"Aunque es indudable el peso que los resultados tendrán sobre el ánimo y las expectativas de los partidos, no hay que olvidar que el próximo domingo se dirimirán, en realidad, más de 8.000 competiciones municipales"
Por Juan Rodríguez Teruel. Agenda Pública blog.- El próximo domingo 28 de mayo se abre un
nuevo ciclo electoral, que continuará con las elecciones generales en el
segundo semestre, y se cerrará con las elecciones europeas del próximo mayo de
2024 (y que tendrán un significado importante en la política interior de muchos
de los Estados europeos, España incluida).
Es inevitable no preguntarse en qué forma y medida estas elecciones municipales
y autonómicas anticiparán o condicionarán las próximas elecciones Generales. Al fin y al cabo, esta
será la primera jornada electoral que implique a todo el censo electoral
español desde noviembre de 2019. Ya se apuntaron aquí algunas
precauciones a tener en cuenta. Aunque es indudable el peso que
los resultados tendrán sobre el ánimo y las expectativas de los partidos, no
hay que olvidar que el próximo domingo se dirimirán, en realidad, más de 8.000
competiciones municipales, autonómicas y, en algunos territorios, forales e
insulares, todas ellas con dinámicas propias y específicas.
En todo caso, será la lectura que medios y partidos hagan de los resultados
globales la que contribuirá a decantar la percepción de los ciudadanos sobre el
valor real de esta jornada electoral.
Para evitar quedar empantanado en el bullicio de esa disputa por el relato
sobre las implicaciones del 28-M, y poder disponer de un mejor juicio al
respecto, proponemos
aquí diez criterios, a modo de parámetros que permitan valorar las tendencias
políticas reales que puedan estar latiendo en el subsuelo electoral.
Para ello, nos centraremos en las elecciones municipales -las únicas que
alcanzarán todo el censo- así como algunas comunidades cuyo peso político
tendrá un significado particularmente relevante. Los datos manejados proceden
de las fuentes oficiales (ministerio de Interior y gobiernos autonómicos). Es
posible que, en algún caso, los datos exactos pudieran variar con otra fuente o
agregando alguna candidatura local que aquí no se haya tenido en cuenta, aunque
ello no afectaría al sentido general de las cifras.
1. ¿Habrá desmovilización
relevante? Desde 2007, la abstención se ha venido
estabilizando en torno al 35% (entre los 11,1 y los 12,6 millones de
abstencionistas), punto arriba, punto abajo, rompiendo los altibajos que se
daban en los primeros años de la democracia. Cabría esperar un nivel de desmovilización
similar dentro de esos márgenes (34-36%). Si la abstención
del 28-M superase sustantivamente el 36% o, más plausible, bajara del 33,8%, la
pauta se habría modificado, lo que podría leerse como un indicador de
activación/desactivación de una parte del electorado respecto a la última
década y media.
2. ¿Se mantendrá el equilibrio
entre bloques? Desde hace 20 años hay una tendencia a la
igualación entre izquierda y derecha, sumando los bloques de partidos de ámbito
estatal. En 2019 esa tendencia arrojó un inédito empate (la suma de las
izquierdas superó a las derechas por cerca de 200.000 votos escasos). No deberíamos sorprendernos
si se mantuviera ese empate en torno a los 8 millones de votos (encabezado
por unos u otros). Por el contrario, cuanto más se distancien ambos bloques más
allá de esos 200.000 votos, más indicativo sería de movimientos de fondo
relevantes de cara a las Generales en favor de uno de los bloques.
3. ¿Se está expandiendo la
derecha? El apoyo electoral a la derecha ha tendido a
situarse en los 8 millones de votos, con leves descensos en 1999 y 2015, y un
aumento excepcional en 2011. Cabría esperar que la suma de votos de PP, Vox
y los restos de Ciudadanos se mantenga en esa pauta de los 8 millones. Si
la supera con creces, como hizo en 2011 (alcanzando entonces casi los 9
millones, gracias a la atracción de Ciudadanos), sería el reflejo de una
expansión que desbordaría el espacio actual de la derecha.
4. ¿Cuánto electorado está
recuperando el PP ante Vox? Si bien el voto de la derecha
no ha fluctuado significativamente desde 1995, sí se ha fragmentado
intensamente en los últimos años. En 2019, el PP obtuvo su peor resultado en
décadas (5,1 millones) a costa de Ciudadanos (2 millones) y Vox (0,8 millones).
