Por Miguel Ángel Gimeno Almenar – EsPúblico blog.- Con la terrible situación planteada por la pandemia del coronavirus o COVID 19, las circunstancias han forzado a dar un auténtico paso de gigante en una cuestión que tal vez no estaba, en términos generales, a la altura que debiera haber estado en estos tiempos como es la administración electrónica, y, dentro de ésta, se ha puesto de manifiesto especialmente ese avance en lo que se ha dado en llamar teletrabajo, es decir, la prestación de los servicios profesionales fuera del lugar físico de trabajo, llegando a extremos como el de la celebración íntegramente a distancia de las sesiones plenarias y de otros órganos colegiados, cosa que hubiera parecido imposible hace un año tan sólo.
Es verdad que ya antes ha habido actuaciones que, aunque en una escala mucho menor, podrían considerase como antecedentes. Así, centrando como ejemplo los procesos electorales, en mi caso, como Secretario de Administración Local, durante la eternamente larga duración de dichos procesos, que abarcan mucho más de lo que dura el mandato de las juntas electorales de zona, y en los que los plazos son por días naturales y no saben de fines de semana ni de puentes, sí que me ha sido muy útil el recurso a determinadas aplicaciones para desempeñar distintos cometidos en los días y horas más insólitos. Naturalmente que otra cosa es el “día D”, de interminable encerrona presencial.
Como en tantas cosas, en esta cuestión también hay ventajas e inconvenientes. Comenzando por las ventajas, citaremos como la primera la de poder trabajar sin tener que desplazarse, pudiendo desarrollar en parte, si no en todo, el mismo trabajo que se hace presencialmente, con el consiguiente ahorro en tiempo y en molestias para quien tenga que llevar a cabo las tareas de que se trate, sobre todo si reside a una distancia grande del centro de trabajo o, en muchos casos, en otro municipio. Hay que ponderar especialmente dentro de este contexto, la conciliación familiar, ya que en muchos hogares esta modalidad de trabajo ha permitido evitar auténticas catástrofes sociofamiliares. También, sobre todo durante el primer estado de alarma, el teletrabajo ha posibilitado que no se produjera un colapso total, contribuyendo a la par a tratar de frenar la expansión del virus.
También tiene efectos positivos de cara a la autoestima, dándole a uno la sensación de “ser útil” aunque no acuda físicamente al lugar de trabajo, incluso, y no es un tópico, con mayor rendimiento de lo normal, porque al tener uno los instrumentos de trabajo siempre al alcance de la mano es muy difícil rehusar algunas tareas que se presentan en momentos inoportunos fuera de jornada y de horario y de los que con el trabajo presencial ni nos enteraríamos al “no estar allí”. Los límites entre la profesionalidad y el derecho a desconectar no son tan nítidos en ocasiones, si bien es cierto que existen, pero en su justa medida.
Y no digamos la satisfacción que se produce cuando salen adelante y bien las cosas pese a circunstancias exteriores adversas. Además, a la par que posibilita una simplificación de tareas, el teletrabajo permite también que quede constancia en medios informáticos de consecución de objetivos, gestiones realizadas, y tareas que se desempeñan, coordinan o supervisan; constancia documental que muchas veces no se da en el trabajo presencial
Si a todo lo dicho añadimos que hay además fundamentos legales suficientes –y más que suficientes- que hacen posible el teletrabajo y la teleasistencia a sesiones, hay muchos factores positivos a su favor.
Pero…
También habrá que echar un vistazo al “lado oscuro” del teletrabajo, sirviendo como ejemplos algunos de los que se mencionan a continuación, dentro de los cuales, los hay que son el reverso de la misma moneda de las ventajas antes citadas.
Aunque sea a primera vista más cómodo el trabajo “en casa”, se puede llegar a la sensación de que no sabe uno si está en su vida normal o trabajando. Lugares y utensilios como el ordenador del hogar doméstico, que siempre habían servido para el esparcimiento, van perdiendo poco a poco ese cariz para convertirse en un lugar de trabajo sin serlo en sentido propio. Algo así como un campamento improvisado en nuestra propia casa, y algo que invade nuestra vida íntima y familiar.
También se ha dicho antes que se teletrabaja o se videoconecta muy bien mientras no haya problemas, pero como los haya, desde un simple apagón a cualquier fallo de red, de conexión o de aplicación, que pueden ocurrir con más frecuencia de la deseada, la catástrofe es descomunal y sin posible capacidad de respuesta, siendo más grave en el caso de sesiones a distancia de órganos colegiados.
Por otra parte, no todos los aparatos que podamos tener “en casa”, si es que los tiene todo el mundo, son de una calidad adecuada: compatibilidad, impresoras, etc. Ya se sabe que según la redacción dada al art. 47 bis, 4, del TREBEP, «La Administración proporcionará y mantendrá a las personas que trabajen en esta modalidad, los medios tecnológicos necesarios para su actividad», pero en la práctica la cuestión se va a prestar a toda clase de situaciones anómalas o abusivas por ambas partes, porque quedan más flecos sueltos de lo que parece.
Psicológicamente, otro factor a ponderar es el aislamiento y la soledad casi omnímoda que se llega a experimentar en ocasiones. En ese contexto, lo que se podía arreglar con cuatro palabras o un simple gesto, con el teletrabajo hay que invertir más tiempo en llamadas o mensajes electrónicos.
Y, por supuesto, de cara al administrado, o ciudadano, o como le queramos llamar, no es lo mismo hablar cara a cara que llamar por teléfono y que se oiga lo típico de “…si quiere tal opción, pulse 1,…” Y también cabría considerar los daños, no por colaterales menos importantes, como los que sufren la hotelería (cafeterías y restaurantes donde tengan que ir los empleados públicos) o los transportes, taxis incluidos, y muchos más.
Dentro del factor negativo del teletrabajo, iba a dedicar unas palabras a la poderosa tribu de los “jetas”, pero no lo hago porque rebasaría con mucho el espacio de esta colaboración y, a fin de cuentas vienen a hacer lo mismo en el trabajo presencial. Y es que en esta perspectiva el factor negativo no es la modalidad de trabajo, sino que lo son esos “jetas”.
Ponderando las dos vertientes en presencia, mi opinión
personal, a modo de balance, es que habría que buscar una fórmula mixta entre
teletrabajo y trabajo presencial, camino al que parece apuntar el nuevo
precepto del TREBEP antes aludido, y que habrá que desarrollar normativamente
por las entidades afectadas. Hoy por hoy, es cierto que, sobre todo por la
pandemia que padecemos, hay que utilizar al máximo posible el trabajo a
distancia, y que ello ha contribuido a dar un importante paso en lo que se
refiere a la administración electrónica. Pero también es verdad que trabajar en
un lugar distinto del propio del trabajo recuerda al panorama que se ofrece
cuando tenemos obras en nuestras dependencias en el que, sí, nos “apañamos”,
pero no es lo mismo que estar en nuestro sitio. Por ello, insisto, se hace
necesaria una solución equilibrada que pondere adecuadamente los pros y los
contras y que tenga una perspectiva que vaya más allá de la situación, ya
bastante prolongada pero esperemos que pasajera, de la
pandemia del COVID
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