Hace un año Rafael Jiménez Asensio comentó desde La Mirada Institucional los libros recientes de Francis Fukuyama de los que se hizo eco este blog. Ahora vuelve a hacerlo el profesor Ramió reflexionando sobre los desafíos del Estado moderno tras las nuevas formas y crisis que se nos plantean y de los que son ejemplos claros la irrupción electoral de los populismos de todo signo. Al menos anteayer en Francia parece que pudieron frenar al derechista de Marie le Pen.
@CarlesRamió - Blog EsPúblico.- La crisis del Estado no se explica solo por las múltiples
variables exógenas sino también por variables de carácter endógeno. En
este sentido hay dos lecciones muy relevantes que se pueden extraer de la
fabulosa y reciente obra de Fukuyama sobre los orígenes y la decadencia delorden político (Fukuyama, 2015 y 2016. Deusto) en relación con la crisis del Estado:
por una parte, que la calidad de un Estado depende de sí su modelo de
Administración pública moderna y meritocrática se ha impulsado antes o después
que su proceso de democratización y esto es determinante a la hora de lograr un
gobierno más o menos responsable. Por otra parte, que el Estado puede entrar en
un periodo de crisis y decadencia, como cualquier otra institución, si es
incapaz de adaptarse a las circunstancias cambiantes.
El elemento crítico en el
surgimiento de un Estado moderno reside en su capacidad o no de edificar un
gobierno competente que es de lo que carecen los Estados frágiles o fallidos.
La clave de ello reside en si se ha establecido o no una Administración pública
de carácter meritocrática. “La sociabilidad humana natural se basa en la
selección por parentesco y el altruismo recíproco; es decir, la preferencia por
la familia y los amigos. Mientras los órdenes políticos modernos tratan de
promover un gobierno impersonal, las élites de la mayoría de las sociedades
tienden a recurrir a redes de familiares y amigos (Fukuyama, 2016: 43). Y para
lograr un Estado robusto de carácter impersonal es concluyente si su
construcción ha sido anterior o posterior a la instauración de un sistema
democrático. Por ejemplo, en Prusia se construyó antes un Estado impersonal, un
proceso que se demoró casi dos siglos, que un sistema democrático. Este orden
para Fukuyama es determinante ya que la política clientelista no se ha dado
nunca en Alemania. Como contraejemplos Fukuyama explica los casos de Grecia e
Italia en que no fueron capaces de desarrollar administraciones modernas antes
de convertirse en democracias electorales. En ambos países los gobiernos se convirtieron
en fuentes de patrocinio y, posteriormente, de clientelismo descarado a medida
que los sistemas se democratizaron y pasaban a la participación política masiva
(Fukuyama, 2016: 173).
El resultado está a la vista en ambos países: una
incapacidad crónica para controlar el empleo público, un clientelismo
extendido, así como una desconfianza social con la Administración pública a la
que se une una mala calidad de la Administración. La segunda gran lección de
este reciente estudio de Fukuyama es que el Estado puede entrar en un periodo
de crisis y decadencia. Es fundamental, por tanto, la adaptación al cambio: la
flexibilidad institucional y de los actores. La inadaptación al cambio
institucional se muestra, por ejemplo, en el papel de las élites o de los
actores políticos que impiden esa adaptación. Algunos actores internos (como
los partidos, los sindicatos y las corporaciones de empleados públicos)
“repatrimonializan” el Estado. Este proceso de captación por parte de las
élites o de los de dentro es una enfermedad que afecta a todas las
instituciones modernas. A mi entender esto es lo que está sucediendo
actualmente y puede acontecer durante las próximas décadas en la mayoría de los
Estados de los países desarrollados.
Es obvio que lo cambios tecnológicos y las transformaciones
económicas, políticas y sociales (variables exógenas) que ponen en duda y en
peligro la posición del Estado deberían ser un aliciente y un catalizador para
que éste reaccionara y se reubicara. Pero, hasta el momento, el Estado no posee
capacidad de reacción por culpa de sus problemas endógenos que hacen que sea
cada vez más rígido e impermeable al cambio y su diseño sea más complejo y más
anticuado. La hipótesis es que los Estados contemporáneos están actualmente en
una situación de inamovilidad por los siguientes factores:
-Existe una ley natural de conservación de las instituciones,
que se manifiesta de modo diáfano cuando la necesidad objetiva obliga a su
adaptación y los hombres (animales conservadores por naturaleza) se resisten
frenéticamente al cambio (Fukuyama, 2015).
-La actual gran crisis política y de los partidos políticos
ha generado que los partidos políticos sean muy vulnerables. Estos partidos, en
vez de defender su espacio de influencia política, se han replegado y
enquistado en el seno de las instituciones del Estado. El resultado es una
funcionarización de la política y un reverdecimiento del clientelismo en los
aparatos estatales.
-El modelo burocrático, que aparentemente aportaba objetividad
e imparcialidad, ha generado, con el tiempo, gérmenes nocivos de carácter
corporativo en determinados grupos de empleados públicos.
-La crisis del mercado laboral ha ampliado de forma rotunda
la periferia de este mercado con la precarización, salarios muy bajos y
condiciones laborales extremas. El centro laboral, cada vez más escaso, que
implica salarios dignos y estabilidad lo han ocupado las administraciones
públicas. La Administración pública representa el último espacio de confort
laboral para aquellos empleados sin una gran cualificación (administrativos,
subalternos, oficios, sector del transporte de viajeros, etc.). Es lógico que
la sociedad, por la vía de los sindicatos y de grupos organizados de empleados
públicos, defiendan con uñas y dientes los últimos paraísos laborales que han
sobrevivido, hasta el momento, a la injusta revolución laboral.
-La gobernanza supone la guinda a este pastel de lógicas
clientelares, corporativas y neocorporativas en que se han ido convirtiendo los
Estados modernos. La gobernanza ha tejido una tela de araña inmensa de
relaciones e intercambios entre los aparatos estatales y un conjunto de
organizaciones privadas con ánimo y sin ánimo de lucro, además, de asociaciones
y movimientos sociales. Ahora las resistencias al cambio ya no son solo
internas sino también externas por esta red de intereses e intercambios entre
unas élites transversales que, muchas veces, han seguido una lógica claramente
extractiva y de “repatrimonialización” del sector público.
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