Por Mikel Gorriti y Rafael Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog.- Durante
el confinamiento por la pandemia, se ha producido una auténtica resurrección
del teletrabajo; o, mejor dicho, de aquella actividad profesional a
distancia realizada de forma intensiva (al menos, eso nos han contado) en su
vivienda habitual por parte de los empleados públicos. Las circunstancias
obligaban. Realmente, lo que ha tenido lugar ha sido la realización
de determinadas tareas, básicamente de programación, concepción, trámite o
gestión, dentro del marco funcional asignado a cada puesto de trabajo. La mayor
parte de las tareas rutinarias han quedado en parte aparcadas para mejor
momento. Ciertamente, trabajo se puede hacer y mucho, también cuando la
máquina administrativa de los procedimientos convencionales está detenida.
Tras
el próximo retorno gradual a las “covachuelas” (rectius, oficinas
públicas), tal como vaticinan las personas entusiastas del cambio (los
optimistas), veremos un sinfín de iniciativas innovadoras y creativas
pergeñadas en la incubadora del confinamiento. Ni qué decir tiene que, según
esta visión positiva, la Administración Pública saldrá muy fortalecida de este
largo paréntesis. Para otros, más escépticos, la parálisis tendrá consecuencias
graves y costará lo que no está escrito que las organizaciones públicas se
despierten de ese largo letargo. No les resultará fácil abrir los ojos (no
digamos nada “las ventanillas”) y coger velocidad de crucero. La visión
pesimista fía el arranque para finales del verano o incluso más; puesto que al
personal le quedan aún por disfrutar largos períodos de vacaciones,
permisos (moscosos, canosos y otros varios), licencias y todo ello
aderezado con la jornada (reducida) de verano. Organizar todo este batiburrillo
burocrático y poner en marcha una actividad detenida bruscamente (aunque con
teletrabajo) no resultará sencillo. La pandemia y el distanciamiento han
venido para quedarse un tiempo; el teletrabajo, también. Ya están
surgiendo por doquier planes administrativos de “desescalada” (mejor
dicho de retorno a la “nueva normalidad”) en los que el trabajo a
distancia o a domicilio se convierte en la nueva estrella del presente y del
futuro. Y a ello queremos dedicar estas (algo extensas) reflexiones. Pues
el tema se ha simplificado en exceso, y tiene bastante más enjundia del que a
primera vista aparenta.
En
general, el trabajo burocrático ha sido siempre presencial. El teletrabajo se
previó como algo circunstancial y, por lo común, anecdótico. La oficina,
con sus instalaciones y compañeros, forma parte de un microcosmos en el que el
empleado público pasa largas jornadas e innumerables días, semanas y meses en
su vida activa profesional. No sólo trabaja, también socializa. Se traban
amistades y enemistades o desencuentros, que de todo hay. Se atiende a la
ciudadanía o se da respuestas a problemas o expedientes. Se piensa y/o
actúa. El contacto físico, la comunicación verbal y no verbal, la mera
presencia, ha impuesto hasta ahora un estilo dominante. Como se ha dicho
recientemente (García Maldonado: “Las
plegarias atendidas del teletrabajo”), la oficina era vista como un
engorro, pero también daba identidad y sentido a muchas existencias. Algo de
todo eso se ha desvanecido, deshilachado o trastornado con esta pandemia, que
ha venido para quedarse un largo tiempo. El teletrabajo, “rompe muchos
relatos cotidianos”. Y, por tanto, habrá que plantearse no sólo la redefinición
de espacios y tiempo de trabajo, como ya tratamos en su día en este Post,
sino particularmente nos coloca al teletrabajo como pócima mágica que todo (al
parecer) lo resuelve. O pretende hacerlo.
Vayamos
por partes. Tal vez convenga romper algunos mitos que hemos entronizado en
estas semanas de encierro. Lo que denominamos con poco rigor y menor
acierto como “teletrabajo” no es ni siquiera un medio, sino más bien un
contexto en el que se desarrolla una actividad profesional. Tampoco es, por
mucho que algunos lo idealicen o entronicen, un objetivo, sino todo lo más una
forma singular de trabajar alejada de los estándares tradicionales que
representan las cuatro paredes de la oficina o del despacho en la
Administración Pública y la propia inmediatez física (que también importa y
aporta). En estos momentos, es una respuesta a una emergencia. Nada más. Y
nada menos. En su condición de contexto nos ofrece posibilidades
efectivas, pero asimismo limitaciones evidentes. Dentro de las primeras siempre
se ha puesto en valor la conciliación del trabajo con la vida
familiar, aunque pocas veces se apunta que trabajar con niños o adolescentes al
lado o con personas dependientes tampoco es una tarea sencilla, como ni
siquiera lo es trabajar conjuntamente una pareja o un matrimonio en un espacio
doméstico reducido. También se anota la flexibilidad de horario como
valor, pero siendo ello cierto también lo es que puede resultar un
inconveniente, si no se acota razonablemente el tiempo de trabajo. Es cierto
igualmente que el trabajo en el domicilio evita desplazamientos (con
los costes y desgastes que ello implica) y puede mejorar la calidad de vida
(inclusive palia la contaminación, más ahora que todo el mundo echará mano del
vehículo privado), siempre y cuando se disponga de un buen espacio
confortable para trabajar de forma adecuada. Y eso tiene mucho que ver con el
lugar y los medios, por ejemplo la luz; pero también con la capacidad de
aislamiento o tranquilidad y las posibilidades de concentración, que en muchas
ocasiones no son precisamente fáciles en un entorno doméstico. El trabajo de
concepción (esto es, el técnico especializado) requiere inexcusablemente
atención, atención y atención, como decía Montaigne. Y, a veces, en ese
hábitat domiciliario no es fácil, pues nuestras viviendas (salvo
excepciones de aquellos que ya trabajaban en casa) no están adaptadas para
tales menesteres. Se añade igualmente que el teletrabajo evita reuniones
inútiles, al menos las presenciales, aunque la fiebre de las reuniones
telemáticas hoy en día están mostrando fehacientemente que asimismo éstas
pueden ser notablemente disfuncionales o a veces prescindibles.
En
fin, con todos los matices expuestos, hay ventajas del trabajo a
distancia; pero su buen resultado depende de otros muchos factores. El
teletrabajo está estrechamente vinculado no sólo con ese hábitat
mínimamente confortable que permita el trabajo concentrado y efectivo, sino
también con los recursos tecnológicos que se posean. Acceder a la
información de la oficina/despacho y a los expedientes allí recogidos es
perfectamente factible por control remoto. Trabajar de ese modo también. No
obstante, se requiere una buena Administración digital de la que aún no
pocas organizaciones públicas carecen. Cuando los procedimientos
administrativos revivan, trabajar desde casa debería suponer un acceso directo,
seguro, de calidad y rápido a esa información, así como a todos los expedientes,
salvaguardando la gestión o gobernanza de datos, algo que se ha descuidado
como puso de relieve Ascen
Moro. Y ello no está resultando fácil, ni siquiera para las organizaciones
más avanzadas. Luego están los medios informáticos: ¿con qué recursos se
trabaja?, ¿con qué ordenadores, programas e impresoras, propios o de la
organización?, ¿con qué teléfonos y a cuenta de quién son las llamadas? Este
es otro agujero negro, como lo es igualmente la conexión a Internet
y la seguridad de ésta (como es obvio, los ciberataques pueden
producirse con mucha mayor facilidad cuando se trabaja en el propio domicilio y
con recursos personales; afectando a información pública y a datos
personales).
No
insistiremos más en las cuestiones tecnológicas. Pretendemos incidir más
en otros aspectos, tampoco menores. Que están en la esencia o ADN del
teletrabajo. Principalmente, los organizativos o de gestión. Aunque en
ellos no acaban los problemas. También habría que referirse, como nos apuntó
Joan Mauri, al (descuidado) régimen jurídico del teletrabajo y al análisis
específico de las condiciones laborales en las que esta actividad debe
desplegarse. Como también dice nuestro común colega Jorge Fondevila, las
resoluciones y protocolos que se están aprobando precipitadamente sobre este
problema y aspectos afines por las Administraciones Públicas, se asemejan
muchísimo a un queso gruyere por los enormes agujeros que muestran,
que de algún modo habrán de taparse. Está todo por hacer. También en este
punto.
