viernes, 3 de abril de 2020

La eficacia: El simple y nuclear fin de la Administración

Por Andrés Morey. Tu blog de la Administración Pública.- Exponía el otro día mi actual disposición a ocuparme de cuestiones generales y no interesarme por las más, en principio, prácticas o útiles y concretas. De manera que repasando algunas de las entradas que son visitadas y que recuerdo menos, voy apreciando lo mucho que me repito y contemplando este hecho comprendo que lo que repito es porque es la esencia de mis ideas y que estas son firmes y más antiguas de lo que me parece. Creo que las descubro en cada momento de reflexión y no es así hace tiempo que forman parte de mi pensamiento, aunque ahora se presentan más claras y simples y también como un circulo cerrado. 

De este modo descubro también que toda Administración tiene un fin común que constituye su esencia y sin la cual no existe como tal. Es muy sencillo y simple también. Si cada organización administrativa no cumple su fin resulta inútil y si es así, el sentido común pide su erradicación supone una carga y produce un gasto inapropiado.

Al decir esto, pienso: Lo estás diciendo por la situación actual de gobierno. No cabe duda que sí, pero ello es lo que promueve simplemente la consideración de lo general a comentar: ese fin común del administrar y, como común, general.

Ese fin,  ese núcleo esencial es la eficacia. Y esa eficacia se compone de muchas eficacias, tantas como fines o competencias tiene cada administración. Y en lo público, las competencias y los fines son muchos, importantes, vitales y fundamentales. Como es Administración pública afecta a toda la sociedad y a cada ciudadano en particular. Lo estamos viviendo.

Al mismo tiempo esa vinculación entre fin y eficacia y el  efecto social de la actividad administrativa pública, hace que sea necesario depurar los fines que le competen, eliminando los que no son esenciales. Ningún fin esencial puede dejar de contar con los recursos necesarios para su eficacia y si carece de dichos recursos en plenitud o no se han previsto, queda sin cumplirse satisfactoriamente o en cualquier circunstancia. Esa obtención de recursos es también esencial en el arte del administrar. En consecuencia, ningún fin secundario o espúreo respecto de los esenciales puede privar de recursos a estos.

Por lo tanto, el gobierno no puede proponer leyes u organizaciones para fines que resten dotaciones en los esenciales o de modo que produzca cargas en la sociedad mengúandola en su vitalidad, al contrario. Mantener las esenciales implica dotarla conforme a sus necesidades.  Por ejemplo no se puede castigar la productividad, para premiar lo inútil, no se puede quitar para dar a quien nada produce en beneficio general. Este es el conjunto de los particulares y si hay producción y esfuerzo hay riqueza, hay contribución voluntaria y gratificante y hay prestaciones sociales. Lo contrario produce una sociedad corrupta e insolidaria que se pudre y dirige a la desaparición si no se depura. El confinamiento actual, nos muestra que los poderes públicos engordan sus órganos más para el incremento de cargos que para la eficacia y la eficiencia que conlleva. Más zánganos que abejas obreras.

Realmente simple.

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