Por eso, no debería sorprendernos que
la recuperación del voto naranja por parte del PP le permita volver a la cota
de 7 millones de votos. No hacerlo reflejaría aún el poder de
atracción de los nuevos partidos sobre los votantes populares. El resto debería ser
para Vox. Cuanto
más supere el PP los 7 millones, más apoyo podría estar recuperando sobre
el votante ultraconservador o bien sobre el voto antisanchista de centro.
Con todo, Vox no dejará de ampliar su apoyo electoral gracias a un ‘efecto retraso’:
la representación parlamentaria de los de Abascal en municipios y autonomías
(excepto en la Comunidad de Madrid) corresponde hoy aún al apoyo social que
tenía en mayo de 2019, no al que luego amplió en noviembre de 2019. Por ello, una subida de Vox
hasta 1,5 millones no deberá interpretarse como una nueva tendencia de
expansión de su voto, sino como una actualización de su presencia institucional
a lo que habría obtenido si las elecciones municipales se hubieran celebrado
unos meses después. Solo una superación de esa cota
apuntaría perspectivas prometedoras para Vox en el futuro.
5: ¿El PSOE acusará desgaste o
seguirá recuperándose? El PSOE ha tenido una base
electoral muy fluctuante desde que se acabó su hegemonía en tiempos de Felipe
González: salvo la excepción de 2007, en cada elección suma o pierde entre
medio y un millón de votos. Estas elecciones deberían confirmar si mantienen la
vía ascendente de 2019 o subsisten bajo la cota de los 7 millones que perdieron
en 2011: cuanto
más se acerque el PSOE a esos 7 millones, o los supere, más sólida será su
recuperación dentro de la izquierda. Lo contrario abriría dudas
ante la movilización que buscará en las Generales.
6. ¿Cuánto perderá Unidas
Podemos ante los aliados de Sumar? El voto municipal a la
izquierda del PSOE ha sido bastante estable desde 1995, en torno a 1,5
millones. Solo en 2015 bajó sensiblemente, debido a la dispersión del voto en
las confluencias de izquierdas, ya que Podemos no concurría formalmente a esas
elecciones. Cuanto
mayor porcentaje retenga UP de ese millón y medio de votantes, mayor capacidad
de resistencia estará demostrando ante la atracción de los aliados de
Sumar. Una caída sustantiva de esa cota no solo le
debilitaría, sino que abriría un interrogante sobre la capacidad de
movilización general a la izquierda del PSOE.
7. ¿Mantendrá Ayuso la movilización
de 2021? Hace dos años, Díaz Ayuso no solo obtuvo el mayor
número de votos del PP en la Comunidad de Madrid, sino que lo hizo sin dañar la
movilización del resto de la derecha descontenta (Vox y un ya declinante
Ciudadanos) ni de la izquierda (que también obtuvo uno de sus resultados más
abultados desde 1983). Cuanto menos se aleje la derecha de aquella
suma de 2 millones de votos, más trascendente será la capacidad de movilización
de la presidenta madrileña en sus planes futuros. De lo
contrario, incluso con mayoría absoluta, la derecha estaría volviendo al patrón
normal de las últimas décadas.
Por su parte, la izquierda logró sumar en torno a 1,5 millones de votos en las
últimas tres contiendas electorales autonómicas. Su capacidad de movilización dependerá
de mantener esa cota, si no de superarla. En 2019, Más Madrid y el PSOE empataron en
torno a los 600.000 votos. Mantener ese equilibrio no sería sorprendente. Por
el contrario, cuanto más se aleje uno del otro mayor evidenciaría el fracaso de
la candidatura declinante. En el caso del PSOE, sería un
nuevo récord negativo.
8. ¿Consolidará el Botànic su
base electoral en la Comunidad Valenciana? Durante años,
la hegemonía gubernamental del PP en la Comunidad Valenciana estuvo edificada
sobre una progresiva expansión de su electorado (que en 2007 y 2011 superó los
1,2 millones de votantes), en combinación con un estancamiento sideral de la
izquierda (hasta 2015 la suma de votos de esta, incluyendo a los antecedentes
de Compromís, estuvo casi siempre por debajo de los resultados obtenidos por
PSOE y PCE en 1983, a pesar de que el censo electoral había aumentado un millón
de electores en los 30 años siguientes). La coalición del Botànic, liderada por Ximo
Puig, fue posible porque ambos pilares colapsaron en 2015: el
apoyo a los partidos de izquierda (incluido el valencianismo de Compromís)
creció un 70%, mientras que el electorado del PP se desmovilizó y se escindió
con la fuga de un tercio hacia Ciudadanos. En 2019 los dos pilares se
recompusieron en buena medida, aunque la fragmentación de la derecha redujo la
eficiencia de sus votos y permitió la reedición de la coalición de Puig.
