“La atmósfera se está calentando, y el clima cambia de año en año” (Pacto Verde Europeo)
Por Rafael Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog.- No puede ser más
certera esa afirmación que aparece en las primeras líneas del Pacto Verde
Europeo (2019). El Pacto, hijo de una pesada herencia y un preocupante
contexto, de la Agenda 2030 y del Acuerdo de País de 2015, es una mirada
estratégica hacia un futuro plagado de desafíos, que pretendía imbuir dosis de
optimismo por quien lidera la lucha contra el cambio climático, y que el duro
acontecer cotidiano está desmintiendo un día sí y otro también. Es increíble
cómo envejecen a velocidad del rayo propuestas sensatas en esta década plagada
de incertidumbres y sobresaltos sinfín.
En España, el
Pacto Verde es mucho más citado que conocido. Y menos aún aplicado. Siempre en
este país ha existido una tendencia general a hacer como que se hace, pero
realmente a hacer muy poco o nada. Transformar la economía y la sociedad, tal
como pretende el Pacto Verde, en línea con la estrategia de crecimiento y
competitividad que alumbra su trazado futuro, no es precisamente un objetivo
sencillo de cumplir, sino todo lo contrario. En una reciente Comunicación de la
Comisión (Directrices sobre ayudas estables en materia de clima,
protección del Medio Ambiente y energía 2022) se reconoce que el reto inversor para llevar a cabo tal transformación
es lisa y llanamente estratosférico (más de 500.000 millones de euros hasta
2030). Ahí es nada. Por mucho que se rieguen de subvenciones y “ayudas”
esa pretendida transición hacia el Edén de la neutralidad climática en lo
que a gases de efecto invernadero respecta, el optimismo inicial (con el
contexto geopolítico y económico actual) puede convertirse en una decepción
relativa o, en el peor de los escenarios, absoluta. Como el mismo Pacto Verde
indica, no está sólo en manos de la Unión tal giro; pues el cambio climático es
un problema global, en sus causas y consecuencias. Está muy bien convertirse en
adalides de la diplomacia ecológica o climática; pero la UE es lo que es en la escena global.
Y no irá a más.
Lo cierto es que
la sensibilidad ciudadana y política sobre el cambio climático únicamente se
advierte cuando las garras del desafío existencial devastan su propio entorno.
Y en 2022 muchos países y no pocas personas lo están comprobando en sus propias
carnes. Parece obvio constatar ese calentamiento acelerado de la atmósfera y
ese cambio climático que cada año (mejor dicho cada verano, por cierto también
cada vez más extenso) se hace trágica realidad, por las muertes que comporta,
la pérdida de calidad de vida y, especialmente, los devastadores incendios, la
escasez de recursos hídricos y la destrucción de los ecosistemas y de la
biodiversidad, por no hablar de la afectación directa o indirecta a la economía
y al bienestar general. El drama está ya en la puerta de casa. No es sólo una
amenaza existencial, es una tozuda realidad presente. Y viene a echar raíces.
El Pacto Verde
tiene, en efecto, una mirada sensata sobre cómo hacer frente desde Europa a ese
reto global. Desde su aprobación en noviembre de 2019, ha conseguido –lo cual
no es poco- hacer efectivos los compromisos escritos de aprobar un abanico
de estrategias sectoriales
u horizontales, que son documentos sólidos (aunque no exentos de cierta
retórica autocomplaciente) para hacer frente a un devastador fenómeno que tiene
mil caras, ninguna de ellas precisamente amable. Pero en esos tres años han
pasado y están pasando tantas cosas que es difícil armar cabalmente una
estrategia de lucha contra el cambio climático ni siquiera a medio plazo. Las
dificultades se hacen aún mayores cuando el horizonte es a 2030 o 2050. Los
sobresaltos son constantes, más aún en esta dura e incómoda década que además
es determinante para cumplir los objetivos marcados.
