"Las instituciones públicas se encuentran en un estadio de subdesarrollo organizativo evidente, que el paso del tiempo está ahondando día a día"
“A menudo los sistemas pueden sostenerse más tiempo del que
pensamos, pero terminan desplomándose mucho más rápido de lo que imaginamos”
(Kenneth Rogoff)
“Es la verdadera genialidad de las organizaciones: pueden
levantar grupos de personas y llevarlos a rendir por encima de sus
posibilidades, a lograr resultados que no podrían haber logrado ellos solos”
(Frederic Leloux)
Por Rafael Jiménez Asensio. Blog La Mirada Institucional- Las cuestiones organizativas apenas despiertan interés en el
sector público. Los gobiernos se desentienden de tales problemas: no producen
réditos a corto plazo. La política instantánea no piensa en términos de
organización. La estrechez temporal del mandato y la carencia de visión que vaya
más allá de lo inmediato, obtura el juicio de los gobernantes. Además, la
crisis y los recortes, han terminado por arruinar más aún el estado de cosas
existente. Pero no es solo un problema de recursos, también de visión, espíritu
y valores. Y luego lo más paradójico es que quien gobierna pretende
ingenuamente llevar a cabo sus programas o sus políticas con estructuras
averiadas, inadaptadas o, simplemente, ineficientes.
Así, van pasando los años, se consumen los mandatos y las
voluntades políticas (cuando las hay) se traducen en muchas menos realizaciones
de las esperadas. Parte de ese problema radica en que las organizaciones
públicas son, en buena parte de los casos, organismos desmembrados donde la
cabeza y el cuerpo caminan por vías distintas. De ello ya me ocupé en otro
reciente Post sobre los déficits de alineamiento entre política y gestión. Aquí
lo tienen, por si hay alguien a quien le interesa y no lo leyó en su día: https://rafaeljimenezasensio.com/2017/01/22/ayuntamientos-como-alinear-politica-y-gestion/
Ahora, sin embargo, cabe preguntarse por qué las
organizaciones públicas son, por lo común, espacios obsoletos, ayunos de
entornos gratos, donde las peleas soterradas de lucha por el poder minúsculo o
la burocracia más patológica echan raíces, así como por qué en esos ámbitos
priman las taras de funcionamiento o, también en no pocas ocasiones, los
entornos tóxicos. Algunas veces da la impresión que las Administraciones
Públicas son “máquinas” plagadas de patologías e ineficiencias sinfín,
imposibilitadas existencialmente de arreglarse a sí mismas. Abunda la
desmotivación, las cosas no funcionan y los procesos de cambio (si los hay) son
lentos y tortuosos, cuando no meramente cosméticos. Razones o causas hay mil
para explicar esos desajustes. Y lejos de mi intención dar cuenta de todas
ellas. El objetivo es más modesto.
Gary Hamel
Hace algún tiempo, Gary Hamel replanteó en dos libros
excelentes (editados en 2008 y 2012: El futuro del Management y Lo
que ahora importa) el rol de las organizaciones en la sociedad del siglo XXI,
reivindicando el papel de los valores, la innovación, la adaptabilidad, la
implicación o la necesidad de gestionar sin jerarquías, así como incidió en la
importancia añadida que tendrán las nuevas capacidades exigibles a los
empleados en las organizaciones del futuro. Por tanto, en esa jerarquía de
capacidades, la implicación (pasión), creatividad e iniciativa, ganarán por
goleada a aquellas capacidades exigidas por las “viejas organizaciones” y que
ya no añaden valor, tales como la experiencia, diligencia y obediencia.
Interesante dibujo en el que las organizaciones públicas salían totalmente
borradas.
La aparición hace algún tiempo en la escena bibliográfica
del sugerente libro de Frederic Laloux, titulado Reinventar las
organizaciones (Arpa, 2016, 393 pp.; la versión en inglés es de 2015),
profundiza esas líneas-fuerzas de redefinición de las organizaciones y abre un
nuevo campo de reflexión en esta materia. De este importante ensayo, se hizo
eco en su día, entre otros, Manel Muntada, en http://blog.cumclavis.net/. Siempre
atento a las nuevas tendencias en el ámbito organizativo.
