"Parte del principio que la legitimidad no se consigue sólo con eficacia y eficiencia, sino que es también fundamental el elemento democrático en el que se subsumen la transparencia, la rendición de cuentas o la participación"
Carles Ramió. Blog EsPúblico.- El modelo denominado de
gobernanza se ha impuesto desde hace dos décadas en la Administración pública
sin dar apenas tiempo a que se asentara el modelo gerencial que también
apareció con fuerza, a principios de los años noventa.
La gobernanza es un
intento de configurar espacios públicos deliberativos en los que puedan
interactuar los distintos niveles de administraciones públicas, los agentes
económicos y sociales y la sociedad civil, para afrontar los desafíos que tiene
planteados la sociedad actual, en un entorno dominado por los fenómenos de la
globalización-localización. Parte del principio que la legitimidad no se
consigue sólo con eficacia y eficiencia, sino que es también fundamental el
elemento democrático en el que se subsumen la transparencia, la rendición de
cuentas o la participación. La eficacia y la eficiencia son valores propios del
utilitarismo económico y de la gestión, aunque, situados en un contexto
político, quedan totalmente impregnados de la influencia de la dimensión
política. Con todo, las organizaciones públicas se ven abocadas a adoptar
estrategias de actuación mediante la incorporación de innovaciones en la acción
pública.
Ciertamente, estas innovaciones, su forma y contenido, dependen de la
coordinación del aparato administrativo con otros actores privados y con los
ciudadanos. En gran medida la gobernanza consiste sobre todo en la confluencia
y difícil equilibrio entre la eficiencia y la participación democrática.
Tan seductora como ambigua
Pero la gobernanza es un
paradigma tan seductor y benevolente como abstracto, ambiguo y confuso. En
principio nadie puede estar en contra del mismo y es apoyado con entusiasmo
tanto por la dimensión política, por el mercado como por la sociedad civil organizada.
Pero realmente es la constatación realista de que la política carece ya de
poder y de instrumentos para tomar decisiones y para solucionar los grandes
retos económicos, laborales y sociales. Es un paradigma que debilita al Estado
y a sus administraciones públicas, o mejor dicho: es la certificación oficiosa
del escaso poder que posee tanto la política como el Estado en una economía y
una sociedad globalizadas y dominadas por la infoeconomía y por las redes
sociales. Además, fomenta indirectamente la intromisión de la política en el
seno de la Administración pública. Como la política es impotente para adoptar
las grandes decisiones y soluciones, los líderes políticos se refugian en
la técnica y en la toma de pequeñas decisiones. Representa una funcionarización
de la política que debilita todavía más a la Administración pública y al
Estado. Con la gobernanza el ciudadano se recupera de su anterior proceso de
clientelización (de la mano de el gerencialismo) y recupera sus derechos
políticos pudiendo participar de distintas formas, y con diferentes
intermediarios y también de manera directa, en el espacio de debate e
influencia política.
Es muy probable que el
modelo de la gobernanza haya llegado para quedarse y seguramente será una de
las grandes opciones de futuro tanto para el Estado como para sus
administraciones públicas. Tiene unos elementos enormemente positivos, modernos
y en consonancia con la revolución tecnológica, económica y social que se está
experimentando. El primer elemento positivo es la posibilidad de abrir
múltiples espacios de deliberación, decisión y cogestión que pueden alcanzar
una democracia más plena con canales alternativos y complementarios a la
clásica democracia representativa. Otro elemento muy favorable es que abre las
puertas y ventanas del Estado y de la Administración pública al interaccionar
activamente con el mercado, con la sociedad civil organizada y con la
ciudadanía. Antes los tres grandes actores que promovían desarrollo,
innovación, aprendizaje y bienestar (Estado, mercado y sociedad civil
organizada) residían en departamentos excesivamente estancos y con miraras
mutuas de desconfianza. Los problemas del presente y del futuro son complejos y
no entienden de departamentos estancos. Un sistema de gobernanza, o un modelo
similar más sofisticado y refinado, es probablemente el único posible.
Pero hay que pensar,
definir y aclarar muy bien que implica realmente un modelo de gobernanza. Con
él el Estado entra en la vanguardia de la modernidad pero entra, también, en
unas corrientes líquidas muy complejas tanto a nivel económico como social.
Para sumergirse en estas aguas hay que saber nadar con solvencia y tener muy
claros los objetivos y sobre lo que puede aportar en positivo este modelo al
interés general y cuáles son los principales peligros o externalidades
negativas que puede generar este en contra del interés general y del bien
público.
El principal problema del presente es que el modelo de gobernanza
sigue siendo deliberadamente ambiguo y que nace desde una peligrosa asimetría:
la debilidad de la política y del Estado y el empoderamiento del mercado y de
la sociedad civil. La evolución del paradigma de la gobernanza puede abrir
varios escenarios de futuro muy distintos, algunos muy positivos pero otros
terribles que podrían implicar la irrelevancia de la Administración pública.
Hay que ser muy cuidadosos.
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