“La valoración (de la obra de Galdós) deja de ser hecha desde una óptica enteramente retrospectiva para hacerse prospectiva” (José María Jover Zamora)
Galdós: una mirada histórica sobre España, la Política y la Administración.
Por Rafael Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog.- Algunas veces en la vida hay que mirar atrás. El presente es tan inhóspito o está plagado –en palabras de Galdós- de “menudencias históricas”, que merece la pena abandonarlo a su propia suerte, sumergiéndose en un pasado, aunque parezca distante y (muy) distinto de la realidad que nos circunda, del que tal vez se puedan extraer oportunas lecciones. En el año 2020, Benito Pérez Galdós estuvo de moda, por la celebración de los cien años de su fallecimiento a inicios del año 1920. Es bueno que se aprovechen tales efemérides para ensalzar y divulgar su obra, pero su pensamiento no se debería enlatar en tales acontecimientos. Y para reforzarlo viene lo que a continuación pretendo.
Probablemente, los lectores apegados a la realidad cotidiana, así como a la noria de (aparentes) novedades que las aceleradas circunstancias muestran todos los días (algunas de las cuales pretendo reflejar modestamente en otras entradas de este Blog), vean en este proyecto veraniego una suerte de huida de lo importante o un refugio en lo banal o adjetivo. Tal vez haya algo de eso, como también un punto de hartazgo con un pesado y cansino presente. Aunque, no puedo ocultar, que este recorrido por la obra galdosiana me ha resultado muy plácido y reconfortante. He disfrutado y lo sigo haciendo. Y algo de ello espero trasmitir en esas (limitadas en su extensión) futuras entradas.
Subrayaré de inmediato que la historia siempre ha sido fiel compañera en mis análisis de la realidad actual, ayudándome a comprenderla; y, aunque el objeto de la obra de Benito Pérez Galdós se sitúa principalmente en la novela como género (también en el teatro), no es menos cierto que su penetrante mirada histórica recogida en esa monumental obra titulada Episodios Nacionales, que reúne 46 volúmenes estructurados en cinco series (la última inacabada), ayuda –al menos eso creo- a entender quiénes somos, y por qué hacemos las cosas de una determinada manera, incluso las seguimos haciendo de la misma forma cuando han transcurrido casi ciento cincuenta años de los hechos y el contexto que recrea el autor en su último episodio nacional (“Cánovas”), escrito, no obstante, en 1912.
Las “harturas” presupuestarias y la empleomanía como fuentes principales de distribución del poder
De esta último episodio (el 46) he tomado la expresión “harturas del Presupuesto”, dado que resume muy bien la idea-fuerza que alimentaba las complejas relaciones entre política y administración en la España decimonónica, como ha reconocido la doctrina historiográfica más autorizada. También presente en la concepción de Weber y de otros ensayistas, en su tratamiento más moderno sobre los partidos políticos. Esa concepción decimonónica de que los presupuestos públicos otorgan a quienes están en el poder hartura o abundancia excesiva para paliar todos los males patrios, sigue aún muy presente en ciertos modos actuales de hacer política; también la búsqueda o colocación de los fieles políticos (expresión de la nueva feligresía una vez que la política se ha secularizado).
Efectivamente, si algo resultaba capital en la política decimonónica española era disponer del control del dinero público y de los (aún escasos) destinos públicos que conformaban la nómina de una (incipiente) Administración Pública, que conforme fue avanzando el siglo se inclinó a una débil profesionalización en determinados ámbitos de su función pública (cuerpos especiales), aunque de este dato no se hace eco el autor en ninguno de sus citados episodios, pues el foco se sitúa en el baile de nombramientos y cesantías de la burocracia general, así como en la arbitrariedad que en ambos momentos se advertía en tales actuaciones.
El poder decimonónico se fue vertebrando conforme el Estado Liberal tomaba cuerpo, por tanto, en torno a esas dos claves: presupuestos y empleos o destinos públicos. Y, aunque con muchos matices (la expresión castiza de la cesantías hoy se practica especialmente, aunque no de forma exclusiva, en la zona alta de la Administración o en su tejido empresarial o de entidades del sector público), algunas huellas de tales formas de proceder aún quedan. Sin embargo, ello no fue ideado ex novo por el Estado Liberal, pues los precedentes de tan infaustas prácticas encuentran sus raíces –como también advirtiera Tocqueville- en el propio Antiguo Régimen. Lo veremos en las reseñas de sus primeros episodios.
