lunes, 18 de marzo de 2019

La política ante el nuevo régimen climático (A Propósito del libro de Bruno Latour, “Dónde aterrizar, cómo orientarse en política”, TAURUS, 2019)

Otro post de Rafael Jiménez Asensio (VozPopuli). Votar enelecciones múltiples. La ‘alta política’ puede terminar devorando a la política de proximidad’. Para evitar ese atropello la receta es diversificarel voto de acuerdo con cada escrutinio

La creciente desigualdad, ‘la ola de populismo’ y la crisis migratoria deben ser asumidas como tres respuestas, comprensibles aunque ineficaces, ante la tremenda reacción del suelo a los estragos que la globalización le ha hecho padecer” (p. 37)

“El vacío de la política sería incomprensible sin tener en cuenta que la situación carece de todo precedente. Es desconcertante (p. 69)

Por Rafael Jiménez Asensio.- La Mirada Institucional blog.-  La celebración de la oportuna iniciativa estudiantil denominada Fridays for future en defensa del planeta, por cierto con escasa (aunque esperanzadora) repercusión todavía en España, ha venido acompañada de reportajes y análisis sobre tan trascendental cuestión, pero –salvo error u omisión por mi parte- no he visto referencia alguna a la profunda reflexión que sobre ese fenómeno representa la obra de este ensayista, antropólogo, filósofo y sociólogo francés que es Latour.

En su reciente libro, difundido en castellano a partir de febrero de 2019, el autor acuña la expresión nuevo régimen climático para situar al lector sobre lo que es la nueva era que, en esta materia, se abre a partir de un acontecimiento histórico preciso: el acuerdo sobre el clima realizado el 12 de diciembre de 2015 en París, donde –según sus propias palabras- “los países firmantes comprendieron con horror que si llevaran a cabo sus respectivos planes de modernización, no habría un planeta compatible con sus expectativas de desarrollo. Necesitarían varios planetas, pero solo tienen uno”.

Angustia
Como también reconoce Latour, la sensación de angustia comienza a ser profunda “porque empezamos a sentir que el suelo desaparece bajo nuestros pies”. La humanidad migra buscando territorios por redescubrir y reocupar. La paradoja es que no se trata de nuevos descubrimientos de tierras ignotas (como se hizo en la etapa de la colonización), sino de ir allí dónde ya residen personas, entrar en su hábitat y compartir su espacio. El Nuevo Mundo es realmente el Viejo. Los viejos países antes colonizados llaman a la puerta de los colonizadores o, en su defecto, buscan el paraguas de los países “desarrollados” en los que la vida es, al menos en apariencia, más amable. En poco más de cinco siglos cómo han cambiado las cosas.

La tesis del libro citado es muy clara: “Migraciones, explosión de las desigualdades y nuevo régimen climático son, entonces, la misma amenaza”. Y de ella surge la tentación populista: “Levantemos fronteras estancas y así nos libraremos de ser invadidos”. Convergen, en este caso, dos tendencias muy claras: el “negacionismo climático” (o el “relativismo del cambio climático”, todavía muy presente) y la construcción de “fortalezas doradas”. Vanos empeños. Esos tres fenómenos citados producen otra consecuencia: no se trata tanto de actuar como de huir: buscar dónde aterrizar. Unos (el 1 por ciento, o los más ricos) hacia el exilio dorado; otros levantando muros, y los más miserables tomando la vía del exilio.

La tensión Global/Local se impone. Ante el empuje de la modernización, la población se refugia en lo local (en su propio Estado, en su país, nación, región o ciudad). Es la paradoja de la modernización: resucita lo más antiguo en su imposible combate con lo global. Algunas realidades políticas se deshilachan. En otros casos, el retorno a lo local se intenta compatibilizar falsamente con lo global: no se trata –parafraseando a Marx del camino de la tragedia hacia la farsa, sino más bien de una bufonada trágica. El desconcierto emerge.

