Por Borja Santos Porras y Fernando Fernandez-Monge*. Blog Agenda Pública.- “La parte más sencilla del desarrollo está ya
terminada”. Así
se titulaba una charla reciente de Michael Woolcock, profesor de
Harvard y funcionario del Banco Mundial desde hace dos décadas. Para Woolcock,
ya no se trata de construir escuelas, diseñar leyes o planes, instalar
infraestructuras y tecnología; ni de establecer una burocracia. La nueva fase
del desarrollo –la más difícil– implica mejorar la educación, implementar
eficazmente los programas o mejorar la productividad gracias a la tecnología. Y
para eso se necesitan instituciones capaces de buscar soluciones a problemas
complejos.
Esta necesidad no es monopolio de los países en desarrollo.
Si nuestra época se caracteriza por la rapidez, profundidad y grado exponencial
de las transformaciones, es aún mayor la urgencia para que todos los gobiernos
se adapten a este contexto, tanto en su actividad regulatoria como en su rol de
prestador de servicios. El Foro
Económico Mundial intentaba predecir las habilidades más importantes
que el capital humano necesita desarrollar ante la cuarta revolución
industrial: pensamiento crítico, solucionar problemas complejos, creatividad,
coordinación e inteligencia emocional, entre otras.
Al igual que en el sector privado, la habilidad de la
Administración pública para adaptarse dependerá de su capital humano, de
las personas que forman parte de las instituciones y de la propia
Administración. El porcentaje del Presupuesto público que se gasta en salarios
en España es del 41%,
y es aún mayor en algunas funciones clave como el orden público y la seguridad
(81%), la salud (44%) o la educación (67%). Queda claro entonces que un
análisis centrado en los recursos humanos de la Administración es fundamental
para arrojar luz al debate sobre la caja
negra de las políticas públicas.
¿Tiene el sector público el capital humano que necesita?
Creemos que no. Pero no porque las personas que trabajan en él no tengan
las habilidades necesarias. No se trata de sustituir al capital humano actual
por otro, sino de cambiar una Administración que, como dice
Manuel Arenillas, está anclada en un marco teórico elaborado en los años 60
y en la que no se han producido grandes cambios en la carrera administrativa,
selección o formación. Conviene reiterar que lo que proponemos no es una
enmienda a la totalidad. Muchas partes de nuestra Administración funcionan y,
como muestra, el ejemplo de la función pública encargada de investigar,
instruir y juzgar el caso Gürtel. Lo que planteamos es un cambio de modelo
que facilite precisamente la labor a esos funcionarios que se dejan la piel por
lo público.
Max Weber
La Administración pública de la mayoría de los países, y
desde luego la española, tiene su fundamento en la burocracia, ese modelo de
organización gubernamental cuyo principal teórico fue Max Weber. A diferencia
de otros tipos gubernamentales cuya legitimidad y funcionamiento se basan en la
tradición o el carisma, la burocracia es una forma de gobierno caracterizada
por el establecimiento de leyes y reglas que definen su funcionamiento y la
actuación de su personal a través de procedimientos estandarizados,
especialización funcional e impersonalidad. El propio Weber ya se dio
cuenta de que las ventajas en términos de eficiencia y predictibilidad del
modelo racional-legal de la burocracia implican también una menor libertad y
creatividad individual de los funcionarios. Los intentos por superar ésas
y otras limitaciones dieron lugar a la Nueva Gestión Pública, la idea de gobernanza y
el enfoque todo gobierno (whole of government), y actualmente a
iniciativas para transformar la Administración en más ágil y experimentadora.
Esta última oleada suele llegar de la mano de palabras en inglés como agile, lean, problem-driven
iterative adaptation, etc. Algunas claras, otras rebuscadas, todas ellas meras
modas si no se tocan pilares estructurales en los recursos humanos de
la Administración pública.
En primer lugar, comenzaríamos por el reclutamiento. Se
lleva tiempo discutiendo si las oposiciones tradicionales son la mejor manera
de reclutar al personal de la Administración. Se cuestiona si el método
es el más efectivo científicamente, si favorece el pensamiento
crítico, si realmente evalúa las habilidades necesarias más allá de la
capacidad de memorizar, o si la dedicación intensiva al estudio en los primeros
años de la carrera profesional permite adquirir la diversidad necesaria de
experiencias profesionales y, además, penaliza a aquellos con menos recursos.