El presupuesto nacional estaba, por lo común, hipotecado por la deuda pública resultado de una mala y prolongada gestión económico-financiera, agudizada por la pérdida de gran parte del imperio colonial. Los empleos o destinos públicos, atrapados en una lógica de patronazgo con fuertes proyecciones de caciquismo (preludio de lo que después sería el clientelismo político) eran objeto codiciado por una amplia capa de la población urbana, más o menos formada académicamente (en algunos casos ni eso), cuyos medios de subsistencia pasaban necesariamente por morder algunos miles de reales de las arcas públicas, pasando, en función de los cambios políticos y de las personalidades en el poder, a conformar la legión de cesantes, lumbre con la que se alimentaba el fuego de no pocos pronunciamientos.
Una España muy distinta de la actual, pero cuyas huellas (legado institucional) han llegado a nuestros días
Los problemas políticos o sociales no acababan en esos dos motores que alimentaban la vida pública. Dada la desarticulación territorial del país, así como los constantes desgarros padecidos (guerras civiles, pronunciamientos, cambios de régimen, etc.), a esos dos pilares se les sumaba una política marcada por lo que José María Jover Zamora denominó “el siniestro estrabismo de la visión de las dos Españas”. A veces el fantasma emerge de nuevo. Sobre ello volveremos. Además, la construcción del Estado nación en España, a diferencias de otros países europeos, se hizo tardíamente y con materiales ciertamente endebles (Juan Pablo Fusi lo trató acertadamente). La manifestaciones más graves de desarticulación territorial se abrieron en distintos momentos del siglo XIX, y aún siguen con cambios unas veces sustantivos y otras (las más) de apariencia.
A todo ello había que sumar la omnipresencia entonces de la Iglesia católica, marcadamente alineada con las posturas más ultramontanas (carlismo) o, en su caso, con expresiones conservadoras, junto con el papel determinante que, al menos hasta la implantación del sistema político de la Restauración (que también llegó de la mano de varios pronunciamientos), tuvieron los militares, cuya intervención en la política española, y en la propia dirección del Estado, fue durante varias décadas sencillamente apabullante. Los Episodios Nacionales dan buena cuenta de ello.
España era al inicio del siglo XIX un país marcadamente pobre; un país de campesinos, escasamente urbanizado (solo Madrid tenía 150.000 habitantes), con una agricultura además de notable ineficacia. Cuando Galdós inicia sus primeros episodios, situados algunos antes incluso de la emblemática fecha de 1808, el sistema político y social vigente de la monarquía española, tal como señaló el profesor Josep Fontana, “no fue destruido por la invasión francesa, sino que su hundimiento fue el efecto de una implosión, el resultado inevitable de un proceso de degeneración que se había acelerado en las décadas finales del siglo XVIII”. Como se expuso gráficamente en un informe demandado por el entonces rey, y que recoge también el historiador catalán: “En mayo de 1808 ni teníamos naves, ni ejércitos, ni armas, ni tesoro, ni crédito, ni fronteras, ni gobierno, ni existencia política”.
En ese delicado momento histórico recrea Galdós su primera serie de episodios nacionales, inaugurada con Trafalgar y que se cierra con La batalla de los Arapiles, donde las aventuras y desventuras, así como la carrera militar del protagonista de esas diez primeras entregas, Gabriel, se despide de los lectores. El final de ese precario régimen constitucional de 1812, a quien el autor por cierto le dedica escasa atención, está próximo. Y el retorno del Deseado (Fernando VII) “que acabó como Felón” (Sergio del Molino), hizo retroceder a España a las más duras tinieblas de un absolutismo despótico. Todo ello, forma parte del espectacular entramado que, con entreverado enfoque, mitad relato histórico y mitad ficción, dibuja Galdós con su incisiva mirada retrospectiva sobre la historia de la España decimonónica, período del cual él solo vivió en parte; pero que recrea con particular maestría.
La que es, en palabras del escritor Fernando Aramburu, la mejor biografía sobre Galdós, cuya autora es Yolanda Arencibia, pone de relieve el interés que siempre sintió el autor por la historia, y también por el momento político. Bien es cierto que, como tiempo habrá de comprobarlo, los Episodios Nacionales fueron redactados en dos períodos muy distintos, lo que, si bien no se resiente el conjunto de su obra que resulta, según la biógrafa citada, “una obra unitaria, asentada en pilares comunes”, sí que parece evidente que la huella de la transformación político-existencial de Galdós puede advertirse al menos en el tratamiento específico que realiza de los últimos episodios de la inconclusa quinta serie.
La (relativa) vigencia de la concepción galdosiana sobre la Política y la Administración en España.
España, en todo caso, ha cambiado mucho desde entonces. En verdad, la sociedad española actual poco o nada tiene que ver con aquella, tampoco su economía, su estructura social o sus costumbres ni su realidad urbana. ¿Qué sentido tiene, por tanto, iniciar este viaje al pasado de la mano de Benito Pérez Galdós y, principalmente, de sus Episodios Nacionales?
