"Me parece que empezar desde cero con el nuevo modelo de función pública y duplicar las unidades de gestión de personal puede ser técnicamente más sencillo que apostar por un cambio total en esta materia"
Por Carles Ramió. EsPúblico.blog. Sinceramente creo que hay unanimidad entre todos los actores (instituciones, cargos políticos, sindicatos, empleados públicos y sociedad civil) en que nuestro modelo de función pública tiene que cambiar de una manera muy significativa. Tampoco me parece que exista un elevado grado de desacuerdo sobre cómo debería ser el nuevo modelo: articulado en competencias y ámbitos funcionales, mucho más flexible y polivalente, con unos nuevos sistemas de selección más adecuadas a los tiempos y a las grandes destrezas que requieren los empleados públicos, un nuevo sistema de incentivos más en sintonía con el desempeño institucional y con las motivaciones de las nuevas generaciones (por ejemplo, erradicar los moscositos y otros perversos sistemas de incentivos y apostar más por una auténtica carrera profesional -horizontal- y por la evaluación del desempeño).
El problema es que a pesar de estar de acuerdo la mayoría de los actores mostrarían grandes resistencias en la implementación de un nuevo modelo, ya que tanto la buena parte de los empleados públicos como los sindicatos nos hemos adaptado al actual no modelo y no vamos a estar muy incentivados para salir de nuestra zona de confort. Sencillamente nos hemos acostumbrado a unas reglas del juego heterodoxas, burocráticas y, a veces, perversas. En definitiva nos hemos acostumbrado a un no modelo (creo que es evidente que no hay modelo) que se basa en un juego burocrático lleno de trampas y chapuzas que funciona de manera precaria y con respiración asistida. Un indicio que el actual sistema no da más de sí es que cuando una unidad de gestión de personal ha intentado establecer una política sensata y racional, la mayoría de los actores implicados se han sentido ultrajados y han exigido regresar a la operativa tradicional, dominada por las trampas al solitario y por las chapuzas a pesar de la enorme inseguridad jurídica que la envuelve. Es una paradoja que un sistema pensado para un tratamiento igualitario y equitativo solo pueda funcionar mediante la discrecionalidad y la arbitrariedad en la que los listillos o los afortunados son los únicos que salen más beneficiados.
Es obvio que siguen siendo tensores reaccionarios para implantar un nuevo modelo de función pública los demonios de siempre: la abulia política para ponerse manos a la obra y la suspicacia sindical y corporativa hacia planteamientos más modernos, fluidos, flexibles y polivalentes.
Por esta razón llevo tiempo proponiendo que un nuevo modelo de función pública solo debería establecerse para los nuevos empleados públicos que serán muy pronto legión ante la inmediata necesidad del relevo intergeneracional. Para los que estamos ahora dentro (nos guste o no, la mayoría bastante envejecidos) podríamos dejar el mismo no modelo al que estamos acostumbrados. La motivación de esta estrategia dual (un solo modelo de Administración pero con dos sistemas de gestión de recursos humanos) evitaría el enorme esfuerzo de readaptación de los actuales empleados públicos y las coetáneas unidades de gestión de recursos humanos.
Cada día que pasa tengo la impresión que no se apuesta decididamente por implantar un nuevo modelo de función pública no tanto por la inapetencia política ni por las resistencias sindicales y corporativas y más por otros factores más prosaicos. Mi hipótesis es que no abordamos este tema por que no sabemos como afrontarlo técnicamente. Las unidades de gestión de personal están aterrorizadas ante este potencial cambio de escenario. No se sienten capacitadas para liderar y ordenar un cambio de estas tremendas dimensiones.
Mi propuesta sería la siguiente: vamos a continuar todos tal y como estamos: empleados públicos y unidades de gestión de personal. Planteamos un nuevo modelo solo de cara al futuro (los nuevos empleados públicos que se vayan a incorporar a partir de ahora), con reglas del juego totalmente distintas y, por tanto, creando unidades de gestión de personal nuevas y ad hoc para gestionar estos recién incorporados empleados públicos. Me parece que empezar desde cero con el nuevo modelo de función pública y duplicar las unidades de gestión de personal puede ser técnicamente más sencillo que apostar por un cambio total en esta materia. Las nuevas unidades de gestión de personal que gestionen el nuevo modelo pueden comenzar a trabajar sin capturas conceptuales, sin presiones e inercias históricas y de manera creativa e innovadora. Podrían iniciar su andadura sin complejos y de manera totalmente nueva. Empezarían por ser pequeñas unidades de personal frente a las grandes y consolidadas que gestionarían el anterior no modelo. El tiempo y el natural relevo intergeneracional se encargarían de hacer el resto del trabajo: poco a poco las nuevas unidades de personal irían ocupando la centralidad del sistema y las viejas irían languideciendo hasta su total desaparición. Generar duplicidades, duplicar los modelos y la burocracia que éstos conllevan es una propuesta que a nadie le puede agradar de entrada pero creo que tiene plenamente sentido planteársela como un mecanismo para poder salir del perverso bucle en el que estamos insertos. Hay que romper la actual dinámica de mera supervivencia reactiva por una dinámica de renovación y de establecer unas estrategias proactivas que miren más al futuro y dejen parcialmente de lado la dictadura del retrovisor en esta materia tan crítica como es la función pública.
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