Vayamos
a la organización y gestión del teletrabajo. Aspecto central del problema. Debe
quedar claro de inicio que es materialmente imposible trabajar a distancia con
otros parámetros que no sean los propios del trabajo real. Por muchas vueltas
que le demos al problema, si se trabaja de forma inadecuada o incorrecta
presencialmente, tales vicios o déficits no se resolverán milagrosamente en el
refugio del hogar o en la distancia, aunque sea telemática. No ver la cara
físicamente de los “compañeros” o “jefes” no hace cambiar la naturaleza del
trabajo ni sus resultados. Tal vez se eviten algunos males (ruido ambiental,
interrupciones o distracciones, por ejemplo; aunque todo dependerá del entorno
doméstico), pero para el desarrollo adecuado de las tareas de cualquier
actividad profesional en una organización es presupuesto de partida un correcto
diseño (análisis del puesto de trabajo). Las tareas (o el desempeño) no
son otra cosa que la saturación de las responsabilidades o funciones
previamente acotadas. Si estas se encuentran mal definidas, será muy difícil
asignar correctamente las tareas a cumplimentar. Y esas tareas, funciones
o responsabilidades se deben enmarcar en un proyecto/plan/programa
gubernamental, departamental o de una dirección o servicio, donde se definan
objetivos, cronograma y resultados. Si nada de esto existe es como labrar en el
aire. Absurdo. Sin una planificación de las tareas nunca podremos conocer
cómo se deben hacer las cosas, en cuánto tiempo y por qué se deben hacer,
imposibilitando cualquier mínimo seguimiento de la actividad profesional (si no
está anudada a un objetivo) y menos aún evaluar el desempeño o rendimiento
realizado en el ejercicio de tales actividades. El teletrabajo en
cualquier organización sólo puede desarrollarse cabalmente en un entorno
racionalizado del ejercicio profesional.
Se
puede afirmar, por tanto, que el análisis del puesto y la evaluación del
desempeño son el alfa y el omega de todo trabajo. Sin ambos presupuestos
conceptuales, es imposible organizar una actividad profesional derivada del
ejercicio de las funciones, responsabilidades y tareas de cada puesto de
trabajo. Definir el trabajo (esto es, el desarrollo de la actividad
profesional que debe realizarse en cada puesto de trabajo) es el presupuesto
existencial para que tal actividad se desarrolle adecuadamente, sea
de forma presencial o lo sea telemáticamente. Lo contrario es poner velas al
santo. Y esperar milagros.
Y para
que esa racionalidad organizativa funcione mínimamente y el teletrabajo pueda
desplegarse de forma razonable, se requiere el cumplimiento, al menos, de una
serie de exigencias básicas. A saber:
-Sin
estrategia organizativa, sin una definición de lo que son la misión,
visión y valores de la organización, plasmada en un plan de gobierno y en
planes operativos de las estructuras departamentales, direcciones o áreas de
actuación, el teletrabajo no pasará de ser un pío deseo. No puede
estar desligado o descabezado de ese alineamiento dirección/gestión.
-Las
funciones y responsabilidades de los puestos de trabajo marcan el campo de
juego. Pero la clave está en cómo llevarlas a cabo. Se deben tener claros en
todo momento los productos e indicadores que derivan de la ejecución del
trabajo que se hará “a distancia”.
-Asimismo, se
debe concretar la ejecución de la tarea, teniendo en cuenta la carga de
trabajo, la complejidad del producto y los objetivos que se pretenden alcanzar. Todo
ello debe venir acompañado de los correspondientes umbrales de fechas y
objetivos a alcanzar. Pieza capital para el seguimiento y evaluación del
trabajo realizado.
-Un
problema esencial al que ya se ha hecho referencia es el de los recursos
necesarios para desarrollar esa actividad a distancia (desde los recursos
tecnológicos hasta aspectos más materiales). No cabe duda que los debería
proveer la Administración Pública. Y la pregunta es obligada: ¿está en
disposición el sector público de proveer de recursos tecnológicos
(duplicados) a todo el personal? El coste de tal operación es elevadísimo. Y el
contexto de crisis fiscal aguda.
-El
teletrabajo requiere asimismo formación en ejecución y en seguridad laboral. Especialmente
en todos los aspectos vinculados con la ciberseguridad.
-El
teletrabajo implica, además, unas elevadas cotas de autodisciplina. No es
fácil, para quien nunca lo ha hecho, trabajar en casa. Las distracciones son
múltiples, más aún con Internet y con la nevera cerca o el televisor (cuando no
el teléfono) al costado. No digamos nada si se dispone de terraza o de jardín.
La llegada del buen tiempo anima a salir. Nadie nos ve. Y el anonimato es el
mejor paisaje para procrastinar. Hay muchas guías “de autoayuda” que intentan
disciplinar a los empleados, también a los públicos. Pero sin una voluntad
férrea, y un control exigente, no es fácil.
