“La creciente desigualdad, ‘la ola de populismo’ y la crisis migratoria deben ser asumidas como tres respuestas, comprensibles aunque ineficaces, ante la tremenda reacción del suelo a los estragos que la globalización le ha hecho padecer” (p. 37)
“El vacío de la política sería incomprensible sin tener en
cuenta que la situación carece de todo precedente. Es desconcertante” (p. 69)
Por Rafael Jiménez Asensio.- La Mirada Institucional blog.- La celebración de la oportuna iniciativa estudiantil
denominada Fridays for future en defensa del planeta, por cierto con
escasa (aunque esperanzadora) repercusión todavía en España, ha venido
acompañada de reportajes y análisis sobre tan trascendental cuestión, pero
–salvo error u omisión por mi parte- no he visto referencia alguna a la
profunda reflexión que sobre ese fenómeno representa la obra de este ensayista,
antropólogo, filósofo y sociólogo francés que es Latour.
En su reciente libro, difundido en castellano a partir de
febrero de 2019, el autor acuña la expresión nuevo régimen climático para
situar al lector sobre lo que es la nueva era que, en esta materia, se abre a
partir de un acontecimiento histórico preciso: el acuerdo sobre el clima
realizado el 12 de diciembre de 2015 en París, donde –según sus propias
palabras- “los países firmantes comprendieron con horror que si llevaran a cabo
sus respectivos planes de modernización, no habría un planeta compatible con
sus expectativas de desarrollo. Necesitarían varios planetas, pero solo tienen
uno”.
Angustia
Como también reconoce Latour, la sensación de angustia
comienza a ser profunda “porque empezamos a sentir que el suelo desaparece bajo
nuestros pies”. La humanidad migra buscando territorios por redescubrir y
reocupar. La paradoja es que no se trata de nuevos descubrimientos de tierras
ignotas (como se hizo en la etapa de la colonización), sino de ir allí dónde ya
residen personas, entrar en su hábitat y compartir su espacio. El Nuevo
Mundo es realmente el Viejo. Los viejos países antes colonizados llaman a
la puerta de los colonizadores o, en su defecto, buscan el paraguas de los países
“desarrollados” en los que la vida es, al menos en apariencia, más amable. En
poco más de cinco siglos cómo han cambiado las cosas.
La tesis del libro citado es muy clara: “Migraciones,
explosión de las desigualdades y nuevo régimen climático son, entonces, la
misma amenaza”. Y de ella surge la tentación populista: “Levantemos fronteras
estancas y así nos libraremos de ser invadidos”. Convergen, en este caso, dos
tendencias muy claras: el “negacionismo climático” (o el “relativismo del
cambio climático”, todavía muy presente) y la construcción de “fortalezas
doradas”. Vanos empeños. Esos tres fenómenos citados producen otra
consecuencia: no se trata tanto de actuar como de huir: buscar dónde
aterrizar. Unos (el 1 por ciento, o los más ricos) hacia el exilio dorado;
otros levantando muros, y los más miserables tomando la vía del exilio.
La tensión Global/Local se impone. Ante el empuje de la
modernización, la población se refugia en lo local (en su propio Estado, en su
país, nación, región o ciudad). Es la paradoja de la modernización: resucita lo
más antiguo en su imposible combate con lo global. Algunas realidades políticas
se deshilachan. En otros casos, el retorno a lo local se intenta compatibilizar
falsamente con lo global: no se trata –parafraseando a Marx del camino de la
tragedia hacia la farsa, sino más bien de una bufonada trágica. El desconcierto
emerge.
La tensión Izquierda/Derecha se ve absolutamente superada
por otra: Modernización/Ecología. Sin embargo, a juicio de Bruno Latour, la
ecología como movimiento político ha fracasado por completo, sin que ello lo
palie un reverdecer puntual de ese tipo de partidos en algunos países de Europa
occidental (a su juicio, tal vez exagerado, “las formaciones verdes siguen siendo
marginales en todas partes”). El problema de fondo es que tales fuerzas
ecológicas han pretendido jugar siempre en el terreno de la Izquierda (animada
esta siempre por la cuestión social, así como por “el progreso” o la
Modernización), mientras que ahora el problema futuro es muy otro: transformar
la rígida visión Izquierda/Derecha en el nuevo vector Moderno/Terrestre. Una
operación de enorme dificultad, pues como reitera una y otra vez el autor “es
poco probable que alguien pueda ser movilizado con la propuesta de retroceder”.
