“Hay un punto sobre el cual todos los
nuevos alcaldes están de acuerdo. Este tiene que ver con la valoración de las
máquinas burocráticas que han heredado. Máquinas descompuestas, disociadas,
desmotivadas” (Luciano Vandelli, Alcaldes y mitos,
CEPC/FDGL, 2006, p. 49)
Por Rafael Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog.- Quienes llegan al gobierno municipal, sobre
todo si no tienen experiencia previa en el ámbito del sector público, se
sorprenderán de inmediato ante la telaraña de complejidades que rodea hacer
política local. Pero su impacto es mayor cuando observan cuál es el estado de
“la máquina administrativa”. Tenía razón Luciano Vandelli, a la sazón –en
calificativo del profesor Ramió- un auténtico anfibio (catedrático de la
Universidad de Bolonia y teniente de alcalde de la ciudad), cuando en distintos
pasajes de su recomendable libro se hacía eco del brutal choque que sufren los
políticos locales al llegar al poder, pues se encuentran por lo común “máquinas
descompuestas, disociadas, desmotivadas”, con las cuales resulta una heroicidad
hacer buena política.
Y no es que la administración local sea de
peor condición, pues hay estructuras organizativas municipales excelentes,
buenas o razonables, pero también las hay (y de estas abundan) devastadas. El
estado de “la máquina administrativa” (entendiendo por tal la Administración
municipal y sus entidades del sector público, así como el estado de las
finanzas públicas, las estructuras, procesos y personal) es un mero síntoma de
si quienes han estado antes (me refiero a los gobernantes anteriores) han
dedicado recursos y esfuerzos a su “puesta a punto” o, por razones de
desinterés, mera comodidad o contingencia, han dejado que la máquina envejezca
hasta hacerse absolutamente obsoleta e impracticable. Hay muchos ayuntamientos
que no funcionan simple y llanamente porque nadie se ha tomado mínimamente en
serio que deben funcionar, lo que exige, en no pocas ocasiones, decisiones
difíciles y elecciones complejas, pero que por el bien de la institución y de
su futuro se han de adoptar. En muchísimos casos, no hay el coraje ni la
valentía necesarias para adoptar tales decisiones. Es muy fácil plegarse a las
presiones sindicales, corporativas o, incluso, dejar que las cosas se pudran.
Como decía también Vandelli, para los Alcaldes “decir ‘no’ se convierte en una
necesidad, y un gran mérito”. Un “no” que debe ser positivo, argumentado, como
recordaba asimismo el profesor Ury.
En cualquier caso, no les describo nada
nuevo si les digo que quien pretenda construir gobiernos municipales eficientes
con vocación de futuro y, asimismo, desee liderar una ciudad o un pueblo
durante varios mandatos, no tendrá otra opción que ponerse el buzo y pasar de
la sala de máquinas a los rincones más recónditos de la organización con la
finalidad de reparar las infinitas fugas de agua que existen en tan averiada
maquinaria. El abandono, como bien saben los propietarios de cualquier
inmueble, se paga caro. Y cuesta tiempo y dinero arreglarlo.
Y para llevar a cabo tal operación
restauradora (o si prefieren, rehabilitadora) no queda otra que disponer de un
buen diagnóstico. Testar el estado actual de la máquina, identificar sus
cortocircuitos, desatar nudos, buscar donde están las piezas averiadas y
desatascar los conductos obstruidos y los cuellos de botella, representa el
primer y necesario paso. Una vez hecho ese diagnóstico, si tiene una mínima
calidad, cabrá extraer de allí una batería de recomendaciones dirigidas a
mejorar el (normalmente) deficiente o incluso paupérrimo estado de la
máquina. También es muy importante programar en el tiempo la aplicación de
tales medidas. Pero hay que ser realista, y aquí mordemos en hueso, los
proyectos de cambio organizativo son de largo recorrido y requieren una
voluntad política siempre firme. No admiten desvanecimientos ni abandonos
temporales. Requieren tener una buena hoja de ruta y un liderazgo político, así
como una consistente dirección ejecutiva, que conduzca el barco a buen puerto.
Sus réditos políticos no se advierten de inmediato, son siempre diferidos. Y
eso desanima a la legión de políticos cortoplacistas que invade la nómina de
nuestros ayuntamientos. Quien no tenga visión de futuro, rara vez invertirá en
organización. Y quien no invierta en organización, conforme pase el tiempo,
percibirá con claridad que sus impulsos políticos pierden fuerza, no llegan a
plasmarse y, en ocasiones, encallan envueltos en una red burocrática infernal
que se retroalimenta a sí misma. Tal vez entonces se pregunte: ¿Qué ocurre en
este Ayuntamiento que sacar adelante las políticas es una tarea hercúlea o, a
veces, imposible? La respuesta será muy fácil: si usted no ha puesto a punto la
máquina administrativa difícilmente podrá engrasar sus políticas, pues estas
quedarán enredadas en su diabólica estructura y procesos. Tiempo tuvo y no lo
hizo.
Redes de ineficiencia
En fin, se habla mucho de innovación,
administración digital, transparencia, integridad, participación, rendición de
cuentas o revolución tecnológica, al fin y a la postre de Buena Gobernanza;
pero quien pretenda liderar políticamente un Ayuntamiento sin abordar
frontalmente la organización sepa de antemano que, tal vez podrá sortear el
temporal algunos años o quizás algún mandato, pero más temprano que tarde
terminará atrapado en las redes de la ineficiencia.
Ciertamente, no cabe pecar de ingenuos.
Darle la vuelta al calcetín de una organización municipal desvencijada es tarea
que ocupa probablemente dos mandatos, al menos para que se visualicen los
resultados totales (algunos de ellos, no obstante, se pueden materializar a
corto plazo). Este largo período que supera el infranqueable muro mental del
mandato suele actuar como efecto de desaliento de una política local que
siempre pide realidades inmediatas. Pero si nunca se ponen las bases reales
para hacer una buena política, uno de cuyos elementos sustantivos es disponer
de una buena organización, siempre se seguirá trampeando, como se ha hecho
hasta ahora. Y nos seguiremos contentando con unos servicios públicos de
calidad mala, regular, normal o buena, cuando podrían ser sencillamente mucho
mejores. Por muy alejado que parezca, una buena organización municipal mejora
la calidad de la institución y los servicios a la ciudadanía. Quien no lo vea,
está ciego. Hay que poner los medios para hacer eso posible. Como decía Weber,
la política nunca conseguirá lo posible si no intenta lo imposible una y otra
vez. Mejorar nuestras organizaciones es, en verdad, una tarea enorme y no
exenta de gran complejidad, pero a poco que se haga (dado su deficiente estado
actual) sus efectos serán multiplicadores. Que lo prueben los nuevos Alcaldes y
Alcaldesas. Seguro que no se arrepienten. Tal vez así, sin darse apenas cuenta,
transformarán gradualmente sus organizaciones municipales y harán de ese modo
un gran servicio al futuro de la ciudad, así como especialmente a la ciudadanía.
No será una contribución menor. Aunque muchos responsables políticos seguirán
sin ver tales ventajas o con cierto cinismos dirán: “largo me lo fías”. Si así
fuera, su ciudad se lo pierde. Y ellos también
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