La tensión Izquierda/Derecha se ve absolutamente superada por otra: Modernización/Ecología. Sin embargo, a juicio de Bruno Latour, la ecología como movimiento político ha fracasado por completo, sin que ello lo palie un reverdecer puntual de ese tipo de partidos en algunos países de Europa occidental (a su juicio, tal vez exagerado, “las formaciones verdes siguen siendo marginales en todas partes”). El problema de fondo es que tales fuerzas ecológicas han pretendido jugar siempre en el terreno de la Izquierda (animada esta siempre por la cuestión social, así como por “el progreso” o la Modernización), mientras que ahora el problema futuro es muy otro: transformar la rígida visión Izquierda/Derecha en el nuevo vector Moderno/Terrestre. Una operación de enorme dificultad, pues como reitera una y otra vez el autor “es poco probable que alguien pueda ser movilizado con la propuesta de retroceder”. Pero, hay que intentarlo. No existe otra alternativa. Y en ese empeño cualquier alianza política es válida: “Debemos aprender a reconocer un conjunto de nuevas posiciones, antes de que los militantes del extremo Moderno acaben con todo”.

Se trata, por tanto, de una lucha existencial, pero no por salvar al planeta Tierra, sino por salvar a la humanidad. La nueva cuestión “geo-social” será determinante en el siglo XXI. Se impone, así, un nuevo régimen (político) climático que condicionará la vida futura de la humanidad. Y no a muy largo plazo. En efecto, Bruno Latour utiliza la noción científica de “Zonas críticas” para identificar lo que realmente hay que salvar. No se trata del planeta, pues este continuará, aunque lo humano desaparezca. La construcción del polo “Terrestre” la realiza el autor limitándola “a una minúscula zona de pocos kilómetros de grosor entre la atmósfera y las rocas madre. Una película, un barniz, una piel, unas capas infinitamente plegadas”. Es lo que sobre todo y ante todo se debe preservar: nuestro hábitat. Pero ya no debemos hablar tanto de humanos, sino de terrestres. Es una cuestión más de civilización que de economía, si bien la transición será, una vez más, compleja. La economía sigue mandando.

La tensión ya está clara: “Aferrarse al suelo, por un lado; mundializarse, por el otro”. Lo Local rompe esa perspectiva y equivoca el foco del problema, pero cada vez tiene más predicamento en las sociedades occidentales, preñadas de populismo (levantar muros y cerrar fronteras está de moda, y tiene muchos seguidores). Tanto lo Global como lo Local promueven una imagen equivocada de lo que realmente acaece. Como expresa inigualablemente el autor galo: “Es por falta de territorio que el pueblo termina por faltar”. Y concluye: “El polo de atracción Terrestre puede devolver el sentido y dirección a la política, encargada de prevenir la catástrofe que desencadenaría la fuga hacia lo Local y el desmantelamiento del llamado orden mundial”. El libro termina con una exquisita reflexión personal del autor sobre Europa como “suelo habitable” y todas las contradicciones que encierra el choque de la mundialización y las migraciones: “Nosotros vinimos a vuestro territorio sin consultaros, vosotros vendréis al nuestro sin consultarnos. Toma y daca”. Sin embargo, Europa –a pesar de sus innegables dificultades actuales como proyecto político- sigue siendo nuestra última esperanza. Al menos, así lo expresa Latour.

Plúmbea y desmovilizadora campaña electoral
En fin, sumidos como estamos en una plúmbea y desmovilizadora campaña electoral, bien harían las fuerzas políticas en liza por introducir racionalmente en el debate este enorme problema que tendrá muy serias y relativamente inmediatas consecuencias futuras sobre amplias zonas del territorio español, en la triple y estrecha dimensión expuesta: desigualdad, migraciones y cambio climático. Pero la sensibilidad “verde” o “ecológica” nunca fue nuestro fuerte como medio de expresión política, sino claramente anecdótica o periférica. Y esa enorme carencia sigue existiendo. Tal vez la lectura de esta estimulante obra de Bruno Latour nos pueda servir para abrir los ojos, al menos a algunas personas. 

Aunque no cabe llamarse a engaño: al común de los votantes, este tipo de mensajes nunca les han calado, pues los efectos del cambio climático eran poco perceptibles a corto plazo o incluso negados. No obstante, en poco tiempo veremos cómo ese disputado suelo europeo, también español, será muy disputado. De hecho ya lo es. Muchos quieren y querrán aterrizar en él. Pues amplias zonas de esa fina capa terrestre se transformarán (ya lo están siendo) en lugares inhóspitos. Por ello me sigue sorprendiendo la estulticia humana cuando se afirma una y otra vez que está haciendo un tiempo espléndido en pleno mes de febrero o marzo donde los termómetros se disparan a valores propios de los meses de mayo o junio, y la lluvia no hace acto de presencia. Quizás no somos conscientes de esa estrecha relación entre desigualdad, migraciones y cambio climático. Hasta que nos estalle en las narices.

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