Por Miguel Otero Iglesias e Ignacio Molina. Agenda Pública blog.- Los días en que España desempeñaba un papel secundario en
Bruselas están llegando a su fin. Madrid tiene una gran oportunidad para dar
forma a las políticas de la UE en los próximos cinco años. Italia y Polonia
(por no hablar del Reino Unido, que se está desgarrando por el Brexit) son
débiles. El Benelux, y especialmente los Países Bajos, ha perdido su entusiasmo
por una Unión cada vez más estrecha. Y la alianza franco-alemana está buscando
nuevos socios que aboguen por una mayor cooperación en materia de defensa,
migración y el futuro del euro.
Afortunadamente, ese socio está cerca. El presidente del
Gobierno español, Pedro Sánchez, se ha convertido en el líder de facto de
la socialdemocracia europea, la segunda familia política más numerosa tanto en
el Consejo Europeo como en el Parlamento. En el momento en que la UE se embarca
en otra legislatura, todo indica que ha aprendido de los errores de sus
predecesores y que está decidido a dejar su impronta en el proyecto europeo.
Durante demasiados años, España ha actuado en Bruselas por
debajo de su potencial. Esta dinámica se inició en los años 80, cuando el
entonces presidente del Gobierno, Felipe González, introdujo a España en el
club europeo acordando que Madrid abriría el mercado español a las grandes
empresas de sus vecinos del norte a cambio de un esquema que compensaría a los
perdedores de este proceso. Marcó el comienzo de los fondos estructurales y de
cohesión de la UE, un gran logro, pero también una maldición.
Una vez que se aseguró la financiación de la UE para las
infraestructuras que tanto se necesitaban (España apenas tenía autopistas) y la
protección de las zonas rurales, los políticos españoles centraron su agenda
exterior en otra parte. Nuestro país se convirtió en un actor reactivo en
los asuntos de la UE. Su postura pro-europea le permitía estar siempre a favor
de una mayor integración, pero sus objetivos se limitaban a seguir el camino
trazado por Berlín y París.
El precio de la pasividad
Este papel pasivo tuvo un precio. Como consecuencia de la
crisis de la deuda, España perdió influencia, mientras que otros (Italia y
Polonia, pero también pequeños estados miembros como Finlandia, Irlanda y
Portugal) empezaron a ocupar más espacio. Sorprendentemente, España incluso
perdió su posición permanente en el Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo.
España aprendió por las malas que la debilidad interna
la debilitaba a nivel europeo. Y descubrió que ésta es una vía de doble
sentido. Si usted es débil en Bruselas, la unidad nacional también sufrirá. El
movimiento secesionista catalán es un buen ejemplo de ello.
Más que ningún otro líder español antes que él, Sánchez
parece comprender las implicaciones de esta dinámica y, gracias a su
conocimiento del funcionamiento de la UE, tiene un plan para romper el
círculo vicioso. Su interés por el continente se refleja en su equipo
europeo: su ministra de Economía, Nadia Calviño, fue directora general de la
Comisión Europea; su ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, fue
presidente del Parlamento Europeo; y Luis Planas, su ministro de Agricultura,
fue el representante permanente de España en Bruselas. Otros altos cargos son
firmes europeístas que entienden el funcionamiento de la maquinaria de la UE.
Por supuesto, los socialistas españoles no están en una
posición fácil a nivel nacional: van a tener un Gobierno minoritario y la
controvertida cuestión del empuje independentista de Cataluña no desaparecerá
en un futuro próximo. Sánchez también se enfrentará a fuertes críticas por
llegar a acuerdos con los partidos de izquierda radical e independentista para
aprobar ciertas leyes y el Presupuesto.
Sin embargo, lo que le dará al presidente influencia en el
escenario europeo es un fuerte consenso pro-europeo entre los españoles. El
partido euroescéptico del país, Vox, sufrió una gran derrota en las elecciones
europeas del mes pasado con sólo un 6,2% de apoyo, muy por debajo del 34% que
el líder de extrema derecha Matteo Salvini obtuvo en Italia o del 30% del jefe
del partido del Brexit, Nigel Farage.
Parece que la marea ha cambiado en España. Tanto los actores
gubernamentales como los no gubernamentales están decididos a aumentar la
influencia del país en los Veintisiete. De hecho, España está empezando a
hacer algo que otros ya han descubierto hace tiempo: está construyendo su
propia red en la capital europea. Los funcionarios españoles de las instituciones se
reúnen periódicamente para compartir y coordinar sus posiciones. También han
empezado a consultar sistemáticamente con sus homólogos del Gobierno español,
diputados al Parlamento Europeo y empresas multinacionales españolas.
Madrid también está aprendiendo finalmente a practicar el
juego de la UE cuando se trata de hacer lobby, a pesar de que la palabra
tiene fuertes connotaciones negativas en España. Esto es especialmente
importante ahora que parece que Madrid se convertirá en un contribuyente neto
al Presupuesto de la UE.
Todas las señales apuntan en la dirección de que España
no sólo estará dando forma a la política del bloque, con nombramientos en
puestos clave de toma de decisiones de la UE, sino que también trazará el
camino cuando se trate de política.
El sherpa de Sánchez, José Manuel Albares, ha dado
a conocer recientemente la agenda estratégica de España para la próxima
Comisión, que destacan 10 prioridades clave: completar la Unión Monetaria
Europea, reforzar las políticas sociales, diseñar una política industrial,
profundizar en el mercado único, desarrollar un nuevo acuerdo ecológico, apoyar
a las pymes y a las zonas rurales, invertir más en alta tecnología, gestionar
de forma inteligente los flujos migratorios, que la UE desempeñe un papel más
importante a escala mundial, aumentar el Presupuesto de la UE y lograr una
mayor armonización fiscal.
Aquí, por supuesto, la cooperación con Alemania y
Francia será crucial, pero España también tendrá que encontrar aliados
clave entre los estados miembros más pequeños. No tiene nada que ganar si se
convierte en una tercera rueda en el eje franco-alemán.
Su objetivo debiera ser crear su propia agenda y
desarrollar relaciones en toda la Unión, incluyendo la Comisión Europea y los
socios del sur, que constituyen el 40% de la población total de la UE, pero que
no tienen suficiente influencia en los pasillos del poder.
Estos países están institucionalizando una asociación para
promover las preferencias mediterráneas y contrarrestar otras alianzas regionales
como Visegrado o la Liga Hanseática. Mientras que el sur finalmente
comienza a organizarse para impulsar su agenda en la UE, España está lista para
emerger como su líder.
(Este artículo se publicó originalmente
en inglés en ‘Politico
Europe’ con el título «The south (of Europe) will rise
again». Lo ha traducido Guillermo Sánchez-Herrero)
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