En verdad, este conjunto de artículos que ahora inicio tienen una visión limitada, ya que no pretenden otra cosa que descubrir cómo el autor trata la Política y la Administración en los citados Episodios Nacionales. Sin duda, como idea transversal emerge también con fuerza cuestión de España, realidad desgarrada unas veces y otras ensalzada como motor de un proyecto nacional nunca terminado. A ello también se le prestará puntual atención.
Es quizás necesario justificar el por qué de esta serie de entradas que reseñan la obra de Galdós en tales ámbitos. No cabe duda que la huida de una plomiza y cargante realidad circundante en la actividad política y su pésima comprensión de lo que es una Administración profesional e imparcial está en el origen de este empeño. Pero, hay más. En realidad, las entradas que se publicarán a partir del mes de junio de 2021 y durante los próximos meses son mero esbozo parcial un proyecto editorial que, una vez ultimado, pretende ver la luz en el próximo otoño, y que se ha ido puliendo desde hace tiempo. No es impropio, aunque a algunos les parezca, adelantar algunas partes de un trabajo, siquiera sea parcialmente. Se ha venido haciendo así desde tiempos inmemoriales (publicaciones parciales en revistas o periódicos), y ahora se puede beneficiar de su difusión, aunque sea recortada, por medio de Internet. Por ello dejaré constancia de la autoría y fecha de cada entrada. Las aguas de Internet son lugar de pesca de arrastre, también en el plano de las ideas. Riesgos de una propiedad intelectual cada día más porosa.
Recordaba el historiador José María Jover una frase del romanista Álvaro D’Ors, que venía a decir “que la tesis doctoral imprime carácter a la personalidad y a la biografía científica de cada investigador”. Ciertamente, algo de eso ha habido en mi opción por analizar la obra galdosiana en estos temas, aunque ahora esté distante de la academia, pues abordar –como hice en su día- Las políticas de selección en la función pública española (1808-1878) (MAP, Madrid, 1989) me obligó –entre otras muchas- a sumergirme en la lectura de Miau y de algunos Episodios Nacionales, que pasados muchos años he retomado con mayor sosiego y con la mirada más crítica que da el tiempo transcurrido, descubriendo en la obra de Galdós no solo confirmación de algunas hipótesis que barruntaban desde entonces por mi mente, sino también nuevas y sugerentes miradas que me han abierto territorios inexplorados de análisis.
La tesis que en estas páginas se mantendrá es que hoy en día, a pesar de los enormes cambios o transformaciones que ha sufrido el país, la forma de hacer política, y las relaciones entre ésta y la Administración Pública, sigue preñada en buena medida por algunos de sus tics y comportamientos que hunden sus raíces en la concepción decimonónica del uso y disfrute del poder. Dicho de otra manera, el pesado legado institucional decimonónico recibido (por utilizar una expresión que emplearan Acemoglu y Robinson) sigue presente, y, a pesar de disponer formalmente de un régimen democrático, ni por parte del poder central ni por parte de los poderes territoriales (autonómicos o locales), se ha sabido en estos más de cuarenta años transcurridos de vigencia de la Constitución de 1978 romper el molde.
Así, con mayor o menos intensidad, según los casos, se ha mantenido una arquitectura clásica o dicotómica de relaciones entre Política y Administración, alejada de los postulados propios de las democracias avanzadas, y asentada aún en fuertes redes clientelares (o personales), articuladas en estos momentos a través de “los modernos” partidos políticos, que se han ido tejiendo en torno al poder y a su propia aplicación cotidiana en la “España democrática”, perviviendo con fuerza y ejemplos múltiples en esta compleja tercera década del siglo XXI, en la que los reiterativos discursos políticos de transformación y resiliencia se entreveran con prácticas políticas y administrativas que hunden sus raíces en la España que magistralmente describe Galdós.
Sorprende, por último, que distintos políticos españoles actuales, líderes o ex líderes algunos de ellos de sus respectivas fuerzas políticas, hayan aireado su entusiasmo por la obra de Benito Pérez Galdós y, en concreto, por sus Episodios Nacionales. Me da la impresión de que, por la forma de hacer política que practican o han practicado, si es que realmente han leído su obra, tal vez no han comprendido bien al excelente autor canario. Intentaré en esta serie de entradas (y, mucho más extensamente, en el proyecto editorial que tengo en marcha) mostrar que las huellas de Galdós, en lo que a su concepción de la Política y la Administración española se refiere, siguen aún siendo demasiado profundas en nuestra cosméticamente moderna y transformadora España del siglo XXI. Las mentalidades y sus patologías perduran subterráneamente mucho más de lo que nos imaginamos. Y, en cualquier momento, vuelven a emerger. Lecciones también de la Historia. Esta vez con mayúsculas.
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