"En el sector público no cabe descartar un rediseño profundo del sistema de situaciones administrativas ante los inevitables impactos que sobre innumerables tareas tendrá, más tarde o temprano, esa revolución tecnológica"
“Constituye un lamentable error (…) pretender la estabilidad
y la seguridad en una nueva situación en la que nada es estable ni seguro” (J.
R. Mercader Uguina, El futuro del trabajo en la era de la digitalización y
la robótica; Tirant lo Blanch, 2017, p. 45)
Por Rafael Jiménez Asensio.- Blog La Mirada Institucional.- En los últimos tiempos los retos derivados del
envejecimiento de plantillas y de la necesidad de llevar a cabo un relevo
intergeneracional adecuado, así como de lograr una correcta gestión o
transferencia del conocimiento como consecuencia de ese intenso y extenso
cambio de personas que se prevé en la administración pública en los próximos
diez/doce años, han ocupado no pocos comentarios de académicos o profesionales
(por todos, Mikel Gorriti).
Sin embargo, no abundan, ciertamente, las reflexiones
centradas en los impactos que sobre el empleo público tendrán los fenómenos de
la digitalización y la robótica. Algunas de estas cuestiones (más sobre la
Administración que sobre el empleo) han sido tratadas por el reciente y
recomendable libro de Carles Ramió (La Administración Pública del futuro:
Horizonte 2050, Tecnos, 2017), así como por algunas de sus entradas o
artículos. Pero la situación de anomia de análisis de tales impactos en el
sector público contrasta, sin duda, con las contribuciones que están
apareciendo en el mercado editorial en los últimos tiempos en relación con el
futuro del trabajo. Aquí me limitaré recoger tres importantes monografías que
tienen por objeto tales cuestiones, su hilo conductor (o, al menos, el que
ahora me interesa destacar) es el impacto de la tecnología sobre el empleo y el
cambio cualitativo que se producirá (ya se está produciendo) en la tradicional
noción de trabajo. Una buena parte de estas miradas tienen un alto contenido
predictivo, pero también dejan escenarios abiertos y sugieren innumerables
cuestiones que en un futuro inmediato se deberán adoptar.
Cambios e incertidumbre
El primer trabajo del que solo daré breve noticia es el de
Patrice Flichy (Les nouvelles frontières du travail à l’ère numèrique, Seuil,
2017). Se trata de un estudio de sociología del trabajo basado no solo en
predicciones, sino en análisis de campo de nuevas realidades emergentes que
están erosionando la tradicional noción de trabajo. Una de las distinciones
básicas de esta obra pilota sobre la contraposición entre trabajo cerrado (el
que se realiza en oficinas, establecimientos industriales u otro tipo de
equipamientos) y trabajo abierto (propio de la era de la
digitalización y con unas características diametralmente distintas). No se huye
tampoco de abordar las nuevas implicaciones que supone la comunión (no siempre
efectiva) entre trabajo y ocio, dado que el primero (al menos en muchos casos)
puede resultar una continuidad o realización del segundo, así como la tendencia
cada vez más marcada al do it yourself o como construir cada persona
su propia vida profesional (autoempleo, de factura muy discontinua), que será
muy cambiante. El estudio se basa en un buen número de entrevistas y
experiencias. Su aplicación al ámbito del sector público es muy distante, pero
de su lectura se pueden extraer algunas preguntas: ¿hasta qué punto en un
escenario de trabajo “abierto”, precario e intermitente, tendrá sentido
mantener firmemente el trabajo “cerrado” sello de identidad del sector
público?; ¿Podrá permanecer intocable ese estatuto de inamovilidad en un
entorno de cambio acelerado, sancionando así un dualismo insostenible
socialmente? Sin duda, los impactos irán “por barrios” o por actividades o
colectivos profesionales (quienes ejerzan funciones de “autoridad” o
especialmente cualificadas frente a aquellos que desarrollen actividades de
trámite o técnicamente sustitutivas por máquinas). Y eso se observa nítidamente
en los otros dos estudios que comento.
