Por Rafael Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog.-Recientemente, una persona que había
ejercido responsabilidades directivas en la Administración socialista me
mostraba su perplejidad por la multiplicación de estructuras
superiores y directivas que se está produciendo como consecuencia de la
formación del nuevo Gobierno. Le respondí escuetamente que ello se derivaba “naturalmente” de una patología organizativa que se conoce
como estructuras elefantiásicas. Dicho de otro modo, la tendencia a crear
artificialmente unidades organizativas para satisfacer apetitos personales o de
poder (en este caso de partido) y cuartear, así, ámbitos sectoriales que antaño
tenían una mínima coherencia funcional. La elefantiasis por
arriba desencadena unos impactos derivados en cadena sobre la Administración
Pública como organización. Es
obvio que 22 ministerios marcan una tendencia ciertamente desproporcionada (más
en un Estado con intensa descentralización política en el desarrollo normativo
y gestión de muchos de esos ámbitos ministeriales). Una foto del actual Consejo
de Ministro vale más que mil palabras.
Foto del nuevo gobierno de coalición PSOE-Podemos Unidos. La Moncloa. |
Los gobiernos de coalición pueden tender fácilmente a hacer realidad esa
multiplicación, como ha sido el caso del Gobierno de España, con cuatro
vicepresidencias y veintidós ministerios (como atestiguan los Reales Decretos 2 y 3/2020), lo que se traduce inevitablemente en una
correlativa multiplicación de secretarías de estado (26), subsecretarías (22),
y luego vendrán la proliferación de secretarías generales, secretarías
generales técnicas (previsiblemente 22) y direcciones generales, así como el
disparado incremento del personal eventual (de asesoramiento y confianza especial) ubicado en los respectivos
gabinetes ministeriales y de las secretarías de estado. Con ser preocupante el
fenómeno del número de altos cargos y personal eventual, no es más que una
pequeña expresión del problema de fondo. Sin duda, la cuestión clave es que, mediante esa
fragmentación en unidades organizativas cada vez
más minúsculas y fragmentadas, las políticas gubernamentales pierden
coherencia y se despiezan en órganos que entrecruzan o solapan sus funciones, y
cuyos costes de transacción y de coordinación se verán seriamente afectados, hasta el punto de que no pocas
iniciativas gubernamentales se bloquearán o tardarán mucho en hacerse
efectivas. A ello se le ha pretendido poner coto, pero solo en el nivel
político, con la extensión de la fórmula de las Comisiones Delegadas vinculadas a
cada Vicepresidencia. Veremos cómo funciona esa solución,
que no pasa de ser convencional y de efectividad dudosa cuando se pretende
generalizar (pues o es estructural o no es; con funcionamiento anecdótico o de
“apagafuegos”, no servirá). Los ministerios, hoy por hoy, aún formando parte
del colegio gubernamental, siguen siendo reinos de taifas en su respectivo
ámbito (ahora reducido en muchos casos) y sus titulares dueños supremos de sus
iniciativas e impulso político. No basta con dar señales de buena voluntad, así
como de aparente cohesión. En el ejercicio del poder, y de eso se trata, las buenas
intenciones duran poco tiempo. Luego viene la cruda realidad. La batalla
descarnada.
Pero siendo lo anterior importante hay otros aspectos del problema que
también convienen ser destacados. Todo apunta (por los datos de que hasta ahora se disponen) a cierto
cambio de tendencia, que a mi juicio es más profunda de lo que las primeras
apariencias muestran. La política anunciada de nombramientos de altos cargos (aunque solo sean esbozos) ofrece ya en esos primeros y tibios
anuncios algunas líneas de futuro. A saber:
-La más relevante es que lo que se ha venido llamando como la
profesionalización de la dirección pública (órganos directivos de la Administración General del Estado) no está en la agenda política del
Gobierno. La “izquierda”, corroída o contaminada
también por el clientelismo, no hace bandera de esta cuestión. Nunca lo ha
hecho. Menos ahora, que toca el reparto entre dos fuerzas políticas.
La segunda, derivada de lo anterior, es
que la presencia de los cuerpos de élite de la AGE en las estructuras
directivas pueden comenzar a palidecer, en algunos ámbitos cabe intuir que notablemente. Se pueden llegar a
sustituir, cuando ese nombramiento deba recaer en funcionarios, con servidores
públicos que no sean “de pata negra”, procedentes incluso de otras
Administraciones Públicas.
Politización de las estructuras directivas
Y la tercera es que la lucha soterrada actual se manifiesta de forma
grosera entre politización intensiva de la estructuras directivas y politización
corporativa (a través de los cuerpos de élite) de aquellas. La única ventaja para que la última
opción aguante, al menos de momento, es el bajo nivel de retribuciones que
ofrecen los cargos directivos más generalizados (direcciones generales), lo que
ahuyenta la captación de funcionarios o profesionales, en su caso, de fuera de Madrid. Unas estructuras directivas de
composición mesetaria, algo ya endémico, difícilmente captarán
la complejidad y diversidad territorial (también social, económica y cultural)
del Estado. Algo que ya pasa desde hace tiempo en los cuerpos de élite. Y es un
problema grave.