En todo caso, desde una visión del sector público, la
conclusión que se extrae de la lectura de este ensayo (algo que ya se palpaba
asimismo de los libros de Gary Hamel) es obvia: las instituciones públicas se
encuentran en un estadio de subdesarrollo organizativo evidente, que el paso
del tiempo está ahondando día a día.
En ese libro se lleva a cabo un recorrido sobre la evolución
de las organizaciones en el mundo contemporáneo. Y se sintetiza ese proceso en
torno a cuatro modelos, que se describen por otros tantos colores: rojo, ámbar,
naranja y verde. Mientras que, en el horizonte organizativo, aparece –todavía
de forma incipiente- un modelo emergente: el “esmeralda” o “teal”.
Estas son, en síntesis, las características principales de tales modelos:
Estas son, en síntesis, las características principales de tales modelos:
TIPO DE ORGANIZACIÓN
|
Ejemplos actuales
|
Avances revolucionarios
|
Metáfora guía
|
Estadio 1: Organizaciones rojas
|
Mafia
Pandillas
callejeras
Tribus
urbanas
|
División del trabajo
Autoridad
de mando
|
Manada de lobos
|
Estadio 2: Organizaciones ámbar
|
Iglesia Católica
Fuerzas
Armadas
Instituciones
públicas/educativas
|
Funciones formales: jerarquía
Procesos
|
Ejército
|
Estadio 3: Organizaciones
Naranjas
|
Empresas multinacionales
Escuelas
privadas concertadas
|
Innovación
Responsabilidad
Meritocracia
|
Máquina
|
Estadio 4: Organizaciones
Verdes
|
Organizaciones impulsadas por la cultura
|
Empoderamiento
Valores
|
Familia
|
Estadio 5: Organizaciones
Teal
|
Aporta doce ejemplos o casos de éxito (emergentes)
|
Autogestión
Plenitud
Propósito
|
|
El esquema requeriría muchas precisiones que ahora no
procede hacer. Las organizaciones públicas, salvo excepciones, se encuentran en
un estadio evolutivo bajo, puesto que siguen ancladas en pautas organizativas
muy convencionales (jerarquías y procesos); esto es, en el estadio 2 (organizaciones
ámbar). Aunque también quedan, en algunos casos (estilo de “mando”), patologías
propias del estadio 1 (organizaciones rojas). No obstante, hay algunas que
están mejor situadas en términos de competitividad institucional y han pasado
(al menos parcialmente) al tercer estadio (organizaciones naranja), puesto que
han implantado gradualmente de forma efectiva (no solo formal) sistemas de
mérito, están impulsando procesos de innovación y cultivan la exigencia de
responsabilidad (accountability). Son escasas, en todo caso. Menos frecuentes
aún son aquellas organizaciones públicas que transitan por el estadio 4 (organizaciones
verdes), pero también se están dando algunos pasos importantes en esa dirección
(papel de los valores). El quinto estadio, sin embargo, está aún inédito en el
sector público (también por sus intrínsecas dificultades de contexto).
En efecto, alcanzar ese estadio organizativo desarrollado es
algo que está muy alejado de las pautas estructurales y de funcionamiento de
las administraciones públicas. Sin embargo, los momentos críticos que se
abrirán a medio plazo con la robótica avanzada y la inteligencia artificial
pondrán en tela de juicio innumerables funciones típicas que actualmente se
desarrollan en las organizaciones públicas, pasando directamente un número
importante de ellas a ser superfluas. Hay, asimismo, retos más inmediatos y más
tangibles (administración electrónica), que también –de aplicarse
correctamente- tendrán resultados estructurales importantes.