En un libro de notable interés, del que tuve conocimiento
por la referencia que en su día me aportó el profesor Joan Mauri (siempre
atento a la evolución del empleo público en su doble dimensión funcionarial y
laboral), José Mercader Uguina aborda precisamente el tema que da título a la
presente entrada: El futuro del trabajo en la era de la digitalización y
la robótica (Tirant lo Blanch, Valencia, 2017). Se trata de un ensayo de
indudable interés, si bien centrado en el empleo propio del mercado de trabajo
no público, aunque muchas de sus tesis pueden ser trasladadas sin ninguna
dificultad a las Administraciones Públicas y a su sector público.
Al margen de su enfoque propiamente disciplinar (Derecho del
Trabajo), el tratamiento de los impactos derivados de la digitalización y de la
robótica sobre el empleo se tratan preferentemente en la parte inicial y final
de esta importante contribución, aunque sus consecuencias se expanden por toda
la obra. Particularmente interesantes son las reflexiones sobre la disrupción
tecnológica y la cuarta revolución industrial, que ya está en marcha y que se
manifestará entre otras cosas en la emergencia de lo que el autor denomina los
permanentes inempleables (personas de alta cualificación que no encuentran
ni encontrarán nichos de empleo), como también el trazado corto que ofrecen ya
hoy en día las herramientas de flexiseguridad; la aparición de un empleo
débil y la precariedad sistémica de un incierto mercado de trabajo, una de
cuyas manifestaciones más evidentes se manifiesta en la rápida obsolescencia de
conocimientos y, conforme avanza la edad del empleado, en que su proceso de
adaptación “deja de ser una inversión y se convierte en una carga, por los
costes de adaptabilidad” (tomen nota de este dato las Administraciones
Públicas); así como el denominado “fin del trabajo” como reto, que se plasma,
por ejemplo, en la gráfica idea de pleno desempleo, en una sociedad que
viene, marcada por el error evidente que abre esta entrada. Que todo ello no
termine impactando sobre el empleo público y, tal como decía, en su nota
distintiva (al menos en la función pública) de la inamovilidad, es un pío
deseo.
Pero si lo anterior es importante, no lo es menos el
capítulo de este libro dedicado a la robotización y a sus impactos sobre el
empleo. Cabe compartir con el autor que si bien “inicialmente los robots fueron
construidos para realizar tareas sencillas, en la actualidad incorporan cada
vez más funciones cognitivas derivadas de la inteligencia artificial”. Tras
esta constatación, la propia Unión Europea ha terminado por reconocer lo obvio:
“La tecnología robótica llegará a ser dominante durante la próxima década”. Y
conviene no llamarse a engaño, también en la Administración Pública, por muy
impermeable que esta pretenda ser. La idea fuerza es muy clara: “las personas
deberán hacer cosas que las máquinas no puedan hacer”. En caso contrario, esos
puestos de trabajo estarán llamados a desaparecer. Hasta el punto de que
algunos sistemas de tecnología cognitiva, tales como el robot Watson de IBM,
“pudiera convertirse en un sustituto a largo plazo de los abogados y a medio y
corto plazo en una eficaz herramienta de control del razonamiento jurídico”.
Esto también lo anunció Frederic Laloux en su difundida obra Reinventar
las organizaciones (Arpa, 2016). Poca broma. En unas Administraciones
públicas regidas por el monopolio de los juristas, como son las nuestras, los
impactos de esta transformación digital y robótica pueden ser sencillamente
extraordinarios. No parece buena guía, por tanto, dotar plazas en los próximos
años de estas características (menos aún si son de tramitación o informe) por
parte de las administraciones públicas: muchas de ellas están llamadas a
desaparecer o a jugar un rol secundario en las organizaciones públicas del
futuro.
Bien es cierto que en el sector público, tanto desde la
perspectiva política como funcionarial, no digamos nada si esta es sindical, se
pretenderá negar la mayor: la reencarnación de actitudes luddistas estará
a la orden del día. Pero la obsolescencia funcional de determinados puestos de
trabajo los hará más pronto o más tarde materialmente inservibles, con
las implicaciones que ello comportará asimismo de imposibilidad de reasignación
funcional de un buen número de empleados públicos. Las administraciones
públicas si no llevan a cabo procesos de readaptación radicales de sus
estructuras organizativas y de sus puestos de trabajo se convertirán en asilos
o centros de beneficencia de empleados públicos sin tareas o de legiones de
funcionarios inadaptados a las exigencias tecnológicas del contexto. Pagar por
no hacer nada, puede ser el resultado. Algo que la sociedad no aceptará, pues
son recursos públicos, salvo que se implante la renta mínima. Es un proceso
irreversible, del que solo se puede salir razonablemente indemne con una
previsión y planificación estratégica adecuada. Las jubilaciones en masa de los
próximos años serán, sin duda, una válvula de escape que, bien gestionada,
podrá servir para amortizar aquellos puestos de trabajo que no añaden valor y
transformarlos en puesto de trabajo complementarios o necesarios a un contexto
de revolución tecnológica como el que ya se ha iniciado.
Y estas rápidas reflexiones tienen asimismo un reflejo
evidente en una obra colectiva que, desde la perspectiva económica, analiza La
transformación digital de la economía (AA.VV., Catarata/Fundación
Altenativas, 2017). Si bien en el primer capítulo de esta obra se analiza por
Juan Junquera “La Agencia Digital de España”, con importantes referencias al
papel de las Administraciones Públicas en este proceso (particularmente, de la
Administración General del Estado), el capítulo que más interesa ahora es el
tercero, suscrito por José Ignacio Conde-Ruiz y Carlos Ocaña Orbis, y que lleva
por título “Los retos de la nueva economía digital”. Allí se contienen, en
efecto, unas agudas reflexiones sobre los impactos de la economía digital sobre
el empleo y la producción. Muchas de las ideas allí recogidas complementan la
visión antes citada del profesor Mercader, pero esta vez con un enfoque
exclusivamente económico.
Las tecnologías inteligentes y los cambios que van a
producir impactarán especialmente sobre el empleo, también sin duda sobre el
empleo público. Como bien señalan estos autores, lo importante es identificar
si esta tecnología digital es complementaria o sustitutiva al
factor humano, pues los riesgos para el empleo aparecen solo cuando la
tecnología es sustitutiva, mientras que en el otro caso se puede producir la
creación de otro tipo de empleos que resultarán necesarios. En todo caso, los
escenarios por venir están plagados de incertidumbres, unas veces marcados por
visiones “optimistas” (la revolución digital creará empleos netos o sus
consecuencias no serán tan drásticas) o “pesimistas” (se producirán a pérdida
de empleos netos). Dualidad de visiones de la que también se hacía eco
Mercader.
Al margen de ese debate, lo que sí está descontado es que en
ese proceso, ya inminente, “habrá ganadores y perdedores”. Y estos últimos son
aquellos empleos en que las habilidades necesarias para su ejecución pueden ser
sustituidas por la tecnología. Son un amplio abanico (también en la
Administración Pública), dependiendo de las funciones o tareas que desarrollen.
Así los autores, siguiendo la teoría TBTC, clasifican a las tareas
en tres tipos: rutinarias, abstractas y manuales.
Los puestos de trabajo que desarrollen tareas rutinarias que
implican la repetición de procesos predeterminados, como son los típicos de
innumerables empleos administrativos o incluso técnicos, están llamados a ser
sustituidos por la tecnología inteligente y, por tanto, a desaparecer. Mientras
que, en cambio, aquellos que impliquen el desarrollo de tareas abstractas “que
implican la resolución de problemas, la intuición, la capacidad de persuasión,
así como las que implican creatividad”, no solo se mantendrán sino que se
pueden ver incrementados por las necesidades de tecnificación, especialmente
aquellos puestos que impliquen complementariedad con la tecnología. Lo mismo
puede decirse, pero en una escala de mucho menos valor añadido y con fuerte
competencia por desplazamiento, de las tareas manuales (no rutinarias), pero
estos puestos se encontrarán en la cola retributiva laboral.
En fin, este es el panorama que describen las tres
contribuciones citadas y que debería ser tenido en cuenta a la hora de llevar a
cabo cualquier política de gestión de recursos humanos en el sector público,
sobre todo si esta tiene (algo poco frecuente en nuestro caso) una dimensión
estratégica. No es este lugar idóneo para profundizar en este importante tema,
pero quien piense que el sector público vivirá ajeno a esta revolución
tecnológica digital, así como a los impactos de la robótica y de la
inteligencia artificial, se equivoca completamente.
