"La lucha contra la corrupción ha centrado la trayectoria profesional del jurista peruano José Ugaz. El presidente de Transparency International cree que en España hay "mucha" corrupción, pero celebra que la ciudadanía no la haya normalizado. ¿Su receta para combatirla?: La implicación ciudadana y mediática"
Revista de prensa.- Por Marta G. Coloma. Vozpopuli.- El jurista peruano José Ugaz lleva toda la vida estudiando cómo combatir
la corrupción. La lista de ocasiones en las que el jurista peruano ha
investigado y combatido contra este tipo de casos es larga: desde sus trabajos
como procurador ad hoc de la República de Perú en los años 90 -cuando
asumió, entre otros casos, el escándalo Montesinos-Fujimori- hasta su
participación en el Consejo de la Conferencia Internacional Anticorrupción
o en el Departamento de Integridad Institucional del Banco Mundial a
lo largo de los 2000.
José Ugaz, segundo por la izquierda, en su reciente visita a España |
La rama española de Transparencia Internacional ya
ha calificado el nivel de corrupción en España como "inadmisible".
¿Hemos perdido la capacidad de reacción? Ugaz es positivo: cree que los
españoles no hemos normalizado estas prácticas.
Hace poco comentó que antes, Transparencia Internacional no
tenía tanto trabajo... ¿Hay más corrupción en la época que nos ha tocado vivir?
Nos hemos hecho esa pregunta muchas veces. Y en realidad, no
creo que haya una respuesta demostrable sobre si hay o no más corrupción que
antes. Lo que sí es cierto es que hay mucha corrupción, que además creemos que
es de una naturaleza distinta. Por eso hoy, además de la corrupción
"cotidiana" que ha estado flagelando al mundo desde siempre, hablamos
de un fenómeno que nosotros llamamos "gran corrupción": esa
corrupción visible, cometida con actores con mucho poder -político o económico-
que moviliza ingentes cantidades de recursos y que tiene un impacto sobre los
derechos fundamentales de las personas. Porque hay una conexión entre la
gran corrupción y los derechos humanos: la corrupción es causa de
inequidad y de pobreza, impide el desarrollo, genera desgobierno y, finalmente,
puede incluso hacer caer a gobiernos completos.
¿Existe entonces una relación directa entre corrupción y
desigualdad?
Definitivamente. Si uno mira las cifras que recientemente
lanzó Oxfam -en las que establece que 8 personas en todo el mundo tienen el
mismo patrimonio que 3.500 millones de seres humanos, es decir, la mitad de la
humanidad-, se puede constatar que esto es, primero, un escándalo. Pero si uno
mira la lista de esos 8, o de los 100 más ricos de la revista 'Fortune', se
puede ver que muchos de ellos tienen un halo de sospecha de corrupción y han
obtenido su fortuna con prácticas mal habidas. Por lo tanto, hay un impacto
clarísimo de la corrupción en la pobreza, porque los fondos que se desvían de
los sistemas públicos -que deberían destinarse a los sistemas de salud,
educación, vivienda, acceso al agua potable...- se van a los bolsillos de unos
cuantos que violan la Ley.
Habla usted de la corrupción como si conllevase una relación
intrínseca entre poder político y empresarial...
Como dicen los anglosajones, para bailar tango se necesitan
dos. En los sistemas de corrupción que se observan normalmente, están por un
lado los funcionarios públicos, que son los que detentan el poder delegado, y
por otro lado los grupos económicos que medran del Estado en colusión con estos
funcionarios.
Para bailar tango se necesitan dos. En los sistemas de
corrupción están por un lado los funcionarios públicos y por otro, los grupos
económicos que medran del Estado en colusión con ellos"
En los últimos años, en España han aparecido tramas en las
que, a nivel local y regional, los poderes políticos y económicos
perpetraban abusos de la mano. ¿En qué nos hemos equivocado para que estas
prácticas se extiendan? ¿Hacía falta la complicidad de la sociedad?
Hay muchas razones que explican esto. En el libro 'Por
qué fracasan los países', de dos economistas norteamericanos, se
señala claramente que la corrupción, y en general los Estados que no
pueden resolverla, tienen que ver con el desarrollo institucional; o con lo que
ellos llaman la creación de instituciones extractivas, porque lo que se buscó
desde el inicio fue extraer riqueza para el beneficio de unas elites,
perjudicando a las grandes mayorías. Aquí hay un problema que tiene que ver con
el bien común y con la falta de interés de estas elites de aportar a él.
Si uno mira a los países que menos corrupción tienen -los
escandinavos, normalmente, según las mediciones que nosotros hacemos en nuestro
Índice de Percepción de Corrupción-, se encuentra con naciones en las que el
concepto de bien común y redistribución de la riqueza es muy fuerte; y eso
explica por qué tienen amplios espacios de libertad de expresión, libertad de
información, transparencia, etc.
Nuestros vecinos nórdicos son el modelo al que aspiramos
muchos países del sur. ¿Se corresponde esta percepción con la realidad? Y si es
así, ¿puede haber un lapso entre la percepción que tenemos nosotros de la
corrupción que hay en nuestro país y de la que realmente hay?
