En términos algo menos dramáticos, pero igualmente ansiosos,
para mí el futuro ya está aquí y, aunque no nos va a esperar eternamente, vivimos
en medio de una crisis demográfica del empleo público.
Recientemente, en este
mismo blog, el profesor Carles Ramió se preguntaba «¿cómo el gobierno
electrónico puede contribuir a modernizar y renovar la gestión de un
ayuntamiento?» No cabe duda de que la inversión en tecnologías de la
información y el conocimiento (TIC) en las organizaciones aporta grandes
ventajas, sobre todo, para la calidad de los servicios públicos. Pero a
cambio exige a los ciudadanos y a las empresas estar listos para poder
disfrutar de las ventajas de la inmediatez, la libertad de movimientos, el
ahorro de costes de desplazamientos, accesibilidad o relación telemática
con las administraciones. No todo el mundo está en disposición de hacer ese
tipo de inversión inicial.
Los cambios demasiado rápidos o exigentes pueden arrojar
víctimas ciudadanas que no sean capaces de relacionarse adecuadamente con sus
administraciones. Es decir, las transformaciones deben ser inclusivas y no solo
para aquellos ciudadanos que dispongan de mejores recursos para hacerse
con los equipos necesarios y sobre todo, la capacidad de usarlos («analfabetismo
digital»).
Transformación digital
Ya sabemos que la
transformación digital es un asunto de organización, ya que exige una
adaptación de los procesos administrativos y una reorganización organizativa si
no se quiere caer en lo que el propio Ramió llama la «fosilización de la
precariedad organizativa». De hecho, la decisión misma de introducir la
e-administración pertenece a la visión estratégica de los directivos. Por
lo tanto, en mi opinión, donde hace falta invertir inicialmente es en la
figura de un directivo
público digital que conozca este entorno y que pueda reconducir los
retos de la modernización de la robotización a los procesos y las personas. Por
lo tanto, un buen directivo contribuye a despejar las sombras que el futuro
proyecta para muchos analistas.
El otro día me contaba un alto cargo dedicado a la formación
en Dubái que en los Emiratos Árabes Unidos han lanzado una estrategia de
inteligencia artificial (IA) para que forme parte del trabajo de la
administración y su desempeño. Para lograrlo planean el desarrollo de
capacidades de los altos funcionarios del gobierno y mejorando las habilidades
de todos los empleados públicos. Incluso se proyecta la transformación de
la administración de Justicia mediante la implantación de la IA y el
aprendizaje de las máquinas (machine learning) en el sector justicia.
Mientras tanto, la modernización en mi opinión consiste
en fomentar que los directivos públicos introduzcan ideas innovadoras que
funcionen en cada sector. Como en el caso de los Emiratos Árabes, el futuro
pasaría por proporcionar a los directivos públicos digitales del conocimiento
acerca de los escenarios potenciales de desarrollo mediante cuadros de mando
que obtengan su información de macro datos, analizados con IA y previamente
testados mediante simulaciones informáticas. Las predicciones se harían
mediante algoritmos complejos, pero que ya existen. En el caso de la formación
veo que el acopio de metadatos en gran masa de los propios ordenadores de cada
uno de los trabajadores podría proporcionar información para detectar las
deficiencias y dificultades que encuentre cada empleado público. Por ejemplo:
el uso de aplicaciones integradas es ya una realidad en las administraciones
(desarrolladas por empresas o por los propios servicios TIC). Se trataría de
incorporar una métrica de actividad y tiempos de respuesta y uso para
evidenciar dificultades. De ahí, los gestores de la formación podrían identificar
con más precisión las necesidades que cada perfil profesional evidencie al
llevar a cabo ciertas tareas (como por ejemplo, redactar informes o rellenar
estadísticas, responder correos electrónicos o tramitar escritos) y facilitar
programas formativos de resolución de esas dificultades. Es decir, la
identificación de necesidades se hace desde el propio puesto de trabajo con la
ayuda de macro datos e IA.
En el debate actual acerca del coche autónomo unos ponen el
foco en que el 90% de los accidentes de tráfico se deben los errores humanos,
mientras que otros se preguntan por la responsabilidad en caso de accidente.
Sea como fuere, es un debate que veo muy adecuado también para la
administración del futuro presente: si prácticamente llegáramos
a eliminar el factor humano en la prestación de servicios públicos e, incluso,
en muchas de las decisiones organizativas, ¿quién será el responsable? Ya
no podremos culpar (o aplaudir) de igual manera que lo hacemos ahora a los
gobiernos locales elegidos por los ciudadanos, hecho que desde la democracia
ateniense siegue pesando mucho en su rendimiento institucional.
El futuro está presente, cierto, pero nuestro modelo de
negocio es bien distinto al de una “start-up”, pongamos por caso. Pero sí
tenemos en común la desesperada necesidad de que los trabajadores aporten
valor. Para acercarnos a este modelo precisamos empezar a atraer a los mejores
y más motivados, mantener esa motivación a lo largo de la carrera mediante
desarrollos adecuados y formación a medida, como decía antes, ofertar el número
adecuado de efectivos y con los perfiles que se hayan identificado. Es
decir, una estrategia de recursos humanos como paso previo para la
modernización y la transformación digitales. Además, como hacen las
organizaciones de éxito, debemos plantearnos seleccionar para la organización en
su conjunto, no para un puesto de trabajo concreto.
Apuesta de futuro
Lo que trato de decir es que el futuro sería menos
sombrío si se apuesta por las personas, por el desarrollo de sus competencias
profesionales y por los valores de las organizaciones. Es decir, el factor
humano antes que el tecnológico. O mejor dicho, que sea el primero el que
lidere al segundo y no al revés para evitar el miedo al futuro. Valores,
ideología, filosofía política. Back to basics. Vuelta a lo esencial. Dar un
paso atrás para coger impulso hacia el futuro.
Por lo tanto, la modernización en la administración
pasa primero por planes estratégicos que confieran estabilidad a los modelos
administrativos y que las decisiones de todo el ciclo de recursos humanos se
sustenten en un conocimiento real de las necesidades cuantitativas de puestos
de trabajo y del desarrollo cualitativo de las competencias de los perfiles
profesionales. Hay que insistir en que aún hoy el progreso se basa en cumplir
los principios de mérito y capacidad, de dejar trabajar con neutralidad y
objetividad a las administraciones, sin injerencias políticas, aunque siendo
conscientes de que las no son organizaciones académicas o científicas, sino de
naturaleza política o, si se prefiere, al servicio de las políticas (policy vs politics).
Estoy seguro de que será en ese momento cuando los propios directivos públicos
“lideren” esa transformación, alejados del clientelismo y cohesionados en torno
a los valores de servicio público. Es decir, hablo de la tan traída y llevada
profesionalización de la administración.
Algún gracioso podría decir que a las administraciones
públicas solo las puede salvar la “realidad virtual”. Pero, una vez más, el
problema de la administración del futuro no será de naturaleza tecnológica
(aunque sea imprescindible), sino sobre todo la filosofía política. Y
acertará aquella ideología de lo público que interprete mejor la tecnología del
momento, como lleva siendo desde, al menos, la época de la politeia de
la Grecia clásica.
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