"Las administraciones más nuevas (administraciones autonómicas totalmente nuevas y las administraciones locales que requirieron una refundación total después del franquismo) y presumiblemente más innovadoras muestran signos evidentes de pulsiones de carácter clientelar"
Carles Ramió. Blog EsPúblico.- La forma natural de organización social es mediante redes de
familiares y amigos que responden a lógicas de reciprocidad. Es decir, todas
las sociedades poseen el germen del clientelismo. Durante siglos las
administraciones públicas no han podido escapar de la lógica clientelar y en
España no se logró un modelo más o menos meritocrático hasta la segunda década
del siglo XX.
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Ineficiencia del modelo burocrático
Primera, la Administración pública española desencantada con
la ineficiencia del modelo burocrático ha ido introduciendo, durante las
dos últimas décadas, lógicas de carácter gerencial emulando el funcionamiento
de las empresas privadas. La fricción y lucha por la influencia entre ambos
modelos ha generado fracturas y fisuras que han facilitado que emerja el magma
presente bajo las dos placas tectónicas conceptuales que intentaban taparlo:
irrumpe el magma clientelar con una gran fuerza. Es en la gestión de recursos
humanos donde más se puede apreciar la confusión que genera tener dos
modelos de referencia y cómo este caos favorece el reverdecimiento no deseado
del modelo clientelar.
Por ejemplo, cuando se detecta la necesidad de
incorporar a un nuevo funcionario en la Administración pública el proceso
burocrático de selección puede demorarse más de dos años. Este proceso es
sencillamente inasumible en el marco de una gestión pública moderna, contingente,
eficaz y eficiente. El político de turno se desespera ante esta ineficiencia de
manual. Y como su referente alternativo es el modelo gerencial busca como
disyuntiva a la burocracia el protocolo de selección de carácter empresarial
que asegura una gran celeridad. El problema es que en el mundo empresarial los
sistemas sofisticados y seguros de selección son la excepción y lo más usual
son sistemas de reclutamiento artesanales y precarios. Por ejemplo, domina en
las empresas la espuria técnica de “dar voces” al entorno más inmediato para
detectar el perfil profesional más adecuado que se requiere. Nuestra hipótesis
es que buena parte de los empleados públicos han accedido mediante este
rudimentario sistema. En absoluto mal intencionado y en absoluto clientelar en
principio. Pero el problema es que no se han seguido los principios públicos de
igualdad, capacidad y mérito y el proceso ha sido aparentemente
aleatorio. Pero solo supuestamente ya que cuando se utiliza la técnica de
selección de “dar voces” el problema es que este sistema de comunicación tan
artesanal solo llega a unos círculos sociales muy determinados que suelen
coincidir con unas simpatías políticas también concurrentes. El resultado
agregado de estos procesos empresariales de selección, como alternativa al
modelo burocrático, es que se ha reinstaurado un sistema clientelar de carácter
social y político. No ha habido una intención clientelar delibrada pero el
efecto ha sido un neoclientelismo.
Segunda, otra manera de explicar el regreso del modelo
clientelar en España tiene una relación directa con la tesis de Fukuyama sobre
como en los países se han producido dos procesos: por una parte, el proceso de
modernización de sus instituciones públicas. Y, por otra parte, el proceso de
democratización. El orden de los factores afecta y altera los resultados en
materia de ordenación y gestión de los recursos humanos. Hay países (Fukuyama
alude al caso de Alemania) que históricamente primero han modernizado sus
administraciones públicas durante el siglo XIX y principios del XX y luego se
han democratizado. El resultado es que estos países son más impermeables al
clientelismo ya que al modernizarse primero han logrado un blindaje
institucional que ha favorecido que el sistema de partidos no se atreviera, en
su favor partidista, a turbar o extorsionar las reglas del juego
institucional. Como contraejemplos, en los que ha sucedido justo lo
contrario, este autor cita a Italia y Grecia como países que no lograron
modernizar sus administraciones públicas antes de su democratización. En estos
casos fue el sistema democrático, el sistema de partidos, el que tuvo que
asumir la tarea de la modernización institucional. En estas situaciones los
países poseen un modelo con importantes ingredientes clientelares.
Los partidos políticos
Los partidos
políticos, de manera natural, dejan espacios de discrecionalidad que favorecen
a sus intereses partidistas y logran influir en el diseño y funcionamiento
interno de la Administración pública. En España se produce una situación
que a muchos observadores puede sorprender: la administración más antigua, la
Administración General del Estado, es la que muestra menos signos de carácter
clientelar. En cambio, las administraciones más nuevas (administraciones
autonómicas totalmente nuevas y las administraciones locales que requirieron
una refundación total después del franquismo) y presumiblemente más
innovadoras muestran signos evidentes de pulsiones de carácter clientelar. Si
atendemos a la tesis anterior esta paradójica situación es fácilmente comprensible.
La Administración General del Estado experimentó un proceso de modernización
lenta pero incremental que permitió que estuviera relativamente
consolidada e institucionalizada cuando se democratizó el país.
Los dos grandes
partidos que se han alternado en el gobierno no se atrevieron a cambiar estas
reglas del juego. En cambio, las administraciones autonómicas primero fueron
democráticas y tuvieron que ser los partidos políticos en el gobierno sus
principales agentes de institucionalización y modernización y no pudieron
evitar (igual que en Italia y Grecia) dejar espacios de discrecionalidad que
han fomentado el modelo clientelar. Con las administraciones locales ha
sucedido lo mismo ya que los partidos políticos tuvieron que asumir la tarea de
su refundación ante su evidente falta de musculatura institucional. Esta teoría
es tan determinista e insalvable que los mismos partidos y líderes políticos
respetaron la institucionalidad en el caso del Estado y generaron un modelo
semiclientelar en las administraciones autonómicas y locales.
Esas dos respuestas son útiles para demostrar que las
pulsiones clientelares presentes en nuestro tejido institucional no han sido
por mala fe ni por una pésima cultura política. Han sido, a nuestro entender,
el resultado de procesos naturales inevitables. Esta feliz circunstancia
permite hacer un diagnóstico sin culpabilizar a nadie y, por ello, es mucho más
fácil reconocer la situación y diseñar una potente estrategia para superar
estas deficiencias. Una vez conocido el problema ahora sí que la sociedad no
podría aceptar que no se buscaran las soluciones.
Otro post de interés: Blog de Víctor Almonacid. Vuelva usted mañana
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