"La dirección pública en España sigue colonizada por la política, en unos casos groseramente y en otros disfrazada de requisitos formales que prevén la exigencia de que quienes sean nombrados tengan la condición de funcionarios, pero tanto el nombramiento como el cese siguen siendo discrecionales"
“Recientemente la OCDE ha recordado a España la necesidad de regular la figura del directivo público en términos que permitan garantizar su profesionalidad e imparcialidad, en la medida en que ‘un estatuto del directivo público permitirá establecer nítidamente la separación entre política y administración, al tiempo que responsabilizaría a los directivos públicos de los resultados de gestión de sus organizaciones” (AAVV, Nuevos tiempos para la función pública, INAP, 2017, pp. 194-195)
“Recientemente la OCDE ha recordado a España la necesidad de regular la figura del directivo público en términos que permitan garantizar su profesionalidad e imparcialidad, en la medida en que ‘un estatuto del directivo público permitirá establecer nítidamente la separación entre política y administración, al tiempo que responsabilizaría a los directivos públicos de los resultados de gestión de sus organizaciones” (AAVV, Nuevos tiempos para la función pública, INAP, 2017, pp. 194-195)
Por Rafael Jiménez Asensio. Blog La Mirada Institucional.- (NOTA PRELIMINAR: El presente texto recoge la
introducción a un artículo que, inicialmente difundido por las redes, ha
sido reeelaborado, ampliado y actualizado, y que puede leerse íntegramente en
el PDF adjunto. Este trabajo tiene por objeto poner en primer línea del debate
los problemas y dificultades de todo orden que se plantean en los diferentes
niveles de gobierno del sector público para profesionalizar la Dirección
Pública, un objetivo que han ido alcanzando diferentes democracias de los
países de nuestro entorno geográfico y cultural, entre los que cabe destacar,
presciendiendo ahora de los países anglosajones o nórdicos, algunos que proceden
asimismo de la tradición administrativa continental, como es el caso de
Bélgica, Chile o Portugal; mientras que otros, como Alemania y Francia tienen
asentado un modelo burocrático funcionarial de alta Administración con poca
presencia, en cuanto a su número e intensidad, de la politización de tales
estructuras. Algo muy distinto a lo que ocurre en España).
Introducción
Vuelvo sobre un tema recurrente. Realmente tengo poco que
añadir a lo ya expuesto, tal vez durante muchos años, sobre este singular
objeto que es la dirección pública profesional. Lo que sí se constata es que la
evidente desidia, cuando no impotencia, que los diferentes gobiernos y partidos
políticos en España han mostrado para implantarla mínimamente en las
estructuras de la alta Administración. En efecto, en los últimos diez años,
desde que el Estatuto Básico del Empleado Público (en un lugar completamente
inapropiado: véase el epílogo a este artículo) incorporara la figura de los
“directivos públicos profesionales”, parecía que las cosas, tras décadas de
difusión académica y presentaciones mil de lo que se estaba haciendo por otros
contextos comparados, iban a mejorar cualitativamente.
Vista esa regulación de directivos públicos profesionales
desde la atalaya de 2018, la verdad es que todo fue un espejismo pasajero
generador de falsas expectativas, que introdujo además una honda confusión
tanto en medios doctrinales como en la propia jurisprudencia. Y así las cosas,
nada cabe extrañarse de cuál ha sido la fría (por no decir gélida) acogida de
esa figura del directivo público profesional por parte de la política.
Sí es cierto que en algunos textos normativos se reflejará
notablemente esa figura, pero será a través de desdibujar sus perfiles
profesionales más básicos, lo que fácilmente la ha transformado en mera
coreografía o, peor aún, en un mero remedo de soluciones de nombramiento
político revestidas de una apariencia de profesionalidad. Por tanto, en
esencia, nada ha cambiado. La dirección pública en España sigue colonizada por
la política, en unos casos groseramente y en otros disfrazada de requisitos
formales que prevén la exigencia de que quienes sean nombrados tengan la
condición de funcionarios, pero tanto el nombramiento como el cese siguen
siendo discrecionales. La política o el político de turno manda, y el
conocimiento adquirido también con base en la experiencia se echa a la basura
una y otra vez como si de material fungible se tratara. Roto el cordón
umbilical que une política con dirección pública, ya no hay quien permanezca en
su puesto. Los directivos públicos en España son de quita y pon. Una situación
que se agrava cuando la política se torna frágil y la estabilidad gubernamental
compleja. Entonces los cambios son permanentes y la propia política padece
tales deficiencias, pero mucho más aún la Administración Pública y la
ciudadanía que son los receptores de esos servicios públicos que apenas nada mejoran
ante una política pasajera y una dirección pública que dura en el puesto lo que
aquella le tolera. No hay nada que contar de nuevo, por tanto. Al menos nada
que no sea ya sabido de antemano. Quizás solo voy a variar algo el enfoque y el
tono.
