"De manera intuitiva los profesionales de la gestión pública hace tiempo que tienen presente que la informática no conduce necesariamente ni a la modernización ni a la innovación de la gestión"
Por Carles Ramió. EsPúblico blog.- Una de las principales rémoras para propiciar una buena gestión de la información es confundirla con las labores y tareas instrumentales vinculadas a la informática.
Quizás ésta sea la constatación más evidente que las
Administraciones públicas todavía operan con una lógica analógica y todavía, no
del todo, con una dinámica digital. Es curioso como muchos operadores públicos,
por una cuestión generacional, asocien la gestión de la información con la
informática. Es asombroso que después de más de tres décadas de informatización
intensiva de las administraciones públicas todavía percibamos la informática
como una novedad y como el instrumento clave de la modernización de la gestión
pública. Contemplamos a los profesionales de la informática entre la admiración
y el recelo como si fueran los chamanes de la Administración moderna, con una
aurea misteriosa al ser crípticos en sus argumentos técnicos y algo ariscos a
nivel laboral. Los grandes retos de la Administración «se
han intentado solucionar con remedios estrictamente informáticos sin tener en
cuenta los flujos informacionales ni los fines o la misión y los valores de la
organización. La inexistencia de unas prácticas tendentes a mostrar el acceso a
la información como una parte natural del sistema administrativo y, como
consecuencia, la falta también de accesibilidad. Dicha inadecuación entre
información e informática puede ser motivo real del éxito o fracaso en la
implementación de sistemas de información en las organizaciones»
(Cruz, 2015). La informática es un instrumento muy necesario en las
organizaciones desde hace tres décadas y tenía todo su sentido que durante los
primeros años de informatización se confundiera al instrumento como un fin. La
informatización de las organizaciones y de todo tipo de actividad, sea ésta
profesional, doméstica o personal, supuso un salto cualitativo a nivel de
eficacia y eficiencia de la mayor parte de nuestras actividades y necesidades.
Pero este proceso de informatización fue muy rápido y al cabo de solo diez años
(hace, por tanto, unos 20 años) con el gran catalizador que supuso internet
entró en la agenda institucional las denominadas nuevas tecnologías de la
información. A partir de este momento ya no había ningún argumento para
confundir la informática como un fin en si mismo ya que quedaba diáfano que el
fin era la información y la informática un instrumento, central y potente, pero
uno más entre diversas herramientas para lograr el fin de la gestión de la
información. En este momento era ya la ocasión oportuna para diferenciar la
informática de la modernización de la Administración y abrir las puertas de la
gestión de la información a otro tipo de profesionales extramuros de la
informática llámense estos documentalistas, archivistas o bibliotecarios en lo
que a nivel académico se vincula con los estudios universitarios de
documentación y biblioteconomía. Pero como las tecnologías emergentes
vinculadas a la información viven un momento de esplendor en los últimos veinte
años han seguido diluviando novedades como la necesidad de gestionar el big
data, plantearse la gestión de los metadatos, etc. Y recientemente
la inteligencia artificial y la robótica está suponiendo otra vuelta de tuerca
conceptual a esta transformación exponencial de la importancia de la
información en la gestión pública. La gestión de la información ya no es solo
informática e incluso ya no es solo documentación y biblioteconomía sino que es
un nuevo campo que hay que abordar de manera multidisciplinar y con renovados
cimientos conceptuales que logren integrar las actuales tecnologías emergentes
vinculadas a la gestión de la información y las nuevas tecnologías que
seguramente van a aflorar durante los próximos años.
De manera intuitiva los profesionales de la gestión pública hace
tiempo que tienen presente que la informática no conduce necesariamente ni a la
modernización ni a la innovación de la gestión. Solo la cúpula política de las
administraciones, con su proverbial ingenuidad, suele hacer esta asociación
causal. Por tanto, hace tiempo que los gestores públicos de los más variados
ámbitos llevan la agenda del proceso de informatización orientado a la gestión
de la información. Los gestores en la vanguardia de los servicios, de los
procesos y de la gestión de los expedientes son los que mejor conocen las
necesidades y características que deben poseer los aplicativos informáticos
para poder gestionar la información crítica necesaria para alcanzar una mayor
eficacia y eficiencia en las diversas actuaciones públicas. Esta impresión es
solo parcialmente cierta ya que podemos constatar que llevamos ya muchos años
practicando esta gestión colegiada entre gestores e informáticos y es una
evidencia que los resultados de esta cooperación es claramente insatisfactoria.
