Por
Andrés Morey.- Tu blog de la Administración Pública.- En una ocasión
bastantes años después de haber cesado como director general, en conversación
con el político que me propuso para el cargo, le preguntaba yo por la razón que
hizo que realizara la propuesta en mi favor. Era habitual en nuestros
encuentros que dicho político me arrojara alguna bala que otra, bien para
molestar o provocar y, normalmente, la bala rebotaba o recibía respuesta, pues
mi carácter, como el mismo político decía, es guerrero.
En la ocasión mencionada no hubo la respuesta que yo
pretendía sino un crudo: " porque estabas en el mercado"
Ante ello no hubo
replica por mi parte y el efecto de la bala fue escaso, pues en ningún momento
pensaba que yo me había puesto a la venta, sino que acepté una propuesta para
actuar en un campo de mi estudio y afición y en el que era algo especialista:
la función pública. Se me otorgaba la oportunidad de actuar en configurar
políticas públicas en dicho campo, en una organización nueva y de conocer la
gestión que a un directivo público corresponde.
No obstante, es cierto que la bala produjo sus efectos en el
tiempo. El primero el de que aparecía una consideración política, o de algunos
políticos, de los funcionarios como una mercancía, algo que está en venta, que
se puede comprar. Y a partir de ahí, piensen ustedes todas las consecuencias.
Lo primero, quizá es pensar que el mérito no es el sistema de consecución del
puesto y que es la disponibilidad respecto del político y sus fines y que,
siendo en principio público el servicio, pasa a ser una relación de confianza
que depende del carácter y bonhomía del político. Lo segundo es, ¿cuál es el
precio? y la primera conclusión es que no siempre será el mismo para cada
persona o que puede haber simultáneamente más de uno y de un peso o importancia
diferente según el funcionario. Si bien, en principio, aunque el sistema no se
puede denominar como de "carrera", ésta se produce: se aumentan las
retribuciones, se consolidan niveles y grado o sistema equivalente y bien por
nombramiento político para cargo de designación política o bien por libre
designación en niveles funcionariales.
Mérito y capacidad
Y así llegamos a comprender como no existe el sistema de
mérito y capacidad y de igualdad, sino el mercado citado. Pero lo más negativo
es que el mercado lo es respecto a cualquier puesto de nivel superior o medio
alto y alcanza a la parcela en que se toman las decisiones o se apoyan y
justifican. Pero la compra no es de un puesto, pues no lo adquieres en
propiedad, sino que vendes la prestación de un servicio a la voluntad política
correcta o incorrecta, en cuanto ayudes, la mayor parte de las veces sin que
conste, a burlar los inconvenientes que puedan existir sean legales o de otra
naturaleza. No siempre, por supuesto, pero la venta supone una contribución a
la corrupción; sobre todo de la función y administración pública.
De otro lado, se crea una tendencia a que, al igual
que los políticos, la idea básica es conservar el puesto. Por lo tanto, si bien
constitucionalmente y legalmente el sistema es de mérito y capacidad sea cual
sea la forma o procedimiento de designación, el mismo en realidad es de
confianza y es a ésta a la que el funcionario tiende a satisfacer más que al
principio de legalidad. Si bien en el nivel directivo ello es lógico en buena
parte, la extensión existente a toda la organización superior supone la pérdida
de la administración pública como tal y de finalidad propia de la función
pública y también del gobierno.
Claro está que las mercancías no pueden reaccionar, puesto
que son dependientes de la voluntad del comprador.
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