La tecnología llama a la puerta
Sin embargo, frente a esa revolución tecnológica que ya está
llamando a las puertas de la administración pública, las políticas de gestión
de personas apenas muestran cambio alguno. Están ancladas en viejos paradigmas,
hoy en día completamente superados. Nadie o casi nadie en el sector público
están afrontando este reto como es debido. Los políticos no lo ven, los
directivos lo ignoran y los empleados públicos se siguen moviendo –salvo
excepciones muy singulares- en su zona de confort, que pretenden prolongar
(algo que, salvo que se jubilen pronto, será un pío deseo) el statu quo actual.
La puesta en marcha de la administración digital como consecuencia de las
obligaciones legales está poniendo exclusivamente el foco en las cuestiones
(necesarias en una primera fase) procedimentales y tecnológicas, pero apenas se
vislumbran los inevitables impactos inmediatos y mediatos que tal proceso
tendrá sobre la organización administrativa y, especialmente, sobre los puestos
de trabajo (dejando vacíos de contenido un buen número de ellos y debiendo
redefinirse funcionalmente otros tantos).
Sorprende, asimismo, que por parte de los sindicatos del
sector públicos, avalados en esa línea de actuación por un empleador público
(políticos) desorientado y sin brújula, se siga apostando por una política
equivocada de gestión de recursos humanos, consistente, en una línea
incremental insostenible (retributiva, de derechos, de número de efectivos),
así como, en unos casos, en la estabilización indiscriminada de un personal
interino o temporal para el desempeño de unas funciones que en pocos años
muchas de ellas serán sencillamente obsoletas y prescindibles; y, en fin, en
otros, se sigan promoviendo la creación de puestos de trabajo instrumentales o
de tramitación, cuando a ciencia cierta se debería ser plenamente consciente
que tales puestos están llamados a desaparecer en las futuras estructuras
organizadas del sector público.
Herramientas obsoletas para gestionar personas
Buena parte de las herramientas de gestión de personas en
las organizaciones públicas han quedado obsoletas, son propias de otra época.
Por ejemplo, la rígida configuración de las relaciones de puestos de trabajo
(reñidas con la polivalencia, la tecnificación permanente y la flexibilidad),
la inutilización de la planificación estratégica, la visión todavía jerárquica
radical de los empleos (algo que contrasta con la tendencia de las
organizaciones), las ofertas de empleo público (instrumento a repensar) que se
prolongan en su gestión varios años, unos sistemas de selección periclitados y
absurdos, unos mecanismos de promoción profesional (casi) inexistentes o
bastardeados, unos sistemas de provisión de puestos que se mueven entre lo malo
(concurso) y lo peor (libre designación), así como un empleo público que
retribuye igual a quien trabaja bien o mucho y a quien trabaja mal o nada. Tremendamente
injusto. Por no hablar de las carencias brutales que muestra una función
pública desnortada: sin valores, sin dirección pública profesional, sin
evaluación del desempeño y sin carrera profesional.
Esta miopía fruto de una mirada contingente y alicorta,
puede tener en futuro no tan mediato funestas consecuencias para el sector
público, tanto funcionales o económicas como humanas, de enorme gravedad.
En la agenda política está entrando con fuerza el debate de la renta básica
como paliativo a esa legión de desocupados que presumiblemente dejará la
revolución tecnológica digital y que no podrán adaptarse a los acelerados
cambios del entorno. Pues bien, en el sector público no cabe descartar un
rediseño profundo del sistema de situaciones administrativas ante los
inevitables impactos que sobre innumerables tareas tendrá, más tarde o
temprano, esa revolución tecnológica. Algún diseño institucional y normativo
habrá que prever para hacer frente a ese ineludible horizonte que ya está
encima. Tarea ingente, de la que lo aquí he expuesto es la punta del iceberg.
Se podrían tratar muchas más cosas enmarcadas en esos inaplazables retos
(reducciones drásticas de jornada, rediseño del sistema de incompatibilidades
para determinados empleos, empleo público por programas, nueva redefinición
radical de la selección, el papel del auto aprendizaje, el trabajo parcial,
etc.). Pero ello excede del modesto objetivo de esta entrada. De momento,
alguien debería introducir en la agenda estratégica del sector público estas
cuestiones, salvo que estas soluciones contingentes de hoy –como recordaba
Peter Drucker- se conviertan en problemas (auténticas bombas de relojería
programada) del mañana. Además, problemas dramáticos, que, como siempre, pagará
el ciudadano. Hasta el día que se canse. Horizonte que, intuyo, no está lejos.
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