Pero claro, la pregunta del millón es si hemos avanzado
desde el punto de vista de la cultura de la transparencia y de la agenda
política. No cabe duda de que los funcionarios y los empleados públicos en
general son más conscientes de las obligaciones de transparencia y de rendición
de cuentas. Pero ¿y sus jefes políticos? Pues seguimos notamos las resistencias
habituales a la transparencia y la rendición de cuentas, si bien quizás de
manera más sibilina. Como oponerse frontalmente a la transparencia queda feo -lo
mismo que hacer alegaciones sin fundamento técnico o alegaciones ya refutadas
por los tribunales de justicia o interponer recursos
contencioso-administrativos con fines básicamente dilatorios- ahora lo
que ocurre es que los entes públicos y ciertas Administraciones arrastren
los pies a la hora de ejecutar las resoluciones del Consejo de Transparencia y
Buen Gobierno que nada puede hacer al respecto. Hasta el punto de que
recientemente el CTBG organizó un coloquio sobre la cuestión de la ejecución de
las resoluciones de los órganos de garantía de la transparencia cuya reseña
pueden encontrar aquí.
Efectivamente, si no se cumplen voluntariamente estas
resoluciones no hay manera de hacerlas cumplir, ya que este órgano no tiene
facultades sancionadoras ni se puede imponer su ejecución forzosa vía multas
coercitivas. Es decir, que si se incumplen resoluciones firmes de un órgano de
garantía de la transparencia que han reconocido el derecho de acceso a los
ciudadanos no ocurre absolutamente nada si como ocurre con carácter general
este órgano no tiene reconocidas ni capacidad sancionadora ni de ejecución de
sus propias resoluciones. (Hay alguna excepción; por ejemplo la ley 1/2014 de
24 de junio de Transparencia pública de Andalucía sí considera infracción muy
grave el incumplimiento de las resoluciones de su órgano de garantía, el
Consejo de Transparencia y Protección de Datos).
Cabe también que estas resoluciones se incumplan pero
solo parcialmente, de manera que se proporcione información incompleta o
defectuosa o sencillamente que no se ajuste a los términos de la
resolución del órgano de garantía. De nuevo no pasa nada: por mucho que el CTBG
intime al organismo público de que se trate para que respete sus resoluciones
lo cierto es que la última palabra la tiene el propio organismo. Como puede
comprenderse fácilmente estamos ante una situación que es desesperante para el
ciudadano que cuando cree haber obtenido por fin el derecho de acceso se
encuentra con que la resolución favorable que ha obtenido puede ser papel
mojado. Es cierto que contra la inactividad de la Administración puede
ejercitar el correspondiente recurso contencioso-administrativo, pero ya
sabemos lo costoso que es acudir a la vía judicial en términos de tiempo y
dinero Según los
datos de la Fundación Civio el Ministerio más incumplidor es Interior
pero Presidencia también ha protagonizado alguna escaramuza con las
resoluciones del CTBG. Por tanto, no parece que el ejemplo sentado por estos y
otros Ministerios renuentes a cumplir estas resoluciones favorables a los
ciudadanos demuestre una gran voluntad política.
Sin liderazgo
Pero, por si teníamos alguna duda, no solo tenemos el
problema de la ejecución de las resoluciones de los órganos de garantía: en los
casi dos años transcurridos desde el fallecimiento de la anterior Presidenta
del CTBG no se ha nombrado a otra persona “por falta de consenso” según el
discurso oficial. Lo cierto es que nosotros sepamos tampoco se ha propuesto
oficialmente ningún candidato/a por lo que no hemos podido saber si se trataba
de una excusa. Los recursos y los medios del CTBG siguen siendo muy precarios.
El Reglamento de la Ley 19/2013 de 9 de diciembre tampoco se ha aprobado. Es
verdad que esta parálisis tiene que ver con la parálisis política que venimos
sufriendo en España, pero si algo parece claro es que la transparencia no es
una prioridad para nuestros políticos por mucho que digan lo contrario.
Por tanto podemos concluir que la voluntad política sigue
siendo muy justita; de boquilla siempre se está a favor de la transparencia,
pero los hechos nos cuentan una historia algo diferente. Y es que mientras
sigamos con la actual politización y patrimonialización de nuestras
instituciones y Administraciones, falta de evaluación de políticas públicas,
gastos inútiles, clientelismo y falta de rendición de cuentas y otras miserias
del mal gobierno será difícil que a nuestros gobernantes les apetezca responder
a preguntas incómodas que tengan que ver con esa realidad.
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