Las perspectivas de seguridad y un trabajo para solucionarse la vida probablemente
tampoco atraigan a los candidatos más emprendedores o con mayor apetito para
asumir riesgos y gestionar la incertidumbre. Ante estas posibles limitaciones,
existen propuestas para otro tipo de pruebas basadas en competencias en otros
países que, manteniendo las características
que se necesitan en este tipo de pruebas, podrían mejorar la selección. Una
reforma de gran calado supondría, probablemente, un choque frontal con la
inercia de lo establecido, pero sólo experimentando –quizá en un sector o un
lugar– podremos aprender y mejorar nuestro sistema.
En segundo lugar, la reducida perspectiva de carrera
limita los incentivos y, potencialmente, la productividad. Hay pocos escalones en
la función pública y los ascensos generalmente se dan por antigüedad –o por
motivos políticos cuando implican un cargo de libre designación–, lo que hace
que experimentar, innovar y buscar soluciones no siempre sean las prioridades
de los servidores públicos. Desde la Administración tampoco se promueve lo
suficiente la formación continua y el aprendizaje de nuevas herramientas. Aunque
sí hay esfuerzos e iniciativas concretas, no es raro que queden vacantes las
becas internas para estudiar en universidades de prestigio. No porque no
generen entusiasmo, sino porque el posible esfuerzo que también conlleva no
resultará en ninguna promoción o, en el peor de los casos, se corre el riesgo
de perder el puesto o recibir el estigma de haberse tomado unas vacaciones mientras
el resto trabajaba.
Innovacion
En tercer lugar, potenciar la capacidad de innovación y
creatividad también requiere fomentar espacios libres de riesgo. En muchas
ocasiones, el personal de la Administración podría solucionar problemas o
mejorar los servicios que emplean, pero hacerlo puede generarle conflictos o
más trabajo. La cooperación técnica que España realiza
con funcionarios públicos de más de 100 países seguro que pudiera ilustrar
diferentes ejemplos. Generar espacios donde se empodere a los funcionarios, se
les dé licencia para fallar y se les premie por nuevas ideas que
mejoren la vida de los ciudadanos –y no por seguir haciendo las cosas como
siempre se han hecho– es fundamental para potenciar la motivación necesaria en
los servidores públicos.
En cuarto lugar, pasar de una cultura de desconfianza y
miedo al error a una de confianza y empoderamiento implica repensar otros
elementos clave de la Administración pública. Por ejemplo, más que exigir un
cumplimiento a rajatabla de estrictas reglas en todo lo que tiene que ver con
la actuación diaria y la ejecución del gasto por parte de los funcionarios, se
les debiera dar más libertad de acción para conseguir los objetivos de
política pública. Algunos dirán que esto abre la puerta a la corrupción y el
clientelismo, pero en vez de reforzar mecanismos de control ex ante –que,
por cierto, no nos han librado de la corrupción política– se deberían explorar
mecanismos de revisión de conflictos de interés ex post combinados
con una mayor libertad, o tecnologías como blockchain que ayuden al
funcionario en el tedioso trabajo de las justificaciones. Esto también
implicaría repensar el polarizado –y a veces mal enfocado– debate de las
puertas giratorias en los altos cargos, que frena una mayor atracción a la
Administración pública de personal de la academia o del sector privado,
introduciendo nuevas dinámicas innovadoras de gestión y conocimiento, y
abriendo las ventanas para dar aire fresco a una casa a veces demasiado
enclaustrada.
Cambiar éstos y otros elementos estructurales en el sector
público será peligroso como un iceberg para los aventureros que se atrevan a
intentarlo. La regulación y la normativa aparecen de manera visible en la
punta, pero debajo están las normas sociales, las relaciones políticas y un
entramado de factores culturales que pueden hundir el barco si quien lo intente
no lo hace con inteligencia y cuidado.
Más nos vale encontrar capitanas y capitanes con ganas de
zarpar e intentarlo porque, en este caso, quedarse en tierra no es una opción…
*Borja Santos Porras- es especialista en desarrollo internacional, políticas públicas, desarrollo económico e innovación y ayuda humanitaria. Becario de "la Caixa" (Harvard MPA/ID, Estados Unidos, 2014). F. Fernandez-Monge es especialista en sector público y política urbana. Fellow en la Harvard Bloomberg City Leadership Initiative
*Borja Santos Porras- es especialista en desarrollo internacional, políticas públicas, desarrollo económico e innovación y ayuda humanitaria. Becario de "la Caixa" (Harvard MPA/ID, Estados Unidos, 2014). F. Fernandez-Monge es especialista en sector público y política urbana. Fellow en la Harvard Bloomberg City Leadership Initiative
No hay comentarios:
Publicar un comentario