entrada, pasan por resolver
problemas de naturaleza jurídica-administrativa o científico-técnica, aunque
hasta cierto punto careciendo de una visión estratégica global de la organización.
Por su parte, solo unos pocos técnicos llegan a integrar la categoría de
directivos públicos. Estos carecen del conocimiento del detalle, pero poseen
una capacidad estratégica con la que deben adelantarse a los problemas, tomar
decisiones de organización y, en definitiva, ser los máximos responsables de la
misma.
Los funcionarios de cuerpos superiores comenzamos siendo
técnicos. Nuestro ámbito de trabajo viene definido por dos factores: el temario
de la oposición y el contenido del primer puesto que ocupas. En mi experiencia
con funcionarios de diversos cuerpos superiores, he podido constatar que es muy difícil pedir
competencias profesionales que no estén en su temario de la fase de oposición,
lo que configura las referencias originales para la imagen del cuerpo superior
en el sistema social de la administración. Como
consecuencia entre nosotros sabes de qué “nos sirve” un Abogado del Estado, un
Ingeniero de Caminos o una Interventora. Además, el primer puesto también marca
la naturaleza de las competencias técnicas: uno puede optar por uno más
jurídico que otro, o por puestos que requieren el empleo de idiomas y viajar. Las posibilidades
son casi infinitas. Por ejemplo, no conozco ningún Técnico Comercial y
Economista del Estado que comience siendo jefe de área de personal; o un
Letrado de la Administración de Justicia que asuma la gestión económico-
presupuestaria de un juzgado. Simplemente no está en su temario y sus preparadores,
por lo tanto, no le han socializado en esas competencias. Y en consecuencia
tampoco suele asumir puestos que exigen esas competencias.
Sí he podido comprobar que deberían existir algunos valores exigibles a la alta
función pública: la orientación estratégica, la vocación de servicio, y más
recientemente innovación, creatividad y motivación. Este fue mi primer mensaje
para los nuevos Ingenieros del Estado. Recordemos
que en este estamento dirigimos con bastante libertad de acción equipos humanos
y gestionamos recursos públicos. Por desgracia, los cuatro primeros valores
dependen en buena medida de la voluntad de cada funcionario, y sus raíces se
hunden en su formación. Si,
como sostenía Concepción Arenal, “la
desigualdad empieza donde acaba la educación”,
las diferencias entre cuerpos superiores acaban donde acaba su formación de
ingreso. Y, dicho sea de paso, la reflexión
sobre la función directiva debiera comenzar por aquí.
Pues bien, no cabe duda de que este grupo de funcionarios en
prácticas que me escuchaba aquella mañana posee una capacitación inmejorable
para esas exigencias, pero la organización debe estimular su desarrollo y
aplicación. Solo así se podrá lograr la motivación. Y, con demasiada frecuencia, trabajos en centros directivos escasamente
motivadores, son capaces de malograr la mejor formación estratégica y técnica.
Otra de las ideas que quise transmitirles es que para poder dar el paso de
técnicos (virtualmente consagrados al seguimiento y validación de contratos
públicos, les decía para provocarlos) a directivos debían hacer un largo viaje,
no exento de peligros. Igual que los que
venimos de una formación en ciencias sociales y jurídicas debemos acercarnos al
mundo técnico para ser capaces de liderar la transformación digital de las
oficinas públicas, ellos deben empaparse de los principios, valores y destrezas
del derecho administrativo, especialmente. Dudo de quién tiene un viaje más
sinuoso y lleno de dificultades por delante, pero estoy seguro de que solo en el punto de equilibrio
entre ambos está el Santo Grial de la modernización de la administración
española. Juristas y científicos no podemos
trabajar de espaldas. Los primeros deben comprender a los tecnólogos y
viceversa. Incluso,
debería haber una confusión de roles, lo que yo en alguna ocasión he llamado “el directivo público digital”. Por eso les insistí tanto en la importancia de los equipos
multidisciplinares. En la administración, de forma natural, con los movimientos
migratorios que se producen por la no adscripción de puestos a cuerpos entre
ministerios, y la movilidad natural que tenemos los dos cuerpos generales de la
AGE, es fácil encontrarte funcionarios con formaciones muy diversas. Sin duda,
es una riqueza y un valor para cada centro directivo, pero debe ser
complementaria y no tangencial.
Me llevé la impresión de que para los ingenieros, como
para otros nuevos funcionarios, resulta una sorpresa que alguien más veterano
te diga que acaban de acceder a una organización de tipo político. Que no van a trabajar en un departamento académico o en un
laboratorio, o ni siquiera en un centro de naturaleza técnica. La base sí lo
es, pero su rendimiento basado en el
rigor del método científico y tecnológico ha de convertirse en políticas
públicas, que es la forma refinada que hemos encontrado para llamar a la
antesala de la política. Por eso, he dicho
alguna vez que la administración es la maquinaria que transforma la política en
políticas, vista de arriba abajo. Pero de abajo arriba debe trasformar en tres
pasos sucesivos el conocimiento técnico en opciones para el responsable
político y que, al formularse, se convierten en políticas públicas. Y
ciertamente, en mi experiencia y en la que he podido compartir con otros
colegas, en la fase técnica hay una muy buena dosis de libertad creativa e
innovadora. Por eso les
animé muy vivamente a que, si no les gustaba lo que veían, transformaran una
realidad burocrática ya de otro tiempo. Eso si
subrayando que el
concepto de burocracia pertenece a las ciencias de la administración y tiene un
valor positivo: se inventó para dar objetividad y eficacia al funcionamiento de
la administración pública para la ciudadanía y las empresas.
Hablamos de unas cuantas cosas más, como por ejemplo de un
tema que a mí siempre me ha interesado, como es la posibilidad e incluso
obligación de ser funcionarios intelectuales, en
su caso científicos expertos en cada campo. Por último, volví a sacar a
colación la
necesidad de tener muy viva la vocación de servicio público, arenga que no me canso de dar. Terminé subrayando que, desde la
perspectiva laboral, somos unos privilegiados: en muchos puestos se aprenden
muchas cosas nuevas, se puede viajar (no solo a Bruselas), se trabaja con gente
muy distinta. Existen oportunidades de promoción (quizás no muchas verticales,
sí más horizontales donde te enriqueces más como persona que como profesional,
cosa que, para estos ingenieros, supone renunciar a una lucrativa carrera en el
sector privado), disfrutamos de flexibilidad de horarios y, en líneas generales
hay mucha más igualdad de género que en cualquier otro lugar. Pero, en todo caso, seguimos
necesitando gente nueva con talento y motivación, como ellos.
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