Así las cosas, conviene añadir una perturbación
adicional. La multiplicación de estructuras directivas acarrea también impactos
estructurales sobre las estructuras administrativas y los puestos de trabajo. Me lo explicaba, también
recientemente, un alto cargo de una Administración territorial: cualquier
Gobierno de coalición, al crear nuevos departamentos, tiene impactos asimismo
inevitables en la creación de nuevas estructuras administrativas y, por tanto,
de nuevos puestos de trabajo, sin perjuicio de que algunos se trasladen de su
departamento anterior al nuevo. Lo grave del asunto es que como muchos de estos nuevos
departamentos están vacíos o semivacíos de funciones efectivas, se terminan
creando puestos de trabajo “fantasmas”, en los que se prevén un haz de
funciones, pero que apenas hay tareas por desarrollar. Eso también pasa, con otros matices,
en los niveles directivos. Ser nombrado Subsecretario o Secretario General
Técnico en un Ministerio “vacío de
funciones efectivas”, será una auténtica canonjía. ¿Tiene sentido mantener hoy en día esas
figuras directivas (algunas con reminiscencias decimonónicas) duplicadas en
todos y cada uno de los departamentos ministeriales? Y ya el colmo del despropósito es
cuando se crean órganos directivos sin estructuras administrativas que cuelguen
o con unas estructuras dependientes escuálidas. Como se decía antaño, “jefes
sin indios”. También los hay, al menos en otras administraciones públicas.
Otro problema añadido procede de que la innovación
organizativa es una tarea siempre pendiente en la AGE. Olvidada absolutamente de la agenda
política (improvisada) del diseño departamental y estructural. El modelo
departamental/divisional/funcional de organización de ministerios hace aguas
por todos los sitios. Una fórmula decimonónica (con
precedentes en el siglo XVIII) no parece ser la solución institucional adecuada
para afrontar los enormes desafíos de la tercera década del siglo XXI (nuevo régimen climático,
revolución tecnológica, migraciones, despoblamiento del medio rural,
envejecimiento de la población, creciente desigualdad, etc.). Los proyectos transversales, más aún en
un Ejecutivo fragmentado, padecerán para ver la luz y, sobre todo, para obtener
resultados. ¿No hay nadie en el Gobierno ni en la
AGE que piense en eso?, ¿cómo afrontar tales políticas transversales con esas partículas organizativas
minúsculas desperdigadas en múltiples departamentos? Me objetarán que mediante órganos de
coordinación. Pues bien, aparte de que alguno de
estos órganos de coordinación tendrán una configuración de asamblea (como puede
ser el esperpéntico caso de la Comisión General de Secretarios de
Estado y Subsecretarios, con
prácticamente 50 miembros a partir de ahora, tendrá que reunirse, bajo la
batuta del Ministerio de la Presidencia, en salas adaptadas y su funcionamiento
real padecerá disfunciones evidentes), y otros ya veremos cómo funcionan
(Comisiones Delegadas), esa tarea de coordinar es ciertamente compleja. La
Vicepresidencia primera (o el Ministerio de Presidencia), según el fuego que
haya que apagar, parece estar llamada a tales menesteres.
Los resultados de tales modelos organizativos basados en las patologías de
estructuras elefantiásicas conducen, por lo común, a resultados de una pobreza
supina, contradictorios, a la creación de múltiples jaulas de grillos o,
casual o milagrosamente, a la obtención de algún output razonable. Piénsese, por ejemplo, cómo se
gestionará transversalmente la Agenda 2030: ¿Desde una Vicepresidencia de
derechos sociales que no tiene competencias en cuestiones medioambientales y
energéticas, ni en aspectos económicos, ni en otras cuestiones sociales clave
como son las educativas (salvo la universitaria) o las de salud, así como tampoco
en aspectos clave de Gobernanza Pública que debería ser el paraguas
“acelerador” del cumplimiento de los ODS (tal como decía el Gobierno de España
en 2018)? Coordinar es un verbo aparentemente de conjugación fácil, pero en la
cotidianeidad de las organizaciones (no digamos nada en las estructuras de gobierno) es enormemente compleja su aplicación.
En fin, aunque el foco del problema se pone desde los medios de
comunicación en el número, el problema real de las estructuras organizativas
de configuración elefantiásica, se sitúa principalmente en los resultados
o en la (in)eficiencia gubernamental. La coordinación gubernamental se muestra, así, como la pieza nuclear para
que el desconcierto no crezca y las políticas sean coherentes (o, al menos, no sean expresión de
incoherencias sumadas). Pero el “arte de gobernar” es muy distinto y distante de aquel que
presume ganar elecciones. Requiere otras destrezas y otra visión, aparte de
conocer muy bien la máquina sobre la cual pretende actuarse. No parece que, hoy en día al menos, se
den esos presupuestos. Lo veremos pronto.
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