Por Rafael Jiménez Asensio.- La Mirada Institucional blog.- España cierra en agosto. Las instituciones principales del
Estado constitucional vacan también. Ya lo decía Emerson, las instituciones son
la sombra alargada del hombre. Y, en esas fechas, apenas algunos responsables o
empleados públicos están en su sitio. Quien más quien menos, salvo excepciones
singulares, se toma un período de vacaciones durante ese mes, al margen de las
responsabilidades públicas que tenga, aunque siempre se queda alguien de
guardia, “por si pasa algo”.
El problema es cuando pasa. Si hay un incendio, problemas de
seguridad, una crisis alimentaria o cualquier otro problema de cierta gravedad,
a cruzar los dedos. Responsables quedan pocos en el ejercicio de sus funciones
y funcionarios menos. Nadie en este país se ha parado a pensar seriamente qué
consecuencias tiene sobre el funcionamiento de los servicios públicos durante
el mes de agosto o en períodos vacacionales el hecho de que buena parte del
personal que desempeña funciones públicas esté tirado en la playa con una
cerveza, a la sombra en el monte o lejos física y mentalmente, en cualquier
caso, de su puesto de trabajo y de las responsabilidades inherentes a éste. Las
personas vacan, las funciones no. La duda es quién desempeña las tareas en esos
momentos críticos.
Nada que objetar, se me dirá. Merecidas vacaciones tras un
intenso año de trabajo. La única objeción que se puede apuntar, por cierto nada
menor, es que (casi) todos se vayan a la vez. Y allí no quede prácticamente
nadie, salvo alguna persona que debe asumir la ausencia de los demás, quien
implora a todos los santos para que nada ocurra durante esos días o semanas de
fiesta generalizada, pues el marrón que le puede caer es de envergadura, dado
que tendrá que asumir responsabilidades o tareas para las que en no pocas
ocasiones no está preparado y, en el peor de los casos, meter la pata de forma
clamorosa. Y esos casos se han dado, aunque nunca se reconocerán. Hay cosas tan
evidentes, que lo mejor es taparlas. Siempre ha sido así.
Circunstancias excepcionales
Agosto o los meses de verano suelen ser prolijos en
circunstancias excepcionales. No este año, sino cualquier otro. Repase
mentalmente qué cosas graves han pasado durante los últimos años en los meses
de agosto en cualquier ámbito de gobierno y valore si las respuestas dadas por
los poderes públicos han sido tan eficientes o menos que en otros momentos del
año. Ya les anticipo que, por razones obvias, las respuestas, por lo general,
han sido manifiestamente mejorables, sea en temas de orden público, seguridad
alimentaria, huelgas salvajes, incendios o en cualquier otro supuesto o
incidencia excepcional. Y ello es normal, pues falta capital humano, dado que
éste disfruta –nunca mejor dicho- de unas semanas de asueto. Insisto, (casi)
todos a la vez. Y a nadie parece importarle. Tampoco a los responsables, que
también vacan.
Tal vez algún día alguien se ponga a pensar sobre estas
cosas. ¿Pueden funcionar cabalmente los servicios públicos con un porcentaje
tan reducido de plantilla efectiva cuando se debe afrontar una crisis puntual
sea esta del tipo que fuere?, ¿cómo cubrir la ausencia de responsables,
técnicos, funcionarios u operarios, cuando surge un problema y buena parte de
esos efectivos se encuentran de vacaciones? No en todos los servicios es así,
ciertamente, pero sí en muchos de ellos.
Dicho de otro modo: ¿Por qué en el mes de agosto repuntan
determinados hechos o no se tiene una respuesta adecuada por parte de los
poderes públicos para hacer frente a determinadas circunstancias
extraordinarias de notable gravedad que surgen puntualmente? Se hace todo lo
que está en la mano, el problema es si en la mano está todo lo necesario. Tal
vez no.
Pero no son solo las circunstancias extraordinarias o
excepcionales lo que hace saltar la luz de alarma. Menos nos fijamos en que las
vacaciones generalizadas implican que las instituciones públicas duerman el
sueño de los justos, al margen de que los ciudadanos requieran o no sus
servicios. Tampoco se toma en cuenta que parar la máquina
administrativa durante largos períodos de tiempo tiene efectos importantes.
¿Funcionan realmente los servicios de vigilancia e inspección del ámbito
público (hoy en día tan en boga por algunos acontecimientos recientes)?