El estadio de organizaciones emergentes teal que
el autor analiza (mediante un estudio empírico no exento de gran interés) se
asienta en la ruptura de los principios básicos del Management tradicional,
así como en la supresión del control o de la supervisión y, en especial, se
apoya sobre tres elementos centrales: a) la autogestión, que rompe las
viejas estructuras jerárquicas y establece una visión horizontal del trabajo
(algo que ya Hamel también formuló en sus aspectos básicos); b) la plenitud,
con una innegable carga de espiritualidad, que aboga, entre otras cosas, por
romper esa separación esquizofrénica entre “vida” y “trabajo”, que demuestra
–según sus palabras- “la poca vida que tenemos en el trabajo cuando nos hemos
separado de lo que realmente importa”; y c) el propósito, que se enmarca
como una noción evolutiva y que, en última instancia, pretende que el
“propósito organizativo” vaya de la mano del “propósito individual”.
Es, sin duda, una utopía pensar en que, desde la situación
actual que ofrece el sector público, las organizaciones públicas transiten
hacia ese estadio teal. Tampoco lo han hecho ni lo harán a corto plazo la
práctica totalidad de las organizaciones privadas. En efecto, que nadie se
llame a engaño. Introducir tales formas de funcionamiento en cualquier tipo de
organización requiere, al menos, dos premisas necesarias, como bien subraya el
autor: 1) que la dirección (los líderes) asuman ese reto de “desposeerse de
poder jerárquico”; y 2), que los órganos de gobierno de tales organizaciones
también asuman ese cambio radical de filosofía organizativa. Las resistencias,
como es de suponer, serán brutales en ambos casos; más aún en un sector público
colonizado por la política y acostumbrado a multiplicar jerarquías y (falsos)
controles.
Pero esa constatación no debiera implicar el abandono de
cualquier proceso de transformación organizativa en el sector público, siempre
necesario. Al menos se debería poner en valor la importancia de las
organizaciones para hacer buena política, así como para prestar servicios
eficientes, sostenibles y amables a la ciudadanía. La política debe entender
que sin una organización con valores, alineada y eficiente, nada podrá hacer
realmente. En los gobiernos locales y en la mayor parte de los autonómicos se
está a punto de llegar al ecuador del mandato. Cunden los nervios y se
despierta la impotencia por no haber hecho prácticamente nada o por no poder
llevar a cabo muchos de los objetivos previstos. Tal vez, en esta mitad de
mandato, sea el momento de pensar cómo mejorar la organización, pues –tal como
vengo reiterando- sin estructuras, procesos y personas adecuadas impulsar
nuevas políticas se convierte en un pío deseo.
En el sector público es hora de superar ese rancio estadio
ámbar en el que las organizaciones públicas sobreviven, en apariencia
apaciblemente, pero en verdad condenadas a la impotencia. Se debe apostar
decididamente por el mérito, la innovación, la responsabilidad, los valores o
la generación de espacios de trabajo amables y conseguir que los empleados
públicos sean personas comprometidas con el proyecto (o con el “propósito”) de
la organización, y desarrollen su actividad de servicio público con ilusiones
renovadas. ¿Objetivos inalcanzables? Para muchas personas sí.
Dura de pulir
En todo caso, a esa legión de escépticos que “lideran” sin
visión ni sentido o que acuden “a trabajar” a la Administración como si a una
“unidad de quemados” se tratara, hay que convencerles (al menos intentarlo) de
que algo que se puede hacer. Pero quien primero se debe creer este mensaje es
quien gobierna o dirige la organización. Luego el resto. Y no será tarea fácil.
La Administración pública es una organización dura de pulir;
la atmósfera, el entorno y el contexto están muy viciados, especialmente por
años de abandono, que la crisis no ha hecho sino empeorar. Pero no hay que
decaer en el intento. Tal vez lo primero en que se deba invertir es en recuperar
el principio de mérito y reforzar los valores de servicio público, ahora tan
olvidados tras años o décadas en el desván de objetos perdidos. Pero eso suena
muy teórico, aunque hoja de ruta hay que tener. Cabe avanzar en un proceso
continuo de mejora. Sobre todo, se han de iniciar procesos de transformación
organizativa. Este objeto tiene que entrar en las agendas políticas. Es tarea
urgente. Antes de que el edificio se desmorone del todo, pues grietas profundas
tiene por doquier.
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