"Poco a poco se fueron hundiendo los diques institucionales que posee cualquier sociedad e institución moderna para domesticar los animales salvajes del clientelismo y la corrupción"
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Por Carles Ramió.- Blog Espúblico.- Se hace difícil precisar cuándo se inicia el fenómeno
de corrupción política en el seno de las instituciones públicas españolas.
Apenas hay datos sobre la misma, ya que seguramente, durante las dos primeras
décadas transitó por un camino silencioso y opaco.
La corrupción
política, social e institucional es un fenómeno que ha aparecido de forma
masiva hace pocos años en los medios de comunicación y en la percepción social,
coincidiendo con la crisis económica que se alumbró el 2008.
Una década antes,
justo a finales del siglo anterior, ya aparecieron algunos síntomas evidentes
de la misma, pero la mayoría de los ciudadanos estábamos instalados en el
confort de la ilusión de que eran situaciones puntuales y que no eran ni
sistémicas ni sistemáticas. Solo algunos agitadores intelectuales como
Alejandro Nieto advertían de la catástrofe que existía en las trastiendas de
los partidos políticos, de los sindicatos y de las instituciones públicas. Yo
fui de los que pensaban y afirmaban en distintos foros que era una exageración
y que la corrupción era más bien excepcional. Pero estaba equivocado: la
sociedad española, aparentemente moderna, seguía y sigue instalada en una
relajación ética y moral mediterránea; los partidos políticos en el gobierno o
con opciones de gobierno fueron generalizando prácticas, al principio puntuales
pero que, ante la sensación de impunidad, se fueron envalentonando. Algunos
sindicatos hicieron lo mismo. Algunas empresas proveedoras de servicios y
adjudicatarias de contratos públicos se fueron adaptando al nuevo paisaje e
hicieron bien lo que saben hacer: tener mayores beneficios utilizando un
sistema extraño e imperfecto, maximizando sus beneficios y minimizando el pago
de los peajes políticos. Las instituciones públicas fueron relajando de
forma incremental sus sistemas de seguridad jurídica por la presión política y
empresarial con la excusa de buscar un diseño de un modelo de gestión cada vez
con un aroma más empresarial, que anhelaba con ahínco unos servicios públicos
eficaces y eficientes. La eficacia y eficiencia de los servicios públicos
gestionados de manera empresarial se convirtieron en el mantra y único objetivo
de los políticos y, bajo sus órdenes, de los funcionarios.
Este benemérito
objetivo se cumplió parcialmente, pero con elevados costes al fomentar una
enorme debilidad institucional en nuestros organismos públicos. Se prestaban
buenos y eficientes servicios públicos, pero ya no se respetaban del todo los
principios públicos (considerados como anticuados y burocráticos) de la
meritocracia en el acceso al empleo público, los principios de carrera
administrativa estrictamente profesional, y se incentivaron unos sistemas de
control jurídico y económico cada vez más débiles y, a la vez, desprestigiados
por ser excesivamente “burócratas” y estar instalados en la nostalgia de una
Administración pretérita. Y los empleados públicos, sumidos en el desconcierto
ante los heterodoxos e invasivos liderazgos políticos, frente a unos sindicatos
que mejoraban aparentemente sus condiciones de trabajo, pero con los que no se
sentían representados, ante una sociedad ávida de servicios, aunque relajada en
sus conductas éticas y morales, ante un sistema institucional que iba
abandonando sus principios públicos por valores exclusivamente eficientistas,
claudicaron a la vista del consenso explícito de estos poderosos actores que
fomentaban la discrecionalidad y la arbitrariedad. Con el tiempo se
acostumbraron a percibir como normal lo que antes percibían como anormal, y
poco a poco se fueron hundiendo los diques institucionales que posee cualquier
sociedad e institución moderna para domesticar los animales salvajes del
clientelismo y la corrupción.
Corrupción desde tiempo atrás
Parece obvio que la sensación y situación de la corrupción
en España en la que ahora vivimos y que, por su sobreexposición los distintos
estamentos de la sociedad consideran inaceptable, hunde sus raíces en varias
décadas de decadencia moral e institucional. Wikipedia ya lo ha
sentenciado: «la corrupción política ha sido una constante desde la aprobación
de la Constitución
española de 1978 hasta nuestros días, pervirtiéndose el sistema
democrático y debilitándose la confianza de la sociedad en sus representantes
públicos».
El momento cero que explica la actual situación de
corrupción en España tiene mucho que ver con el proceso de transición política
del régimen franquista a la democracia. Se trata de un proceso de transición
muy celebrado tanto a nivel nacional como internacional por tratarse de un
cambio de régimen político de carácter pacífico y pactista alejado de las
usuales dinámicas revolucionarias y rupturistas de estos procesos con ganadores
y perdedores. La idea era evitar un juego de suma cero que recordaba en exceso
a las etiquetas de vencedores y vencidos como heridas de una Guerra Civil que
debían cicatrizar de forma definitiva. Hoy en día este proceso de transición
política está siendo objeto de diversas críticas ya que se considera que muchos
de los problemas contemporáneos de nuestro actual sistema político e
institucional se derivan de este celebrado proceso. Tal vez buena parte de
estas críticas posean razón, aunque yo soy de los que pienso que nuestro
proceso de transición fue afortunado y, en todo caso, la mejor opción para
evitar problemas y traumas que hubieran generado escenarios políticos y
sociales peores. Pero hay que reconocer que este proceso de transición ha
generado múltiples externalidades negativas entre las que destacan una escasa
renovación de las élites sociales, económicas e incluso políticas y, también,
la contaminación de nuestro sistema democrático con prácticas corruptas propias
del franquismo.
Antecedentes
Un régimen dictatorial suele ser siempre corrupto y el
franquismo no fue una excepción. Más allá de casos mediáticos como Sofico o
Matesa, la corrupción económica fue un rasgo básico de la dictadura franquista,
estuvo muy extendida, y la implicación política en la misma, hasta los máximos
niveles, fue absoluta. En algunos casos por la propia participación
directa de altos cargos, en otros, por la protección que los estraperlistas
recibieron desde el poder. Todo ello en medio de una total impunidad que no
solo afectó al poder institucionalizado sino a toda la sociedad por la vía del
estraperlo y otro tipo de prácticas informales. España entra en la senda de la
democracia con unas elites políticas y económicas instaladas en el confort de
la corrupción y con una corrupción social muy significativa.
De la familia Franco a la familia Pujol
La dinámica
conciliadora de la transición política no puso en revisión crítica estos
comportamientos ni exigió responsabilidades, y por ello no logró la deseable
regeneración política, económica y social. Muchas de las actuales dinámicas de
corrupción hunden sus raíces culturales en el franquismo. En la cultura social,
en la cultura de las empresas y también en la cultura de la clase política.
Durante el extenso periodo del franquismo pocos espacios públicos y privados
estuvieron libres de corrupción, desde la cúpula del sistema hasta su
base. En este sentido es revelador el reciente libro de Ángel Viñas, La
otra cara del franquismo, que demuestra sin ambages la corrupción de la
propia figura de Franco y de su familia. Es duro y triste decirlo pero, por
ejemplo, el presunto y alucinante caso de corrupción familiar del clan Pujol no
difiere mucho de la supuesta corrupción de la familia del general Franco.
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