El caso de Portugal
Pero si no hay nada que contar de nuevo en España, cuya
parálisis institucional conforma un cuadro de inexistencia de procesos de
transformación en el sector público, sí que hay algunas otras experiencias que
se mueven en otros contextos. Aparte de algunas breves referencias que se
recogen en este texto escrito (que no tiene por objeto la descripción de esos
modelos comparados), sí que he considerado oportuno traer a colación alguna
referencia bibliográfica donde se explican los rasgos generales de un modelo de
profesionalización de la selección de directivos públicos como es el de
Portugal.
En todo caso, retornando a nuestro contexto, tal vez todo lo
que críticamente esbozo al principio de este trabajo pueda servir de
aprendizaje para evaluar las dificultades que conlleva en nuestro país
implantar esta institución, pues pese a lo que algunos extrañe la DPP es sobre
todo una solución institucional. Y esas dificultades sinfín se plantean frente
a la institucionalización de algo tan obvio y normal como es una profesionalización
mínima de los niveles directivos de su sector público. No deja de ser chocante.
Son ya casi once años de tránsito, desde la aprobación del EBEP, por un
panorama desértico, en el que prácticamente nada se hace y lo que se hace es en
buena parte mentira piadosa. Si se entiende bien el problema y se procesan
adecuadamente los reiterados fracasos (por otra parte queridos) que los
distintos legisladores han tenido en este tema, tal vez se puedan poner algunos
remedios a algo que ya comienza a sonrojar: el retraso injustificado que, se
mire como se mire, el sector público español tiene en esta materia en relación
con las democracias avanzadas y con algunos otros países que, en principio, no
están en ese furgón principal de los países occidentales con fuerte desarrollo
institucional, pero que han sido capaces de construir una dirección pública con
elementos de profesionalidad importantes. Estamos en este punto en la zona más
baja del ranking de los países europeos y de las democracias avanzadas, también
de la propia OCDE. Somos, como describí hace unos años (2006), un país con un
subdesarrollo institucional en materia de dirección pública que nos sitúa
incluso por debajo de algunos países que nos produciría sonrojo compararnos en
relación con otros datos.
Clientelismo y amiguismo
No oculto al lector, pues sería deshonesto por mi parte, que
este trabajo tiene, salvo en su parte final, un enfoque ciertamente crítico
hacia la mala política, frente a todo que tiene que ver con las prácticas de
clientelismo, nepotismo o amiguismo en la designación de cargos directivos en
el sector público (que son una manifestación también de corrupción, aparte de
ineficiencia y dispendio, por mucho que la mayoría de la clase política no
perciba el problema de ese modo), así como frente a otros actores institucionales
que operan en el ámbito público, tales como determinadas concepciones de un
sindicalismo trasnochado o de un rancio corporativismo que también anida con
fuerza en las organizaciones públicas. La advertencia está hecha. Si usted
forma parte de aquellos colectivos citados (malos políticos o sindicalistas sin
perjuicios), mejor no siga leyendo. Ni que decir tiene que este último mensaje
tiene –tampoco lo oculto- el efecto provocador contrario.
Tal vez así, para
incumplir la advertencia- aquellas personas que se puedan sentir parte de tales
colectivos renuentes frente a esa idea de la dirección pública profesional siga
leyendo este trabajo y como consecuencia de ello –sueño con los ojos abiertos-
cambie algo su anclada percepción de este importante problema, que está –como
veremos- enquistada en el tiempo y nos sitúa como un país casposo, una
auténtica antigualla y nada receptivo a lo que en otros lugares del planeta (al
menos del mundo occidental, en el que presumiblemente nos encontramos) se hace
desde mucho tiempo atrás.
Ver pdf con artículo completo (35 páginas)
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