-Y,
finalmente, probablemente el aspecto nuclear, el teletrabajo requiere un
especial esfuerzo contextual y de liderazgo transformador por parte del
personal directivo y responsable (los mal llamados “jefes”), cuyo papel de
acelerador o de freno se dispara. Una mala dirección presencial nunca producirá
buenos réditos en su forma telemática. Es posible que empeore. Las habilidades
directivas tradicionales se deben combinar con excelentes competencias
digitales y con un denodado esfuerzo de seguimiento y evaluación. Sin ello nada
funcionará realmente. El teletrabajo multiplica las exigencias de los
directivos y responsables, y representa quebrar absolutamente el modelo de
falso “igualitarismo formal” para gestionar razonablemente la diferencia. Si
hemos sido incapaces hasta la fecha de implantar la evaluación el desempeño en
el trabajo presencial, ¿seremos ahora capaces de desarrollarla en el trabajo a
distancia? Un reto.
-Una
idea-fuerza como conclusión: el teletrabajo en las Administraciones
Públicas, aparte de una cuestión tecnológica, de régimen jurídico y
condiciones de trabajo, es sobre todo y ante todo un problema de
dirección, organización y gestión (diseño correcto de puestos de trabajo,
asignación de tareas, seguimiento y evaluación del desempeño), que poco o
nada tiene que ver (aunque haya quien lo confunda) con una actividad de freelancer o
con quienes son prestadores de servicios profesionales por cuenta propia.
En
verdad, si se ha seguido lo hasta ahora expuesto, se podrá concluir fácilmente
que, en lo que afecta al diseño y resultado del trabajo, la dicotomía
en la oficina o en casa no es determinante. Todo lo más, el contexto del
domicilio (a distancia) hace más complejo el desarrollo de la gestión del
trabajo en sus elementos de diseño, seguimiento y evaluación, exigiendo un plus
de dedicación y competencias al personal directivo y responsable de las
respectivas unidades, así como una disciplina férrea a quien trabaja desde el
domicilio. Siempre está en riesgo la productividad y la calidad del
trabajo. Por ello es necesario evaluar el desempeño y contrastar datos de
desempeño en el trabajo presencial y en el teletrabajo. Datos objetivos de
indicadores no de opiniones y ver si las diferencias son significativas
estadísticamente. Esto es esencial para evaluar el teletrabajo y tomar
decisiones al respecto. Lo demás, no pasa de ser retórica vacua que adorna las
exposiciones de motivos de los recientes acuerdos y resoluciones pactadas, y
recogen sin rubor que todos los empleados públicos están teniendo una conducta
ejemplar con el teletrabajo. Del dicho al hecho, va un trecho.
Es
más, el teletrabajo no asegura que no haya también presentismo, aunque sea de
otro modo. Lo puede haber en casa con el VPN activado y no haciendo nada.
También lo contrario. Lo único que pasa es que no es comprobable o
evidente. Lo que realmente es un cambio de modelo organizativo es diseñar
el trabajo en sí, no el teletrabajo. Algo que no se ha hecho por las
Administraciones en las últimas décadas. ¿Serán capaces de hacerlo a partir de
ahora? Aquí queda la pregunta.
En
una magnífica entrada editada en la página Web Nada Es Gratis (Palomino,
Rodríguez y Sebastián: “Teletrabajo
en España: ¿Estamos preparados para el distanciamiento?)”, se
identifican dos cuestiones que queremos resaltar en estos momentos. La primera
es que España es, en el contexto europeo, el quinto país por la cola en cuanto
a su preparación para el teletrabajo. La segunda consiste en que son los
empleos de mayor nivel educativo los mejor preparados para el teletrabajo, pues
tienen mayores competencias digitales (directivos, profesionales y técnicos,
así como puestos administrativos). La primera reflexión quiebra esa visión tan
optimista (o “happy”) que se está trasladando desde las Administraciones
Públicas, donde la digitalización aún va lenta. La segunda nos ofrece una
ventana de oportunidad, pues en el sector público hay muchos puestos directivos
y técnicos, también algunos de tramitación, que objetivamente serían los más
idóneos para teletrabajar. Pero para hacerlo de verdad, sin trampas en el
solitario ni autocomplacencia barata, hay que dar efectivamente los pasos
expuestos en esta ya larga entrada. Lo demás es engañarse. Manos a la
obra, por tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario