-La nación: un término histórico oscurantista.
-Pueblo y Nación. Un acercamiento taxonómico al concepto de
nación desde una perspectiva constitucional.
-El Pueblo:
-El pueblo como elemento natural: Una entidad social reunida
presencialmente
-El pueblo como elemento político: Una unidad política
colectiva e ideológica.
-De la nación cultural a la nación política. Un concepto
constitucional exclusivo y excluyente. La Federación como forma de organización
del poder público o como fórmula del ejercicio del poder público.
1. LA NACIÓN: UN TÉRMINO OSCURANTISTA
Decía Schumpeter1 que
la participación en política de personas del saber intelectual producía en las
mismas un efecto singular digno de estudio. Según este economista austriaco,
cuando un intelectual entraba en el juego del poder, tan pronto como iniciaba
su andadura dejaba su intelectualidad apartada, y se comportaba como un ser
inane, carente de la más mínima pericia mental, llevando a cabo actuaciones que
en su esfera privada nunca las realizaría.
Este efecto psicológico del comportamiento puede reducirse a
una mera anécdota sociológica, interesante de estudio, cuando afecta a
cuestiones accidentales de la acción política. Sin embargo, empero, la cuestión
se torna mucho más grave cuando dicha debilidad mental se connivencia con un
cierto interés personal de oportunismo político, llegando a afectar a la
sociedad civil en su conjunto.
No es nuevo el debate político sobre ¿qué es España?; o más
concretamente, si España se haya constituida por muchas “Españas”. El debate de
las “naciones” en el seno de nuestra delimitación territorial estatal, es un
viejo amigo de nuestras tertulias, un viejo acompañante que ya forma parte de
la propia cultura política.
Siendo constatable lo citado, no es menos cierto que hasta
ahora, no se había planteado desde postulados académicos y políticos la
implementación real de la “plurinacionalidad federal”, como una necesaria realidad
a la que debe darse respuesta constitucionalmente.
Se ha incluido en la agenda política y en las perspectivas
académicas, el reconocimiento efectivo de la “plurinacionalidad” de España con
el fin de re-constituir el Estado español en un Estado federal, o al menos, de
corte descentralizadora federativa, incluyendo en un Estado unitario fórmulas
de distribución territorial del poder propias de Estados federales2.
Sería una empresa imposible, el intentar dar una respuesta a
la cuestión suscitada en la agenda política sin saber con claridad a qué nos
referimos cuando hablamos de una “nación” ya que la confusión que en muchas
ocasiones se producen en el debate político deriva de la mezcolanza de los
conceptos que se utilizan.
Confusión
La confusión a la que aludimos no solo se produce en el
debate público, ésta también se origina, en algunas ocasiones, desde
perspectivas jurídicas y politológicas. No obstante, la importancia del
concepto para la formación de las sociedades internacionales como sustrato
básico y legitimador de las formaciones estatales, está fuera de toda duda.
Decía, al respecto, Tomás Pérez Vejo3 que
pocas objeciones caben a la afirmación de que la nación ha desempeñado un papel
determinante -tanto en el plano político como, quizás sobre todo, en el de las
mitologías colectivas- en la articulación de las sociedades humanas
durante los dos últimos siglos.
En un proceso iniciado a partir de la segunda mitad del
siglo XVIII en occidente y que posteriormente se ha extendido al resto del
planeta, la nación ha terminado por convertirse en la forma hegemónica y
excluyente de identidad colectiva de la modernidad y en la principal, si no
única, fuente de legitimación del poder político. Así lo reconoce
explícitamente el ordenamiento jurídico internacional que considera a las
comunidades nacionales como los únicos sujetos colectivos capaces de ejercitar
determinados derechos políticos, el de autodeterminación por ejemplo, que por
el contrario se niegan a otro tipo de colectividades, sean religiosas,
ideológicas, económicas, históricas o mero fruto de la voluntad de los
individuos que las componen. La nación se dibuja en el horizonte mental del
hombre moderno como una realidad insoslayable, que configura y determina todos
los aspectos de la vida colectiva, desde el carácter de las personas hasta las
formas de expresión artística. Ser miembro de una nación se ha convertido en
una necesidad ontológica capaz, pareciera, de condicionar por completo nuestra
forma de ser y estar en el mundo.
Sin embargo, siendo un concepto epicéntrico de nuestra
formación estatal desde finales del Siglo XVIII, la inexistencia de material
taxonómico que nos permita diferenciar sus distintas acepciones provoca, como
ya adelantamos, una confusión permanente.
En este sentido, y sin atenernos a corrientes marxistas que
han sido las que más se han proyectado sobre los conceptos de nación y de
autodeterminación (la concepción marxista utiliza la expresión “la libre
determinación de los pueblos”), desde Carl Marx en el “Manifiesto Comunista” o
“El Capital”; Lenin con su obra “Notas Críticas sobre la cuestión nacional; o
Stalin en el “Marxismo y la cuestión nacional”; en la actualidad podemos citar la
obra de Eric Hobsbawm: “Naciones y nacionalismo desde 1780”4.
En dicha obra, dividida en 6 capítulos ya en la
Introducción, Hobsbawm intenta aclarar, sin conseguirlo según nuestro criterio,
algunos de sus puntos de partida y premisas de arranque, entre las que destaca
el hecho de que “el sentido moderno” de la palabra “nación” no se remonta más
allá del S. XVIII ; también nos dice que “al abordar la cuestión nacional es
más provechoso empezar con el concepto de la nación (es decir, con el
nacionalismo) que con la realidad que representa”. Así mismo, aclara por tanto,
que el nacionalismo antecede a las naciones, lo que lo lleva a afirmar que “las
naciones y los fenómenos asociados con ellas deben analizarse en términos de
las condiciones y los requisitos políticos, técnicos, administrativos,
económicos y de otro tipo”.
Hobsbawn, que no categoriza el término nación, sino que
recogiendo la perspectiva liberal, la ubica en relación al Estado,
considerándose aquella solo como el atributo más importante para la
conformación de éste, viene a destacar dos aspectos esenciales de la misma para
su existencia: su viabilidad económica, y su fortaleza para constituirse en
Estado. Hobsbawm presenta una suerte de criterios por virtud de los cuales un
pueblo puede ser clasificado firmemente como nación. Estos son, a saber: la
asociación histórica con un Estado, la existencia de una antigua élite cultural
y la probada capacidad de conquista.
Sin perjuicio del desarrollo etnológico que el autor realiza
en los distintos capítulos del libro para subrayar las características de lo
que llama “protonación”, la utilización del concepto de “Estado” para delimitar
el de nación, (perspectiva liberal), orilla no solo la propia existencia y
utilización de este concepto en épocas muy anteriores a las revoluciones
liberales del Siglo XVIII, sino que, además, no determina ni justifica qué
criterios son los que hacen que una nación ordene un Estado, amén de que, en
ningún caso atienda al hecho de que puedan existir naciones sin Estado, al
menos, sin aquellas formas de organización política-social que nacieron
en el Siglo XV y que tomaron su sentido más moderno con la Revolución Francesa.(Continúa)
Notas:
-1 Vid:
SCHUMPETER, JOSEPH A.. Capitalismo, Socialismo y Democracia. Ed. Orbis
(Biblioteca de Economía), Barcelona (1983). Tomo I
-2 Punto
13, del prontuario publicado en el 2017 bajo el nombre de “Ideas para una
reforma de la Constitución” bajo la dirección del Catedrático de Derecho
Administrativo, SANTIAGO MUÑOZ MACHADO.
-3 Vid:
PÉREZ VEJO, T.: “La construcción de las naciones como problema historiográfico:
el caso del mundo hispánico”. Revista: Historia Mexicana, 2003, pp
275 y ss.
-4 Vid:
HOBSBAWM, E.. Naciones y nacionalismo desde 1780. Ed. Barcelona, Crítica,
1997. Pags, 11, 17, 19 y 46.
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