domingo, 16 de diciembre de 2018

Jordi Soler. Objetivo: Regenerar la Función Pública

Fedeca: Hace falta un cambio de cultura política y urge aprobar un estatuto del directivo público

Por Jordi Solé Estalella,  Presidente de Fedeca. Cinco Días.- Según la tradición cristiana, el trabajo es un castigo divino infligido al hombre por comer del árbol del conocimiento, por lo que sería una penosa e ineludible obligación, soportada solamente para ganar con ella el sustento diario.

Es posible que, en muchos casos y para la mayoría de las personas, esto sea así, lo que resulta un drama para ellos por sufrir diariamente el tener que “ganarse el pan con el sudor de la frente”, pero también para las organizaciones en las que trabajan, que ven seriamente afectadas la entrega y dedicación de estas personas a sus cometidos profesionales, con el consiguiente efecto negativo en los resultados esperados.

Siendo los factores de motivación en el trabajo en gran medida comunes entre los sectores privado y público, la función pública cuenta con una palanca motivacional exclusiva: saber que nuestro trabajo ayuda al bienestar general del conjunto de la población, contribuyendo a hacer de nuestro país un país mejor. O dicho en nuestro lenguaje administrativo, el ser conscientes de que, desde nuestros puestos de trabajo, satisfacemos el interés general por encima de intereses particulares y en los que la obtención de elevados beneficios económicos no es la principal motivación.

Motivación 
Por tanto, los funcionarios contamos con una fuente de motivación interna que, para la inmensa mayoría de nosotros, es de una potencia inmensa, suficiente para considerar que nuestro trabajo es una fuente de satisfacción que va mucho más allá de conseguir ese sustento diario.

Sin embargo, la existencia de esta palanca motivacional no es suficiente para disponer de funcionarios motivados, pues no se debe olvidar la afirmación de que “un trabajador motivado es un trabajador productivo”.


Por esto, desde la dirección de la Administración del Estado y de sus unidades de personal deben planificarse y cuidarse los aspectos externos de la motivación laboral. Entre estos aspectos se encuentran la regulación de las condiciones de trabajo, la posibilidad de desarrollo de carreras profesionales horizontales o verticales, la mejora salarial en los cuerpos superiores donde hay una importante brecha en relación con los de la empresa privada o con los de los países de nuestro entorno.

Todo ello, sin olvidar otros, como la planificación de los recursos humanos más allá del criterio de la disponibilidad presupuestaria anual, la instauración de sistemas de evaluación del desempeño serios y fiables, la flexibilidad horaria, la conciliación de la vida laboral y la familiar o el teletrabajo.

Desde otra perspectiva, también es necesario que, desde las más altas instancias, exista un verdadero esfuerzo por evitar actuaciones que menoscaben la dignidad de la función pública y del trabajo que desarrollan los funcionarios, como el secuestro de la Administración por parte de las instancias políticas, que desde hace tiempo se viene denunciando desde muchos foros como una tarea urgente y prioritaria.


Se necesitan acciones valientes que nos hagan orgullosos de pertenecer y de colaborar en el más crucial proyecto del país, recuperando el prestigio de ser servidor público, un valor este que, en los últimos años, ha sido dañado sucesivamente en múltiples ocasiones por actuaciones a veces poco meditadas, y en otras, por verdadera mala fe de decisiones exclusivamente políticas.

Se necesitan medidas de regeneración y de dignificación de la función pública, que conlleven un cambio de la cultura de nuestros partidos políticos, para que asuman que la Administración pública no es un botín a repartir cuando se llega al poder, una herramienta del partido de turno en el Gobierno, sino una institución al servicio del interés general, incluido el determinado por ellos cuando los ciudadanos les hayan otorgado la responsabilidad de dirigir la Administración.


Por ello, como primera medida entre otras muchas necesarias, debe aprobarse, de una vez por todas, un estatuto del directivo público, bajo las premisas y principios presentados recientemente por Fedeca. Debe ser este marco del estatuto del directivo público un instrumento imprescindible para separar nuestra alta dirección administrativa de los vaivenes de la política. Los altos funcionarios deben poder desarrollar su cometido con profesionalidad e independencia, planificar en el medio y en largo plazo, más allá del cortoplacismo de la política actual, aunque plenamente involucrados en los objetivos señalados por el Gobierno de la nación y asumiendo la responsabilidad plena por la consecución de los mismos.

Habida cuenta que apasionarse en y por la función pública es, en general, fácil, nuestros gobernantes deberían hacer todo lo que esté en sus manos para motivar a los empleados públicos para que esta pasión no se apague nunca, y que crezca todo lo que pueda crecer. Como dijo Peter Drücker, “trabajar duro por algo que nos interesa se llama estrés; trabajar duro por algo que amamos se llama pasión”.

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