"El compromiso de lo público y con lo público requiere habilidad, capacidad, competencia y, sobre todo, conocimiento. Que no se alcanza a dedo y por adscripción política y partidista simplemente"
Por Abel Veiga*. Diario Cinco Días.- ¿Quién testa la capacidad, la
habilidad, la experiencia en la gestión pública de un director general de la
Administración? ¿Y de un alcalde, un presidente, un ministro, un
consejero? ¿Cómo se mide y conforme a qué parámetros el conocimiento, la
capacidad, la competencia de un alto directivo? ¿Se presume en un director
destreza, habilidad, conocimiento, competencia, en definitiva, o solo la
presumen quienes les nombran por adscripción ideológica y partidista?
Las
estructuras organizativas de cualquier Administración y ente público requieren
hoy, más que nunca, auténticos profesionales de la gestión, de la decisión, del
diseño e implementación de políticas públicas. Personas con decisión, con
conocimiento de la Administración, de su funcionamiento, de su forma de operar,
del entramado administrativo, del planeamiento de órdenes, de ayudas, de líneas
de acción, de recursos, de financiación, de presupuestos y un largo etcétera.
Trabajar a contra reloj, a presión, sabiendo deslindar lo político y lo
administrativo, lo público de lo partidista. Hace años, el profesor Nieto,
catedrático de Derecho Administrativo, voz autorizada y crítica por su realismo
y por llamar a las cosas por su nombre, escribió varios libros sobre el
desgobierno de lo público. Reconocía que la Administración está en manos de los
subdirectores generales, para lo bueno y para lo malo, pues en ello está la
continuidad, la permanencia, frente a la provisionalidad de todos los puestos
que están por encima de aquellos.
Cuando los altos cargos llegan, lo quieren o pretenden cambiar todo, pero sin antes tener una radiografía nítida de la situación, ni
tampoco diseccionar con el bisturí correcto la anatomía de las rigideces de la
Administración. Solo hace falta que pasen los meses, y en la Administración
pública parece que vuelan, para dejar todo como está, sin cambios, sin alterar
organigramas, puestos y estructuras. Lo mismo les sucede a secretarios,
subsecretarios generales, ministros, etcétera; todo vuela y queda atrás,
dejando anquilosadas estructuras, esclerotizadas organizaciones que no son
rápidas ni eficaces para decidir en el tiempo que deben decidir.
Otra cosa es el compromiso personal
de cada funcionario y el establecer un nicho de trabajo a perpetuidad. Las maquinarias se oxidan y las faltas de conectividades transversales
e intra entre distintos organismos, ministerios, consejerías, tanto vertical
como horizontalmente, para mayor gloria efímera de quienes las capitanean, pero
adolecen de una falta de visión de conjunto de toda la Administración, acaba
generando un cuello de botella abigarrado, oxidado y torpecino.
Puertas giratorias
Giran las puertas, sobre todo desde
lo político y público hacia lo privado, pero no tanto desde profesionales de lo
privado hacia lo público. No solo es
cuestión de remuneración, también la mala prensa que la política tiene en el
sector privado, el percibir dar el salto hacia lo público como una etapa
transitoria y corta, el truncamiento de la capacidad y gestión por culpa de
criterios no generales sino del Gobierno o partido de turno con sus propias
visiones partidistas, acaba impidiendo que profesionales testados y comprobados
en el sector privado no quieran o, de querer, nunca sean seleccionados por
quienes dirigen lo público y la política. Hoy más que nunca urge formar,
capacitar competencialmente, con herramientas de gestión, de decisión, de
ejecución de políticas públicas a los cuerpos directivos de la Administración.
El mérito de estar afiliado a un partido, o conocer a un candidato que es
investido mayestáticamente de los atributos transitorios del poder, no es la
mejor selección.
Debemos modernizar y hacer normal una
dirección pública profesional, a la altura de la realidad y la exigencia de una
sociedad y un país. Es lo de todos, lo que se
está gestionando, con el presupuesto público. Gestionar por competencias exige
flexibilidad, exige decisión, exige adaptabilidad a las circunstancias
cambiantes.
Las universidades deberían tomarse
más en serio la capacitación de lo público, más allá de los grados pertinentes. Másteres y estudios de posgrado que habiliten, que creen cuerpos de
liderazgo para lo público al margen de los partidos y las filiaciones que
modernicen las estructuras organizativas y de decisión de lo público y la
Administración. Generar y crear redes de decisión, de evaluación, de resultados
en las instituciones, entre todas.
El compromiso de lo público y con lo
público requiere habilidad, capacidad, competencia y, sobre todo, conocimiento. Que no se alcanza a dedo y por adscripción política y partidista
simplemente. Esa es la diferencia entre lo privado y lo público. ¿Para cuándo
ocuparse de modernizar lo público?
*Abel Veiga es Profesor de Derecho de la Universidad Pontificia de Comillas
Otro post de actualidad: El País El negocio libre de impuestos de los altos funcionarios
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