Pero, hay que intentarlo. No existe otra alternativa. Y en ese empeño cualquier
alianza política es válida: “Debemos aprender a reconocer un conjunto de nuevas
posiciones, antes de que los militantes del extremo Moderno acaben con todo”.
Se trata, por tanto, de una lucha existencial, pero no por
salvar al planeta Tierra, sino por salvar a la humanidad. La nueva cuestión
“geo-social” será determinante en el siglo XXI. Se impone, así, un nuevo
régimen (político) climático que condicionará la vida futura de la humanidad.
Y no a muy largo plazo. En efecto, Bruno Latour utiliza la noción científica de
“Zonas críticas” para identificar lo que realmente hay que salvar. No se trata
del planeta, pues este continuará, aunque lo humano desaparezca. La
construcción del polo “Terrestre” la realiza el autor limitándola “a una
minúscula zona de pocos kilómetros de grosor entre la atmósfera y las rocas
madre. Una película, un barniz, una piel, unas capas infinitamente plegadas”.
Es lo que sobre todo y ante todo se debe preservar: nuestro hábitat. Pero ya no
debemos hablar tanto de humanos, sino de terrestres. Es una cuestión más de
civilización que de economía, si bien la transición será, una vez más,
compleja. La economía sigue mandando.
La tensión ya está clara: “Aferrarse al suelo, por un lado;
mundializarse, por el otro”. Lo Local rompe esa perspectiva y equivoca el foco
del problema, pero cada vez tiene más predicamento en las sociedades
occidentales, preñadas de populismo (levantar muros y cerrar fronteras está de
moda, y tiene muchos seguidores). Tanto lo Global como lo Local promueven una
imagen equivocada de lo que realmente acaece. Como expresa inigualablemente el
autor galo: “Es por falta de territorio que el pueblo termina por faltar”. Y
concluye: “El polo de atracción Terrestre puede devolver el sentido y dirección
a la política, encargada de prevenir la catástrofe que desencadenaría la fuga
hacia lo Local y el desmantelamiento del llamado orden mundial”. El libro
termina con una exquisita reflexión personal del autor sobre Europa como “suelo
habitable” y todas las contradicciones que encierra el choque de la
mundialización y las migraciones: “Nosotros vinimos a vuestro territorio sin
consultaros, vosotros vendréis al nuestro sin consultarnos. Toma y daca”. Sin
embargo, Europa –a pesar de sus innegables dificultades actuales como proyecto
político- sigue siendo nuestra última esperanza. Al menos, así lo expresa
Latour.
Plúmbea y desmovilizadora campaña electoral
En fin, sumidos como estamos en una plúmbea y
desmovilizadora campaña electoral, bien harían las fuerzas políticas en liza
por introducir racionalmente en el debate este enorme problema que tendrá muy
serias y relativamente inmediatas consecuencias futuras sobre amplias zonas del
territorio español, en la triple y estrecha dimensión expuesta: desigualdad, migraciones
y cambio climático. Pero la sensibilidad “verde” o “ecológica” nunca fue
nuestro fuerte como medio de expresión política, sino claramente anecdótica o
periférica. Y esa enorme carencia sigue existiendo. Tal vez la lectura de esta
estimulante obra de Bruno Latour nos pueda servir para abrir los ojos, al menos
a algunas personas.
Aunque no cabe llamarse a engaño: al común de los votantes,
este tipo de mensajes nunca les han calado, pues los efectos del cambio
climático eran poco perceptibles a corto plazo o incluso negados. No obstante,
en poco tiempo veremos cómo ese disputado suelo europeo, también español, será
muy disputado. De hecho ya lo es. Muchos quieren y querrán aterrizar en
él. Pues amplias zonas de esa fina capa terrestre se transformarán (ya lo están
siendo) en lugares inhóspitos. Por ello me sigue sorprendiendo la estulticia
humana cuando se afirma una y otra vez que está haciendo un tiempo espléndido
en pleno mes de febrero o marzo donde los termómetros se disparan a valores
propios de los meses de mayo o junio, y la lluvia no hace acto de presencia.
Quizás no somos conscientes de esa estrecha relación entre desigualdad,
migraciones y cambio climático. Hasta que nos estalle en las narices.
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