Innerarity. “La política se ha convertido en algo que gira en torno a las próximas elecciones en lugar de la próxima generación”
“Una ejecución débil no es sino otra manera de
designar una ejecución mala; y un gobierno que ejecuta mal, sea lo que fuere en
teoría, en la práctica tiene que resultar un mal gobierno” (Hamilton, “El
Federalista”, Fondo de Cultura Económica, LXX, México, 1998, p.. 197)
Rafael Jiménez Asensio. Blog La Mirada Institucional.- Cuando
la zozobra política parece haberse instalado entre nosotros tal vez sea hora de
volver la mirada, una vez más, a esa obra monumental del pensamiento político
que es El Federalista. Allí, principalmente Hamilton, hacía hincapié
reiteradamente en una noción que ahora parece estar de moda por doquier: el
Buen Gobierno.
En
efecto, ya desde sus inicios (I, p. 3), Hamilton se interroga sobre si el
pueblo de Estados Unidos será capaz de establecer “un buen gobierno”. La
experiencia y el talento de sus dirigentes (“de sus mejores hombres”) es una
necesidad objetiva para tal fin, que precisamente hoy no abunda (“la
experiencia es la madre de la sabiduría”, LXXII, p. 308). Pero este autor
también subraya que el presupuesto de un buen gobierno es una buena
administración. Estas eran sus palabras: “La verdadera prueba de un buen
gobierno es su aptitud y tendencia a producir una buena administración”. Algo
que, por lo que a nosotros concierne, también nos falta.
No
interesa aquí reiterar los beneficiosos efectos de esa noción de moda que es el
“buen gobierno”, ahora muchas veces reconvertida en “buena gobernanza”. Nadie
duda de que, bien aplicada, sus atributos mejoran la calidad de las
instituciones y la confianza de la ciudadanía. Pero, frente a tanto eslogan,
tal vez conviene descubrir el lado desnudo del poder: por lo común,
especialmente en nuestro caso, es raro que un Ejecutivo y una Administración
Pública acrediten la existencia de un “Buen Gobierno”, lo más frecuente es que
se gobierne mal o simplemente que no se gobierne (“Estado sin cabeza”, que
diría Pierre Rosanvallon) o se levite en el poder sin apenas hacer nada
realmente importante. Cautivo de los medios. Y del qué dirán.
Ejecutivo débil
Una
vez más la clave nos la dio Hamilton: “Al definir un buen gobierno, uno de los
elementos salientes debe ser la energía del Ejecutivo”. Pues, en caso
contrario, tal como expone la cita que abre este comentario, se instalará
fácilmente “un mal gobierno”. Dicho en términos más contundentes y por el mismo
autor: “Un Ejecutivo débil significa una ejecución débil del gobierno”.
Y
estamos tan habituados a esa debilidad, que normalmente es de carácter
(políticos pusilánimes, acomodaticios o “arrugados”), pero que también resulta
de la misma fragmentación del poder y de la imposibilidad de articular mayorías
estables (impotencia de “acordar transversalmente”) que solidifiquen una
estructura gubernamental que actúe con el coraje debido en la resolución de los
innumerables problemas a los que debe hacer frente el poder en un momento tan
crítico como el actual. Una sociedad sin nadie que le gobierne realmente.
Patético.
Ya
lo dijo Innerarity de forma precisa: hay un “déficit estratégico en la
política”. Se impone, según este autor, “la tiranía del corto plazo en la que
chapotean nuestros sistemas políticos” (La política en tiempos de indignación, 2015,
p. 335). También lo expresaron de forma diáfana, Berggruen y Gardels, “la
política se ha convertido en algo que gira en torno a las próximas elecciones
en lugar de la próxima generación” (Gobernanza inteligente para el siglo XXI,
Taurus, 2012, pp. 68-69). Mirada corta, soluciones contingentes. Ninguna
visión. Ceguera política. Alta factura que pagaremos todos.
Pero
siendo lo anterior muy importante, no lo son menos sus consecuencias inmediatas.