El futuro de la política valenciana pasará por cómo evolucionen ambas pautas.
Es plausible que la derecha mantenga una base cercana o incluso superior al 1,2
millones de votantes, ahora con un PP recuperado. No obstante, en caso de que el PP no
alcance o supere la cota del millón de votantes, más frágil resultará esa
recuperación de la derecha. En el otro lado, más allá de
mantener o no el ejecutivo, la solidez del avance de los últimos años solo
será patente si la suma de la izquierda mantiene la primacía electoral, con un
apoyo total superior a los 1,3 millones de votos. Cuanto menos
supere esa cota -peor aún si no logra alcanzarla-, más patente será el fin del
ciclo electoral valenciano iniciado en 2015.
9. ¿Volverá el PSC a ganar las
elecciones municipales 16 años después? Buena parte de las
repercusiones disruptivas del procés sobre la escena estatal
tienen que ver con el debilitamiento de los dos factores de estabilidad que
Cataluña aportaba al mantenimiento del statu quo en la política
española: PSC y CiU, fuertemente denostados, por ese orden, en la opinión
publicada madrileña que jaleó la llegada de Ciudadanos. Como suele pasar a
menudo, aquellos opinadores no olieron las implicaciones derivadas: sin ellos,
la política de pactos centrípetos pasaba necesariamente a otra de bloques
centrífugos (para disgusto de sus respetivos líderes). ¿Es una evolución
reversible?
En todo caso, el panorama catalán está lejos de la estabilización, aunque hay
algunos parámetros que pueden sugerir una recomposición de algunos viejos
esquemas. Es altamente probable que el PSC vuelva a ser el primer partido en
votos municipales desde 2007. Pero será más significativo ver la medida: cuanto más se acerque al
millón de votos, cota usual hasta 2007, mayor será el indicio de que en
Cataluña podría estar gestándose una reconcentración del voto que en el pasado
favoreció al PSOE en las Generales (no un voto de adhesión
sino de prevención ante el retorno de la derecha española al poder). De darse
esa progresión del PSC, será necesariamente en detrimento de ERC. Cuanto más se reduzca, con
ello, la ventaja de ERC ante Junts (casi 265.000 votos en 2019) más
inestabilidad reaparecerá en el espacio ahora independentista, con
las implicaciones que esto pueda tener en la política de pactos en Cataluña y,
de rebote, en el Congreso.
10. ¿Trasladará el PP su mayoría
de la Junta a los municipios de Andalucía? La
trascendencia política de Andalucía ha estado fundamentada en la fuerza
organizativa y electoral de la izquierda desde 1979, con un apoyo en torno a los 2
millones de votos (incluyendo el andalucismo del PSA-PA),
de los que tres cuartas partes han sido para el PSOE. En cambio, la derecha
había experimentado un papel subsidiario, incluso después de que en 2011 el PP
obtuviera su mayor resultado, superando por primera y única vez al PSOE. No
obstante, aunque aquel salto electoral del PP no permitió cambiar la
composición de la Junta, sí anticipaba un nuevo escenario, en el que la derecha
andaluza se acercaría por primera vez a la mayoría de izquierdas. Con ello se
anticipaba el cambio de mayoría gubernamental en 2018 y la mayoría absoluta de
2022.
Cuanto más se acerque o
supere el PP, de nuevo, esa cota del 1,5 millón de votos, más se confirmará su
ascenso estructural entre los electores andaluces, en
coherencia con el resultado de junio del año pasado. De lo contrario, el PP
andaluz estaría dando el primer paso atrás electoral desde que accedió al
poder. Frente a él, la izquierda trata de evitar la propagación de los
resultados de 2022. Cuanto más se aleje de los dos millones
de votantes (entre PSOE, andalucistas y la izquierda no socialdemócrata), más
indicios de que estará fracasando en ese intento. ¿A costa
de quién? La base electoral del PSOE ha sido muy estable, en torno a los 1,4 millones
de votos desde 1983. Apuntalar ese nivel de apoyo sugeriría que el apoyo al
PSOE es suficientemente sólido en los municipios para que el trasvase de votos
de PSOE a PP hace un año aún sería reversible. Lo contrario no
solo sería un mal presagio para Juan Espadas. También para Pedro Sánchez.
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