"La Buena Gobernanza requiere, asimismo, algunos ingredientes más. El primero –hasta ahora apenas explorado,- es construir sistemas institucionales locales basados (de forma “holística”) en la Integridad."
“La organización inteligente se caracteriza por manejar todos los talentos que hay dentro para detectar bien los problemas y solucionarlos” (José Antonio Marina)
“Una organización es la sombra de quien la dirige. Uno de
los mayores errores que se puede cometer en el mundo de las organizaciones es
no darle importancia a la persona que dirige” (Pascual Montañés).
Rafael Jiménez Asensio.- Blog La Mirada Institucional.- Superado el ecuador del mandato 2015-2019, puede ser buen
momento para plantear de nuevo una de las cuestiones peor resueltas de la
arquitectura institucional de las estructuras de gobierno local (que también se
replica, aunque no de forma igual, en los demás niveles de gobierno): el
profundo deterioro de las relaciones entre política y gestión, así como el
estado paupérrimo de las “máquinas administrativas” locales, por emplear una
expresión del profesor Luciano Vandelli.
Llevamos varios años oyendo hablar de “Administraciones
inteligentes”. También llevamos tiempo oyendo asimismo resonar la expresión
“Gobernanza Local”. Más complejo es asumir que “oír” no es lo mismo que
“escuchar”. En la mayor parte de las veces ambas expresiones se utilizan como
eslóganes políticos o ideas-fuerza de la comunicación, que adornan mensajes,
discursos o documentos, pero que pocas veces son efectivos; esto es, rara vez
se plasman en realidades cotidianas y en realizaciones prácticas.
Es verdad que tales expresiones son polivalentes o, si se
prefiere, multifacéticas. Y también lo es que algo se ha hecho y se está haciendo
en el campo de la Administración inteligente o de la Gobernanza municipal.
Negarlo sería una estupidez. La expresión anglosajona smart city vende muy bien
y se proyecta -como bien analizó en su día Antonio Díaz Méndez- sobre
determinados campos de la gestión o prestación de servicios públicos
municipales, en el terreno de la innovación pública, el desarrollo del capital
humano, en la integración y cohesión social, así como sobre la sostenibilidad
medioambiental del ámbito urbano o del territorio. Quien ha descubierto esa
idea-fuerza se convierte rápidamente en apóstol de su causa. Cala muy bien en
la política y en la alta gestión. No digamos nada en las empresas de
consultoría. Nada que objetar a ello, sino todo lo contrario.
Gobernanza ad hoc para ciudades inteligentes
Mi discurso no va por esos senderos. Lo que quiero
transmitir es otra idea: nada se avanzará realmente (esto es, de forma
efectiva) en la construcción de ciudades “inteligentes” mientras su Gobernanza
no mejore cualitativamente. Ambos planos, ciudades “inteligentes” y buena Gobernanza
están estrechamente unidos. Y pretender trabajar con ellos aisladamente es
sencillamente perder el tiempo.
Se equivocan quienes piensen que la Gobernanza local solo
tiene una mirada exterior y que fortalecer redes, del tipo que fueren, es su
único objetivo. Sin duda, esa es una perspectiva enormemente relevante de esa
idea-fuerza que representa la Gobernanza, con sus múltiples dimensiones:
transparencia, participación ciudadana, creación de redes, gobiernos
multinivel, así como rendición de cuentas, entre otras muchas.
La Buena Gobernanza requiere, asimismo, algunos ingredientes
más. El primero –hasta ahora apenas explorado, salvo incidentalmente en algunos
gobiernos locales- es construir sistemas institucionales locales basados (de
forma “holística”) en la Integridad. O dicho de otro modo, apostar sinceramente
(no de modo cosmético o cínico) por una Gobernanza Ética, como así la acuñaron
Longo y Albareda. Pero este tema lo dejo ahí, ya lo he tratado muchas veces.
El segundo ingrediente, no menos importante y complementario
del anterior, es invertir decididamente en la construcción de organizaciones
públicas locales profesionales, digitalizadas y eficientes. Se trata –en
palabras de profesor mexicano Luís Aguilar- de la dimensión
“intra-organizativa” de la Gobernanza. Siempre olvidada.
Dicho en términos más contundentes: quién pretenda construir
ciudades inteligentes sin prestar atención a la dimensión interna de la
Gobernanza está edificando un castillo de naipes. Más temprano que tarde se le
derrumbará el invento. Y posiblemente con consecuencias letales.
Sin duda, un breve comentario no es el espacio más adecuado
para desarrollar esa idea. Si bien, puede ser oportuno esbozar algunas líneas
que nos muestren la estrecha interrelación existente entre ambas nociones
(ciudades inteligentes/gobernanza local) por lo que afecta al estado actual de
“las máquinas y estructuras” de los gobiernos locales.
Como ya expuse en otro momento, el (mal) estado de las
organizaciones públicas (también de las locales) es una triste constante en el
panorama público español. Comienza a asimilarse a una suerte de condena
permanente, que nadie sabe cómo redimir. No obstante, ahora me quiero centrar
en otro elemento sustantivo (o imprescindible) para que las organizaciones
públicas locales (Administraciones o entidades del sector público institucional
local) funcionen adecuadamente: las personas que actúan dentro de las
organizaciones.
Nada se hará realmente en el tiempo, menos aún con vocación
de permanencia, si los representantes locales no se refuerzan en sus competencias
“políticas” y en su integridad. Ya lo dijo Adam Smith, el gobernante requiere
dos atributos: “la mejor cabeza junto al mejor corazón”. Tampoco nada se
logrará si esa política no sabe mirar al futuro, si sigue atada al corto plazo
o al titular de prensa (aunque sea digital). Innerarity lo puso de relieve en
su día, cuando hablaba del “déficit estratégico de la política”. Era lo que
Hamilton denominaba como “la tiranía del mandato”.
Pero uno de los fallos del sistema institucional local
radica, por lo común, en la falta de alineamiento política y gestión. Algo que
también he tratado en este espacio. Un déficit que tiene muchas causas, pero
una de las mas relevantes consiste en esa rancia concepción dicotómica que
todavía está instalada en los diferentes niveles de gobierno:
políticos/funcionarios. Mundos aparentemente separados, pero necesariamente
interrelacionados, donde siempre falta el eslabón que los una. Problema: la
mancha de la política (sobre todo en el espacio local o en las instituciones de
cierto tamaño) enturbia esos espacios hasta hacerlos difusos en su zona alta.
La confianza política o personal se impone, y las voluntades se compran. Todo
ello comporta que la brecha no se atenúe, sino que crezca. La desconfianza se
instala. Y la eficiencia desaparece en aras a una eficacia mal entendida
(logros inmediatos, al precio que sea). Más cuando el tiempo aprieta.
En el ámbito local de gobierno de esas ciudades
pretendidamente inteligentes la dirección pública profesional brilla por su
ausencia. Todas, sin excepción, se abonan a la designación política de los
cargos directivos de sus estructuras. Y no vale para purgar esas culpas decir
que tales directivos se reclutan entre funcionarios públicos, pues eso no
resuelve el fondo del problema. La dirección pública profesional requiere
acreditación previa de competencias directivas (no funcionariales). Y eso,
salvo alguna excepción singular (y no precisamente en grandes ciudades), nadie
lo hace. La designación política (y, por tanto, el cese) sigue siendo el modelo
dominante en la provisión de puestos directivos en las estructuras
político-administrativas de las ciudades “inteligentes”, curiosamente “sin
memoria” (pues cambian sus estructuras directivas cada mandato). Y no digamos
nada del sector público local, sobre este mejor guardar silencio ahora (pues
requeriría una entrada nueva, y no precisamente amable). Atadas a “la peña de
amigos (del partido)” o a las clientelas y familiares varios, así se dirigen
nuestras ciudades “inteligentes”. ¿Cómo se reclutan esos directivos que
gestionan ciudades pretendidamente “inteligentes”? Muy sencillo, de forma
estúpida: por un procedimiento en el que el talento no cotiza en términos
competitivos.