Los fracasos de los aplicativos, plataformas y bases de datos suelen ser la
norma y la insatisfacción de los gestores con los mismos suele ser usual y solo
excepcionalmente ambas partes (gestores e informáticos) quedan satisfechos.
Estos fracasos fomentan un clima tóxico dominado por un conflicto entre
gestores (responsables del negocio como lo denominan los tecnólogos) y los
informáticos ya que suelen cruzarse las culpas por la amargura de los escasos
logros. Los informáticos acusan a los gestores que no se saben explicar y,
especialmente, que antes de empezar a diseñar las disponibilidades del
aplicativo no tienen las ideas claras y van improvisando sobre la marcha
introduciendo cambios que la lógica rígida de la programación no es capaz de
asimilar. Por su parte, los gestores acusan a los tecnólogos de que les cuesta
comprender los elementos de orfebrería fina que implica la buena gestión, que
tienen posturas inflexibles y que están capturados por aplicativos conocidos
que no responden a las necesidades específicas de sus ámbitos de gestión. Y
ambos grupos tienen toda la razón en sus críticas ya que es cierto que los
gestores no poseen las competencias necesarias para traducir su gestión
especializada en gestión de la información y, por tanto, operan básicamente por
la lógica de ensayo y error que altera el estado anímico de los tecnólogos.
También es cierto que los tecnólogos suelen tener una manera muy mecánica de
organizarse y trabajar y son poco permeables a una gestión contingente. La
forma con la que se ha intentado superar estos recurrentes desencuentros es que
los gestores vayan adquiriendo por ósmosis o por esfuerzo dominio de los
rudimentos y el lenguaje informático y los tecnólogos vayan aprendiendo con el
tiempo las sutilezas de la gestión del mundo real. Es cierto que ante este
esfuerzo la gestión de la información puede ser algo más certera pero en
absoluto es la solución idónea. Es muy difícil poseer gestores y tecnólogos
que, con una naturaleza anfibia, dominen las dos esferas profesionales y el
resultado es unos peces que boquean en el terreno firme y unos mamíferos que se
asfixian en el agua. Unos tienen branquias y los otros pulmones y poca cosa se
puede hacer ante las limitaciones fisiológicas de estos dos colectivos de
profesionales.
Otros perfiles profesionales
Pero el problema de raíz es que la gestión de la información no
es terrestre ni líquida sino que es aérea y ni gestores ni tecnólogos están
capacitados para volar en la maraña de datos big, little o
meta ya que este tercer elemento (el aire que es la información) requiere de
otro perfil profesional asociado a documentalistas, bibliotecarios o
archiveros. Ahora estos profesionales están presentes en la Administración en
ámbitos muy específicos que se consideran como propios (catalogación de la
información) cuando deberían ubicarse en un espacio intermedio entre los
gestores y los tecnólogos. Los documentalistas como especialistas en gestión de
la información entendidos como el pilar básico de las organizaciones públicas que
logran conectar el mundo de la gestión con el mundo de la tecnología. Pero no
parece muy convincente que lo que no ha alcanzado la pareja clásica de
profesionales lo logre un trío que, usualmente, suele ser de muy mucha más
difícil gestión. No está claro que los documentalistas puedan ejercer de buenos
traductores en los problemas de la pareja tradicional ya que ello implicaría
que deberían dominar tres competencias y lenguajes profesionales: el suyo
propio más el de gestión al que hay que adicionar el estrictamente tecnológico.
Esta tendencia babilónica en la
gestión pública para gestionar con solidez la información se está incrementando
en la actualidad con la irrupción de la inteligencia artificial donde es
evidente que hay un espacio profesional intermedio entre los gestores y los
tecnólogos (diseño de algoritmos, sistemas de entrenamiento de algoritmos,
traductores de datos para que sean alimento informativo de los dispositivos de
inteligencia artificial, etc.). La única solución posible es que el núcleo
profesional de la Administración pública del presente y del futuro no esté
dominada ni por gestores ni por tecnólogos sino por una nuevo rol profesional
de gestores de la información con capacidad de comprender tanto la gestión
pública como los rudimentos básicos tecnológicos y todo ello enfocado hacia la
inteligencia artificial. Nuevo rol profesional que habrá que parametrizar
definiendo claramente sus competencias.
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