"A la tradicional situación de debilidad de las finanzas municipales se han añadido dramáticamente las consecuencias de la crisis sanitaria que están obligando a los Ayuntamientos a endeudarse de manera creciente e implacable"
Por Francisco Sosa Wagner. EsPúblico blog.- El episodio vivido relativo al uso de los dineros municipales y el ministerio de Hacienda ha tenido el valor de recrear un espectáculo antiguo: el del débil que gana al fuerte. Una rivalidad que, en la literatura, viene de los cuentos infantiles pero que la realidad diaria no siempre avala. En este caso, el ministerio de Hacienda intentó imponer una alambicada fórmula pro domo sua que fue combatida con éxito por los responsables municipales dejando por medio una seria quiebra en la FEMP que esperemos se sane por el bien de esta indispensable organización.
Porque lo que está en juego es la siempre aplazada reforma de las Haciendas locales. Centrado el poder político en resolver los problemas financieros de las CCAA, donde son lacerantes los conflictos suscitados en aquellas que albergan potentes partidos nacionalistas / separatistas, el mundo municipal es olvidado una y otra vez. Se suceden los gobiernos, los períodos electorales, los programas de los partidos políticos pero la Administración local queda siempre como la patata caliente del juego tradicional, aquel en el que los jugadores se la pasan para evitar resultar perdedores.
Mi tesis es que enfrentamos una época en la que justamente son los juegos, los jueguitos y las escaramuzas entre las formaciones políticas, lo que debe evitarse. A la tradicional situación de debilidad de las finanzas municipales se han añadido dramáticamente las consecuencias de la crisis sanitaria que están obligando a los Ayuntamientos a endeudarse de manera creciente e implacable: hoy es un bono para subirse al autobús, mañana es otro para comprar en tiendas y supermercados, pasado es una bonificación fiscal … todo conspira, sin piedad, para adelgazar unos dineros públicos ya de por sí magros.
No solo en España vivimos estas angustias. En Alemania, país donde las instituciones políticas funcionan mejor que entre nosotros, la polémica acerca de la financiación local es continua. Se está constatando allí cómo crece la distancia entre los municipios ricos y los pobres señalándose diferencias entre ellos abrumadoras: desde los 2400 euros por habitante de un municipio rico de Baviera a los 420 de otro en una región menos favorecida, la de Sajonia-Anhalt.
Tanto la Federación (o sea, para entendernos, Berlín) como los Länder -nuestras CCAA- ponen a disposición de los municipios fondos para hacer frente a sus compromisos pero las críticas a la distribución y manejo son recurrentes. Se centran en aspectos como la vinculación de esos dineros a unos fines que no siempre están bien definidos o son simplemente erráticos; la burocracia asfixiante que castiga a los más débiles pues carecen de personal adecuado y medios para manejarse en el mundo turbulento de los canales de financiación; la necesidad de que los fondos estatales y regionales sean completados con dinero municipal, lo que de nuevo beneficia a los prósperos frente a los frágiles.
Socorro europeo
De igual manera, se sabe que desde Bruselas se socorre también a las entidades locales de toda Europa. Pero solo quienes disponen de personal especializado pueden beneficiarse de esos alivios presupuestarios. Se propone, en tal sentido, que se pongan de acuerdo previamente las Administraciones de la capital federal, de las capitales de los Estados federados y Bruselas antes de dirigirse a los municipios y al resto de las entidades locales. Para evitar duplicidades y engorros que llevan a la desesperación de miles de funcionarios. Y a la ineficacia.
Como se ve, no hay nada nuevo bajo el sol. Es muy probable que a la autoridad local española o a los funcionarios de los miles de nuestros Ayuntamientos, todo este abigarrado escenario les sea bien conocido.
Abordar el problema general de la financiación local – de todos los entes locales- exige conjugar dos elementos: conocimientos técnicos y seriedad política. Sobran soflamas, palabrería de discurso parlamentario o basura de mitin.
Son tantos los problemas a abordar, arracimados todos ellos, que me permito aconsejar lo siguiente, en la línea de lo mucho que se ha intentado en el pasado. Debe formarse una comisión amplia de funcionarios especializados – sin presencia política alguna- que formule – sobre la base de los sólidos trabajos ya existentes en el ministerio de Hacienda, la FEMP y algunas CCAA- un diagnóstico de la situación y propuestas concretas. Solo entonces podrá pasarse al debate político que, a su vez, deberá ser conducido por unos pocos alcaldes, presidentes de diputación etc que dispongan de conocimientos técnicos, lo que no será difícil encontrar.
Solo así se podrá avanzar: el diálogo técnico es muy fecundo porque quienes lo mantienen son personas que han estudiado los mismos libros y por ello usan un lenguaje común. Que, por su propia naturaleza, facilita la expulsión de la vacua charlatanería del político a la violeta.
Cuanto más masticados, deglutidos y digeridos lleguen las soluciones técnicas a los políticos, mejor será para el bien común.
Termino: afrontamos, tras la epidemia, un vuelco en muchos elementos de nuestra sociedad. Uno de ellos es el lugar de las ciudades en una civilización que está asomando su copete entre el colmillo de la desgracia y el festín de los avances técnicos: en ella, el espacio local ha de desempeñar una función estelar.
Las grandes soluciones metropolitanas -sostengo- están en el sumidero de la historia, el futuro pertenece a las ciudades medias y pequeñas, a los pueblos y es en ese marco donde han de encajarse los nuevos recursos de las Administraciones locales. Comprendiendo su diversidad y su fragilidad.
Tenemos por delante un futuro pleno de estremecimientos y patologías, necesitados por ello de aire fresco en su sistema respiratorio.
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