jueves, 13 de febrero de 2025

¿Dónde vas, democracia, dónde vas, triste de tí?

Por José Ramón Chaves.- esPúblico.com blog.- Como los boletines oficiales son aburridos, a veces leo sobre historia antigua, y en este caso, concretamente sobre la Grecia de tiempos de Pericles (s.V a.C.), de la que me llamaron la atención algunas cosas singularmente valiosas que tenía aquélla “democracia” de las que debería tomar buena nota nuestra joven democracia (eso sí, me apresuro a señalar que solo la décima parte de la población disfrutaba de la democracia griega, pues estaban excluidos las mujeres, los esclavos y los metecos o extranjeros).

Veamos las tres curiosísimas notas

-Los que proponían las leyes en la Asamblea (Ecclesía), si se aprobaban, pero luego resultaban penosas, erradas o lesivas del interés de Atenas, determinaban la responsabilidad directa del que la propuso.

-La inmensa mayoría de los cargos públicos eran por sorteo y duración de un año (más de mil puestos). Se excluían los cargos que requerían saberes técnicos y que tenían que recaer en «los mejores». Este era el caso de los “estrategos” o especie de generales porque la guerra requería prestigio y experiencia; el tesorero, porque los fondos públicos no podían estar en manos de cualquiera; y el encargado del abastecimiento de agua, porque no podían permitirse en este ámbito errores.

Eso sí, el sorteo se efectuaba entre quienes se presentaban voluntarios (mal trabajo haría el que no tuviese tiempo ni ganas), cualquier ciudadano podía denunciarles si no hacían bien las cosas, y sobre todo, debían rendir cuentas al final con sanciones económicas y civiles. Cosa seria.

-El ostracismo o expulsión del territorio por diez años mediante votación pública en la Asamblea (y que requería 6.000 votos para que prosperase) no era una castigo o pena, sino que era una medida preventiva para evitar dictadores. Se trataba sencillamente de conjurar a quienes el pueblo “sospechaba” que querían convertirse en tiranos o aspirar al poder personal, y los afectados conservaban sus bienes y reputación pero, eso sí, fuera de Atenas.

No deja de ser curioso que fueron víctimas del ostracismo personajes de prestigio, entre otros: Milcíades (el general victorioso sobre los persas en Maratón), Temístocles (el general victorioso sobre los persas diez años después en Salamina), o Arístides el Justo (quien fue prestigioso magistrado y del que se cuenta que cuando se sometió a votación su ostracismo, que suponía depositar en unas vasijas una concha -ostraka- con el nombre del designado, un votante le rogó que escribiera en su concha el nombre de Arístides, y éste le preguntó, ¿qué ha hecho el tal Arístides para que le votes la expulsión?; la respuesta fue: «Nada, pero me fastidia que todo el mundo le llame “el justo”» Y Arístides, haciendo honor a su apodo, estampó su propio nombre, y fue desterrado.

  En fin, hagamos el experimento mental de pensar en una democracia española en la que:

-Los diputados que propongan una Ley, si es ineficaz o inconstitucional, que respondan personalmente (económica, disciplinariamente, etcétera). O sea, ojito con los faroles, tirar con pólvora del rey o con fácil demagogia.

-Los cargos públicos por debajo de las máximas autoridades, que fueren designados por sorteo (sin designaciones de confianza, oposiciones ni concursos)

-Se aplicase el ostracismo a los “políticos trepa”, cuando se les ve el plumero.

Baste como experimento mental, porque ciertamente ni los tiempos ni las dimensiones del Estado o sus problemas, permitirían tales medidas, pero al menos nos demuestran el sentido común que imperaba en la sociedad griega del siglo V antes de Cristo, en abierto contraste con el sinsentido que parece brotar de algunas decisiones de democracias veteranas actuales como las que está adoptando Donald Trump y que me hacen estremecer y preguntarme si la legitimación democrática es una patente de corso para todo, o si debería tener algunos límites.

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