Algunas son muy obvias. Retornemos al gran monumento de la ciencia política que
es El Federalista: “Se han hecho nombramientos escandalosos –denunciaba
Hamilton- para ocupar puestos de importancia” (LXX, p. 301). El desacierto en
la designación de los cargos públicos y especialmente de quienes son llamados a
dirigir la Administración es probablemente una de las causas más evidentes del
mal gobierno. Y de ello también advirtió Stuart Mill: “No hay acto que más
imperiosamente exija ser cumplido bajo el peso de una gran responsabilidad
personal, que la provisión de los destinos públicos”. O siglos antes también se
hacía eco de esta idea el ilustre valenciano Furió Ceriol: “Por ninguna manera
del mundo se elija a un ‘consejero’ sin que haga primero examen de su habilidad
y suficiencia”. Sin embargo, buena parte de nuestra clase política no aprende
nada, porque poco lee y apenas piensa: “actúa”. Y, además, mal, de forma
precipitada, con el hemisferio derecho del cerebro, nunca con el izquierdo. Así
nos va.
Políticos amateurs y directivos profesionales
La
Administración Pública de amateurs que anegó buena parte de la evolución de las
democracias avanzadas ya se erradicó en su día (al menos en las democracias
avanzadas; que no en la nuestra), primero en la función pública, después en la
alta administración. En esto último, las rotaciones del poder y la conformación
de gobiernos frágiles, andamos muy huérfanos: están plagadas nuestras
Administraciones Públicas de “peligrosos” cargos directivos que ni saben
dirigir ni tienen los conocimientos básicos para ello. Alta factura se paga por
ello (o se pagará). Las viejas y nuevas hornadas de gobiernos autonómicos y
locales no han cambiado esos hábitos, en algunos casos los han multiplicado.
Práctica arraigada. Es cierto que hay excepciones; por ejemplo, algún Ayuntamiento
como es el caso del de Madrid ha provisto buena parte de los cargos directivos
con criterios profesionales, lo cual es de agradecer; pero en otros esos mismos
directivos se eligen “democráticamente por los ‘círculos’” (sic) o entre
personas (todas) que nunca han cotizado a la seguridad social. Y no es broma,
aunque lo parezca. No seré más explícito.
En
la política de nombramientos, como también señalaba Hamilton, “los méritos no
pueden pasar inadvertidos”. Quien puede proponer y nombrar incompetentes sin
rendir cuentas a nadie, amparado en esa discrecionalidad absoluta que tapa
todas las vergüenzas, actúa sin frenos y, además, tiende, por la naturaleza de
las cosas, a corromper el ejercicio del poder. Si además de nombrar un
incompetente, se designa a un necio, el problema se multiplica. Y pasa más de
una vez. La ignorancia se intenta suplir con el velo del cargo (“con los
galones”, como decía mi buen amigo Manuel Zafra) y la burda arrogancia.
Recientemente
Fukuyama ha puesto de relieve la transcendencia que tiene el parentesco y la
proximidad (clientelismo) en la provisión de cargos públicos cuando de humanos
se trata. Estados patrimoniales, trasunto de la tribu. Pero eso ya se resaltó
en El Federalista, cuando se advertía de “la multiplicación de los males
que nacen del favoritismo” (LXXVII, p. 330).
Del País Vasco a Andalucía
En
estos tiempos en que de “Buen Gobierno” se alardea por doquier, conviene decir
muy alto que para alcanzar esa excelencia en la gestión gubernamental se
requiere necesariamente erradicar las prácticas clientelares, el nepotismo y el
amiguismo que anegan la vida pública española. Es necesario profesionalizar la
Administración Pública a todos sus niveles, también en el directivo. Por más
que se elucubre, no hay atajos.
Víctor
Lapuente, en un interesante ensayo, por lo demás muy difundido, se hacía eco de
la siguiente reflexión: “Cuesta en el resto del mundo encontrar diferencias tan
grandes como las existentes (…) entre Comunidades Autónomas españolas como
Andalucía y el País Vasco”(El retorno de los chamanes, 2015, p. 296). Podía
haber también buscado otros referentes geográficos. La constatación evidente es
que hay una brecha cada vez más intensa entre buen y mal gobierno. También
territorial. Al menos en algunos lugares. La brecha se amplía, cada vez más. Y
el tiempo, salvo que algo se haga para evitarlo (lo que hasta ahora no se
advierte), lo irá confirmando. Para mal de algunos. Y bien de otros.
Otro post de interés: El País. José Antonio Gómez Yañez: Un proyecto para la sociedad
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