Si bajamos en la estructura, no cabe duda que sin un empleo
público altamente profesionalizado las Administraciones públicas locales
difícilmente podrán ser calificadas de inteligentes, salvo que bastardeemos el
lenguaje hasta límites poco tolerables. Y aquí el trabajo por hacer es
hercúleo. Cabe invertir en un acceso exigente y objetivo que capte el mejor
talento (reto de futuro), en la formación, en la evaluación del desempeño, en
la carrera profesional o en un sistema retributivo que pague más a quien mejor
hace su trabajo. Está en juego, como certeramente describió Carles Ramió, la
sostenibilidad económica del empleo público. Poca broma.
A la política de mirada corta (o de vuelo gallináceo) ese
reforzamiento estructural de la función pública al parecer poco importa. La
inmediatez de los problemas es lo que hay que resolver. Si alguien entró por
“la puerta de atrás” a la Administración Pública o a su sector público (una
modalidad por cierto de corrupción, no se olvide), “el paso del tiempo –como
bien ha expuesto el profesor Joan Mauri- todo lo sana”: lo irregular por arte de
magia (esoterismo funcionarial o del empleo público) se transforma en regular.
Nada ayuda a ese objetivo de profesionalizar el empleo público local la mirada
sindical, al menos la dominante hasta la fecha, aunque ya empieza a haber
alguna que otra grieta (ciertamente muy pequeña) en esa visión monolítica. Si
las administraciones públicas locales no son capaces de profesionalizar de
verdad (y no con disfraces) su empleo público en los próximos años se
transformarán irremediablemente en organizaciones estúpidas, que la sociedad
las cuestionará frontalmente. Al tiempo.
Gobernanza intraorganizativa
Por no hablar de otras muchas dimensiones de esa Gobernanza
intraorganizativa que se deberán transitar de forma adecuada. La digitalización
de la Administración, con sus serios impactos organizativos y en los perfiles
profesionales de los puestos de trabajo; la simplificación de trámites y la
reducción drástica de cargas administrativas; o, en fin, la imprescindible
mejora regulatoria, también denominada regulación inteligente.
En fin, en este mundo (sobre todo el político) que tanto
(sobre)valora la comunicación, no cabe duda que el adjetivo “inteligente” se
encuentra por doquier. Todo es inteligente: la gobernanza, el territorio, la
ciudad, la administración, la regulación, y un largo etcétera. Todo, salvo las
personas. Nos hemos dado un auténtico empacho de inteligencia. Pero cabe
preguntarse si no estamos, tal vez, construyendo un concepto vacuo. Es muy
fácil importar lo que de fuera viene. Más difícil es saber que se exporta de
aquellos países o ciudades que ya resolvieron previamente estos “sencillos”
problemas. La traslación de modelos anglosajones o nórdicos a realidades
institucionales preñadas de otra cultura no pueden realizarse eligiendo solo
las telas bonitas del traje, también hay que coserlo con el resto de elementos.
Y aquí vienen las dificultaes, esas no gustan.
El adjetivo inteligente conviene utilizarlo de forma
adecuada. Y no convertirlo en un cascarón vacío. Al menos lo seguirá siendo
mientras la política, la dirección pública y el empleo público no sean
inteligentes, así como mientras no se ponga en marcha una imprescindible,
profunda, sostenida e inaplazable reforma de las organizaciones públicas. Pero
esto a nadie parece importar. Allá ellos, que somos nosotros. Lo cierto es que
quien pretenda tener ciudades o territorios inteligentes con estructuras
organizativas caducas es un temerario vendedor de humo o, peor aun, un necio o
estúpido. Y ya lo dijo en su día Carlo M. Cipolla, en ese librito siempre
recomendable (Las leyes fundamentales de la estupidez humana), “el estúpido es
más peligroso que el malvado”, más aún si tiene responsabilidades públicas,
pues cuando entran en acción “la sociedad entera se empobrece”. Mejor poner remedio.
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