Es un viejo debate. A nosotros muchas veces se nos critica
que medimos la corrupción en base a su percepción, pero lamentablemente no hay
datos más sólidos que nos permitan hacer estas mediciones. Desde mi experiencia
dando vueltas por el mundo, observando y hablando de estos fenómenos, puedo
afirmar que la percepción es la realidad. Se perciben los tres últimos
escándalos de corrupción que han irrumpido en España de manera impresionante,
tanto que me han llegado a preguntar que si la corrupción en este país es
sistémica, un debate que es más del Tercer Mundo y que se discute en mi
país.
¿Cree usted entonces que la situación en España no es tan
sistémica como en otros países menos desarrollados?
En España hay mucha corrupción pero, a diferencia de países
del Tercer Mundo, se tiene una ventaja: esa corrupción no ha permeado en la
ciudadanía ni se ha normalizado, el ciudadano de a pie no está involucrado: es
una corrupción de las elites políticas y económicas.
El problema lo tienen, por tanto, los países que la
normalizan...
Claro, porque ya se asume que es una forma de vivir y hay
una combinación de frustración y resignación, se da por hecho que las cosas son
así y que no van a cambiar, y además se añade una cuota de cinismo: uno es
cómplice de ello porque esa es la forma de vida. Cuando un ciudadano normal y corriente
asume que tiene que pagarle a un policía o a un burócrata para que tenga que
tramitar un documento, o a un juez para que cumpla su tarea, estamos hablando
de una interiorización de la corrupción como un elemento de movilización social
y obtención de resultados.
Usted ha formado parte de la comisión de expertos contra la
corrupción de la ONU... A través de este trabajo, ¿ha descubierto en qué países
se sufre un problema más grave?
Se trata de aquellos países que están menos desarrollados en
Asia, África y América Latina, donde es común el dicho de "Roba, pero
hace": donde todo el mundo tiene su político 'ladrón' que roba pero que
"algo hará"; y donde la "pequeña corrupción" -sobornos a
funcionarios, por ejemplo- se asume como algo normal.
Como nota positiva, sí que es cierto que en los últimos
años, estos escándalos están por fin saliendo a la luz -por ejemplo, con los
casos de los 'papeles de Panamá' o la lista Falciani. ¿Vamos por el buen
camino?
Estamos presenciando cambios en la movilización contra la
corrupción. En Corea del Sur han logrado destituir a la presidenta, en Rumanía
han cambiado una ley que permitía sobornos hasta los 10.000 euros; lo hemos
visto también en Rusia, en Brasil, en Honduras, en Guatemala o en República
Dominicana, donde más de 6.000 personas han salido a la calle para exigir a su
gobierno que ponga fin a la corrupción. Hay una tendencia muy positiva en la
ciudadanía a reaccionar y a exigir un cambio, y eso nos da mucha
esperanza.
¿Es la corrupción inevitable?
En más de una ocasión hemos escuchado a políticos asegurar
que la corrupción es algo intrínseco al ser humano y que erradicarla es
imposible... ¿Está usted de acuerdo?
El ideal de corrupción cero no existe, es una utopía...,
pero tenemos que vivir de utopías. De lo que se trata, en todo caso, es de
llevar a la corrupción a un nivel de control que no impida el desarrollo de los
países ni afecte a los derechos de las personas. Y eso nadie puede decir que no
se puede ni se debe hacer. Coincidimos en que la corrupción cero es imposible
-así somos las personas: tenemos tendencias egoístas, necesitamos la
satisfacción de necesidades a veces desmedidas...-, pero sí tenemos mínimamente
el deber de controlar este problema como controlamos el crimen, los homicidios,
el narcotráfico, etc.
Tenemos la responsabilidad de no votar a los corruptos:
somos los principales responsables de tener las clases políticas que nos
representan"
¿Qué puede hacer un ciudadano de a pie para involucrarse en
esta lucha, aunque sea en su entorno más cercano?
Lo primero es tomar conciencia. Luego tenemos una serie de
responsabilidades que hay que ejercer, como no votar a los corruptos, porque
somos los principales responsables de tener las clases políticas que nos
representan. Se tiene que generar un liderazgo sano, un reto que tienen que
asumir las nuevas generaciones, ya que la corrupción tiene que ver con los
sistemas educativos y las prácticas preventivas que debemos
desarrollar. Por eso, además de la práctica cotidiana -cada uno en el
contexto de su familia, de su trabajo...-, tenemos que asumir la
responsabilidad ciudadana de tener una vida honesta y de no incurrir en este
tipo de prácticas.
Los medios tampoco son inocentes a la hora de facilitar o
impedir la corrupción. ¿Qué podemos hacer para evitarla?
Los medios de comunicación son unos grandes aliados de
quienes luchamos contra la corrupción. La prensa de investigación es, en casi
todos los países del mundo, la que ventila estos casos antes de que las
fiscalías y las instancias oficiales actúen; pero paradójicamente también hay
casos en los que la prensa es cómplice de la corrupción, está digitada
políticamente, busca encubrir los casos o desinformar... Ahí se requiere un
cambio, porque la tarea de informar es una tarea delicadísima que implica una
gran responsabilidad social.
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