La máquina se para, en muchos casos drásticamente, en otros se da la
apariencia de que sigue activa, pero está dormitando bajo altas temperaturas
ambientales. Ponerla de nuevo a pleno rendimiento, una vez detenida, lleva
tiempo y energía. El transito de la holganza plena a la plena actividad no es
un camino fácil.
Más mal que bien, durante el mes de agosto los problemas de
tramitación administrativa ordinaria se aplazan: los plazos siguen corriendo,
pero como si nada, tras el paréntesis veraniego los expedientes se retomarán
poco a poco; el ciudadano que espere, las prisas son malas consejeras. La
caducidad acecha, pero mientras no entre en escena la prescripción siempre hay
remedio, salvo ese silencio estimatorio que, cual paradójica regla general,
poco abunda. Si se da, nada sucede. Al menos nadie es responsable de nada. A
pesar de lo que digan las leyes, que pueden decir lo que quieran. Planificar o
programar se hizo antes o se hará después. No es urgente. Inspeccionar, a la
vuelta; si es que cabe. Solicitar algo a la Administración implica esperar
respuesta, como pronto, para mediados de septiembre, sino es más. Si es
proveedor de la Administración y pretende cobrar, siéntese. Tenga paciencia. La
administración electrónica queda pendiente de que alguien la active (firme),
dado su automatismo debería padecer menos en período estival, pero aún así
también en ocasiones vaca. No llame en agosto para preguntar nada, pues nadie
sabe; quien está tira balones fuera. Además, tras el paréntesis estival, la
Administración se despereza con calma pasmosa.
Hay tres momentos críticos en el funcionamiento de nuestras
Administraciones Públicas: en primer lugar, el verano (julio-agosto y parte de
septiembre); en segundo, las prolongadas vacaciones navideñas y de semana
santa; y, por último, los múltiples puentes o acueductos que se conceden
graciosamente o se construyen de forma sagaz, que no son pocos. Durante esos
largos períodos temporales, la Administración funciona, por tanto, a ritmo de
espasmos, duerme unos días, despierta otros, aunque la vida siga su curso
ordinario, que a aquélla poco le importa. Una cosa es lo que dicen las leyes y
otra la realidad cotidiana. Lo que se cumple siempre es lo último: manda el
pragmatismo burocrático.
Pero el resto de las instituciones públicas no le van a la
zaga. Todo el espacio institucional público se ha contaminado de ese generoso
calendario de actividad discontinua e intermitente. El poder judicial cierra,
con excepciones, a cal y canto. Por regla general, agosto es inhábil
judicialmente. Regla más clara, en todo caso. Aquí se van de vacaciones jueces
y abogados, mientras que el ciudadano pacientemente espera la resolución
judicial que se aplaza, aunque papel judicial se suelta a finales de julio a
espuertas, para que algunos jueces y magistrados dormiten hasta mediados de
septiembre. El Legislativo está de holganza absoluta, aunque sus señorías
(legisladores que no legislan) sigan cobrando sus magras retribuciones. Y el
Ejecutivo a medio gas, que es como decir completamente parado. Además, este año
el Gobierno central está “en funciones” y los legisladores esperando a que el
cielo escampe. Todas esas instituciones ponen sus reglas: más que servir al
país, es éste quien debe adecuarse a sus ritmos vacacionales o de largos
períodos de paréntesis funcional tácticamente diseñados por gurús de la
estrategia electoral.
Los empleados públicos, por su parte, disfrutan de derechos
generosamente otorgados por las condiciones de trabajo que los acuerdos y
convenios colectivos del sector público les otorgan. Los empleadores públicos
(responsables políticos) son magnánimos con los sufridos trabajadores públicos.
Y para recordárselo ya están los sindicatos, que aprovechan la menor
oportunidad (o debilidad) para llenar el morral de los servidores públicos,
entre otras cosas materiales, de vacaciones, días de asuntos propios o premios
de fidelidad por seguir yendo a trabajar todos los días. Esas condiciones han
terminado empapando o trasladándose mecánicamente al sector público en su
conjunto y a todo el entramado institucional o para-institucional, así como
contaminando en mayor o menor medida las “condiciones de trabajo” de no pocos
responsables públicos, sean o no parlamentarios. Y no hablemos de la educación
o de las universidades. La generosidad vacacional en estos casos es secular,
con su manida justificación del calendario escolar. Se salva la sanidad, pues
en este caso la máquina asistencial no puede parar ninguno de los 365 días del
año, pero también aquí durante la época estival quienes están al pie del cañón
son principalmente personal eventual e interino, aunque también algunos estatutarios.
Los servicios de urgencia se mantienen abiertos, como no podía ser menos.
Policías y bomberos deben estar siempre disponibles. No sé si con el número
adecuado de efectivos necesarios en cada caso. Pero mejor no abramos la caja de
Pandora.
Cerrado por vacaciones
En fin, quienes desarrollamos una actividad profesional
cercana al sector público sabemos que el mundo se acaba el mes de julio y la
primera quincena de diciembre, pues inmediatamente el grueso de los
responsables públicos y de la burocracia ha de salir pitando de vacaciones y el
papel debe salir (o entrar) sí o sí.
Llegados a este punto tal vez sería recomendable recordar
algo muy básico: las responsabilidades públicas son por esencia actividades
funcionalmente continuas, su ejercicio debe estar plenamente garantizado en
todo momento y en cualquier tipo de circunstancias o avatar. Este es el fin
principal de toda actividad pública, cualquiera que sea su ámbito. Los derechos
de quienes prestan servicios en tales instituciones, sean aquellos del tipo que
fueren y gocen de cualquier condición (sean representantes o responsables
políticos, directivos o empleados públicos), deberían cohonestarse en todo caso
con esa finalidad principal: la salvaguarda de los intereses públicos de
la ciudadanía nunca está de vacaciones. Y, por consiguiente, se debe garantizar
eficaz y eficientemente la permanencia de cualquier tipo de actividad pública,
sea esta directiva, ejecutiva, de planificación, fiscalización o inspección,
evaluación o rendición de cuentas durante la vida activa de la institución
correspondiente.
En fin, produce sonrojo recordar estas cosas. No es
razonable que tales instituciones, particularmente la Administración Pública,
funcionen espasmódicamente condicionadas a las vacaciones estivales de los empleados
públicos y de sus familias o a las de sus responsables y directivos. Las
Administraciones Públicas no están creadas para dormitar durante espacios tan
amplios de tiempo, realmente la permanencia es su regla, por mucho que siempre
incumplida. La brecha entre una Administración digital abierta las 24 horas de
los 365 días del año y un empleo público que trabaja períodos discontinuos, con
espacios de vacaciones generalizadas cada vez más amplios, no se debería
sostener durante mucho tiempo. Pero pretender cambiar esto, me temo, es darse
de bruces contra un muro. Casi tres millones de personas dispuestas a defender
unas ventajas que consideran irrenunciables son, como también expuso Alejandro
Nieto, una barrera que ningún Gobierno se atreve a franquear (La “nueva”
organización del desgobierno, Ariel,, 1996, p. 173). Pues tal “tradición
vacacional” es algo muy arraigado y que, por lo común, a nadie importa. Salvo
cuando se requiere una atención pública, un trámite necesario o pasa algo
realmente grave, que siempre pasa. Y ni siquiera en este último caso nadie se
hace estas preguntas. Curioso.
Por darle una retorcida vuelta a un reciente acontecimiento:
¿En las injustificables respuestas administrativas tan tardías (más de cinco
días) al brote de listeriosis nadie ha pensado que, a lo peor, las personas que
cubren las estructuras políticas, directivas y funcionariales ordinarias que
debían actuar inmediatamente estaban tal vez en buena medida vacando? Podríamos
seguir con ejemplos nada edificantes. que desafortunadamente los hay muchos,
algunos vinculados con el orden público y la seguridad o con catástrofes
naturales. Pero, mejor, dejar estas cosas en paz. No dejan de ser más que
especulaciones …
Interesante artículo en el que se reflexiona sobre la necesidad de que se mantengan los servicios públicos prestados por las administraciones durante todo el año, sin interrupción y en el que se propone entre líneas como solución el disfrute progresivo de las vacaciones por el personal.
ResponderEliminarCurioso que no se diga nada en este artículo sobre el sector privado, donde el proceder del sector público se reproduce al milímetro: persianas cerradas, llamadas y peticiones infructuosas, horarios de atención mínimos (sólo de mañana con suerte)...
En mi blog escribí un artículo sobre este mismo problema, pero visto desde el otro lado de la barrera: https://secretariuchodetercera.blogspot.com/2019/08/las-vacaciones-de-verano-y-el-arte-de.html
Supongo que una persona tan formada como el autor, que incluso es preparador de las escalas superiores de la administración, podrá entender que el trabajo mental también cansa y que todo el mundo necesita un tiempo de relax y desconexión, porque la vida es algo más que trabajo.
No obstante, paciencia, pronto llegarán los robots y el sueño de la administración 24/7 del autor será una realidad, aunque no esperéis empatía ni asertividad, porque los robots no saben de eso...