En efecto, las
interesantes líneas de trabajo hacia una energía limpia que comporte el
abandono paulatino de los combustibles fósiles (no se olvide que el
consumo de energía representa el 75 % de las emisiones de la UE) se está
viniendo abajo por motivos de sobra conocidos. El diagnóstico es muy claro:
“Ahorrar más energía y utilizar más energías renovables es un factor clave para
el empleo, el crecimiento y la reducción de emisiones”. Los problemas comienzan
cuando de la letra se ha de pasar a la acción, más en el actual contexto. La
transición “justa” hacia un modelo energético sostenible tiene visos de hacerse
cada vez más cuesta arriba. Siempre habrá ganadores y perdedores. Los objetivos
a medio plazo (2030, 55 %) y largo plazo (2050) de neutralidad climática están
teniendo dificultades adicionales, al menos de forma inmediata. La nueva Ley
del Clima Europea fue aprobada en
2021 concretando los retos que se recogerían en la Comunicación Objetivo
55: cumplimiento el objetivo climático hacia la neutralidad climática. Previamente, se diseñó el programa de los
fondos Next Generation EU y
también se previeron diferentes fondos del Marco Financiero Plurianual
2021-2027 orientados a ese mismo objetivo (transición ecológica), a los que se
han añadido recursos adicionales para poder hacer efectiva ese complejo reto
dibujado por el Pacto Verde y en sus diferentes Estrategias.
A inicios de 2021,
con la premisa de la Comunicación de la Comisión Forjar una Europa
resiliente al cambio climático, el
Consejo aprobó las Conclusiones relativas a La nueva Estrategia de
adaptación del cambio climático en la UE,
donde aplaude la línea emprendida por la Comisión. Asimismo, en junio de 2021,
se aprobó el crucial Reglamento (UE) 2021/1119, sobre marco para lograr la
neutralidad climática (más conocido como Ley del Clima Europea), donde se emplaza a los Estados miembros a
diseñar estrategias alineadas con la propia de la UE. Siendo todas ellas
iniciativas muy relevantes, como lo es sin duda la aprobación en 2022 del
VIII Programa General de Acción de la Unión en materia de Medio
Ambiente hasta 2030, da la impresión de
que todo ese esfuerzo reflexivo y propositivo no termina de producir efectos
tangibles, pues, muy a pesar de las opiniones institucionales, de que los
factores extremos son muy frecuentes (incendios, inundaciones, períodos de
sequía, etc.), lo cierto es que los denominados “factores de evolución lenta” ya
han dejado de ser tales y cada año son más tangibles, mostrando en el verano de
2022 su peor cara.
Se extiende, por
consiguiente, una cierta sensación de impotencia. Las políticas que afectan al
desarrollo del Pacto Verde Europeo deben tener un enfoque integral y
desplegarse en un escenario –como dice el Programa de Medio Ambiente para 2030-
altamente descentralizado y de gobernanza multinivel, marcada por un enfoque
colaborativo. Y es en este punto donde nuestras debilidades son enormes. Se
mostraron plenamente en la crisis Covid19, se están mostrando en la aplicación
de la Agenda 2030 y sus diferentes ODS, y si nadie lo remedia se mostrarán
también en la puesta en marcha de la estrategia de adaptación al
cambio climático.
Somos –como indica
la propia Comisión- la última generación que aún puede actuar a tiempo. Ojala
fuera cierta esa afirmación, pero cada año que pasa el temor de que estemos
perdiendo el tren se acrecienta. La década de la acción a favor de la Agenda
2030, y en particular de su ODS 13, la estamos quemando sin apenas
realizaciones efectivas. La propia Comisión reconoce dramáticamente que “lo que
logremos en el próximo decenio determinará el futuro de nuestros hijos”. No
cabe insistir que estamos jugando, nunca peor dicho tras un verano dramático,
con fuego. El tiempo se agota y las posibilidades de reacción se encogen.
Mientras tanto, algo muy serio lleva tiempo pasando en este planeta, y sólo nos
percibimos de ello cuando las siempre olvidadas amenazas “teóricas” de lo
siempre incómodos científicos entran en nuestras vidas y perturban nuestra
existencia hasta hacerla insufrible o, ciertamente, mucho más inhabitable que
antaño. Tan duro contexto existencial, que irá in crescendo en los próximos años, no se resuelve ni con
propuestas contingentes ni menos aún con retórica o gestos vacuos. No es,
aunque haya sensibilidades diferenciadas, un problema de izquierdas ni
derechas, como bien apuntó en su día Bruno Latour. Al final todos están o
estarán emplazados a resolverlo. Y habrá soluciones integrales o no habrá nada.
La política tiene ante sí un reto mayúsculo. ¿Sabrá enfrentarse a semejante
desafío? Pronto saldremos de dudas. Si en esto tampoco pactan ni trabajan de
consuno, nada habrá que hacer. Convendrá que, si fracasan, se lo expliquen a las
“próximas generaciones”. Y, de hacerlo, estas no lo entenderían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario