Blog Trabajo Colaborativo. Jesús Martínez.- A través del blog de Amalio Rey me llega el nombre de Juan Mateo y de dos ideas muy poderosas sobre cómo impulsar la participación en las organizaciones. Las recoge Amalio muy escuetamente:
Algunos creen que la cultura colaborativa en el mundo corporativo se puede fomentar sólo a través de la persuasión… pero esa es una lectura buenista…no funciona porque el espíritu competitivo está demasiado arraigado así que, una vez aceptado eso, Mateo recomienda combinar dos estrategias:
(1) obligar a la gente a que colabore, o mejor… “inhibir la no-colaboración” a través de mensajes, prácticas e incentivos que indiquen claramente que colaborar es el único camino aceptable
2) reconocer los costes que cada uno tendrá que asumir por colaborar… para así facilitar un análisis honesto de en qué medida compensan las ventajas, que también habrá que visibilizar.)
Como decía, me han resultado muy inspiradoras y, también, como en el caso del anterior post en el que respondía a Manel Muntada, la entrada me fuerza a escribir sobre ella. A continuación recojo algunas de las ideas que después más de 10 años impulsando la participación en entornos colaborativos en las organizaciones públicas, puedo aportar en relación/contraste a lo que defiende Juan Mateo.
Pero, antes de entrar en detalle, haremos dos anotaciones previas que sitúan la colaboración en el marco público, a diferencia de otros entornos más flexibles.
1- La lógica burocrática de la organización
El ADN de la organización pública es burocrático. Quiere esto decir que la lógica de cooperación, por norma general, está supeditada al organigrama. Lo que hay que hacerse viene orientado (dirigido) desde los planes de gobierno, de legislatura, etc. De éstos se derivan los objetivos estratégicos, operativos, programas, actividades, etc., los cuales están asignados a unidades (y responsables) concretos. De la pericia de estos responsables y de sus habilidades directivas, se lograrán, o no, conseguirse estos objetivos.
2- La búsqueda de la eficacia
La segunda lógica es la eficacia. La motivación principal (real) del directivo público se basa en conseguir los objetivos programados (y, después -si es el caso y se va a por nota-, el extra de producción/visibilidad de la que seamos capaces), sino quedaremos retratados como deficientes gestores.
A partir de aquí, las metodologías y las habilidades directivas que se ponen en marcha, son (muy) variadas y van dirigidas a conseguir estos objetivos. Y, por decirlo con estas palabras, aquí está la prueba del algodón de la colaboración: ser -en algunos casos concretos y tasados-, más eficientes mediante la articulación de la colaboración que lo que se haría a través de la estructura vertical clásica que se deriva del organigrama, la cual (hay que reconocerlo) está muy engrasada y musculada para hacerlo. Y aquí está la ventana de oportunidad para la colaboración: ser capaces de reconocer estos espacios donde es propicia la colaboración y ser capaces, también, de llegar a los directivos implicados para que la compren ( y sí, Juan Mateo, aquí, en este entorno, sí que hay algo de persuasión;).
Dicho esto, la pregunta es: ¿cómo articulamos la colaboración para que sea adquirida, sea eficiente y ayude de verdad en lo que hay que hacerse?
A continuación vamos a enumerar una serie de factores, a los que llamaremos abrelatasa, y que responden a un primer análisis basado en aquellos grupos que han funcionado bien y han conseguido establecer dinámicas de colaboración efectiva (aquí tenemos material para una tesis doctoral, para quien se anime;).
Los abrelatas de la colaboración en la organización pública
1- Toda red de colaboración horizontal en la organización pública ha de estar integrada (admitida) en por el organigrama. Y no es una contradicción. Si se establecen dinámicas de confianza en el contexto laboral concreto, y el rol del directivo tiene componentes de liderazgo facilitador, es posible establecer pactos de colaboración entre grupos de personas que estarán alineados con los objetivos de la dirección. Vendría a ser una red superpuesta y de soporte al organigrama. Estaríamos muy cerca de las organizaciones duales que habla Cabrera o Kotter en su obra Acelerar.
2- Toda red de colaboración ha de tener como objetivo contribuir a la consecución de alguno de los objetivos estratégicos de la organización. Y, además, han de ser importantes para los integrantes del grupo/ red. Por tanto, el pedido -aquello en lo que trabajaran- ha de tener la suficiente envergadura y ser un problema real para que movilice – y sostenga- voluntades en el tiempo.
3– Nuevos medios e innovación en la logística. Por lo general, las organizaciones burocráticas en el entorno público tienen contados y escasos elementos de apoyo a iniciativas que se separen de lo establecido y reglado ( para algo está la burocracia;). Hemos encontrado útil, como vía alternativa, reconducir los programas de formación tradicional, para apoyar a este tipo de grupos emergentes. La lógica del aprendizaje haciendo es perfectamente coherente con el soporte a este tipo de proyectos. Con lo cual, por esta vía, se lo ponemos fácil al gerente/directivo, el cual muchas veces encuentra en éso la solución que le hace la vida más fácil.
4- Y, finalmente los incentivos. La experiencia nos dice que existe un porcentaje elevado de miembros de la organización qué se inscriben en este tipo de dinámicas por incentivos intrínsecos: ofrecer un mejor servicio público, resolver problemas enquistados, continuar aprendiendo de y con otros, etc. Pero, también, de refuerzo social: por ejemplo, la visibilidad qué otorga el liderazgo organizacional de estas iniciativas. Sobre todo, cuando se les hace titulares de la transferencia de conocimiento, en sesiones de buenas practicas, a toda la organización.
Nota final: en estos días, en los que estamos programando la actividad de 2016, nos estamos esforzando en buscar y poner a pruebas estas nuevas oportunidades que he recogido en el post. Hace un tiempo observamos que la petición para conformar grupos colaborativos estaba bajando. Después de una ronda de entrevistas con algunos directivos descubrimos que era debido a la identificación de las comunidades de práctica con un tipo de colaboración muy informal y muy espontánea, que respondía más a intereses específicos de los integrantes que a los de la organización (según valoración directiva). No los pedían al no considerarlos útiles. El resultado fue una reducción de grupos. Esto nos obligó a replantear como estábamos proyectando la colaboración en la organización. O sea, tuvimos que abrir el abanico de posibilidades de colaboración en diversas y nuevas metodologías (esquema de abajo).
Conseguimos, así, dar un nuevo impulso a la colaboración, esta vez más ligada a los intereses corporativos. Pero, a la vez, conservando la colaboración más informal, la cual es puntual, líquida, y siempre más centrada en aspectos de aprendizaje. En palabras de Virginio Gallardo, tuvimos que reconocer que se pueden articular múltiples tipos de comunidades, desde innovación y de producción, hasta comunidades de aprendizaje pura. Y es que cada necesidad pide una propuesta propia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario